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SUGERENCIAS

 

Correspondencia entre don Juan y Franco.


 
Don Juan contesta a Franco proponiéndole una transición en forma de Regencia del Movimiento.

23 de octubre de 1943.

A S.E. el Generalísimo D. Francisco Franco.  

Mi respetado General:

Ha llegado a mi poder su atenta del 30 de septiembre pasado que mucho he celebrado recibir.

Le agradezco sinceramente su voto por el acontecimiento que entonces se esperaba y que hoy ya es realidad. Como seguramente sabrá V.E., ha nacido un nuevo varón a quien ya se ha bautizado imponiéndosele el nombre de Alfonso y que viene a asegurar la continuidad de mi Dinastía. Estoy seguro de que esto habrá de ser motivo de alegría para V.E. y, ello, con gusto se lo manifiesto.

Me habla V.E. de los momentos difíciles por los que atraviesa el mundo, tan importantes para el futuro de nuestra Nación. Bien me hago cargo de las gravísimas preocupaciones y responsabilidades que sobre V.E. pesan y hago fervientes oraciones para que Dios le ayude en la ardua y espinosa tarea de llevar a nuestra Patria al cauce de su historia, en estas excepcionales circunstancias y después de una guerra en la que quedaron asolados nuestros suelos y muertos nuestros mejores.

La sinceridad de su escrito me permite hacerle con toda cordialidad las consideraciones que sobre el momento político español paso a exponerle, seguro de que habrá de apreciar la confianza con que le escribo.

No hay duda de que lo que sucedió en nuestra Patria el 14 de abril de 1931 fue la coronación de un proceso de negación del espíritu español, al que contribuyeron las causas que crearon el estado caótico a que llegó nuestra Nación. Pero si, aprovechando la coyuntura actual, después de la gran Victoria lograda por las Armas de España dirigidas por V.E. se logra organizar un Estado, afirmando resueltamente aquel espíritu y creando las instituciones que hagan capaz a España de cumplir su misión histórica, quedarán superadas aquellas causas que la disgregaban, uniendo a los españoles sin necesidad de preocuparse especialmente de ellas. V.E. sabe que para que el Estado español sea tal es tan necesaria la Monarquía, que todo intento de crear un Estado sin ella o levantar nuestro espíritu sin tenerla presente, ha estado siempre condenado al fracaso.

Pero la Monarquía, que no es sólo el Rey, sino todo un sistema político y de Gobierno, no es algo aparte de la Nación, a la que podría llegarse como final de un proceso. La monarquía de auténtica raigambre, como la española, confirmada por las sucesivas generaciones a través de los siglos, crea la nación y la mantiene por medio de un Estado que, siendo fuerte y soberano, firme en lo que afecta a los principios e instituciones y flexible en lo que se refiere a la administración, va perfeccionándose a sí mismo y perfeccionando el sistema y la marcha política y vida administrativa del país. España volverá a tener su ser y espíritu sólo por nuestra Monarquía tradicional que siendo el centro de la vida y organización nacional, podrá regenerar la Patria.

Ahora bien, es evidente también que para superar las causas que trajeron el caos a España y se logre que ésta vuelva de verdad a encontrarse a sí misma, se hace preciso realizar en España la fecunda revolución que supone el retorno a lo que ha sido y es específicamente nuestro sentido religioso de la vida, incluido lo social y la reafirmación del núcleo familiar, de las corporaciones profesionales y de la vida local; lo que significa la renovación que debe verificarse en cada español. Pero esto, que no puede ser obra breve y que habrá de iniciarse con la creación de nuevas Instituciones que con el Rey formen la Monarquía, tendrá que ser, por los motivos expuestos, la función primera, constante y normal del Estado Monárquico.

Por otra parte yo, en mis incesantes meditaciones sobre España, su historia y su porvenir, pienso que la Nación española, Madre, como Monarquía Católica, de la Hispanidad, espolón de Europa en África y en el Atlántico y llave del Mediterráneo, lo mismo que fue luz de la verdadera fe en el mundo en aquella época que se llamó Renacimiento, puede en estos tiempos críticos de la Historia, a pesar de ser tan escasos los medios materiales con que hoy cuenta, presentar a los pueblos el vivo ejemplo de la Nación con espíritu universal, con auténtica fe católica. Nuestro deber de católicos y de españoles nos hace profundizar en estos pensamientos y considerar la obligación que tenemos en conciencia cada uno, según el lugar en que Dios ha querido colocarnos, de preparar a nuestra amada Patria para realizar tan importante y decisiva misión, dejando organizar el Estado monárquico con tiempo suficiente para que pueda oírse su voz en esta contienda de Europa contra el comunismo empezada en España en 1936, en defensa y para la expansión de los más sagrados valores patrios.

Claro es que el tránsito del presente momento al del ejercicio de hecho en España del Poder Real habrá de hacerse de forma que el Estado actual no se señale plazo de caducidad que disminuya su autoridad siempre necesaria, y singularmente en estas horas de Europa.

La solución no parece difícil si se piensa en que la instauración de algunas Instituciones del Estado monárquico pudiera ser la obra de una Regencia como medio para que dicha transición se operase con la máxima asistencia y respeto de todos los españoles, cualquiera que fuese el grupo nacional al que perteneciesen, cuando en 1936 aportaron su decidida colaboración al Glorioso Movimiento Nacional.

Dicha Regencia, orientada clara y públicamente hacia la Monarquía, deberá de informar desde el principio al país de su decidido propósito de organización política que tan esencialmente le afecta.

Durante su vida deberían de liquidarse los asuntos de justicia relacionados con la Cruzada.

Intensamente me preocuparía a mí la provisionalidad de los poderes del actual Estado español, pero es evidente que al dirigir y proyectar la política y la construcción del Estado español hacia la Monarquía Tradicional, por medio de una Regencia, lejos de sentirse la interinidad de poderes, resultarían éstos reforzados al apreciarse que la sucesión de los de V.E. quedaría resuelta sin solución de continuidad. Así se fundirían en uno solo desde el principio de la Regencia y después de la coronación del Rey, el Poder Real y los que se ejercen como consecuencia de la Cruzada Nacional.

No quiero terminar, mi General, esta carta sin expresar a V.E. muy sinceramente mi agradecimiento por su manifestación de que soy, para V.E., el único y legítimo representante del Régimen Tradicional Español. Así lo creo y por ello estoy dispuesto a imponerme todos los penosos sacrificios que Dios pueda enviarme, decidido a aceptarlos con el mejor ánimo en su servicio y en el de España y por cumplir el mandato de nuestros muertos. Por el concepto que le he indicado que tengo sobre la orientación de la política en España y de la Monarquía española, comprenderá hasta qué punto me hago cargo de la responsabilidad que sobre mí pesa de velar por los valores nacionales, que hoy, después del reconocimiento hecho por V.E. de mi legitimidad, me creo más obligado aún, si cabe, a defender. Por tener una fuerte noción sobre esa responsabilidad, pienso en lo conveniente que resultaría esa Regencia como instrumento efectivo y nacional para la reorganización del Estado monárquico y la llamada al Rey para su coronación en España. Este instrumento aparece como solución clara ante las actuaciones de grupos y ante las pruebas poco meditadas de situar al país frente al hecho consumado de un Príncipe en el Trono.

Le agradezco tanto más sus reconocimientos y la sinceridad de su carta cuanto que me permiten haberle escrito ésta con la mayor confianza y con el calor que sé que V.E., soldado de la España victoriosa, habrá de apreciar y de entender con el corazón. Queda de V.E. sincero y afectuoso amigo.

Juan de Borbón. Roma a 23 de octubre de 1941.  


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