El viernes 16
de diciembre de 1938, la Prensa de Barcelona informaba sobre
la brillante labor del Servicio de Investigación Militar (SIM)
al descubrir una amplia Organización de Espionaje que actuaba
en Cataluña, siendo detenidos sus principales componentes. La
dirección técnica de la misma era desempeñada por el
comandante de Estado Mayor Antonio Amat, amigo entrañable del
general Franco. De la gravedad de los delitos cometidos da
muestra el haber alcanzado a cerca de 200 penas de muerte
impuestas y sancionado a otros doscientos procesados con
condenas de treinta a veinte años de internamiento.
Se trataba de
la cifra máxima de procesados en un mismo juicio. El segundo
en volumen se había celebrado el 2 de agosto de 1938 en
Madrid, contra 195 acusados de espionaje y alta traición.
Probablemente,
el último proceso de Barcelona tuvo lugar entre los día 10 y
13 de enero de 1939 contra 77 falangistas que llevaban presos
un año.
Por estas
fechas todo el aparato judicial y policíaco, sin exceptuar al
SIM, se encontraba al borde del colapso. Las autoridades
intentaban, sin ningún éxito, que se escuchasen las radios
enemigas para evitar la desmoralización, llegando el día 18
de enero, a dar la orden impracticable de entregar los
aparatos de radio en las comisarías de policía para que
fueran precintados.
ARRIBA
El 11 de enero
de 1939 los ataques de las tropas nacionales, tanto en la
provincia de Lérida como en la de Tarragona, tuvieron un
resonado éxito. Al día siguiente, Negrín decretaba la
movilización de los últimos reemplazos posibles, que reunían
a hombres mayores de cuarenta años, la utilización de todos
los ciudadanos de ambos sexos entre diecisiete y cincuenta y
cinco años, a la vez que militarizó las industrias y
empresas de interés militar. Pero ante la desesperada situación,
estas medidas eran imposibles de llevar a cabo.
En la noche
del 12 al 13 de enero las últimas tropas republicanas
abandonaron Tortosa y al amanecer las tropas de Franco
cruzaban el Ebro, conquistando la ciudad que había
permanecido 270 días en la línea del frente. De los 90.000
integrantes del Ejército Rojo, solamente 60.000 contaban con
fusil, su artillería era 5 ó 6 veces menos potente que la de
los nacionales y la aviación casi había sido borrada del
cielo.
Para defender
Tarragona, se acumularon todos los recursos disponibles, pero
las tropas del general Yagüe, apoyadas por el Cuerpo de Ejército
de Solchaga, entraron en la capital el 15 de enero de 1939, lo
que constituyó un grave quebranto para los rojos. Ante estos
acontecimientos, el Estado Mayor republicano planteó una
guerra defensiva, como hicieran en el Madrid de 1936, pero la
situación era completamente incomparable. La masacre del Ebro
había destrozado, quebrantado y desmoralizado a las fuerzas
del Frente Popular, que se dedicaron a retroceder y
replegarse. El día 21 de enero se incorporó al frente la 196
Brigada, que fue enviada por el Ejército del Centro como
refuerzo. Pero dicha Brigada había sido formada a toda prisa
con oficiales y soldados de diversas procedencias. Su llegada
fue recibida con gran entusiasmo, que se desvaneció en pocas
horas, ya que sus hombres se desperdigaron, uniéndose a la
masa de fugitivos civiles y desertores que, por todas las
carreteras y caminos, se dirigían hacia la frontera francesa.
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ARRIBA
El domingo 22
de enero de 1939, cuando los Nacionales se estaban acercando a
Barcelona, el Gobierno de Negrín celebró su último Consejo
de Ministros en la Ciudad Condal. La Nota Oficial se
manifestaba en estos términos:
El Consejo de
Ministros se reunió el domingo, bajo la presidencia del
doctor Negrín. La reunión que comenzó poco después de las
diez de la noche, terminó cerca de la una de la madrugada. A
la salida, el ministro de Agricultura, señor Vicente Uribe
Galdeano, facilitó la siguiente referencia:
«El Consejo
de Ministros acordó en su reunión de hoy hacer pública la
decisión del Gobierno de mantener su residencia en Barcelona,
si bien desde hace tiempo adoptó las medidas necesarias para
garantizar, ante cualquier eventualidad, el trabajo continuo
de la administración del Estado y de la obra de Gobierno,
preservándolas de las perturbaciones inherentes a las
continuas agresiones aéreas de que es objeto Barcelona.
El Consejo de
Ministros ha examinado la situación creada por la ofensiva de
los invasores y rebeldes, acordando nombrar una ponencia
compuesta por el ministro de Trabajo, consejero de Asistencia
Social de la Generalidad y el alcalde de Barcelona, para
proceder a organizar la evacuación ordenada y metódica de la
población civil afectada por las obras de fortificación y
defensa.
Finalmente el
Gobierno acordó declarar el estado de guerra en todo el
territorio de la República»
Curiosamente
el Gobierno republicano se abstuvo –desde el inicio del
conflicto–declarar el estado de guerra. Esta tardía
resolución fue inútil en Cataluña, pero sin embargo resultó
crucial en la zona republicana del centro-sur, donde por falta
de presencia del Gobierno, los mandos militares gozaban de una
preeminencia, que facilitaría más tarde el golpe de Estado
del coronel Segismundo Casado López en Madrid.
ARRIBA
Las tropas
nacionales pertenecientes a los cuerpos de Ejército de
Marruecos y de Navarra, mandadas por los generales Yagüe y
Solchaga, llegaron a orillas del Llobregat el 24 de enero y al
día siguiente el CTV (Corpo Truppe Volontarie) de Gastone
Gambara lo cruzó por Martorell, el de Navarra por Molins de
Rey y el Marroquí por El Prat, para en un movimiento
envolvente, atenazar Barcelona por el sur y el oeste. La
vanguardia estaba formada por la 105 División marroquí,
mandada por el general Barrón, y las Divisiones
navarras 4ª, 5ª –que entró por San Pedro Mártir y
Vallvidrera hacia las 10 de la mañana– y 12ª, mandadas por
los generales Juan Bautista Sánchez González, Camilo Alonso
Vega y José Asensio Cabanillas, respectivamente.
El gobernador
militar de la Ciudad Condal, el coronel Jesús Velasco, sólo
disponía de dos batallones de carabineros, 30 ametralladoras
y diez vehículos blindados. El jefe del Estado Mayor Central
(ascendido por Negrín, mediante un decreto de dudosa
legalidad, al empleo de teniente general) Vicente Rojo Lluch
prescindió de Velasco y encomendó la defensa de Barcelona al
general Juan Hernández Saravia, que al parecer sólo contaba
con 17.000 fusiles y unos restos del Cuerpo de Ejército de
Tagüeña, desplegados entre Montjuich y el Tibidabo.
Hernández
Saravia ante la evidencia de encontrarse copado, huyó de la
ciudad a medianoche del mismo día 25 de enero de 1939. El
domingo 5 de febrero de 1939 pasó a Francia, junto con el
presidente de la República Manuel Azaña Díaz, al que acompañó
hasta el fallecimiento de éste en Montauban el 4 de noviembre
de 1940, abandonando luego Francia y exiliándose en México,
donde murió el 3 de mayo de 1962.
Gran parte de
la población así como coches gubernamentales salen de la
ciudad dirigiéndose hacia el norte. La evacuación de
instituciones y organismos es alocada y totalmente
desorganizada.
El Partido
Comunista mantuvo la orden de resistir. Así lo reconoce
Dolores Ibárruri La Pasionaria: «En ese período de derrumbamiento general, el
Partido Comunista trabajó en Cataluña hasta el último
momento, tratando de organizar un mínimo de resistencia que
permitiese la salvación y la salida a Francia de la población
que se negaba a quedarse en España; y de los soldados y
dirigentes políticos y militares».
Unas muchachas
comunistas, dirigidas por la escritora Teresa Pàmies,
levantan una inútil barricada en la plaza de la Bonanova.
Casi al mismo tiempo que el último coche de las Juventudes
Socialistas Unificadas pasa a recogerlas, llegan las primeras
tropas nacionales desde Vallvidrera. Teresa Pàmies recuerda
que dos años antes había gritado en la Monumental de
Barcelona: «¡Las muchachas catalanas moriremos antes de
entregarnos al fascismo!» Ahora, sin embargo, no quiere
suicidarse sino huir y lo haría incluso dejando a sus compañeras.
En el libro Memòries de guerra i d’exili, su autora Teresa Pàmies recuerda
su salida de la ciudad: «Jamás podré olvidar una cosa: los
heridos que salían del Hospital de Vallcarca. Vendados, casi
desnudos, a pesar del frío, bajaban a las carreteras pidiendo
a gritos que no les dejasen en manos de los vencedores. La
certeza de que los republicanos abandonamos Barcelona dejando
en ella a esos hombres siempre habrá de avergonzarnos».
ARRIBA
Según el
Parte oficial de Guerra del día 26 de enero de 1939, «los
Cuerpos del Ejército de Tropas voluntarias y de Navarra son
los que, en brillantísimos combates, envuelven y arrollan la
defensa roja al Norte de Barcelona, mientras el Cuerpo del Ejército
Marroquí, operando inmediato a la costa, avanza por el Oeste,
clavando la bandera de España en la fortaleza de Montjuich.
Fuerzas legionarias de Navarra y marroquíes cruzan en las
primeras horas de la tarde la capital, tomando posesión del
puerto y lugares estratégicos, siendo aclamados con
entusiasmo delirante por la población. El rápido avance de
nuestras tropas ha permitido liberar 1.200 hermanos cautivos
en la fortaleza de Montjuich».
A la misma
hora, sobre las tres de la tarde, las tropas navarras alcanzan
la cumbre del Tibidabo. Bajaron hacia Sarriá, Pedralbes,
Diagonal, Paseo de Gracia, Aragón y plaza de Jacinto
Verdaguer, siendo aclamados por la multitud.
Las tropas en
retirada, procedieron a la voladura de los talleres de las
Escuelas Salesianas de Sarriá donde los rojos fabricaban
material de guerra.
La Vanguardia Española del martes 18 de julio de 1939, publicaba
bajo el título Así fue
la liberación de Barcelona del cronista “Justo
Sevillano”, el siguiente reportaje:
«[…] A la
una de la tarde me aventuré en el carro de combate 614, que
mandaba el capitán Víctor Felipe, hasta Sarriá. Nos
tiraban aún. Había un nido de ametralladoras, servido por
voluntarios, que tiraban bastante y había unos tiradores
sueltos, pero en casi todos los balcones y terrazas se veían
banderas blancas y ya salía la gente a la calle alzando el
brazo con la mano extendida. En aquellas condiciones no podíamos
hacer fuego sin causar sensibles bajas entre los nuestros.
Retrocedimos, pues. Alcanzada ya la línea del Besós y
rodeada Barcelona, a las cuatro y pico de la tarde nos
adentrábamos por Pedralbes y la Gran Vía Diagonal. Fue
maravillosa la aparición de Barcelona, enorme y bella.
Sobre el fondo del mar, que ya surcaban nuestros barcos de
guerra que entraban en el puerto, toda la enorme masa
urbana, blanca, suntuosa, abierta por las grandes vías del
geométrico trazado de Barcelona. Fuera del blanco perímetro,
las barriadas con los apagados blandones de sus chimeneas
inactivas.
¿Cómo nos
iban a recibir aquella ciudad enorme? Confiábamos en el éxito
pleno de aquella gran prueba. Alguien a mi lado, recelaba.
–¡Estos
catalanes!
Estos catalanes se lanzaron a la calle en la más clamorosa
manifestación de alegría que yo recuerdo. Anochecía.
Barcelona encendió todas sus luces, abrió todas sus
puertas, mostró su entrañable gozo. ¡Estaba hecha la gran
prueba! Barcelona era de España, sin recelo, sin ese fácil
y obligado asenso que el vencedor encuentra en el vencido,
antes bien, con estremecido vibrar de gratitud y esperanza.
Llegaban unas tropas, llegaban unas teorías. Cataluña, en
la vertiente de su historia, en el nudo de su drama, veía
llegar a unos, veía huir a otros. Del pasado sabía lo
bastante para desear lo que llegaba con pan y ley. Por eso,
una noche de enero todo un pueblo vivió en fiestas a la
orilla del mar, saludando a las tropas que traían algo más
que un pan caliente para su hambre: una doctrina madura, con
seriedad histórica en la interpretación del dogma
unitario, con fidelidad a lo que dice ese mar al que Cataluña,
y muy especialmente Barcelona, deben su grandeza. Así fue
la razón de aquella noche».
ARRIBA
Afiliado a la FUE en sus años estudiantiles y
posteriormente a las Juventudes Socialistas y al Partido
Comunista. En la batalla del Ebro, cuando sólo tenía
veinticinco años de edad, se le encomendó el mando de un
cuerpo de ejército compuesto por cerca de 35.000 hombres.
Sobre la entrada de los nacionales en Barcelona, escribió en
su libro “Testimonio
de dos guerras”, lo siguiente:
«Nuestras unidades también
retrocedían apresuradamente y el enemigo que, con gran
prudencia había estado acumulando sus fuerzas en el lindero
de la ciudad, se lanzó rápidamente en pequeñas columnas,
precedidas de tanques, que rápidamente penetraron por las
principales avenidas. Fueron minutos de tremenda confusión.
Mientras por una calle entraban los conquistadores,
aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al
lado se retiraban nuestros maltrechos hombres, las piezas de
artillería, los tanques, los blindados. Muchos de nuestros
soldados, e incluso oficiales, que hasta entonces habían
sido magníficos combatientes, tiraban las armas y se
entregaban, considerando inútil seguir adelante».
ARRIBA
Bajo grandes
caracteres aparecía en la portada de El
Alcázar del viernes 27 de enero de 1939 los siguientes
titulares: ¡BARCELONA! Ayer fue conquistada para España la Ciudad Condal. Al
mediodía entran las tropas en la capital. Las fuerzas rojas
son perseguidas por nuestros soldados. Detalles de la entrada
en la Ciudad Condal. Radio Asociación de Cataluña lanza por
su micrófono las notas del Himno Nacional. Las tropas
entraron con las banderas desplegadas. Entusiasmo
indescriptible en la población.
Burgos 26,
12 noche.– Nuevos detalles de la entrada de las tropas en
Barcelona señalan que después de haberse ocupado Montjuich,
el Tibidabo y Vallvidrera, tropas del Ejército de Navarra,
del Ejército marroquí y destacamentos del Cuerpo de Ejército
legionario iniciaron su entrada en Barcelona. Con la ocupación
de los tres puntos citados quedaban dominadas todas las
alturas que coronan la ciudad y dentro de estas banderas
blancas y con los colores nacionales revelaban el espíritu
de los habitantes que hasta ahora estuvieron sometidos a la
tiranía roja y que deseaban su liberación por las tropas
del Caudillo.
Hasta ahora
no se tienen noticias concretas, pero parece ser que en la
ciudad no existe mando marxista alguno y que la población
espera la entrada de las tropas nacionales.
Otra noticia
dice que en los diversos sectores del frente de Cataluña
nuestros soldados, con tan elevada moral, continúan avanzando
con gran celeridad, habiendo alcanzado bastante profundidad.
ARRIBA
Toulouse 26,
12 noche.– La emisora francesa, a pesar de estar al
servicio de los Frentes Populares, no pudo ocultar la verdad
de la victoria de las tropas españolas en el frente de
Cataluña liberando la ciudad de Barcelona.
Radio Toulouse, después de comunicar la entrada de las fuerzas en la
capital de Barcelona, añadía que las tropas del Cuerpo de
Ejército de Navarra, del Cuerpo de Ejército marroquí y
destacamentos legionarios fueron los primeros en llegar a la
ciudad. Los batallones y tercios hicieron su entrada con las
banderas desplegadas, con esas banderas sucias de tantos
meses de guerra y con las bandas de música a la cabeza. La
población de Barcelona ha recibido a las fuerzas
liberadoras con muestras de entusiasmo, aplaudiéndolas frenéticamente.
ARRIBA
Frente de
Cataluña.– La emisora E.A.J.-15 acaba de comunicar: Radio
Asociación de Cataluña, a las cinco menos ocho minutos
lanzaba por su micrófono las notas del Himno Nacional español
y la noticia de que toda la ciudad de Barcelona acababa de
ser conquistada por las tropas de España, con las
siguientes palabras: «Hace poco menos de una hora el
segundo regimiento de la 105 División del Cuerpo de Ejército
marroquí que manda el general Yagüe ha entrado en
Barcelona. Los soldados de Franco han entrado en Barcelona
como lo que son, como caballeros, con los brazos abiertos y
reflejando en sus rostros la emoción de su victoria. Todas
las propagandas que hasta hoy se habían hecho han caído
ante la verdad del Caudillo. Uno de los primeros soldados
que entraron en Barcelona, José García Juncal, dirigió a
sus familiares un saludo desde este micrófono de E.A.J.-15
Radio Asociación».
Después la
misma emisora radió una nota, llamando a todos los miembros
de la Juventud Tradicionalista de Barcelona y seguidamente el
secretario de dicha Juventud dirigió unas palabras por el
micrófono.
ARRIBA
La genial operación del Caudillo
Burgos 26, 12
noche. (Crónica de Justo Sevillano).
«La fe en
Dios, en la Patria y en el Caudillo hace milagros. Por estos
estímulos los soldados de Franco han luchado a través de
la región catalana en dirección a Barcelona. Y Barcelona
es ya de España y del Caudillo; todavía no hace muchos días
que los rojos solicitaban por conducto del extranjero una
tregua de Navidad. Es reciente también la fecha en que los
periódicos y las radios extranjeras seguían llamándonos
insurrectos. Hoy Barcelona se ha incorporado a España, y el
Gobierno rojo está situado en Figueras, último reducto al
que se acoge en la huída que le impone el impetuoso avance
del Ejército nacional. Pero estoy cierto de que os
interesará conocer detalles de la gran conquista de ayer.
Barcelona, tácticamente
estaba en nuestro poder desde ayer. La maniobra del Generalísimo
Franco para el adueñamiento de la gran ciudad estaba
planeada con la sabiduría que caracteriza al Caudillo de
España. Y hoy, el Generalísimo de los Ejércitos
nacionales decidió que varios Cuerpos de Ejército
maniobrasen simultáneamente sobre Barcelona.
En poder de
nuestras fuerzas todos los pueblos circundantes de
Barcelona, el Caudillo previno que la gran ciudad no
sufriera el menor daño, y que, en caso de que dentro de
aquella urbe hubiese resistencia, ésta fuese sofocada rápidamente
por los soldados nacionales. No la hubo, y la población
civil, tan pronto como vio en Las Ramblas a los combatientes
del Generalísimo, se manifestó con desbordamientos de
entusiasmo.
Desde la última
hora de la tarde de ayer, la conquista de Barcelona era un
hecho. En los pueblos que rodean a Barcelona la llegada de
las tropas nacionales dio motivo a manifestaciones
delirantes de entusiasmo a favor de la España nacional.
Nuestras fuerzas descendían por el Oeste y el Noroeste de
Barcelona. Las fuerzas legionarias y marroquíes iban
estrechando el cerco de la ciudad, y a las once de la mañana,
habían ocupado Vallvidrera, y otras fuerzas ocupaban muy
poco después Montjuich, libertando a los prisioneros
nacionales, que desde muchos meses sufrían el yugo
moscovita y que al ser liberados por los soldados de Franco,
vitoreaban entusiásticamente a España nacional y al
Caudillo. Este momento fue de de una emoción inenarrable,
no sólo por las fuerzas que irrumpían en las calles de la
capital de Cataluña, sino para toda la población de
aquella gran urbe catalana. Y se dio el caso de que las
tropas acompañasen a los presos que habían sido liberados
en Montjuich para irrumpir en Las Ramblas y liberar a todos
los hermanos españoles que habían sido liberados en
aquellos momentos.
En el puerto
había, al momento de llegar nuestras tropas, numerosas
embarcaciones de pesca y varios buques que no habían podido
escapar ante el impetuoso avance de nuestras tropas.
Las fuerzas
del Cuerpo de Ejército marroquí y otras del Ejército
nacional irrumpieron prontamente en la Gran Vía Diagonal,
ocupando toda aquella extensión de la ciudad catalana sin
resistencia. Poco después, llegaban los soldados del Cuerpo
legionario, y entonces, al darse cuenta la población
barcelonesa de que nuestras tropas se habían adueñado del
casco urbano de Barcelona, salieron de sus refugios y se
entregaron a manifestaciones del mayor entusiasmo. Fueron
momentos de júbilo indescriptible. Desde aquel instante,
los dos millones de personas de la población catalana se
entregaron a las demostraciones más exageradas de fervor
patriótico.
La ciudad
apareció en un estado de suciedad bien lamentable. Las
gentes, tan pronto como vieron aparecer los soldados de
Franco, acudieron a los camiones de Auxilio Social, pidiendo
pan y víveres, que nuestros soldados entregaban con
prodigalidad maravillosa.
[…] En
medio de este entusiasmo, todas las personas designadas para
atender a los servicios esenciales de la población acudían
a sus respectivos puestos. Y cuando iba anocheciendo, y
llegaba la noche, se hizo la luz. La energía eléctrica,
que los nacionales poseían desde la toma de Tremp, dio luz
a Barcelona, y se hizo la luz en aquella gran ciudad merced
a los preparativos provisionales habilitados por el ingenio
de nuestro Caudillo.
Nuestras
fuerzas encontraron al entrar en Barcelona intactos muchos
centros que era de presumir que no lo estuviesen. Así
ocurrió con la Central Telefónica, cuyos cuadros e
instalaciones, incluso las automáticas, no habían sufrido
el menor daño. Hasta las señoritas encargadas de tales
servicios estaban en sus puestos. Pero la sorpresa de este
personal, como la de otros diversos servicios, fue
extraordinaria, y es oportuno hacer mención del episodio
ocurrido al ocupar, a las cuatro de la tarde, la Radio
Asociación de Cataluña. A esa hora la emisora estaba dando
un programa de sardanas. Con esto trataba de sostener el
decaído espíritu de la población barcelonesa. Un oficial
de transmisiones subió a las oficinas de la emisora y, ante
el micrófono, tuvo que sostener un pequeño altercado con
el locutor. Como éste insistiese en su actitud despistada,
el oficial le advirtió que se incautaba de la Radio,
amparado por las secciones de soldados que tenía en la
calle. Ante este argumento, los servidores de la Radio
Asociación de Cataluña depusieron su actitud y continuó
la emisión, radiándose los discos preparados por los
agentes de la propaganda.
[…] Se
sabe que los rojos, en las horas que precedieron a la
liberación de Barcelona, se entregaron, con el auxilio de
sus agentes, al saqueo y al pillaje. Muchas horas antes de
la conquista de Barcelona, salieron numerosos autos con
productos de las incautaciones y los robos que en las últimas
horas había hecho los esbirros de los dirigentes catalanes.
No es
preciso subrayar el elogio que corresponde a los diversos
factores que han contribuido a la gran victoria de hoy. Sin
embargo, yo, que he seguido palmo a palmo el avance de las
tropas nacionales, no quiero dejar de consignar el encomio
que merece la capacidad genial el Caudillo y de su Estado
Mayor; de ese puñado que, en un alarde de temeridad, de
competencia y de trabajo han colaborado con el Generalísimo
en los planes y en la ejecución de los mismos para
conseguir la victoria de hoy. La gloria mayor de la jornada
corresponde, desde luego, al Caudillo; pero también a todos
los técnicos y combatientes que han colaborado a la
victoria. En esta hora, tan próxima al final de la guerra,
yo pido una oración por el Caudillo y por la Patria. No sólo
quiero gritar en el día de hoy ¡Viva España! ¡Viva el Ejército!
¡Viva el Generalísimo! sino que pensando en el Caudillo y
en los héroes mártires, digo también “Padenuestro que
estás en los cielos».
ARRIBA
Los fugitivos
se dedicaron al fuego con avidez. El magnífico edificio del
Fomento del Trabajo Nacional fue abandonado por la CNT-FAI
después de prenderle fuego, pero sin conseguir quemarlo. A
fin de borrar huellas y sintiendo las naturales prisas por
huir, procedieron a quemar los despachos. Lo mismo intentaron
los marxistas en el Hotel Colón de la plaza de Cataluña,
ocupado por el PSUC y la Internacional Juvenil Comunista y en
cuyos sótanos estuvo habilitada una cheka. Las habitaciones y
despachos fueron quemados sin preocuparse por si debido al
viento que reinaba podía propagarse el fuego a las casas de
aquella manzana, muchos de cuyos pisos se hallaban habitados
por refugiados. Los bomberos pudieron dominar el incendio,
tras grandes esfuerzos. Igual ocurrió en el Círculo
Ecuestre, convertido en el casal Carlos Marx, pero el fuego
una vez consumidos los papeles, se apagó.
Pocos días
antes de la liberación de Barcelona, se ordenó que los
presos políticos menores de cincuenta años fueran
encuadrados en batallones disciplinarios, para sumarse a las
obras de defensa y los demás pasasen a Ripoll. Cundió el pánico
en las cárceles de la ciudad, pues se recordaba lo ocurrido
en Madrid, en noviembre de 1936, cuando la caída de la
capital parecía inminente y numerosos presos fueron
asesinados en Paracuellos del Jarama y en Torrejón de Ardoz.
Más de 50
cautivos barceloneses, entre los cuales figuraban los hermanos
Bassas Figa, el abogado Bosch-Labrús, el doctor Fontcuberta-Casas,
el presbítero Guiu Bonastre y el financiero Garriga-Nogués
Planas, fueron llevados a Ripoll y desde allí al santuario de
Nuestra Señora del Collell, en el partido judicial de Besalú.
Roberto Bassas,
abogado de profesión y que había sido jefe provincial de
Falange en Barcelona antes de la guerra, fue asesinado en el
Collell, junto a otros 47 presos, en los últimos días de
retirada de Cataluña.
Entre los
encarcelados en la Ciudad Condal se encontraban monseñor
Anselmo Polanco, obispo de Teruel y el defensor de aquella
ciudad, el coronel Rey d’Harcourt. El 27 de enero de 1939
los llevaron a Ripoll, y desde aquí, a pie, a San Juan de las
Abadesas. El día 31 los trasladaron a Pont de Molins, y al día
siguiente llegó un camión militar, con un comandante, un
teniente, un comisario político, dos sargentos, seis cabos y
treinta soldados, exigiendo la entrega del obispo Polanco, la
de Rey d’Harcourt y de otros 38 presos. Maniatados por
parejas, los llevaron a un barranco, el de Can
Tretze, entre Pont de Molins y Les Escaules, donde los
acribillaron a tiros y luego prendieron fuego
a los cuerpos, tras rociarlos con gasolina.
Sería la última
atrocidad de la guerra en Cataluña.
ARRIBA
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