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 José Antonio Primo de Rivera visto por ...

Por Eduardo Palomar Baró.

Ernesto Giménez Caballero nació en Madrid en 1899. Escritor que en algunas ocasiones utilizó el seudónimo de “Gecé”, estudió Filosofía y Letras y fue profesor de Lengua Española en la Universidad de Estrasburgo y catedrático de Literatura del Instituto Cardenal Cisneros de Madrid. En 1923, tras cumplir el servicio militar en el protectorado español de Marruecos, publicó un libro titulado Notas marruecas de un soldado, que produjo un gran impacto en los medios culturales y sociales del país, a consecuencia de lo cual hubo de comparecer ante un consejo de guerra. Después de algunos meses de prisión, gracias a la mediación del general don Miguel Primo de Rivera, acordó su absolución.

En 1927 fundó La Gaceta Literaria, que fue, en su género, una de las mejores publicaciones españolas de todos los tiempos, y que tuvo una extraordinaria influencia en la España intelectual de su tiempo. Organizó en Madrid una Exposición del Libro Catalán, que constituyó un verdadero acontecimiento cultural. También fundó el primer cine-club de España

Colaboró con Ramiro Ledesma Ramos en la fundación del periódico La Conquista del Estado. Participó en las JONS y posteriormente en Falange Española, de la que fue miembro del I Consejo Nacional. Al estallar la guerra civil se hallaba en Madrid, de donde consiguió huir en octubre de 1936, y tras una corta estancia en Italia, se pasó a la zona nacional, siendo acogido por Manuel Hedilla, que por aquel tiempo ejercía el mando supremo de la Falange. Se instaló en Salamanca, donde fue recibido por el general Franco, convirtiéndose, a las órdenes del general Millán Astray, en el máximo portavoz de la propaganda nacional. Asistió en Pamplona al cursillo correspondiente, convirtiéndose en alférez provisional del ejército nacional. En 1937 fue nombrado miembro del Secretariado de FET y de las JONS y, más tarde, consejero nacional de la misma organización. Al terminar la contienda volvió a desempeñar su cátedra de Madrid durante algún tiempo, actividad que simultaneó con los cargos de consejero nacional del Movimiento, procurador en Cortes y consejero de Educación. En 1958 fue nombrado embajador de España en Paraguay.  

Autor de numerosos libros relacionados con la literatura, la historia y la política española, entre los que cabe destacar, entre otros: Cataluña ante España; Circuito imperial; Manuel Azaña; Ante la tumba del catalanismo. Notas de un viaje con Franco a Cataluña; Camisa azul y boina colorada; España y Franco; Genio de España; La nueva catolicidad; La Infantería Española; Los secretos de la Falange; Memorias de un dictador; Retratos españoles.

Casado con Edith Sironi Negri con la que tuvo una hija, María. Murió en Madrid el 14 de mayo de 1988 a la edad de 88 años.


Memorias de un dictador.

En su libro Memorias de un dictador, escribe sobre José Antonio en estos términos:

“Yo conocí a José Antonio en 1932, cuando acababa de publicar mi “Genio de España”. Le conocí vestido de smoking en el hotel Ritz, y en un banquete a Pemán. Se dirigió a mí, me abrazó y me comunicó que estaba repartiendo muchos ejemplares de mi libro, comprados por él.

Con José Antonio tuve dos momentos sensacionales para mí. Uno, en mi casa. Vino a comer. Solo. Y en un instante de silencio le vi la muerte en la cara y le dije: “José Antonio, tú eres el Agnus Dei qui tollis peccata Hispaniae. Te veo sacrificado.” Se emocionó al oírme. Otro momento singular fue cuando ‘chibiris’ nos mataron a un camarada y nos reunimos en la calle Marqués de Riscal, José Antonio, Julio Ruiz de Alda, Ramiro Ledesma Ramos, Mateos –un obrero que estaba con nosotros-, Merry del Val y alguien más que no recuerdo. Y sorteamos una pistola que se puso en la mesa. Y al que le tocara debía salir a la calle y disparar sobre el primer chibiri que encontrara. Por fortuna no me tocó a mí. Entonces insinué: “Pero, ¿así, en frío? ¿cómo ellos, sin combate alguno?” Todos comprendieron y se desistió de la represalia. José Antonio, después de esto, me llevó en su coche, que era un descapotable escarlata. Estaba pálido, angustiado y de repente me dijo: “Ernesto, yo no he nacido para esto, yo he nacido para matemático del siglo XVIII.”

José Antonio tenía su despacho en Alcalá Galiano, junto a la Presidencia del Gobierno. Allí nos reuníamos a discutir y planear y de allí saldría el primer Consejo Nacional, en el que propuse el color azul para las camisas de combate y gran parte de los 33 puntos previamente incluidos en otro libro mío: La nueva catolicidad. De los mítines de José Antonio sólo le acompañé al de Valladolid, donde hablaría con Onésimo Redondo y Ledesma Ramos, sufriendo a la salida un violento tiroteo con heridos.

(...) Un día tras la guerra me llamó alguien a quien yo no conocía, poco después de ser nombrado Pedro Gamero del Castillo Secretario General de Falange o Vicesecretario con Muñoz Grandes. No quiso darme su nombre el comunicante.

-Tengo en mi poder papeles importantes de José Antonio y quiero entregárselos.

-¿Y a mí por qué?

-Porque lo merece y no hará mal uso de ellos. Yo se los dejaré en su casa.

Y así fue. Eran autógrafos, menos dos a máquina. Borradores de discursos, órdenes, trámites, pero –sobre todo- la lista de los primeros carnets donde aparecía yo con el número 5 aunque en un principio quiso darme el 1 generosamente y que rechacé. El número 1 era el de Ledesma, el 2 el suyo, el 3 Julio, el 4 Mazas... el 6 Onésimo, el 7 Aparicio... Se los llevé a Gamero y delante de Pilar Primo de Rivera los deposité en Secretaría General solicitando quedarme con esa lista de los carnets iniciales, que aún conservo. Aunque yo nunca tuve carnet ni coticé nada. También guardaba un retrato dedicado de Mussolini, que se lo entregué al odontólogo alemán en cuya casa me escondí el 17 de julio de 1936 y desapareció con el dentista.

(...) Otro bello recuerdo de José Antonio fue cuando en San Sebastián le presenté a Pablo Picasso. José Antonio cuando iba a la capital donostiarra se alojaba en el Continental, ahora desaparecido. Picasso se nos lamentó de que la República no pudiera organizar una Exposición de sus cuadros en Madrid, porque según el Comisario de Arte no tenían dinero para el seguro de las telas, pero que si le parecía suficiente hubieran puesto unas parejas de la Guardia Civil por la vía del tren. Echándose a reír Picasso con toda su alma. A lo que José Antonio le brindó esta promesa: “Algún día pondremos para recibirle una guardia nuestra, pero como honor, y tras haber asegurado su pintura.” Estábamos en el Náutico, construido por nuestro camarada Aizpurúa, uno de los primeros fusilados cuando la Revolución. Picasso nos invitó a unas copas y dijo así: “El único político español que habló de mí elogiosamente como gloria nacional en su artículo publicado en Norteamérica fue su padre el General Primo de Rivera.”

Yo no fui tertuliano de José Antonio en “La Ballena Alegre” de Madrid, calle de Alcalá. En cambio, sí su comensal en una cena del hotel París, en la que cuidó mucho los vinos. Entre otros estaban Sánchez Mazas, cuyo barroquismo cortesanesco le complacía. Lo que Mazas utilizaba para alejarme de José (cosa de escritores, gremialidades). Por eso quizá José no vino a otra cena que en ese mismo hotel de la Puerta del Sol me ofrecieron cuando gané una Cátedra de Literatura en 1935 y en la que Unamuno decidió el empate del Tribunal que presidía, votándome valientemente a pesar de las altísimas presiones que recibiera. (...) Fue Rafael Sánchez Mazas a quien por lo demás queríamos y admirábamos mucho, siendo mi esposa madrina de uno de sus hijos, el que también luego quiso quitarme la candidatura de 1936 presidida por Gil Robles, pidiéndosela a José Antonio, a quien respondí que yo solo a él se la cedería si se decidía a ello. Porque yo estaba, al fin, incluido ¡por don Juan March!, quien pagó una importante cantidad por mí, sin yo saberlo, hasta que me lo dijo Gil Robles, el cual había fijado una contribución electoral. Más tarde lo comprendió José Antonio y me escribió afectuoso desde la cárcel borrando aquella bobada de la candidatura.

(...) La última vez que vi a José Antonio fue en la Cárcel Modelo, de la que escapé de estar con él, por haberme avisado el sereno de mi calle cuando vinieron a detenerme. A José Antonio le tomé profunda veneración. Porque intuí, desde el primer momento, que iba a ser un mártir. Pero no el tipo de Revolucionario preciso, ya que procedía de una clase social distinta de aquella popular de los Ductores del pueblo en las Revoluciones Socialistas del mundo.


Carta de José Antonio a E.G.C., desde la cárcel de Alicante, el 12 de julio de 1936.

Querido Ernesto:

He agradecido mucho tus dos cartas que recibí ayer, cada una por un conducto y la dedicatoria de tus artículos de “Informaciones”, que estoy siguiendo con el mayor interés.

Me pides noticias mías. Puedo decirte que estoy mejor que nunca de salud, a Dios gracias y en plena forma de ánimo. Esos casi cuatro meses de cárcel me han permitido calar más adentro en algunas cosas y aparte de eso, a fuerza de tender cables, estoy ya en contacto con cuanto puede haber en España en este momento de eficaz. Hasta tal punto de que sin la Falange no se podría hacer nada en este momento, como no fuera un ciempiés sin salida.

Créeme que no he descansado en la adopción de estas precauciones, porque me horroriza el temor de que la ocasión grave y magnífica que estamos viviendo aborte una vez más, o lo que es peor, dé a luz un monstruo. Si eso pasa no será por mi culpa.

Una de las cosas temibles sería la “dictadura nacional republicana”. Estoy conforme contigo al ver en su defensa un síntoma de reconocimiento de nuestras posiciones. Hasta ahí bien. Lo malo sería la experiencia Maura-Prieto, con una excitación artificial de los negocios, las obras públicas, etc., para fingir una prosperidad económica sin levantar nada sobre fundamentos hondos. Al final del ciclo de febril bienestar, sobrevendría una gran crisis económica sobre un pueblo espiritualmente desmantelado para resistir el último y decisivo ataque comunista (lo nuestro es un período de calma burguesa no es donde se alcanza su mejor cultivo)

Otra experiencia falsa que temo, es la de la implantación por vía violenta de un falso fascismo conservador, sin valentía revolucionaria, ni sangre joven. Claro que esto no puede conquistar el poder; pero ¿y sí se lo dan?

Porque ninguna de las dos cosas ocurra trabajo, como te digo, sin tregua y con no poco éxito. Ya faltan pocos días, me parece, para que la vía quede completamente despejada. Y entonces creo que nada nos detendrá.

Gracias por tu confianza y disciplina. Procura ayudar cuanto puedas y yo me alegraré mucho.

Un abrazo.

José Antonio


Retratos españoles (Bastante parecidos)

Ernesto Giménez Caballero en su libro Retratos españoles (Bastante parecidos), que obtuvo el Premio Espejo de España 1985 de Planeta, ex aequo con “Tragicomedia de España” de Emilio Romero (fallecido el 13 de febrero de 2003), dedica un capítulo a José Antonio Primo de Rivera, titulado ‘José Antonio, el Mártir’.

(...) Yo no sabía entonces que cuando los pueblos quieren salvarse, desde las más remotas culturas, se busca “un arquetipo o héroe” “para un ‘asesinato primordial’ que regenere lo que se estaba muriendo”. Por eso las juventudes no se mueven con discursos, sino con sangre y ejemplaridad. “¡Ecce José Antonio!” Le tenía tan cerca aquella mañana que casi bajo su brazo sentía palpitarle el corazón.

-José Antonio, ¿no notas que tu presencia hace nuevas estas calles viejísimas de Valladolid?

José Antonio se sonrió y yo proseguí:

-Nunca sabrán en América ni en Rusia lo que una milenaria ciudad de Europa con solera conserva de juventud inagotable. Y siempre se engañan respecto a Europa, jamás vencida cuando más vencida parece.

José Antonio se detuvo un instante. Me miró soltándose de mi brazo. Pero en seguida me volvió a coger, ordenándome con gran dulzura, mientras reanudábamos la marcha:

-Sigue. Me interesa lo que dices.

Y yo seguí:

-Mira. Ése es Santiago, el símbolo de todos los resucitamientos españoles. En esa parroquia hay un Cristo que se llama de la Luz. Pero con tal luz de juventud que más que muerto parece resucitado, como si su sacrificio no fuera morir... ¡Quién de nosotros pudiera imitarle! ¡Sabiendo que la muerte es la salvación de todos los demás, de todos los cobardes y viles y los débiles, de los que no se atrevieron, de los que no sospecharon la existencia de un sábado de gloria!

Sentí a José Antonio estremecerse. Y proseguí:

-Creo que en la iglesia hubo también un Della Robbia, el florentino. Esta ciudad es muy romana, muy renacentista dentro de su goticismo ario. Esta ciudad es más tuya que Madrid, José Antonio... Tu figura la veo encuadrada en esta ciudad como en ninguna otra de España. Es la ciudad de la unidad, del imperio y también de los caudillos como aquel gran don Álvaro de Luna, el precursor, que murió traicionado como tu padre...

Alguien vino por José Antonio. Y ya no me le acerqué hasta después del mitin en el Calderón, junto a Alvargonzález, que le habían dado un balazo en el muslo. Mientras sonaban los tiros a la salida del mitin, yo miraba arder de resurrección a Valladolid. No me había engañado. Bastaron unas palabras de José Antonio, con dureza de arado que rotura la tierra seca, para que creciera el grano de que hablara fray Luis “y se aumentase a millares el fruto deseado”.

(...) José Antonio miraría a lo lejos su Madrid perdido. Y su Valladolid ¡renacido! (Y el Cristo de la Luz en Santiago el Viejo ofreciendo su Cuerpo joven –los mismos años de José Antonio- al sacrificio redentor.) Había caído ya Onésimo. Y Ramiro. Y Julio. Y, al fin, José.

¿Sabe Valladolid hoy lo que se cierne sobre España? ¿Y que no es una catástrofe a lo 36, sino que el Pisuerga puede convertirse en el Leteo, el río del olvido? En que se vaya poco a poco borrando el nombre de España. Por eso la otra mañana me fui a Valladolid a la vieja calle de Santiago. Y quise de nuevo ¡agarrarme a José Antonio! Para sentirle cerca, angustiadamente cerca, ¡José Antonio el Mártir!

(...) Desde luego quienes fusilaron a José Antonio prestaron un máximo servicio a algo más allá de José Antonio y de Franco: a una España nueva y trascendental que reveló su entierro a hombros de millares y millares de juventudes españolas desde Alicante a El Escorial. Para ser sepultado bajo el altar mayor del templo y sobre el panteón de los pasados dinastas españoles. ¿Pudo darse mayor revolución?

José Antonio llegó con ese entierro escurialense a Mártir de su pueblo. Y no por proceder, como sus coetáneos fascistas, de lo social, de lo marxista –tal el Duce, tal el Führer y hoy un Walesa en Polonia-, ¡sino por encarnar la saga heroica de una “nobleza obliga” como vengador de su padre ante la monarquía que lo liquidó, política y físicamente, en el destierro!

¡Aquel entierro de José Antonio! Que la España del 20 de noviembre de 1981 contempló hipnotizada en La Clave de TVE, resultando, así, la clave de todo cuanto se vio y discutió tal noche.

La de entronizar una nueva dinastía social, juvenil, revolucionaria, en aquel Escorial de las estirpes ya consuntas, obligando a que el Victorioso de la guerra: Franco, le saludara con un ¡presente! como a un héroe que ya no podía morir, entrando en la eternidad. Al mismo tiempo que le ofrecía levantar otro nuevo Escorial revolucionario y social, donde el propio Franco, como colaborador suyo, se le uniría en una sola tumba emblemática de todos los caídos, y que vendría a ser para España lo que aquella de un Lenin, en Moscú, frente a las periclitadas de los antiguos zares.

Ese Escorial (como tumba de dinastías, que se dio en todas las culturas desde las prehistóricas), y que en España, al fin definitivo, lo erige Felipe II para acabar con los enterramientos reales, dispersos por toda la Península en la Reconquista desde el de Pelayo, en Santa Eulalia de Abamia, hasta los de Isabel y Fernando en Granada.  

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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.008. - España -

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