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 Memoria Histórica.


 

 Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936).

Por Eduardo Palomar Baró.

Nació el 23 de marzo de 1905 en Alfaraz (Zamora). Funcionario de Correos por oposición a los dieciséis años de edad y articulista precoz, autor de cuentos de innegable valor literario, tales como El vacío (Madrid, 1922); El joven suicida (Madrid, 1923) y las novelas El sello de la muerte (Madrid, 1924), dedicada a Unamuno y El fracaso de Eva. Estudió Ciencias Exactas y Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid. Discípulo y admirador de Ortega y Gasset, colaboró en la Revista de Occidente, en Gaceta Literaria y El Sol. El 14 de marzo de 1931 funda y dirige una revista semanal “de lucha y de información política” con el título de La conquista del Estado, la cual sirvió de vehículo para hacer público su ideario. Aunque de circulación minoritaria, despertó un gran interés en las filas de las clases política e intelectual. Junto con Juan Aparicio López, Antonio Bermúdez Cañete, Roberto Escribano Ortega, Ernesto Giménez Caballero, Ramón Iglesias Parras, Francisco Mateos González, Alejandro M. Raimúndez, Antonio Riaño Lanzarote, Manuel Souto Vilas y Ricardo de Jaspe Santomá, fundó las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS). Dicha organización era esencialmente juvenil y universitaria. Tras conocer a Onésimo Redondo Ortega, jefe y fundador de la Junta Castellana de Actuación Hispánica, se lo atrae hacia las filas de las JONS. En 1933, Ramiro Ledesma establece contacto con José Antonio Primo de Rivera, que acaba de fundar Falange Española. Poco tiempo después las JONS se fusionan con Falange Española. La organización resultante de tal fusión va a llamarse Falange Española de las JONS, de la que Ledesma Ramos tendrá el carné número 1. Al principio fue gobernada por un triunvirato compuesto por José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y el propio Ramiro Ledesma Ramos. Poco tiempo después, éstos dos últimos, delegaron sus funciones ejecutivas a José Antonio. 

El 4 de marzo de 1934 en Valladolid, Ramiro Ledesma pronunció unas palabras, en el primer acto político celebrado por Falange Española de las JONS, y que serían un augurio del trágico destino de los cuatro fundadores de aquel Movimiento, de aquellos cuatro hombres jóvenes que pusieron en juego su vida, y la perdieron, vilmente asesinados por las hordas rojas: José Antonio, Onésimo Redondo, Julio Ruiz de Alda y el propio Ramiro Ledesma. En aquel mitin dijo: 

“En nuestra profunda sinceridad radica para nosotros la garantía mejor de este Movimiento que hemos iniciado. Pero hay aún otra garantía que os ofrecemos sin vacilaciones a vosotros, y es la de que nuestra propia vida jugará en todo momento la carta de nuestra victoria, que es y ha de ser, infaliblemente, la victoria misma de España y de todos los españoles.”

Debido a diferencias ideológicas entre José Antonio y Ramiro, el 14 de enero de 1935, Ledesma y otros antiguos dirigentes de las JONS, abandonaron la disciplina de Falange Española. No hubo expulsión, sino que de motu propio, decidieron separarse de la Falange. A continuación fundó un periódico titulado La Patria Libre. Al estallar la guerra civil fue detenido en Madrid por las milicias marxistas y conducido a la cárcel de Ventas. Junto a él y, entre numerosas personas, se hallaba el sacerdote P. Manuel Villares, gracias al cual se conocieron los últimos momento de la vida de Ramiro Ledesma. Lo relató así: “El último capítulo de la vida de Ramiro Ledesma está todavía inédito. Se conoce su vida como luchador político, pero se desconocen casi completamente las circunstancias de su muerte y los últimos meses de su existencia. Yo he sido testigo presencial de este periodo porque coincidí con él en la cárcel y le traté con mucha intimidad. Nos trasladaron a la cárcel de Ventas. Allí fuimos destinados, de momento, al departamento de lavaderos, porque estaba ya toda abarrotada. Constituíamos una masa heterogénea de presos políticos, golfillos, gentes indeterminadas, predominando un grupo de estudiantes salesianos de la casa de formación Mohernando. Entre otros, recuerdo que estaba también allí Agustín Figueroa, hijo del conde de Romanones. Todos los días por la noche rezábamos el rosario, y después se cantaba el “Cara al Sol”.

Un día le pregunté a Ramiro: -Tú, ¿por qué no rezas también el rosario?

-Cuando yo era chico, lo rezábamos en mi pueblo los domingos, y no creo que haya obligación de rezarlo, y menos todos los días –me contestó.

Esto me dio ya pie para derivar la conversación hacia temas religiosos. Él no sabía que yo era sacerdote. Vestía de paisano y tenía la documentación de alumno de la Facultad de Filosofía y Letras, cuyos estudios estaba cursando en Madrid.

Nuestras conversaciones sobre temas religiosos se hacían cada vez más frecuentes. Parecía como si presintiera su muerte, y quería llegar a ello con el problema de la fe resuelto... Se mostraba reacio a aceptar la fe si no era por un acto de evidencia, y aquella frialdad intelectual con que abordaba los problemas le hacía desdeñar la vía del sentimiento. Pero Dios toca siempre en el corazón. Un día, después de larga conversación, me dijo que necesitaba una tregua para pensarlo. Aquella noche la gracia surtió sus efectos. Al día siguiente, cuando nos reunimos en el patio, me dijo: -No sigas. Creo ya, con la fe ingenua con que creía cuando era un monaguillo de mi pueblo.

Entonces le aconsejé que si era así, su primer acto debía ser el ponerse a bien con Dios. No quería yo que confesara conmigo para dejarle más libertad en momento tan trascendental y le mandé a don José Ignacio Marín, sacerdote joven, que solía confesar en un rincón del patio, paseando con los penitentes. Así lo hizo, y después noté en él una gran tranquilidad y una seguridad y alegría desconocidas. Le había desaparecido la preocupación religiosa que tanto le aterraba...

A la noche se presentó en la cárcel un Comité que comenzó a hacer interrogatorios por las celdas. Aquélla noche salieron unos veinticinco presos...

No sé si venían directamente por él o al descubrir su verdadera personalidad se lo llevaron. Mi celda estaba encima del salón de actos donde se reunían los presos que sacaban para cargarlos en los camiones. A altas horas de la noche, no puedo precisar la hora, se sintió un tiro abajo, en el salón de actos, que por acción de la onda explosiva hizo vibrar todo el suelo de la celda. Yo no sabía lo que había pasado ni si lo habían sacado, porque vivía en una galería diferente a la de él. A la mañana siguiente un oficial de prisiones nos relató lo ocurrido. Al querer meter a Ramiro en el camión, éste se abalanzó a un miliciano, intentando cogerle el fusil y diciendo: -A mí me mataréis donde yo quiera y no donde vosotros queráis. Entonces otro miliciano le disparó un tiro a bocajarro y quedó muerto en el acto. Así murió Ramiro Ledesma Ramos. Abrazado a la espada como un Nibelungo, como un héroe. Pero también con espíritu cristiano, abrazado a la cruz y confortado y sostenido por la fe de Cristo.”

Era el 29 de octubre de 1936. A la derecha de la puerta de entrada del cementerio de los Mártires de Aravaca (Madrid), una lápida ostenta esta inscripción: “En fosas comunes, se hicieron aquí tierras de España, muchas de las víctimas de un tiempo de odio que desató su furia sobre el solar patrio. Os recordamos entre ellas a las de Ramiro de Maeztu, definidor de la Hispanidad, y Ramiro Ledesma Ramos, adelantado en la convocatoria de una empresa revolucionaria y nacional. Ofrendarles a todos vuestro esfuerzo y oración.” Informado Ortega y Gasset de su asesinato, exclamó: “No han matado a un hombre, han matado a un entendimiento”.   

Autor, entre otros trabajos de Discurso a las juventudes de España (1ª edición: 1935). ¿Fascismo en España?. Sus orígenes, su desarrollo, sus hombres. Ed. La Conquista del Estado, Madrid, 1935. ¡Hay que hacer la revolución hispánica!. Ed. Albero, Madrid, 1931.  

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