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Actualizada: 21 de Septiembre de 2013.    

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  Los Organismos Revolucionarios


 El Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña


Por Eduardo Palomar Baró.


 



Terminados los últimos combates protagonizados el 19 de Julio de 1936 en Barcelona, la CNT se había convertido en el árbitro indiscutible de la situación. El gobierno de la Generalitat se encontraba completamente desacreditada frente a los trabajadores. El ejército, con la mayoría de sus oficiales y suboficiales, partidarios del golpe, había sido aplastado en los combate. Las unidades que se habían mantenido fieles a la República, habían sufrido el efecto boomerang y con el decreto Giral, prácticamente se habían disuelto. Los soldados, desertaban o se unían, contagiados por el entusiasmo popular, a los grupos de revolucionarios armados. La situación en las filas de la Guardia civil y del resto de cuerpos policiales era similar. El gobierno autónomo catalán, completamente marginado por la oleada revolucionaria, carecía de los instrumentos necesarios para imponer su autoridad.

Sin embargo, el presidente Lluís Companys, no estaba solo. Las organizaciones que formaban el Frente Popular (Front d'Esquerres en Catalunya), desbordadas por la situación, intentaban reagrupase en torno a la Generalitat, buscando su supervivencia política ante un movimiento revolucionario que todo lo devoraba. Las fuerzas que apoyaban a Companys, significaban muy poco en aquellos momentos, para poder servir de contrapeso al anarcosindicalismo victorioso.

Los partidos obreros catalanes del Frente Popular, el Partido Comunista de Catalunya (PCC), la Federación Catalana del PSOE, la Unió Socialista de Catalunya (USC) y el Partit Català Proletari (PCP), acordaron acelerar el proceso de unificación, que estaba en marcha desde hacía varios meses. Así, sin ningún tipo de Congreso de las bases que lo sancionara y de forma completamente improvisada, nacía el 24 de Julio, el Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC). El nuevo partido, de la misma forma que, poco antes lo habían hecho las Juventudes Socialistas unificadas (JSU), se adhirió a la III Internacional, estalinizada.

Sin embargo, y pese al reagrupamiento producido, el Partido Socialista Unificado, poco podía contar en la nueva situación, frente a un movimiento revolucionario triunfante, que había desbordado al gobierno y que había empezado a construir, sus propios organismos de poder.

El día 20 de Julio, Companys solicitó una entrevista con una delegación de representantes de la CNT y de la FAI. Su intención era conseguir el apoyo del anarcosindicalismo, sin el que resultaba utópico iniciar la recuperación del poder perdido.

La asamblea de la CNT-FAI, fue convocada el mismo día por la tarde, en los locales incautados a la patronal catalana, el Fomento Nacional del Trabajo (y que se habían convertido en la residencia de la Regional Catalana). El plenario fue organizado para discutir los resultados de la entrevista con Companys y la situación que se había abierto con la derrota de los militares. En él, pronto se reflejaron las divisiones que existían latentes en el seno del anarcosindicalismo. Juan García Oliver, defendía la necesidad de proclamar el Comunismo Libertario y de “ir a por el todo”, Diego Abad de Santillán se manifestaba partidario de la colaboración con el resto de fuerzas políticas que habían intervenido en la lucha. Entre ambas posturas, existía una intermedia, la de Manuel Escorza, que planteaba utilizar a la Generalitat para legalizar las conquistas revolucionarias, apoyándose en el aplastante predominio del anarcosindicalismo entre los trabajadores, para desprenderse de ella, cuando las circunstancias lo aconsejaran. La postura de Escorza, opuesta a la de Diego Abad de Santillán porque negaba cualquier pacto con la Generalitat, consiguió el apoyo de la organización comarcal del Baix Llobregat. Finalmente, se decidió enviar una delegación para entrevistarse con Companys, y conocer cuáles eran sus propuestas.

En la entrevista, el presidente catalán adoptó una actitud astuta y prudente. Reconoció lo que era más que evidente, su derrota política y la victoria de los revolucionarios, para, seguidamente, poner su cargo a disposición de los triunfadores. La postura de ofrecer la dimisión de un cargo que había perdido toda autoridad política era más que un gesto patético, estaba cargada de intencionalidad política. Si los libertarios tomaban la actitud de ir a todo por el todo, la Generalitat y las organizaciones catalanas del Frente Popular no tendrían futuro. Si por el contrario, la CNT decidía colaborar, se ganaría el tiempo necesario para preparar las condiciones que permitiesen a la Generalitat, recuperar el poder perdido.

Companys realizaba una gran maniobra para salvar las instituciones del poder y con ellas la propia política que en aquel momento estaba vencida. Luis Companys salvaba las instituciones y salvaba, con ellas, su concepción ideológica.

Los delegados de la CNT y de la FAI se negaron a comprometerse hasta que el Plenario Sindical decidiera. Companys los hizo pasar a otra sala, donde esperaban los representantes del Frente Popular y el POUM. El presidente de la Generalitat propuso la formación de un Comité de Milicias Ciudadanas, para “encauzar la vida de Catalunya”, y para organizar la lucha contra los insurrectos, en aquellos lugares donde éstos todavía no habían sido aplastados. La propuesta iba destinada a subordinar a los anarcosindicalistas al carro de su política. Sin embargo, la profunda transformación revolucionaria que se estaba desarrollando, iba a frustrar por el momento, sus planes.

A pesar de que los libertarios victoriosos retrocediesen frente al poder, iban a imponer su propia concepción de lo que debía ser el Comité Central de Milicias. El nuevo organismo iba a dirigir el poder durante los siguientes meses, asumiendo la dirección política, económica y militar de Catalunya, mientras que la Generalitat pasaría a ser un organismo simbólico, desprovisto de toda autoridad tangible.

Poco antes de la entrevista con la delegación anarcosindicalista, el presidente Companys había realizado otra reunión similar con los representantes de las organizaciones del Front d'Esquerres (ERC, AC, UGT, Unió de Rabassaires , el Comité de enlace del nuevo PSUC) y con el POUM, (que mantenía una posición ambigua). En la reunión se acordó crear un gobierno de concentración, en el que se integrarían todas las organizaciones presentes. También se decidió la formación de milicias populares que serían las encargadas de sustituir al viejo ejército, y que estarían dirigidas por el nuevo gobierno. Solo Andreu Nin estaría en desacuerdo con estos planes. El secretario del POUM argumentó que sin el acuerdo de los anarquistas, verdaderos dueños de la situación, cualquier plan era irrealizable, y que por lo tanto, habría que esperar su respuesta definitiva.

Companys rechazó la posibilidad, sugerida por Joan Comorera, de utilizar las nuevas milicias ciudadanas (que por otra parte, estarían integradas principalmente por militantes libertarios y poumistas) contra la CNT, consciente de que el combate sería demasiado desigual, para poder pensar en la posibilidad de éxito.

El día 21, el Comité regional de la CNT acordó aceptar provisionalmente, la propuesta de Companys. Sin embargo, se reservaban el acuerdo sobre la participación de cada sector en el nuevo organismo, y aplazaban la respuesta definitiva al Plenario que debía realizarse.

Contando con el apoyo de las organizaciones del Frente Popular y con la aceptación provisional de su propuesta de los dirigentes de la CNT y de la FAI, Companys consideró que podía dar un nuevo paso en la recuperación del poder. El mismo día, el Boletín Oficial de la Generalitat publicaba un decreto por el que se creaban “las milicias ciudadanas, para la defensa de la República”. Su jefe sería el comandante Enrique Pérez Farrás, que estaría subordinado al Conseller de Defensa, Lluis Prunés i Sato. El Comité de las Milicias Ciudadanas, propuesto por Companys a la CNT, se revelaba como un simple organismo de enlace de las diferentes organizaciones antifascistas, que estaría subordinado a la autoridad política de la Generalitat.

En el Pleno de las Federaciones locales y comarcales, después de que la delegación que se había entrevistado con Companys, explicara el contenido de la entrevista, las posturas aparecidas en la primera asamblea volvieron a reaparecer de nuevo. La posición colaboracionista, defendida por Abad de Santillán, Federica Montseny y por otros militantes prevaleció sobre la de García Oliver y de la delegación del Baix Llobregat, que defendían la instauración inmediata del comunismo libertario y la liquidación del Comité Central de Milicias. La postura radical consideraba la aceptación de las propuestas de Companys como una claudicación, en un momento en el que las fuerzas revolucionarias habían alcanzado la victoria. Los colaboracionistas argumentaron que la implantación del comunismo libertario, en aquellos momentos, sería caer en la tentación dictatorial, que entraba en franca contradicción con los principios del anarquismo. Federica Montseny consideró que esta situación sería finalmente salvada por las mismas masas revolucionarias, desde la calle. La misma participación en el Comité Central era ya, en sí, una concesión, y éste debería ser abandonada, tan rápidamente como las circunstancias lo hicieran posible.

Diego Abad de Santillán argumentó que la instauración del comunismo libertario solo serviría para desencadenar la intervención de las potencias imperialistas europeas. En esta situación, la participación en el Comité Central de Milicias solo podía tener efectos positivos para la CNT, sin perjuicio de gobernar desde la calle, pero sin caer en tentaciones dictatoriales.

El áspero debate entre colaboracionistas e intransigentes terminó con la victoria de los primeros. Solo la agrupación del Baix Llobregat votaría a favor de la propuesta presentada por García Oliver de continuar el proceso revolucionario hasta las últimas consecuencias. El resto de las delegaciones asistentes, votaron por la colaboración en el seno del nuevo organismo de poder.

El lenguaje y los argumentos, confusos y contradictorios, expresaban el profundo desconcierto que reinaba entre las filas anarcosindicalistas. Tanto la CNT, como la FAI, se encontraban desarmadas políticamente, para enfrentarse a los hechos que se estaban desarrollando. Toda la larga tradición de apoliticismo y de rechazo total a cualquier forma de poder, se volvía ahora contra ellos. Sin pretenderlo, y en circunstancias que ellos no esperaban, tenían el poder en sus manos, un poder que no deseaban y con el que tampoco sabían que hacer.

El anarcosindicalismo carecía de política ante el poder, y era la realidad, la que les obligaba a improvisarla. Es significativa la confesión que hizo, Helmut Rüdiger, representante en Barcelona de la AIT, frente a las críticas que hacían los anarquistas extranjeros a la CNT española:

“Los que dicen que la CNT tenía que establecer su dictadura en 1936 no saben lo que exigen,... Entonces, la CNT debía tener un programa de gobierno, de ejercicio de poder, un plan de economía autoritariamente dirigida y experiencia en el aprovechamiento del aparato estatal... Todo eso no lo tenía la CNT, pero los que creen que la CNT debía realizar su dictadura tampoco poseen este programa ni para su propio país, ni para España. No nos engañemos: de haber poseído un semejante programa antes del 19 de Julio, la CNT no hubiera sido la CNT, sino un partido bolchevique. De haber aplicado semejantes prácticas en la revolución hubiera dado el golpe mortal definitivo al anarquismo”.

Careciendo de programa, los dirigentes de la CNT-FAI se negaron a tomar el poder y permitieron que la Generalitat sobreviviera, seguros de que su fuerza, impediría que el gobierno catalán recuperara su antigua autoridad perdida.

Aunque las bases libertarias no fueron consultadas, es difícil negar que los cuadros de la CNT-FAI, reunidos en aquel Plenario representaban la sensibilidad de la mayor parte de la militancia, por lo menos en aquellos momentos de desconcierto. Las circunstancias del momento, difícilmente podían permitir la celebración de una Asamblea más democrática. Sin embargo esta falta de representatividad acabaría convirtiéndose en permanente. En aquellos momentos, tanto las bases como los cuadros dirigentes vivían todavía la euforia de las jornadas de Julio. Creían que la colaboración con Companys y con las organizaciones del Front d'Esquerres, sólo sería un alto en el camino de la revolución y que no sería necesario romper su alianza con los partidarios de la República. No se daban cuenta de que esta política acabaría ahogando a la misma revolución que pretendían defender.

 

ARRIBA    



 

El Comité Central de Milicias Antifascistas había existido más de dos meses. Durante todo este período había sido el poder indiscutible e indiscutido en toda la Cataluña revolucionaria. El Comité había encarnado, durante todo este tiempo, la realidad política existente, la dualidad o multiplicidad de poderes. El organismo que centralizaba el poder en toda Cataluña era, sin embargo, fruto de la renuncia a ejercer el poder por parte de los triunfadores indiscutibles de las jornadas de Julio: los anarcosindicalistas. La Junta que representaba la cúspide del poder territorial se había conformado a partir de un pacto entre los órganos dirigentes de los partidos y sindicatos “antifascistas”. La multitud de comités revolucionarios locales que habían surgido en toda la geografía catalana quedaron marginados del proceso. Las bases organizadas de los partidos y sindicatos, y la población trabajadora en general no tuvieron ninguna representación directa, o en todo caso si la tuvieron fue de forma muy indirecta, en el Comité Central de Milicias. El movimiento revolucionario que acababa de triunfar, quedaba al margen de lo que constituía la cúspide del poder, que era donde realmente se decidía el destino de la revolución.

Este cuadro existente hacía que la situación de duplicidad de poderes: el combate entre los partidarios de la revolución de los comités y los de la contrarrevolución democrático-republicana, se decidiera a través de las decisiones de los dirigentes de las diferentes organizaciones. La revolución no podía permitir la existencia de la dualidad de poderes durante un tiempo indeterminado. La extrema inestabilidad tenía que resolverse rápidamente hacia uno de los dos extremos. A pesar del compromiso existente entre anarquistas, poumistas, catalanistas y socialistas unificados, se adivinaba el futuro e inevitable enfrentamiento que iba a producirse entre las dos fracciones en las que se encontraba dividido el panorama político catalán.

Los objetivos de ambas corrientes eran demasiado antagónicos para que pudiera existir un compromiso entre ellas. La dualidad de poderes no era otra cosa que el velado combate a muerte entre las dos fracciones en las que se encontraba dividido el campo republicano. El resultado de este enfrentamiento iba a orientar decisivamente el rumbo de la revolución e influiría, de manera muy importante, en el resultado de la guerra. Sin duda alguna, la victoria o la derrota de cada una de las fracciones dependían principalmente de la claridad y la audacia de cada una de ellas.

Paradójicamente, la disolución del Comité Central no acabaría con la duplicidad de poderes existente. Pese al decisivo reforzamiento del gobierno catalán, provocado por la entrada de las organizaciones obreras en su seno, el movimiento revolucionario siguió manteniendo durante todo un período de tiempo sus propios organismos de poder (milicias, patrullas de control, comités locales, colectivizaciones). La integración de las organizaciones obreras en la Generalitat fue el inicio de una situación en la que la preponderancia del movimiento obrero tocaba a su fin.

Sin embargo, se puede decir que el gobierno de Catalunya está en crisis desde el primer momento. No ha habido manera de que pudiera ser obedecido por la clase trabajadora de toda Cataluña. El hecho no tiene nada de sorprendente.

Un gobierno de transición como éste no puede ser, naturalmente, un gobierno fuerte capaz de imponer un orden en el país, que refleja todas las vacilaciones propias de la situación. Las principales divergencias han surgido sobre la cuestión militar y la cuestión del orden público.

El hecho de que el mismo Comité Central de Milicias fuera un organismo de carácter burocrático, y de que los organismos revolucionarios sólo estuvieran ligados a su autoridad por medio de la que tenían los partidos y sindicatos obreros, hizo que éstos no se sometieran automáticamente a la autoridad del nuevo gobierno. A pesar de la capitulación de la CNT-FAI y del POUM, estas organizaciones no estaban dispuestas a aceptar voluntariamente la liquidación de la revolución de la que ellos se reclamaban.

El período siguiente se iba a caracterizar por la ofensiva de un estado republicano restablecido, en pugna con los organismos revolucionarios, herederos del período anterior, que se resistían a someterse y a aceptar su desmantelamiento.

La supervivencia de la dualidad de poderes también se explica por la naturaleza burocrática de la decisión de disolver el Comité de Milicias Antifascistas.

En los dos meses largos de la existencia del Comité Central de Milicias, el anarcosindicalismo hegemónico se había batido continuamente en retirada. La CNT y la FAI, claras triunfadoras de las jornadas de Julio, se encontraron sumergidas en una situación revolucionaria que no esperaban y ante la que no se encontraban preparados. Medio siglo de rechazo absoluto de cualquier forma de poder y de sobrevaloración de las virtudes del espontaneísmo obrero trabajaban en su contra.

La incompetencia política de los líderes de la CNT, les impidió comprender sobre los hechos el sentido del episodio, y se dejaron desplazar sin mayores esfuerzos, de posiciones políticas que la revolución había conquistado en Julio del 36.

En efecto, no solo el dogma antiestatalista influyó en la línea política de los representantes libertarios. El desprecio tradicional hacia el poder político se combinaba con la creencia de que el control de la economía era suficiente para volver irreversible la situación revolucionaria a la que habían llegado.

Dominando las calles y dirigiendo a la inmensa mayoría del proletariado catalán, la disolución del Comité de Milicias que nunca habían aceptado por completo y la integración en una Generalitat, en la que ellos controlaban los principales departamentos, no pasaba de ser una simple reestructuración. Lo importante era conseguir las armas necesarias para el frente, el dinero y las divisas para el funcionamiento de la economía colectivizada. Una vez alcanzada la victoria, ya habría tiempo para acabar con un Estado republicano que había mostrado su incapacidad histórica para satisfacer las demandas de la población trabajadora.

El anarcosindicalismo se encontraba en una situación políticamente muy delicada. La negativa a tomar el poder seguía siendo tajante, sin embargo, entregarlo por completo a sus adversarios del Frente Popular significaba dejar sus manos completamente libres para poder atacar las bases revolucionarias que se habían conseguido en los meses anteriores. La falta de otras alternativas había reforzado a los partidarios del colaboracionismo, que consideraban necesario romper los principios ideológicos tradicionales para evitar, desde sus puestos en el nuevo gobierno, las posibles maquinaciones de sus adversarios. Paradójicamente, los principios en nombre de los cuales se había renunciado a tomar el poder durante las jornadas de julio, ahora se rompían para pasar a formar parte de un gobierno que pretendía restablecer el viejo orden republicano y liquidar la revolución.

El hecho de que los dirigentes libertarios, ahora convertidos en consejeros de la Generalitat, pidieran a sus bases, obediencia hacia las decisiones del nuevo gobierno, provocó fuertes tensiones y un constante aumento del descontento en la CNT que perduraría hasta el final de la contienda.

Frente a las vacilaciones y el desconcierto del anarquismo, el POUM se mostró incapaz de adoptar una línea completamente independiente, que pudiera conducirlo al enfrentamiento con la dirección cenetista.

Fiel a su visión tradicional de la revolución española, por la que consideraba al anarcosindicalismo y al socialismo de izquierdas como los principales ejes organizativos por los que ésta iba a desarrollarse, el POUM se auto asignó el papel de consejero de los dirigentes de la CNT. La revolución sólo podría llevarse a cabo arrastrando al anarquismo y al largocaballerismo hacia posiciones consecuentemente revolucionarias. Esta táctica y el menosprecio hacia la multitud de comités revolucionarios, que para el POUM jugaban un papel secundario en la cuestión del poder (táctica que había heredado del maurinismo del BOC, que consideraba que los organismos soviéticos eran extraños al carácter de la revolución española) se convirtieron en una trampa mortal.

Ante el retroceso de la dirección anarquista que significaba su aceptación de disolver el Comité Central de Milicias, los dirigentes del poumismo optaron por seguir sus pasos, con la esperanza de poder reconducir la situación desde el nuevo gobierno de colaboración. De esta manera y prisionero de sus compromisos, el POUM tendría que dar su visto bueno al proceso de desmantelamiento de los organismos que habían surgido con la revolución, sin ser capaz de evitarlo.

En contrapartida a la desorientación que expresaban el anarquismo y el poumismo, el ala derecha del Comité Central de Milicias, el PSUC-UGT y ERC, demostraban una gran comprensión de la evolución de la situación revolucionaria y mantenían una línea política y unos objetivos mucho más claros que sus adversarios. La revolución de Julio había reducido a cenizas a la mayor parte del aparato del estado republicano. La policía, el ejército, los ayuntamientos, el estamento judicial y la burocracia, todo se había derrumbado ante el vendaval revolucionario desatado. Desde los inicios de la guerra, Lluís Companys y las organizaciones del Front d'Esquerres habían dirigido todos sus esfuerzos a limitar el alcance de la revolución y a reconstruir el viejo aparato estatal. Sin embargo, todos sus planes de restauración no podrían llevarse a cabo sin la colaboración de las organizaciones más radicales, la CNT-FAI y el POUM.

La disolución del Comité Central de Milicias era un gran triunfo para los partidarios de la restauración republicana, sin embargo, el movimiento revolucionario todavía no había sido vencido. Era necesario proceder con cautela, utilizar la nueva autoridad moral y política con la que contaba el nuevo gobierno unificado para seguir recuperando, paulatinamente, el terreno perdido. “Treball”, el órgano central del Partido Socialista Unificado de Catalunya no podía ocultar su enorme satisfacción por el logro conseguido y exigía que el movimiento revolucionario se supeditase a la autoridad del nuevo gobierno de la Generalitat.

Los dirigentes del PSUC no perdían el tiempo y aprovecharon la oportunidad para arremeter contra los sectores revolucionarios que pretendían proseguir las expropiaciones, de forma espontánea o siguiendo las directrices de sus propios sindicatos. En las páginas de “Treball” se exigía que se paralizase la oleada colectivizadora y que la miríada de comités existentes se sometieran a la autoridad política del gobierno de la Generalitat.

Durante el período de existencia del Comité Central de Milicias, la línea del bloque del Front d'Esquerres había tenido dos ejes fundamentales: primero, una serie de operaciones, de maniobras y de tiras y aflojas, destinadas a comprobar hasta donde estaban dispuestos a llegar los dirigentes de la CNT-FAI-POUM, divididos entre sus deseos de mantener la unidad antifascista a toda costa y su fidelidad a las demandas de sus propias bases sociales; y segundo, aprovechar el compromiso que había dado lugar al Comité Central de Milicias, para evitar cualquier respuesta organizada de los sectores revolucionarios, descontentos por los avances del orden republicano. La disolución del Comité de Milicias significaba un gran paso en el logro de sus objetivos políticos.

La integración en el nuevo gobierno de la Generalitat daría lugar a un nuevo período, que se caracterizaría por la ofensiva de los sectores partidarios del orden republicano y de la “revolución democrático-burguesa”, y también por la decadencia de un movimiento revolucionario que vería como, una por una, le serían arrebatadas sus conquistas.

Al ingresar en el gobierno de Catalunya devolvió a éste una parte del poder efectivo que había perdido. La Generalitat recobró su vida política y su fuerza. Todas las coyunturas, internacional, española y catalana, contribuían a debilitar a la CNT. La confederación decidió al fin prestar sus fuerzas a la Generalitat, pero pronto tuvo que ponerlas al servicio de una política antirrevolucionaria.

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“Fragua Social”

En julio de 1936 milicianos valencianos incautaron el diario “Las Provincias” y en sus talleres imprimieron el inicialmente unitario “Fragua Social”, que posteriormente quedaría como órgano de la CNT en Valencia. Como todos los periódicos de militancia tuvo escasa tirada hasta que el gobierno republicano se trasladó a Valencia, pasando la cabecera a representar a la CNT nacional. Era su director Manuel Villar Mingo. Dejó de editarse en 1939, reapareciendo clandestinamente, y en la democracia salió por temporadas.

“Solidaridad Obrera”

Considerada la principal cabecera periodística del sindicalismo anarquista español, aparece en Barcelona como publicación semanal el 19 de octubre de 1907, tomando el título de la recién creada federación sindical catalana Solidaridad Obrera, de la que será su órgano y en cuya fundación tuvo una intervención destacada Anselmo Lorenzo (1841-1914), “abuelo” del anarquismo español. Desde 1911, tras la constitución de la Confederación Nacional del Trabajo de España (CNT), será portavoz de esta, y órgano de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, en la que se había convertido el anterior sindicato Solidaridad Obrera, y que será la más importante de este movimiento en España. Desde su nacimiento tendrá una vida llena de dificultades, tanto por su pobreza de medios en sus casi tres primeras décadas, pero siempre por la multitud de denuncias, multas, secuestros y suspensiones que padecerá, no sólo durante los gobiernos de la Monarquía, especialmente en el periodo de la dictadura primoriverista, sino en los de la II República. A pesar de que también en sus primeros años tuvo escasa tirada, por el público a la que iba dirigida, por su carencia de alfabetización, pero suplida esta por las lecturas colectivas, en enero de 1916 se convertirá en un diario de la mañana, manteniendo su ideal libertario y apolítico y de lucha a favor de la emancipación del proletariado y la abolición del capital y del Estado.

Tras el largo silencio impuesto al anarcosindicalismo por el Directorio primoriverista, la “Soli” –este es el apelativo con la que se la conocerá y suspendida desde mayo de 1924–, reaparecerá el 31 de agosto de 1930, iniciando una VI época, con nueva secuencia de año y número. La colección de la Biblioteca Nacional de España sólo conserva de esta etapa su número correspondiente al 12 de mayo de 1931, un ejemplar de ocho páginas compuesto a cinco columnas, en el que resaltan dos secciones: la regional y la sindical, y en cuya cabecera estampa las siglas AIT, correspondientes a la Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional). Desde su reaparición, su director venía siendo Juan Peiró Belis (1887-1942), que pronto será sustituido por el escritor y periodista faista Felipe Aláiz de Pablo (1887-1959), como resultado del triunfo de las tesis de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), fundada en 1927, en la disputa en el interior del anarcosindicalismo español. Aláiz a su vez será sustituido posteriormente por el periodista José Robusté (1900-), cercano en ese momento a Ángel Pestaña (1886-1937), entonces secretario general de la CNT, que también había dirigido el diario entre 1917 y 1918. Hasta el segundo año del periodo republicano se pueden contabilizar hasta cerca de una decena de directores de Solidaridad Obrera.

Todos los demás números de la colección (incompleta) pertenecen ya al periodo de la guerra civil. El primero de este periodo corresponde al 8 de agosto de 1936. El apoliticismo del movimiento anarcosindicalista y libertario se había roto previamente votando masivamente en las elecciones de febrero de ese año al Frente Popular, tras el acuerdo de CNT con la Unión General de Trabajadores (UGT), el otro gran sindicato del periodo, de carácter socialista. Pero durante el periodo de guerra en el seno del movimiento anarcosindicalista pugnarán los defensores de su incorporación a las instituciones de Gobierno republicano y las que la rechazaban. En este periodo estuvieron al frente de la redacción del diario Liberto Callejas (1884-1969) y Jaime Balius (1904-1980), y desde 1937 asumirá su dirección el periodista Jacinto Torío –Toryho o Torhyo– Rodríguez (1902-1989), hasta que en la primavera de 1938 fue sustituido por Josep Viadiu (1890-1973).

Ya durante la guerra, desde su número 1.712, correspondiente al trece de octubre de 1937, empezará a sacar tres ediciones diarias, y llegará a alcanzar los 220.000 ejemplares, convirtiéndose en el periódico de mayor tirada de España.

El número 2.103, del domingo 22 de enero de 1939, es el último de la colección de la Biblioteca Nacional de España, con la secuencia IV época y año IX. Debió dejar de publicarse el 25 de enero de ese año, con la entrada de las tropas nacionales en la ciudad de Barcelona. El último número lo sacó Benjamín Cano Ruiz (1908-1988).

Con la llegada de la democracia este título de la CNT reaparecerá en Madrid, Barcelona y Badalona.

Artículo publicado en “Solidaridad Obrera” sobre la actividad del Comité Central de las Milicias Antifascistas

Dicho artículo contribuye a dar una idea general de lo que fue la revolución en Cataluña, describiendo la actividad de su órgano específico: el Comité Central de las Milicias Antifascistas.

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«Según explica Juan García Oliver, el jefe de los mozos de Escuadra nos salió al encuentro en la puerta principal de la Generalidad. Íbamos armados hasta los dientes: fusiles, ametralladoras y pistolas. Descamisados y sucios de polvo y de humo.

–Somos los representantes de la C.N.T. y de la F.A.I. que Companys ha llamado –le dijimos al jefe– Y esos que nos acompañan son nuestra escolta.

Nos saludó afectuosamente el jefe de los mozos y nos sirvió de guía, hacia el Patio de los Naranjos. Había confusión y desorden, en el viejo palacio de la Generalidad. Pero en la cara de todos aquellos viejos y jóvenes catalanes, mozos, guardias, policías, jóvenes de la “Esquerra” y de “Estat Català”, resplandecía el gozo de una gloria soñada durante siglos y no vivida hasta aquel mismo día que, unos hombres de la C.N.T. y de la F.A.I., erguidos y produciendo un impresionante ruido de armas, fueron llevados a presencia del Presidente. Cataluña, siempre vejada y oprimida por el Poder central, siempre vencida por la casta militarista de España, en un gesto jamás igualado, acababa de vencer al monstruo militar fascista. ¡Y de qué manera tan sencilla! En treinta horas de lucha, encarnizada, dura, que recordaba el antiguo batallar audaz de los almogávares, los hombres de la C.N.T. y de la F.A.I., que en sus maneras de combatir, tanto nos recuerdan a los almogávares, fueron los que más se distinguieron en la sangrienta y victoriosa lucha por la libertad. Por eso eran recibidos sus delegados con cariño y afecto, con todos los honores, hasta el de ser acogidos llevando toda clase de armas, que si en manos de los anarquistas siempre se creyó erróneamente que eran homicidas, entonces se comprendía bien que eran los instrumentos forjadores de la Libertad.

Dejamos la escolta en el Patio de los Naranjos, convertido, una vez más, en campamento.

Companys nos recibió de pie, visiblemente emocionado. Nos estrechó la mano y nos hubiese abrazado si su dignidad personal, afectada vivísimamente por lo que pensaba decirnos, se lo hubiera impedido.

La ceremonia de presentación fue breve. Nos sentamos, cada uno de nosotros con el fusil entre las piernas. En sustancia, lo que nos dijo Companys fue lo siguiente:

“–Ante todo, he de deciros que la C.N.T. y la F.A.I. no han sido nunca tratadas como se merecían por su verdadera importancia. Siempre habéis sido perseguidos duramente; y yo, con mucho dolor, pero forzado por las realidades políticas, que antes estuve con vosotros, después me he visto obligado a enfrentarme y perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en es momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de los pocos o muchos hombres leales de mi partido y de los guardias y mozos…”

Meditó un momento Companys, y prosiguió lentamente:

“–Pero la verdad es que, perseguidos duramente hasta anteayer, hoy habéis vencido a los militares y fascistas. No puedo pues, sabiendo cómo y quiénes sois, emplear lenguaje que no sea de gran sinceridad. Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queráis como Presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis en este puesto que sólo muerto hubiese dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy y mi prestigio en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno, y que desea sinceramente que Cataluña marche a la cabeza de los países más adelantados en materia social.”

En aquellos momentos, Companys hablaba con una evidente sinceridad. Hombre dúctil, y más que dúctil realista, que vivía profundamente la tragedia de su pueblo salvado de la esclavitud secular por el esfuerzo anarquista, empleaba el lenguaje que exigían las circunstancias, y se situaba a la dificilísima altura de las mismas, en un gesto único de dignidad y comprensión, de las que tan faltas han estado los políticos españoles. Companys, sin cobrarle miedo a la Revolución, pensando lógicamente que la propia Revolución llegaría a comprender lo posible y lo imposible de las circunstancias, hacía un esfuerzo por situarse dignamente, como catalán que comprendía que había sonado la gran hora para su país, y como hombre de pensamiento liberal avanzadísimo, que no temía a las más audaces realizaciones de tipo social, siempre que éstas estuviesen fundamentadas en la realidad viva de las posibilidades.

Nosotros habíamos sido llamados para escuchar. No podíamos comprometernos a nada. Eran nuestras organizaciones las que habían de decidir. Se lo dijimos a Companys. Los destinos de España –y nunca se apreciará bien en todo su alcance el papel jugado por Companys y nuestras organizaciones en aquella histórica reunión– se decidían en Cataluña, entre el Comunismo libertario, que era igual a dictadura anarquista, y la democracia, que significa colaboración.

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Companys nos dijo que en otro salón estaban esperando los representantes de todos los sectores antifascistas de Cataluña, y que si nosotros aceptábamos, que él, siendo Presidente de la Generalidad, nos reuniese a todos, nos hacia una proposición con vistas a darle a Cataluña un órgano apto para proseguir la lucha revolucionaria hasta afianzar la victoria.

En nuestro cometido de agentes y de informadores, aceptamos asistir a la reunión propuesta. Esta se celebró en otro salón, donde, como ya nos había dicho Companys, aguardaban algunos representantes de “Esquerra Republicana”, “Rabassaires”, “Unió Republicana”, P.O.U.M. y Partido Socialista. Los nombres los recuerdo muy mal, ya sea por la precipitación y el cansancio de aquellos momentos, ya porque realmente no los conociera. Nin, Comorera, etc., etc. Companys nos expuso la conveniencia de ir a la creación de un Comité de Milicias que tuviese el cometido de encauzar la vida de Cataluña, profundamente trastornada por el levantamiento fascista, y procurase organizar fuerzas armadas para salir a combatir a los rebeldes donde se presentasen, ya que, en aquellos momentos de confusión nacional, se ignoraba todavía la situación de las fuerzas combatientes.

A la colaboración, por la democracia, y contra toda solución dictatorial revolucionaria

Los acuerdos de la C.N.T. y de la F.A.I. a los problemas planteados por el Presidente Companys, fueron de una enorme trascendencia. A un cuestionario formulado por el Presidente de una Cataluña que había sido salvada de la esclavitud, por fuerzas no integradas en el Gobierno, respondían nuestras organizaciones con acuerdos que descubrían inopinadamente la madurez revolucionaria y el sentido constructivo de unas fuerzas que, aunque mayoritarias en el país, su capacidad rectora habíase mantenido, hasta entonces, alejadas de la directa responsabilidad gubernamental, completamente inédita.

La C.N.T. y la F.A.T. se decidieron por la colaboración y la democracia, renunciando al totalitarismo revolucionario que había de conducir al estrangulamiento de la Revolución por la dictadura confederal y Anarquista. Fiaban en la palabra y en la persona de un demócrata catalán y mantenían y sostenían a Companys en la Presidencia de la Generalidad; aceptaban el Comité de las Milicias y establecían una proporcionalidad representativa de fuerzas para integrarlo que, aunque no justas –se le asignaron a la U.G.T y Partido Socialista, minoritarios en Cataluña, iguales puestos que a la C.N.T. y al Anarquismo triunfantes– suponían un sacrificio con vistas a conducir a los partidos dictatoriales por la senda de una colaboración leal que no pudiese ser turbada por competencias suicidas.

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Por decreto del Presidente de la Generalidad se constituyó el “Comité Central de les Milícies Antifeixistes de Catalunya”. Su composición era altamente popular y antifascista. Nosotros aceptamos la proposición de Companys y no hicimos objeción a ningún sector antifascista. Éramos la fuerza mayoritaria sobre la que tenía que descansar el ensayo de constituir una verdadera democracia y no quisimos imitar a los peces gordos y presuntuosos, a quienes no deja dormir tranquilos el afán de devorar a los peces pequeños. El Comité de Milicias fue integrado, representando o no a verdaderas fuerzas, por la Confederación Nacional del Trabajo y F.A.I., por la “Esquerra”, “Rabassaires” y “Unió Republicana”; P.O.U.M., Partido Socialista y U.G.T. Tuvo un comisario delegado de la Generalidad, llamado Prunés, y un jefe militar nombrado también por Companys, cuyo nombramiento recayó en Pérez Farrás.

El Comité se instaló inmediatamente en un amplio y nuevo edificio de la Plaza de Palacio, ocupado por la Escuela de Náutica. Organizó y llevó a cabo con rapidez sorprendente las primeras expediciones de milicianos al frente de Aragón. Tres de sus miembros, Durruti, Pérez Farrás y Del Barrio, tomaron el mando directo de dos sectores de lucha en esta primera salida de fuerzas. Del mismo Comité, y en expediciones sucesivas, fuimos al frente, yo, García Oliver, Rovira y Durán y Rosell. Todos los viejos resortes de la vida social, política, jurídica y económica de Cataluña se derrumbaron estrepitosamente a causa del cataclismo social. El Comité de Milicias, órgano vivo y popular, verdadera representación de las masas proletarias, tuvo que hacer frente a la guerra, creando precipitadamente, en una actuación de algunos de sus hombres que no conocieron el descanso, todo cuanto la guerra necesitaba y que no existía en Cataluña. Organización de ejércitos, creación de Escuelas de guerra, Sanidad militar, abastecimiento, transportes, industrias de guerra, dirección de las operaciones, etc., etc.

En proporción, los hombres del Comité de Milicias que estaban preparados y que dieron un mayor rendimiento en la grandiosa obra de consolidar la independencia y la libertad de Cataluña, fueron los de la C.N.T. y F.A.I., organizadores incansables, verdaderos esclavos del trabajo; les siguieron los de la “Esquerra”, “Rabassaires”, “Unió Republicana”, P.O.U.M. y luego, al final de todos en el esfuerzo, los hombres de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista Unificado.

Por el Comité de Milicias pasaron Durruti y García Oliver, Aurelio Fernández, Asens, Santillán y Marcos Alcón, representando a la C.N.T.-F.A.I.; Miratvilles, Aiguader, Solá y Tarradellas, por la “Esquerra”; Torrents, por “Rabassaires”; Fábregas, por “Unió Republicana”; Gorkín, Rovira y Gironella, por el P.O.U.M.; Del Barrio, Vidiella, Miret, García, Durán Rossell, etc., por U.G.T. y Socialistas.

El Comité tuvo tres colaboradores militares de verdadera importancia y de absoluta lealtad; los hermanos Guarner y el coronel Giménez de la Verasa; aquéllos, aptos para la organización y dirección de las fuerzas armadas que se creaban, y especializado el coronel en artillería y producción militar. El Comité impulsó la creación de la industria de guerra, llevando a ella hombres de la C.N.T. que, como Vallejo y Martín, han realizado la obra maravillosa de transformar en poco tiempo nuestras industrias metalúrgicas y químicas en industrias de guerra siendo utilísimos para la guerra y la Revolución hoy y para el porvenir de la industria catalana cuando la guerra termine.

El Comité mandó crear la red de fortificaciones de Cataluña, salvaguardia de nuestras libertades y garantía para nuestros frentes, no atacados hasta hoy por el enemigo porque prefiere atacar aquellos otros frentes que la imprevisión dejó indefensos.

El Comité organizó las fuerzas de seguridad interior que permitieron crear rápidamente un orden nuevo y revolucionario. Aurelio Fernández y Asens, de la C.N.T.-F.A.I.; Fábregas, de “Unió Republicana”, y González, de la U.G.T., trabajaron incansablemente en este sentido. Miratvilles organizó con una competencia hasta hoy no igualada en España, la Sección de Propaganda.

Tarradellas llevó su impulso formidable a las industrias de guerra. Torrents, de los “Rabassaires”, organizó, con paciencia inigualable, los aprovisionamientos militares. Durán Rossell, con Marcos Alcón, organizaron los transportes. Santillán, Severino Campos y Sanz organizaron las Milicias que salían para el frente. Yo era secretario general del Departamento de guerra, del que salía el hálito vivificador de toda aquella magna empresa.

Mientras tanto, en Aragón, dependiendo directamente del Comité de Milicias, Ortiz, Durruti, Jover, Del Bario, y Rovira reconquistaban palmo a palmo pueblos y tierras sometidos a la esclavitud fascista no perdiendo nunca un kilómetro de terreno llevando siempre adelante la guerra de liberación, poniendo de esta manera los campos, fábricas y hogares, lejos de la devastación y de la muerte.

El Comité de Milicias fue un gran órgano que tuvo Cataluña bajo cuya dirección alcanzó un relieve insospechado y afirmó, como jamás lo hiciera, que Cataluña es un pueblo digno de la Libertad.

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La prolongación de la guerra, con sus repercusiones internacionales; la existencia de un Comité que actuaba y era acatado como un verdadero gobierno, y de un Gobierno de la Generalidad eclipsado y hasta anulado por un Comité, determinaron un cambio profundísimo en la vida política y social de Cataluña: la incorporación de la C.N.T. al Gobierno de la Generalidad. ¿Objetivo? Proseguir, desde el Gobierno, la obra grandiosa del Comité de Milicias.

Cuando triunfemos de la guerra que sostenemos contra el fascismo internacional, será el momento de analizar si Cataluña salió ganando o perdiendo con la desaparición del Comité Central de Milicias. Hoy me gustaría poder recordar aquí –y es lamentable que no se tomase taquigráficamente– el corto discurso que pronuncié (Juan García Oliver) ante el pleno del Comité Central de Milicias en ocasión de reunirse para acordar su disolución. Los que estaban presentes, saben que en todo mi discurso prevaleció una nota amarga inspirada por la inquietud del porvenir, que amenazaba ya ser de discordias entre la familia antifascista y que, de prevalecer, sería dudosa la victoria material de la lucha que sosteníamos contra el fascismo y cierta la imposibilidad de crear una Cataluña grande y una España admirada en el Mundo entero.

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