Eduardo Palomar Baró.
Ante el 71
aniversario de la revolución del 6 de octubre de 1934,
verdadero comienzo de la Guerra Civil española, es de sumo interés
recordar los editoriales del periódico El Socialista, órgano
del Partido Socialista Obrero Español, para de esa forma conocer lo
que estaban preparando contra la República.
En las elecciones de
noviembre de 1933, presididas por un Gobierno de Martínez Barrio
(todavía en el Partido Radical, ya que más tarde se separa de
Lerroux para formar con los radicales-socialistas el nuevo partido
Unión Republicana) vencen ampliamente las fuerzas del centro
(radicales) y la derecha católica (Gil Robles), con estrepitosa
derrota de los republicanos y los socialistas, gracias al voto de la
mujer, que se ejerce por vez primera en esta consulta, y a la
abstención de los anarcosindicalistas, para quienes los
republicanos son tan enemigos como los monárquicos y los católicos. |
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El 3 de enero de
1934, El Socialista, y con el título: “No puede haber
concordia. Atención al disco rojo”, daba estado público y
oficial al proyecto revolucionario. Respondía a una lamentación
del diario El Debate –portavoz
de la CEDA de José Mª Gil Robles-,
sobre la imposibilidad de que hubiera concordia en la política
catalana con Companys en la presidencia de la Generalitat. Escribía
El Socialista: “Ahora piden concordia, es decir, una tregua
en la pelea, una aproximación de los partidos, un cese de
hostilidades. Eso antes, cuando el Poder presentaba todas las
ejecutorias de la legitimidad... ¿Concordia? ¡No! ¡Guerra de
clases! ¡Odio a muerte a la burguesía criminal! ¿Concordia? Sí:
pero entre los proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y
librar a España del ludibrio. Pase lo que pase, ¡atención al
disco rojo!”.
El 27 de
septiembre de 1934, el editorial de El Socialista es
concreto y terminante: “Las nubes van cargadas camino de octubre:
repetimos lo que dijimos hace unos meses: ¡atención al disco rojo!
El mes próximo puede ser nuestro Octubre. Nos aguardan días de
prueba, jornadas duras. La responsabilidad del proletariado español
y de sus cabezas puede ser enorme. Tenemos nuestro ejército a la
espera de ser movilizado. Y nuestra política internacional. Y
nuestros planes de socialización.”
El 30 de
septiembre de 1934 añadía: “¿Será menester que digamos
ahora, como si descubriéramos un Mediterráneo, que todo retroceso,
que todo intento de volver a formar
políticas ya superadas encontrará inevitablemente la resistencia
de los socialistas?... Se nos habla –es
cierto- de reconquistar la República para situarla de
nuevo en el 14 de abril. Ninguna garantía tenemos de que puestas
las cosas en su comienzo no tendrán un desarrollo idéntico al que
tuvieron. No nos interesa un nuevo ensayo. Lo hicimos una vez y nos
salió mal. Quienes lo frustraron son los llamados en todo caso al
arrepentimiento... Nuestras relaciones con la República no pueden
tener más que un significado: el de superarla y poseerla.”
Al atardecer del 2
de octubre de 1934, el Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora
y Torres, encargó a Lerroux la formación del Gobierno. Por la
tarde del día 3 facilitó la composición del nuevo Gobierno:
Presidencia: Alejandro Lerroux García; Estado: Ricardo Samper Ibáñez
(radical); Justicia: Rafael Aizpún Santafé (cedista); Gobernación:
Eloy Vaquero Cantillo; Guerra: Diego Hidalgo Durán (radical);
Marina: Juan José Rocha García (radical); Hacienda: Manuel Marraco
y Ramón (radical);
Instrucción Pública y Bellas Artes: Filiberto Villalobos González
(liberal-demócrata); Trabajo-Sanidad-Previsión Social: José Oriol
Anguera de Sojo (cedista); Obras Públicas: José Mª Cid y Ruiz
Zorrilla (agrario); Industria-Comercio: Andrés Orozco Batista:
(radical); Comunicaciones: César Jalón Aragón (radical);
Agricultura: Manuel Jiménez Fernández (cedista); Sin Cartera: José
Martínez de Velasco (agrario) y Leandro Pita Romero
(independiente).
Sobre el
nombramiento del diputado cordobés Eloy Vaquero, que sustituyó a
Rafael Salazar Alonso, y que cesó injustamente Lerroux, al
conocerse la noticia fue comunicada a sus allegados de Madrid por un
telegrama que se hizo famoso: “Por el alma de mi madre, te juro
que Eloy Vaquero ha sido nombrado ministro de la Gobernación”.
Rápidamente los
ministros se posesionaron de sus cargos, pues la situación no
permitía demoras ni pausas. Al empezar la noche del 4 de octubre,
la noticia del nuevo Gobierno ya estaba en la calle. Y desde aquel
momento toda España esperaba como respuesta inevitable la revolución.
El último aviso a
los comprometidos lo daba El Socialista con estas palabras:
“En pie y con ánimo inmodificable están al presente todos los
trabajadores de España... Todos los trabajadores están a la espera
de la crisis insoslayable y prevista por el juego de las fuerzas en
jaque: marxistas y antimarxistas. Si se nos pidiera consejo, le daríamos
en una sola palabra: «Rendíos».
Al día siguiente repite el diario la llamada en términos más
apremiante: “Hemos llegado al límite de los retrocesos. Se nos ha
embromado a los españoles para que nos prestemos propicios a
transigir con una amenaza sangrienta. La consigna es particularmente
severa: ¡Ni un paso atrás! ¡Adelante! Todos... En guardia, en
guardia”.
La orden de
movilización del ejército revolucionario se difundió por toda la
península. Según Largo Caballero, «dicha orden fue transmitida a
todas las Comisiones y corresponsales, por telegramas convenidos.
Cada telegrama tenía una redacción diferente. Unas veces, de carácter
familiar, como, por ejemplo: “Mamá operada. Sin novedad”. Otras
de carácter comercial: “Precio aceptado”. Todos los telegramas
fueron expedidos el mismo día en que se acordó dar la orden de
movilización, siendo depositados por distintos compañeros en las
diferentes estafetas postales de la capital»
Esta explicación de
Largo Caballero, pasados 70 años y en otras diferentes
circunstancias, hechos y técnicas, hace recordar la reciente táctica
socialista y nacionalista del “¡Pásalo!”... con sus ya
conocidos resultados.
La
Revolución de Octubre. |
Estalló en la noche
del 5 de octubre de 1934 como reacción típicamente antidemocrática,
por la decisión de Gil Robles de participar en el Poder, a lo que
tenía pleno derecho por ser el primer partido en escaños del
Congreso y por controlar, con sus aliados, la mayoría parlamentaria
suficiente para respaldar la entrada de los ministros de la derecha
católica en el nuevo Gobierno Lerroux que sucede a Ricardo Samper,
ministros por otra parte, de impecable ejecutoria republicana.
Es entonces cuando
los partidos de izquierda republicana y proletaria, los derechistas
republicanos y los nacionalistas, ponen el grito en el cielo y
advierten, por vía de puro chantaje político, que esa entrada
plenamente legal y democrática de la CEDA (Confederación Española
de Derechas Autónomas) en el Gobierno, equivaldría a la ruptura de
la República, al hundimiento de la democracia y a una declaración
de guerra a la que los verdaderos republicanos tendrían que
responder con las armas. |
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Ante el estallido de
la rebelión socialista, el ministro de Guerra, Diego Hidalgo Durán
llama a Franco, que todavía ostentaba su mando de la Comandancia
General de Baleares, y le entrega, sin más nombramiento que el de
asesor especial del ministro, la jefatura del Estado Mayor Central,
desde la cual Franco organiza, los movimientos militares para
sofocar la intentona de socialistas, comunistas y anarquistas en
Asturias, y también la rebelión de la Generalitat de Cataluña,
dirigida por un Gobierno de la Ezquerra, que se declara en la noche
del 6 de octubre. En Cataluña el general Domingo Batet Mestres,
jefe de aquella División orgánica, que había sido requerido por
el presidente de la Generalitat, Lluís Companys i Jover, que se
pusiera a sus órdenes como “general de Cataluña”, Batet optó
por la legalidad republicana y, tras proclamar el estado de guerra
en el territorio de su jurisdicción, procedió con fuerzas bajo su
mando, a la detención de los líderes del levantamiento. Fue
condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando, pasando poco
tiempo después a ocupar el cargo de jefe del Cuarto Militar del
presidente de la República.
La revolución
asturiana fue más intensa y duradera. El Gobierno envió a Asturias
al general Eduardo López Ochoa, republicano y masón, que con
escasas fuerzas regimentales emprendió una marcha brillantísima
desde Lugo a Ribadeo y Oviedo vía Grado y Avilés. Liberada la
ciudad por López Ochoa se incorporan a la lucha las tropas de África
-legionarios
y regulares-
enviados por Franco desde Ceuta a bordo de la Escuadra y tres
columnas más formadas por orden de Franco, una desde Galicia, otra
desde León y otra desde Santander, mientras el coronel Antonio
Aranda Mata, cerraba los puertos de montaña en Asturias a la
posible expansión revolucionaria. Franco, que conoce a la perfección
el terreno asturiano, pone al teniente coronel Juan Yagüe Blanco al
frente de la columna africana, expulsando a los revolucionarios de
la ciudad de Oviedo y se apresta a penetrar en las cuencas cuando el
18 de octubre de 1934, el líder socialista Belarmino Tomás pacta
con el general López Ochoa la rendición de los revolucionarios,
que habían cometido desmanes incalificables contra el clero, la
población civil, la Guardia Civil e incluso se habían permitido
desvalijar las arcas de algunos Bancos.
La revolución de octubre de 1934 fue una de
las páginas más negras en la historia del socialismo español,
reconocido por el propio Indalecio Prieto, que avergonzado por ello
abandonó la bandera de Octubre a los comunistas. Dolores Ibárruri
“La Pasionaria” se convirtió con este motivo en la estrella de
Octubre y el PCE empezó a contar por vez primera en la política
española.
Indalecio Prieto
Tura, en su libro Discursos en América. Con el pensamiento
puesto en España, Editorial Tollocan, México, D.F., 1944,
dice: “Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido
Socialista y ante España entera, de mi participación en el
movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado; no
como gloria. Estoy exento de responsabilidad
en la génesis de aquel movimiento; pero la tengo plena en su
preparación y desarrollo.”
Años más tarde, el
ingeniero, político, diplomático y escritor, Salvador de Madariaga
Rojo, que al estallar la guerra civil salió de España para
reintegrarse a su cátedra de Literatura española en la Universidad
de Oxford, escribió el libro titulado General, márchese usted, en
el que hizo gala del contumaz antifranquismo que profesó desde los
tiempos de la contienda de 1936-1939, sin embargo condenó la
revolución de octubre, de esa forma: “Con la rebelión de
1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad
moral para condenar la rebelión de 1936”.
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