Alfonso USSÍA
Monseñor: He leído
en ABC un artículo de Carlos Herrera.
Es un buen artículo, señor obispo. Su Ilustrísima queda muy mal,
al pie de los caballos. Tiempo lleva derivando hacia los acantilados
de su predecesor, monseñor Setién, hoy obispo emérito de la diócesis
guipuzcoana. No quiero pensar que la cercanía y el trato habitual
con su antecesor hayan facilitado su acceso al ámbito de la felonía.
Sabemos que Su Ilustrísima es un nacionalista vasco profundo, pero
también que ha intentado ser, con anterioridad a su llegada a San
Sebastián, un justo hombre de la Iglesia y una buena persona. De ahí,
mi tristeza.
Denuncia Carlos Herrera su actitud con un grupo de
feligreses suyos, vascos hasta la médula -esa puede ser la causa de
su molestia-, que sienten una
especial devoción por la Virgen del Rocío. Vascos rocieros, monseñor,
que los hay en abundancia. ¿Acaso no tienen derecho a serlo? ¿No
son católicos como Su Ilustrísima? Este grupo de feligreses de San
Sebastián cometió el grave delito de solicitar al párroco de la
catedral del Buen Pastor la celebración de una Misa rociera. El párroco,
don Bartolomé -también conocido por «don Bartolonó»-, por su
capacidad para negar toda solicitud que pueda no ser del agrado
nacionalista -se opuso a la celebración de un funeral por Miguel Ángel
Blanco-, desestimó la Misa rociera porque «eso aquí no se lleva».
Cuando se le dijo que al propio Papa Juan Pablo II le emociona la
Misa cantada del Rocío, al párroco le entró la risa. Pero los
padres carmelitas sí lo permitieron y se cantó a la Virgen del Rocío
en San Sebastián. Entonces don Bartolomé le informó a Su Ilustrísima,
que fuera de sí amonestó por escrito a los padres del Carmelo y en
otra carta a la Asociación de Vascos Rocieros. En ella les amenaza,
monseñor. «Para que en años sucesivos, en ninguna parroquia de
esta diócesis, podrá celebrarse la misa rociera que indebidamente
han propiciado este año». ¿Indebidamente, monseñor? ¿Por qué
una misa a la Virgen, aunque sea la del Rocío, es indebida en la diócesis
de San Sebastián? ¿Sólo está permitido en las Vascongadas rezar
a las Vírgenes de Begoña o Aránzazu? ¿Qué clase de obispo es
usted? ¿Por qué no se dedica a otra cosa?
Voy a contarle un suceso personal. Mi padre es
vasco. Mi madre era madrileña, pero su sangre venía del Puerto de
Santa María. Curioso monseñor, sangre con el RH negativo. El amor
a lo vasco por parte de mi padre es natural. Mi madre se enamoró
desde niña, porque Pedro Muñoz-Seca, su padre, pasaba tres meses
cada año en San Sebastián. Incluso estuvo a punto de comprar una
villa en Ondarreta. La casa de los Padilla se llamaba «Toki Eder»
y la de los Barcáiztegui «Toki Ona». Mi abuelo quería llamar a
la suya «Toki el timbre», y ya algún nacionalista como Su Ilustrísima
se puso de uñas con mi antepasado. Pero lo que son las cosas, monseñor.
Mis hermanos y yo aprendimos a rezar simultáneamente en español y
en vascuence. Era el vascuence, no esa jerga inventada por los
nacionalistas que hoy se habla, el «batúa», que rompe con la
distinción de los siete dialectos eusquéricos tradicionales.
Cuando falleció mi madre, en su funeral, se cantó
en el idioma de los vascos. No pedimos permiso a nadie, ni el párroco
nos puso objeción alguna. A Dios se le reza desde el alma, y sirven
todos los idiomas. El funeral por una madrileña en Madrid se inició
con el «Goizeko Izarra», una bellísima composición dedicada a la
Estrella de los Mares, que es la Virgen del Carmen, ignoro si también
«indebida» para su Ilustrísima. Y cantamos el «Gure Aitá», el
Padrenuestro en vascuence. Y al final, el «Agur Jesusen Ama», que
es la culminación popular de la «Salve» de Santa María que canta
el Orfeón Donostiarra en la víspera del Día de la Virgen de
agosto. Ese día es fiesta en toda España, con el permiso de Su
Ilustrísima. Nadie nos dijo que cantar en vasco en el funeral de
una madrileña «no se lleva por aquí», y menos nos amenazaron por
volver a organizar otra «misa indebida».
Su Ilustrísima es un inquisidor, un nazi, un mal
pastor y un obispo envenenado por el nacionalismo étnico. Y
entiendo, al final, su enfado. A la Virgen del Rocío le llora la
mirada cada vez que un inocente es asesinado por los terroristas.
Peligrosa Virgen para un obispo nacionalista.