Terminados los
últimos combates protagonizados el 19 de Julio de 1936 en Barcelona, la CNT se
había convertido en el árbitro indiscutible de la situación. El gobierno de la
Generalitat se encontraba completamente desacreditada frente a los trabajadores.
El ejército, con la mayoría de sus oficiales y suboficiales, partidarios del
golpe, había sido aplastado en los combate. Las unidades que se habían mantenido
fieles a la República, habían sufrido el efecto boomerang y con el decreto Giral,
prácticamente se habían disuelto. Los soldados, desertaban o se unían,
contagiados por el entusiasmo popular, a los grupos de revolucionarios armados.
La situación en las filas de la Guardia civil y del resto de cuerpos policiales
era similar. El gobierno autónomo catalán, completamente marginado por la oleada
revolucionaria, carecía de los instrumentos necesarios para imponer su
autoridad.
Sin embargo, el
presidente Lluís Companys, no estaba solo. Las organizaciones que formaban el
Frente Popular (Front d'Esquerres en Catalunya), desbordadas por la situación,
intentaban reagrupase en torno a la Generalitat, buscando su supervivencia
política ante un movimiento revolucionario que todo lo devoraba. Las fuerzas que
apoyaban a Companys, significaban muy poco en aquellos momentos, para poder
servir de contrapeso al anarcosindicalismo victorioso.
Los partidos
obreros catalanes del Frente Popular, el Partido Comunista de Catalunya (PCC),
la Federación Catalana del PSOE, la Unió Socialista de Catalunya (USC) y el
Partit Català Proletari (PCP), acordaron acelerar el proceso de unificación, que
estaba en marcha desde hacía varios meses. Así, sin ningún tipo de Congreso de
las bases que lo sancionara y de forma completamente improvisada, nacía el 24 de
Julio, el Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC). El nuevo partido, de
la misma forma que, poco antes lo habían hecho las Juventudes Socialistas
unificadas (JSU), se adhirió a la III Internacional, estalinizada.
Sin embargo, y
pese al reagrupamiento producido, el Partido Socialista Unificado, poco podía
contar en la nueva situación, frente a un movimiento revolucionario triunfante,
que había desbordado al gobierno y que había empezado a construir, sus propios
organismos de poder.
El día 20 de
Julio, Companys solicitó una entrevista con una delegación de representantes de
la CNT y de la FAI. Su intención era conseguir el apoyo del anarcosindicalismo,
sin el que resultaba utópico iniciar la recuperación del poder perdido.
La asamblea de
la CNT-FAI, fue convocada el mismo día por la tarde, en los locales incautados a
la patronal catalana, el Fomento Nacional del Trabajo (y que se habían
convertido en la residencia de la Regional Catalana). El plenario fue organizado
para discutir los resultados de la entrevista con Companys y la situación que se
había abierto con la derrota de los militares. En él, pronto se reflejaron las
divisiones que existían latentes en el seno del anarcosindicalismo. Juan García
Oliver, defendía la necesidad de proclamar el Comunismo Libertario y de “ir a
por el todo”, Diego Abad de Santillán se manifestaba partidario de la
colaboración con el resto de fuerzas políticas que habían intervenido en la
lucha. Entre ambas posturas, existía una intermedia, la de Manuel Escorza, que
planteaba utilizar a la Generalitat para legalizar las conquistas
revolucionarias, apoyándose en el aplastante predominio del anarcosindicalismo
entre los trabajadores, para desprenderse de ella, cuando las circunstancias lo
aconsejaran. La postura de Escorza, opuesta a la de Diego Abad de Santillán
porque negaba cualquier pacto con la Generalitat, consiguió el apoyo de la
organización comarcal del Baix Llobregat. Finalmente, se decidió enviar una
delegación para entrevistarse con Companys, y conocer cuáles eran sus
propuestas.
En la
entrevista, el presidente catalán adoptó una actitud astuta y prudente.
Reconoció lo que era más que evidente, su derrota política y la victoria de los
revolucionarios, para, seguidamente, poner su cargo a disposición de los
triunfadores. La postura de ofrecer la dimisión de un cargo que había perdido
toda autoridad política era más que un gesto patético, estaba cargada de
intencionalidad política. Si los libertarios tomaban la actitud de ir a todo por
el todo, la Generalitat y las organizaciones catalanas del Frente Popular no
tendrían futuro. Si por el contrario, la CNT decidía colaborar, se ganaría el
tiempo necesario para preparar las condiciones que permitiesen a la Generalitat,
recuperar el poder perdido.
Companys
realizaba una gran maniobra para salvar las instituciones del poder y con ellas
la propia política que en aquel momento estaba vencida. Luis Companys salvaba
las instituciones y salvaba, con ellas, su concepción ideológica.
Los delegados
de la CNT y de la FAI se negaron a comprometerse hasta que el Plenario Sindical
decidiera. Companys los hizo pasar a otra sala, donde esperaban los
representantes del Frente Popular y el POUM. El presidente de la Generalitat
propuso la formación de un Comité de Milicias Ciudadanas, para “encauzar la vida
de Catalunya”, y para organizar la lucha contra los insurrectos, en aquellos
lugares donde éstos todavía no habían sido aplastados. La propuesta iba
destinada a subordinar a los anarcosindicalistas al carro de su política. Sin
embargo, la profunda transformación revolucionaria que se estaba desarrollando,
iba a frustrar por el momento, sus planes.
A pesar de que
los libertarios victoriosos retrocediesen frente al poder, iban a imponer su
propia concepción de lo que debía ser el Comité Central de Milicias. El nuevo
organismo iba a dirigir el poder durante los siguientes meses, asumiendo la
dirección política, económica y militar de Catalunya, mientras que la
Generalitat pasaría a ser un organismo simbólico, desprovisto de toda autoridad
tangible.
Poco antes de
la entrevista con la delegación anarcosindicalista, el presidente Companys había
realizado otra reunión similar con los representantes de las organizaciones del
Front d'Esquerres (ERC, AC, UGT, Unió de Rabassaires , el Comité de enlace del
nuevo PSUC) y con el POUM, (que mantenía una posición ambigua). En la reunión se
acordó crear un gobierno de concentración, en el que se integrarían todas las
organizaciones presentes. También se decidió la formación de milicias populares
que serían las encargadas de sustituir al viejo ejército, y que estarían
dirigidas por el nuevo gobierno. Solo Andreu Nin estaría en desacuerdo con estos
planes. El secretario del POUM argumentó que sin el acuerdo de los anarquistas,
verdaderos dueños de la situación, cualquier plan era irrealizable, y que por lo
tanto, habría que esperar su respuesta definitiva.
Companys
rechazó la posibilidad, sugerida por Joan Comorera, de utilizar las nuevas
milicias ciudadanas (que por otra parte, estarían integradas principalmente por
militantes libertarios y poumistas) contra la CNT, consciente de que el combate
sería demasiado desigual, para poder pensar en la posibilidad de éxito.
El día 21, el
Comité regional de la CNT acordó aceptar provisionalmente, la propuesta de
Companys. Sin embargo, se reservaban el acuerdo sobre la participación de cada
sector en el nuevo organismo, y aplazaban la respuesta definitiva al Plenario
que debía realizarse.
Contando con el
apoyo de las organizaciones del Frente Popular y con la aceptación provisional
de su propuesta de los dirigentes de la CNT y de la FAI, Companys consideró que
podía dar un nuevo paso en la recuperación del poder. El mismo día, el Boletín
Oficial de la Generalitat publicaba un decreto por el que se creaban “las
milicias ciudadanas, para la defensa de la República”. Su jefe sería el
comandante Enrique Pérez Farrás, que estaría subordinado al Conseller de
Defensa, Lluis Prunés i Sato. El Comité de las Milicias Ciudadanas, propuesto
por Companys a la CNT, se revelaba como un simple organismo de enlace de las
diferentes organizaciones antifascistas, que estaría subordinado a la autoridad
política de la Generalitat.
En el Pleno de
las Federaciones locales y comarcales, después de que la delegación que se había
entrevistado con Companys, explicara el contenido de la entrevista, las posturas
aparecidas en la primera asamblea volvieron a reaparecer de nuevo. La posición
colaboracionista, defendida por Abad de Santillán, Federica Montseny y por otros
militantes prevaleció sobre la de García Oliver y de la delegación del Baix
Llobregat, que defendían la instauración inmediata del comunismo libertario y la
liquidación del Comité Central de Milicias. La postura radical consideraba la
aceptación de las propuestas de Companys como una claudicación, en un momento en
el que las fuerzas revolucionarias habían alcanzado la victoria. Los
colaboracionistas argumentaron que la implantación del comunismo libertario, en
aquellos momentos, sería caer en la tentación dictatorial, que entraba en franca
contradicción con los principios del anarquismo. Federica Montseny consideró que
esta situación sería finalmente salvada por las mismas masas revolucionarias,
desde la calle. La misma participación en el Comité Central era ya, en sí, una
concesión, y éste debería ser abandonada, tan rápidamente como las
circunstancias lo hicieran posible.
Diego Abad de
Santillán argumentó que la instauración del comunismo libertario solo serviría
para desencadenar la intervención de las potencias imperialistas europeas. En
esta situación, la participación en el Comité Central de Milicias solo podía
tener efectos positivos para la CNT, sin perjuicio de gobernar desde la calle,
pero sin caer en tentaciones dictatoriales.
El áspero
debate entre colaboracionistas e intransigentes terminó con la victoria de los
primeros. Solo la agrupación del Baix Llobregat votaría a favor de la propuesta
presentada por García Oliver de continuar el proceso revolucionario hasta las
últimas consecuencias. El resto de las delegaciones asistentes, votaron por la
colaboración en el seno del nuevo organismo de poder.
El lenguaje y
los argumentos, confusos y contradictorios, expresaban el profundo desconcierto
que reinaba entre las filas anarcosindicalistas. Tanto la CNT, como la FAI, se
encontraban desarmadas políticamente, para enfrentarse a los hechos que se
estaban desarrollando. Toda la larga tradición de apoliticismo y de rechazo
total a cualquier forma de poder, se volvía ahora contra ellos. Sin pretenderlo,
y en circunstancias que ellos no esperaban, tenían el poder en sus manos, un
poder que no deseaban y con el que tampoco sabían que hacer.
El
anarcosindicalismo carecía de política ante el poder, y era la realidad, la que
les obligaba a improvisarla. Es significativa la confesión que hizo, Helmut
Rüdiger, representante en Barcelona de la AIT, frente a las críticas que hacían
los anarquistas extranjeros a la CNT española:
“Los que
dicen que la CNT tenía que establecer su dictadura en 1936 no saben lo que
exigen,... Entonces, la CNT debía tener un programa de gobierno, de
ejercicio de poder, un plan de economía autoritariamente dirigida y
experiencia en el aprovechamiento del aparato estatal... Todo eso no lo
tenía la CNT, pero los que creen que la CNT debía realizar su dictadura
tampoco poseen este programa ni para su propio país, ni para España. No nos
engañemos: de haber poseído un semejante programa antes del 19 de Julio, la
CNT no hubiera sido la CNT, sino un partido bolchevique. De haber aplicado
semejantes prácticas en la revolución hubiera dado el golpe mortal
definitivo al anarquismo”.
Careciendo de
programa, los dirigentes de la CNT-FAI se negaron a tomar el poder y permitieron
que la Generalitat sobreviviera, seguros de que su fuerza, impediría que el
gobierno catalán recuperara su antigua autoridad perdida.
Aunque las
bases libertarias no fueron consultadas, es difícil negar que los cuadros de la
CNT-FAI, reunidos en aquel Plenario representaban la sensibilidad de la mayor
parte de la militancia, por lo menos en aquellos momentos de desconcierto. Las
circunstancias del momento, difícilmente podían permitir la celebración de una
Asamblea más democrática. Sin embargo esta falta de representatividad acabaría
convirtiéndose en permanente. En aquellos momentos, tanto las bases como los
cuadros dirigentes vivían todavía la euforia de las jornadas de Julio. Creían
que la colaboración con Companys y con las organizaciones del Front d'Esquerres,
sólo sería un alto en el camino de la revolución y que no sería necesario romper
su alianza con los partidarios de la República. No se daban cuenta de que esta
política acabaría ahogando a la misma revolución que pretendían defender. |
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ARRIBA
El Comité Central de Milicias Antifascistas
había existido más de dos meses. Durante todo este período había
sido el poder indiscutible e indiscutido en toda la Cataluña
revolucionaria. El Comité había encarnado, durante todo este
tiempo, la realidad política existente, la dualidad o
multiplicidad de poderes. El organismo que centralizaba el poder
en toda Cataluña era, sin embargo, fruto de la renuncia a
ejercer el poder por parte de los triunfadores indiscutibles de
las jornadas de Julio: los anarcosindicalistas. La Junta que
representaba la cúspide del poder territorial se había
conformado a partir de un pacto entre los órganos dirigentes de
los partidos y sindicatos “antifascistas”. La multitud de
comités revolucionarios locales que habían surgido en toda la
geografía catalana quedaron marginados del proceso. Las bases
organizadas de los partidos y sindicatos, y la población
trabajadora en general no tuvieron ninguna representación
directa, o en todo caso si la tuvieron fue de forma muy
indirecta, en el Comité Central de Milicias. El movimiento
revolucionario que acababa de triunfar, quedaba al margen de lo
que constituía la cúspide del poder, que era donde realmente se
decidía el destino de la revolución.
Este cuadro existente hacía que la situación de
duplicidad de poderes: el combate entre los partidarios de la
revolución de los comités y los de la contrarrevolución
democrático-republicana, se decidiera a través de las decisiones
de los dirigentes de las diferentes organizaciones. La
revolución no podía permitir la existencia de la dualidad de
poderes durante un tiempo indeterminado. La extrema
inestabilidad tenía que resolverse rápidamente hacia uno de los
dos extremos. A pesar del compromiso existente entre
anarquistas, poumistas, catalanistas y socialistas unificados,
se adivinaba el futuro e inevitable enfrentamiento que iba a
producirse entre las dos fracciones en las que se encontraba
dividido el panorama político catalán.
Los objetivos de ambas corrientes eran demasiado
antagónicos para que pudiera existir un compromiso entre ellas.
La dualidad de poderes no era otra cosa que el velado combate a
muerte entre las dos fracciones en las que se encontraba
dividido el campo republicano. El resultado de este
enfrentamiento iba a orientar decisivamente el rumbo de la
revolución e influiría, de manera muy importante, en el
resultado de la guerra. Sin duda alguna, la victoria o la
derrota de cada una de las fracciones dependían principalmente
de la claridad y la audacia de cada una de ellas.
Paradójicamente, la disolución del Comité
Central no acabaría con la duplicidad de poderes existente. Pese
al decisivo reforzamiento del gobierno catalán, provocado por la
entrada de las organizaciones obreras en su seno, el movimiento
revolucionario siguió manteniendo durante todo un período de
tiempo sus propios organismos de poder (milicias, patrullas de
control, comités locales, colectivizaciones). La integración de
las organizaciones obreras en la Generalitat fue el inicio de
una situación en la que la preponderancia del movimiento obrero
tocaba a su fin.
Sin embargo, se puede decir que el gobierno de
Catalunya está en crisis desde el primer momento. No ha habido
manera de que pudiera ser obedecido por la clase trabajadora de
toda Cataluña. El hecho no tiene nada de sorprendente.
Un gobierno de transición como éste no puede
ser, naturalmente, un gobierno fuerte capaz de imponer un orden
en el país, que refleja todas las vacilaciones propias de la
situación. Las principales divergencias han surgido sobre la
cuestión militar y la cuestión del orden público.
El hecho de que el mismo Comité Central de
Milicias fuera un organismo de carácter burocrático, y de que
los organismos revolucionarios sólo estuvieran ligados a su
autoridad por medio de la que tenían los partidos y sindicatos
obreros, hizo que éstos no se sometieran automáticamente a la
autoridad del nuevo gobierno. A pesar de la capitulación de la
CNT-FAI y del POUM, estas organizaciones no estaban dispuestas a
aceptar voluntariamente la liquidación de la revolución de la
que ellos se reclamaban.
El período siguiente se iba a caracterizar por
la ofensiva de un estado republicano restablecido, en pugna con
los organismos revolucionarios, herederos del período anterior,
que se resistían a someterse y a aceptar su desmantelamiento.
La supervivencia de la dualidad de poderes
también se explica por la naturaleza burocrática de la decisión
de disolver el Comité de Milicias Antifascistas.
En los dos meses largos de la existencia del
Comité Central de Milicias, el anarcosindicalismo hegemónico se
había batido continuamente en retirada. La CNT y la FAI, claras
triunfadoras de las jornadas de Julio, se encontraron sumergidas
en una situación revolucionaria que no esperaban y ante la que
no se encontraban preparados. Medio siglo de rechazo absoluto de
cualquier forma de poder y de sobrevaloración de las virtudes
del espontaneísmo obrero trabajaban en su contra.
La incompetencia política de los líderes de la
CNT, les impidió comprender sobre los hechos el sentido del
episodio, y se dejaron desplazar sin mayores esfuerzos, de
posiciones políticas que la revolución había conquistado en
Julio del 36.
En efecto, no solo el dogma antiestatalista
influyó en la línea política de los representantes libertarios.
El desprecio tradicional hacia el poder político se combinaba
con la creencia de que el control de la economía era suficiente
para volver irreversible la situación revolucionaria a la que
habían llegado.
Dominando las calles y dirigiendo a la inmensa
mayoría del proletariado catalán, la disolución del Comité de
Milicias que nunca habían aceptado por completo y la integración
en una Generalitat, en la que ellos controlaban los principales
departamentos, no pasaba de ser una simple reestructuración. Lo
importante era conseguir las armas necesarias para el frente, el
dinero y las divisas para el funcionamiento de la economía
colectivizada. Una vez alcanzada la victoria, ya habría tiempo
para acabar con un Estado republicano que había mostrado su
incapacidad histórica para satisfacer las demandas de la
población trabajadora.
El anarcosindicalismo se encontraba en una
situación políticamente muy delicada. La negativa a tomar el
poder seguía siendo tajante, sin embargo, entregarlo por
completo a sus adversarios del Frente Popular significaba dejar
sus manos completamente libres para poder atacar las bases
revolucionarias que se habían conseguido en los meses
anteriores. La falta de otras alternativas había reforzado a los
partidarios del colaboracionismo, que consideraban necesario
romper los principios ideológicos tradicionales para evitar,
desde sus puestos en el nuevo gobierno, las posibles
maquinaciones de sus adversarios. Paradójicamente, los
principios en nombre de los cuales se había renunciado a tomar
el poder durante las jornadas de julio, ahora se rompían para
pasar a formar parte de un gobierno que pretendía restablecer el
viejo orden republicano y liquidar la revolución.
El hecho de que los dirigentes libertarios,
ahora convertidos en consejeros de la Generalitat, pidieran a
sus bases, obediencia hacia las decisiones del nuevo gobierno,
provocó fuertes tensiones y un constante aumento del descontento
en la CNT que perduraría hasta el final de la contienda.
Frente a las vacilaciones y el desconcierto del
anarquismo, el POUM se mostró incapaz de adoptar una línea
completamente independiente, que pudiera conducirlo al
enfrentamiento con la dirección cenetista.
Fiel a su visión tradicional de la revolución
española, por la que consideraba al anarcosindicalismo y al
socialismo de izquierdas como los principales ejes organizativos
por los que ésta iba a desarrollarse, el POUM se auto asignó el
papel de consejero de los dirigentes de la CNT. La revolución
sólo podría llevarse a cabo arrastrando al anarquismo y al
largocaballerismo hacia posiciones consecuentemente
revolucionarias. Esta táctica y el menosprecio hacia la multitud
de comités revolucionarios, que para el POUM jugaban un papel
secundario en la cuestión del poder (táctica que había heredado
del maurinismo del BOC, que consideraba que los organismos
soviéticos eran extraños al carácter de la revolución española)
se convirtieron en una trampa mortal.
Ante el retroceso de la dirección anarquista que
significaba su aceptación de disolver el Comité Central de
Milicias, los dirigentes del poumismo optaron por seguir sus
pasos, con la esperanza de poder reconducir la situación desde
el nuevo gobierno de colaboración. De esta manera y prisionero
de sus compromisos, el POUM tendría que dar su visto bueno al
proceso de desmantelamiento de los organismos que habían surgido
con la revolución, sin ser capaz de evitarlo.
En contrapartida a la desorientación que
expresaban el anarquismo y el poumismo, el ala derecha del
Comité Central de Milicias, el PSUC-UGT y ERC, demostraban una
gran comprensión de la evolución de la situación revolucionaria
y mantenían una línea política y unos objetivos mucho más claros
que sus adversarios. La revolución de Julio había reducido a
cenizas a la mayor parte del aparato del estado republicano. La
policía, el ejército, los ayuntamientos, el estamento judicial y
la burocracia, todo se había derrumbado ante el vendaval
revolucionario desatado. Desde los inicios de la guerra, Lluís
Companys y las organizaciones del Front d'Esquerres habían
dirigido todos sus esfuerzos a limitar el alcance de la
revolución y a reconstruir el viejo aparato estatal. Sin
embargo, todos sus planes de restauración no podrían llevarse a
cabo sin la colaboración de las organizaciones más radicales, la
CNT-FAI y el POUM.
La disolución del Comité Central de Milicias era
un gran triunfo para los partidarios de la restauración
republicana, sin embargo, el movimiento revolucionario todavía
no había sido vencido. Era necesario proceder con cautela,
utilizar la nueva autoridad moral y política con la que contaba
el nuevo gobierno unificado para seguir recuperando,
paulatinamente, el terreno perdido. “Treball”, el órgano
central del Partido Socialista Unificado de Catalunya no podía
ocultar su enorme satisfacción por el logro conseguido y exigía
que el movimiento revolucionario se supeditase a la autoridad
del nuevo gobierno de la Generalitat.
Los dirigentes del PSUC no perdían el tiempo y
aprovecharon la oportunidad para arremeter contra los sectores
revolucionarios que pretendían proseguir las expropiaciones, de
forma espontánea o siguiendo las directrices de sus propios
sindicatos. En las páginas de “Treball” se exigía que se
paralizase la oleada colectivizadora y que la miríada de comités
existentes se sometieran a la autoridad política del gobierno de
la Generalitat.
Durante el período de existencia del Comité
Central de Milicias, la línea del bloque del Front d'Esquerres
había tenido dos ejes fundamentales: primero, una serie de
operaciones, de maniobras y de tiras y aflojas, destinadas a
comprobar hasta donde estaban dispuestos a llegar los dirigentes
de la CNT-FAI-POUM, divididos entre sus deseos de mantener la
unidad antifascista a toda costa y su fidelidad a las demandas
de sus propias bases sociales; y segundo, aprovechar el
compromiso que había dado lugar al Comité Central de Milicias,
para evitar cualquier respuesta organizada de los sectores
revolucionarios, descontentos por los avances del orden
republicano. La disolución del Comité de Milicias significaba un
gran paso en el logro de sus objetivos políticos.
La integración en el nuevo gobierno de la
Generalitat daría lugar a un nuevo período, que se
caracterizaría por la ofensiva de los sectores partidarios del
orden republicano y de la “revolución democrático-burguesa”, y
también por la decadencia de un movimiento revolucionario que
vería como, una por una, le serían arrebatadas sus conquistas.
Al ingresar en el gobierno de Catalunya devolvió
a éste una parte del poder efectivo que había perdido. La
Generalitat recobró su vida política y su fuerza. Todas las
coyunturas, internacional, española y catalana, contribuían a
debilitar a la CNT. La confederación decidió al fin prestar sus
fuerzas a la Generalitat, pero pronto tuvo que ponerlas al
servicio de una política antirrevolucionaria.
ARRIBA
“Fragua Social”
En julio de 1936 milicianos valencianos
incautaron el diario “Las Provincias” y en sus
talleres imprimieron el inicialmente unitario “Fragua
Social”, que posteriormente quedaría como órgano de la
CNT en Valencia. Como todos los periódicos de militancia
tuvo escasa tirada hasta que el gobierno republicano se
trasladó a Valencia, pasando la cabecera a representar a la
CNT nacional. Era su director Manuel Villar Mingo. Dejó de
editarse en 1939, reapareciendo clandestinamente, y en la
democracia salió por temporadas.
“Solidaridad Obrera”
Considerada la principal cabecera
periodística del sindicalismo anarquista español, aparece en
Barcelona como publicación semanal el 19 de octubre de 1907,
tomando el título de la recién creada federación sindical
catalana Solidaridad Obrera, de la que será su órgano
y en cuya fundación tuvo una intervención destacada Anselmo
Lorenzo (1841-1914), “abuelo” del anarquismo español. Desde
1911, tras la constitución de la Confederación Nacional del
Trabajo de España (CNT), será portavoz de esta, y órgano de
la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, en la que
se había convertido el anterior sindicato Solidaridad
Obrera, y que será la más importante de este movimiento
en España. Desde su nacimiento tendrá una vida llena de
dificultades, tanto por su pobreza de medios en sus casi
tres primeras décadas, pero siempre por la multitud de
denuncias, multas, secuestros y suspensiones que padecerá,
no sólo durante los gobiernos de la Monarquía, especialmente
en el periodo de la dictadura primoriverista, sino en los de
la II República. A pesar de que también en sus primeros años
tuvo escasa tirada, por el público a la que iba dirigida,
por su carencia de alfabetización, pero suplida esta por las
lecturas colectivas, en enero de 1916 se convertirá en un
diario de la mañana, manteniendo su ideal libertario y
apolítico y de lucha a favor de la emancipación del
proletariado y la abolición del capital y del Estado.
Tras el largo silencio impuesto al
anarcosindicalismo por el Directorio primoriverista, la
“Soli” –este es el apelativo con la que se la conocerá y
suspendida desde mayo de 1924–, reaparecerá el 31 de agosto
de 1930, iniciando una VI época, con nueva secuencia de año
y número. La colección de la Biblioteca Nacional de España
sólo conserva de esta etapa su número correspondiente al 12
de mayo de 1931, un ejemplar de ocho páginas compuesto a
cinco columnas, en el que resaltan dos secciones: la
regional y la sindical, y en cuya cabecera estampa las
siglas AIT, correspondientes a la Asociación Internacional
de Trabajadores (I Internacional). Desde su reaparición, su
director venía siendo Juan Peiró Belis (1887-1942), que
pronto será sustituido por el escritor y periodista faista
Felipe Aláiz de Pablo (1887-1959), como resultado del
triunfo de las tesis de la Federación Anarquista Ibérica
(FAI), fundada en 1927, en la disputa en el interior del
anarcosindicalismo español. Aláiz a su vez será sustituido
posteriormente por el periodista José Robusté (1900-),
cercano en ese momento a Ángel Pestaña (1886-1937), entonces
secretario general de la CNT, que también había dirigido el
diario entre 1917 y 1918. Hasta el segundo año del periodo
republicano se pueden contabilizar hasta cerca de una decena
de directores de Solidaridad Obrera.
Todos los demás números de la colección
(incompleta) pertenecen ya al periodo de la guerra civil. El
primero de este periodo corresponde al 8 de agosto de 1936.
El apoliticismo del movimiento anarcosindicalista y
libertario se había roto previamente votando masivamente en
las elecciones de febrero de ese año al Frente Popular, tras
el acuerdo de CNT con la Unión General de Trabajadores
(UGT), el otro gran sindicato del periodo, de carácter
socialista. Pero durante el periodo de guerra en el seno del
movimiento anarcosindicalista pugnarán los defensores de su
incorporación a las instituciones de Gobierno republicano y
las que la rechazaban. En este periodo estuvieron al frente
de la redacción del diario Liberto Callejas (1884-1969) y
Jaime Balius (1904-1980), y desde 1937 asumirá su dirección
el periodista Jacinto Torío –Toryho o Torhyo– Rodríguez
(1902-1989), hasta que en la primavera de 1938 fue
sustituido por Josep Viadiu (1890-1973).
Ya durante la guerra, desde su número 1.712,
correspondiente al trece de octubre de 1937, empezará a
sacar tres ediciones diarias, y llegará a alcanzar los
220.000 ejemplares, convirtiéndose en el periódico de mayor
tirada de España.
El número 2.103, del domingo 22 de enero de
1939, es el último de la colección de la Biblioteca Nacional
de España, con la secuencia IV época y año IX. Debió dejar
de publicarse el 25 de enero de ese año, con la entrada de
las tropas nacionales en la ciudad de Barcelona. El último
número lo sacó Benjamín Cano Ruiz (1908-1988).
Con la llegada de la democracia este título
de la CNT reaparecerá en Madrid, Barcelona y Badalona.
Artículo publicado en “Solidaridad Obrera”
sobre la actividad del Comité Central de las Milicias
Antifascistas
Dicho artículo contribuye a dar una idea
general de lo que fue la revolución en Cataluña,
describiendo la actividad de su órgano específico: el Comité
Central de las Milicias Antifascistas.
ARRIBA
«Según explica Juan García Oliver, el jefe
de los mozos de Escuadra nos salió al encuentro en la puerta
principal de la Generalidad. Íbamos armados hasta los
dientes: fusiles, ametralladoras y pistolas. Descamisados y
sucios de polvo y de humo.
–Somos los representantes de la C.N.T. y
de la F.A.I. que Companys ha llamado –le dijimos al
jefe– Y esos que nos acompañan son nuestra escolta.
Nos saludó afectuosamente el jefe de los
mozos y nos sirvió de guía, hacia el Patio de los Naranjos.
Había confusión y desorden, en el viejo palacio de la
Generalidad. Pero en la cara de todos aquellos viejos y
jóvenes catalanes, mozos, guardias, policías, jóvenes de la
“Esquerra” y de “Estat Català”, resplandecía el gozo de una
gloria soñada durante siglos y no vivida hasta aquel mismo
día que, unos hombres de la C.N.T. y de la F.A.I., erguidos
y produciendo un impresionante ruido de armas, fueron
llevados a presencia del Presidente. Cataluña, siempre
vejada y oprimida por el Poder central, siempre vencida por
la casta militarista de España, en un gesto jamás igualado,
acababa de vencer al monstruo militar fascista. ¡Y de qué
manera tan sencilla! En treinta horas de lucha, encarnizada,
dura, que recordaba el antiguo batallar audaz de los
almogávares, los hombres de la C.N.T. y de la F.A.I., que en
sus maneras de combatir, tanto nos recuerdan a los
almogávares, fueron los que más se distinguieron en la
sangrienta y victoriosa lucha por la libertad. Por eso eran
recibidos sus delegados con cariño y afecto, con todos los
honores, hasta el de ser acogidos llevando toda clase de
armas, que si en manos de los anarquistas siempre se creyó
erróneamente que eran homicidas, entonces se comprendía bien
que eran los instrumentos forjadores de la Libertad.
Dejamos la escolta en el Patio de los
Naranjos, convertido, una vez más, en campamento.
Companys nos recibió de pie, visiblemente
emocionado. Nos estrechó la mano y nos hubiese abrazado si
su dignidad personal, afectada vivísimamente por lo que
pensaba decirnos, se lo hubiera impedido.
La ceremonia de presentación fue breve. Nos
sentamos, cada uno de nosotros con el fusil entre las
piernas. En sustancia, lo que nos dijo Companys fue lo
siguiente:
“–Ante todo, he de deciros que la C.N.T.
y la F.A.I. no han sido nunca tratadas como se merecían
por su verdadera importancia. Siempre habéis sido
perseguidos duramente; y yo, con mucho dolor, pero
forzado por las realidades políticas, que antes estuve
con vosotros, después me he visto obligado a enfrentarme
y perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad y de
Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los
militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en
es momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de
los pocos o muchos hombres leales de mi partido y de los
guardias y mozos…”
Meditó un momento Companys, y prosiguió
lentamente:
“–Pero la verdad es que, perseguidos
duramente hasta anteayer, hoy habéis vencido a los
militares y fascistas. No puedo pues, sabiendo cómo y
quiénes sois, emplear lenguaje que no sea de gran
sinceridad. Habéis vencido y todo está en vuestro poder;
si no me necesitáis o no me queráis como Presidente de
Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un
soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el
contrario, creéis en este puesto que sólo muerto hubiese
dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los
hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser
útil en esta lucha, que si bien termina hoy y mi
prestigio en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo
terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y
con mi lealtad de hombre y de político que está
convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno,
y que desea sinceramente que Cataluña marche a la cabeza
de los países más adelantados en materia social.”
En aquellos momentos, Companys hablaba con
una evidente sinceridad. Hombre dúctil, y más que dúctil
realista, que vivía profundamente la tragedia de su pueblo
salvado de la esclavitud secular por el esfuerzo anarquista,
empleaba el lenguaje que exigían las circunstancias, y se
situaba a la dificilísima altura de las mismas, en un gesto
único de dignidad y comprensión, de las que tan faltas han
estado los políticos españoles. Companys, sin cobrarle miedo
a la Revolución, pensando lógicamente que la propia
Revolución llegaría a comprender lo posible y lo imposible
de las circunstancias, hacía un esfuerzo por situarse
dignamente, como catalán que comprendía que había sonado la
gran hora para su país, y como hombre de pensamiento liberal
avanzadísimo, que no temía a las más audaces realizaciones
de tipo social, siempre que éstas estuviesen fundamentadas
en la realidad viva de las posibilidades.
Nosotros habíamos sido llamados para
escuchar. No podíamos comprometernos a nada. Eran nuestras
organizaciones las que habían de decidir. Se lo dijimos a
Companys. Los destinos de España –y nunca se apreciará bien
en todo su alcance el papel jugado por Companys y nuestras
organizaciones en aquella histórica reunión– se decidían en
Cataluña, entre el Comunismo libertario, que era igual a
dictadura anarquista, y la democracia, que significa
colaboración.
ARRIBA
Companys nos dijo que en otro salón estaban
esperando los representantes de todos los sectores
antifascistas de Cataluña, y que si nosotros aceptábamos,
que él, siendo Presidente de la Generalidad, nos reuniese a
todos, nos hacia una proposición con vistas a darle a
Cataluña un órgano apto para proseguir la lucha
revolucionaria hasta afianzar la victoria.
En nuestro cometido de agentes y de
informadores, aceptamos asistir a la reunión propuesta. Esta se
celebró en otro salón, donde, como ya nos había dicho Companys,
aguardaban algunos representantes de “Esquerra Republicana”, “Rabassaires”,
“Unió Republicana”, P.O.U.M. y Partido Socialista. Los nombres
los recuerdo muy mal, ya sea por la precipitación y el cansancio
de aquellos momentos, ya porque realmente no los conociera. Nin,
Comorera, etc., etc. Companys nos expuso la conveniencia de ir a
la creación de un Comité de Milicias que tuviese el cometido de
encauzar la vida de Cataluña, profundamente trastornada por el
levantamiento fascista, y procurase organizar fuerzas armadas
para salir a combatir a los rebeldes donde se presentasen, ya
que, en aquellos momentos de confusión nacional, se ignoraba
todavía la situación de las fuerzas combatientes.
A la colaboración, por la democracia, y contra
toda solución dictatorial revolucionaria
Los acuerdos de la C.N.T. y de la F.A.I. a los
problemas planteados por el Presidente Companys, fueron de una
enorme trascendencia. A un cuestionario formulado por el
Presidente de una Cataluña que había sido salvada de la
esclavitud, por fuerzas no integradas en el Gobierno, respondían
nuestras organizaciones con acuerdos que descubrían
inopinadamente la madurez revolucionaria y el sentido
constructivo de unas fuerzas que, aunque mayoritarias en el
país, su capacidad rectora habíase mantenido, hasta entonces,
alejadas de la directa responsabilidad gubernamental,
completamente inédita.
La C.N.T. y la F.A.T. se decidieron por la
colaboración y la democracia, renunciando al totalitarismo
revolucionario que había de conducir al estrangulamiento de la
Revolución por la dictadura confederal y Anarquista. Fiaban en
la palabra y en la persona de un demócrata catalán y mantenían y
sostenían a Companys en la Presidencia de la Generalidad;
aceptaban el Comité de las Milicias y establecían una
proporcionalidad representativa de fuerzas para integrarlo que,
aunque no justas –se le asignaron a la U.G.T y Partido
Socialista, minoritarios en Cataluña, iguales puestos que a la
C.N.T. y al Anarquismo triunfantes– suponían un sacrificio con
vistas a conducir a los partidos dictatoriales por la senda de
una colaboración leal que no pudiese ser turbada por
competencias suicidas.
ARRIBA
Por decreto del Presidente de la Generalidad
se constituyó el “Comité Central de les Milícies
Antifeixistes de Catalunya”. Su composición era altamente
popular y antifascista. Nosotros aceptamos la proposición de
Companys y no hicimos objeción a ningún sector antifascista.
Éramos la fuerza mayoritaria sobre la que tenía que
descansar el ensayo de constituir una verdadera democracia y
no quisimos imitar a los peces gordos y presuntuosos, a
quienes no deja dormir tranquilos el afán de devorar a los
peces pequeños. El Comité de Milicias fue integrado,
representando o no a verdaderas fuerzas, por la
Confederación Nacional del Trabajo y F.A.I., por la
“Esquerra”, “Rabassaires” y “Unió Republicana”; P.O.U.M.,
Partido Socialista y U.G.T. Tuvo un comisario delegado de la
Generalidad, llamado Prunés, y un jefe militar nombrado
también por Companys, cuyo nombramiento recayó en Pérez
Farrás.
El Comité se instaló inmediatamente en un amplio
y nuevo edificio de la Plaza de Palacio, ocupado por la Escuela
de Náutica. Organizó y llevó a cabo con rapidez sorprendente las
primeras expediciones de milicianos al frente de Aragón. Tres de
sus miembros, Durruti, Pérez Farrás y Del Barrio, tomaron el
mando directo de dos sectores de lucha en esta primera salida de
fuerzas. Del mismo Comité, y en expediciones sucesivas, fuimos
al frente, yo, García Oliver, Rovira y Durán y Rosell. Todos los
viejos resortes de la vida social, política, jurídica y
económica de Cataluña se derrumbaron estrepitosamente a causa
del cataclismo social. El Comité de Milicias, órgano vivo y
popular, verdadera representación de las masas proletarias, tuvo
que hacer frente a la guerra, creando precipitadamente, en una
actuación de algunos de sus hombres que no conocieron el
descanso, todo cuanto la guerra necesitaba y que no existía en
Cataluña. Organización de ejércitos, creación de Escuelas de
guerra, Sanidad militar, abastecimiento, transportes, industrias
de guerra, dirección de las operaciones, etc., etc.
En proporción, los hombres del Comité de
Milicias que estaban preparados y que dieron un mayor
rendimiento en la grandiosa obra de consolidar la independencia
y la libertad de Cataluña, fueron los de la C.N.T. y F.A.I.,
organizadores incansables, verdaderos esclavos del trabajo; les
siguieron los de la “Esquerra”, “Rabassaires”, “Unió
Republicana”, P.O.U.M. y luego, al final de todos en el
esfuerzo, los hombres de la Unión General de Trabajadores y del
Partido Socialista Unificado.
Por el Comité de Milicias pasaron Durruti y
García Oliver, Aurelio Fernández, Asens, Santillán y Marcos
Alcón, representando a la C.N.T.-F.A.I.; Miratvilles, Aiguader,
Solá y Tarradellas, por la “Esquerra”; Torrents, por “Rabassaires”;
Fábregas, por “Unió Republicana”; Gorkín, Rovira y Gironella,
por el P.O.U.M.; Del Barrio, Vidiella, Miret, García, Durán
Rossell, etc., por U.G.T. y Socialistas.
El Comité tuvo tres colaboradores militares de
verdadera importancia y de absoluta lealtad; los hermanos
Guarner y el coronel Giménez de la Verasa; aquéllos, aptos para
la organización y dirección de las fuerzas armadas que se
creaban, y especializado el coronel en artillería y producción
militar. El Comité impulsó la creación de la industria de
guerra, llevando a ella hombres de la C.N.T. que, como Vallejo y
Martín, han realizado la obra maravillosa de transformar en poco
tiempo nuestras industrias metalúrgicas y químicas en industrias
de guerra siendo utilísimos para la guerra y la Revolución hoy y
para el porvenir de la industria catalana cuando la guerra
termine.
El Comité mandó crear la red de fortificaciones
de Cataluña, salvaguardia de nuestras libertades y garantía para
nuestros frentes, no atacados hasta hoy por el enemigo porque
prefiere atacar aquellos otros frentes que la imprevisión dejó
indefensos.
El Comité organizó las fuerzas de seguridad
interior que permitieron crear rápidamente un orden nuevo y
revolucionario. Aurelio Fernández y Asens, de la C.N.T.-F.A.I.;
Fábregas, de “Unió Republicana”, y González, de la U.G.T.,
trabajaron incansablemente en este sentido. Miratvilles organizó
con una competencia hasta hoy no igualada en España, la Sección
de Propaganda.
Tarradellas llevó su impulso formidable a las
industrias de guerra. Torrents, de los “Rabassaires”, organizó,
con paciencia inigualable, los aprovisionamientos militares.
Durán Rossell, con Marcos Alcón, organizaron los transportes.
Santillán, Severino Campos y Sanz organizaron las Milicias que
salían para el frente. Yo era secretario general del
Departamento de guerra, del que salía el hálito vivificador de
toda aquella magna empresa.
Mientras tanto, en Aragón, dependiendo
directamente del Comité de Milicias, Ortiz, Durruti, Jover, Del
Bario, y Rovira reconquistaban palmo a palmo pueblos y tierras
sometidos a la esclavitud fascista no perdiendo nunca un
kilómetro de terreno llevando siempre adelante la guerra de
liberación, poniendo de esta manera los campos, fábricas y
hogares, lejos de la devastación y de la muerte.
El Comité de Milicias fue un gran órgano que
tuvo Cataluña bajo cuya dirección alcanzó un relieve
insospechado y afirmó, como jamás lo hiciera, que Cataluña es un
pueblo digno de la Libertad.
ARRIBA
La prolongación de la guerra, con sus
repercusiones internacionales; la existencia de un Comité
que actuaba y era acatado como un verdadero gobierno, y de
un Gobierno de la Generalidad eclipsado y hasta anulado por
un Comité, determinaron un cambio profundísimo en la vida
política y social de Cataluña: la incorporación de la C.N.T.
al Gobierno de la Generalidad. ¿Objetivo? Proseguir, desde
el Gobierno, la obra grandiosa del Comité de Milicias.
Cuando triunfemos de la guerra que sostenemos
contra el fascismo internacional, será el momento de analizar si
Cataluña salió ganando o perdiendo con la desaparición del
Comité Central de Milicias. Hoy me gustaría poder recordar aquí
–y es lamentable que no se tomase taquigráficamente– el corto
discurso que pronuncié (Juan García Oliver) ante el pleno del
Comité Central de Milicias en ocasión de reunirse para acordar
su disolución. Los que estaban presentes, saben que en todo mi
discurso prevaleció una nota amarga inspirada por la inquietud
del porvenir, que amenazaba ya ser de discordias entre la
familia antifascista y que, de prevalecer, sería dudosa la
victoria material de la lucha que sosteníamos contra el fascismo
y cierta la imposibilidad de crear una Cataluña grande y una
España admirada en el Mundo entero.
ARRIBA
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