El Parlamento Español en 1936

Ante el 18 de Julio.

 


Azaña recomienda calma.


 

Al día siguiente se reanuda el debate. Rectifica Azaña. Abandona los términos mesurados por inútiles y sintoniza con el diapasón marxista; la frialdad con que recibieron su discurso sus aliados le causó impresión, y aunque rechaza su participación en la revolución de octubre, recupera pronto el tono demagógico.

«Ni hemos de arriar nuestra bandera -dice-, ni nuestros aliados han de abjurar de sus doctrinas,

Oigo hablar de anarquías a todas horas y he de decir que de la anarquía se sale... Yo soy el mismo del año 31 con otra formación política, pero con el mismo programa, las mismas convicciones y la misma autoridad. No he cambiado, nada de eso: si acaso he acentuado mis posiciones políticas y soy más vidrioso y fácil de romper que en aquella época.»

Ante las llamas devastador as, que no sólo destruyen la riqueza artística, sino el prestigio civilizado español, recomienda calma.

«Las llamas son una enfermedad endémica española. Antes se quemaban herejes y ahora se queman santos... No es posible que ante tales hechos un republicano diga que peligra la República, que está perdida la República. Por eso recomiendo calma a los republicanos... Cuando yo hablaba de calma, no me refería a la calma del país, sino a la mía propia.

»El Frente Popular es lo que yo he descrito: a mí nadie me dicta rumbos; primero, porque no los necesito; segundo, porque no los tolero. El Frente Popular es lo que nosotros queremos que sea, no lo que quieren los demás... Y ni el partido socialista ni el partido comunista acaban en el Frente Popular ni yo tampoco.»

Temeridad es que el señor Calvo Sotelo se levante entonces a rectificar, dado el tono agresivo de Azaña y los bramidos de tempestad que conmueven e] Parlamento. Sin embargo, se yergue desafiante en su escaño, asaeteado por las miradas de los diputados de la anarquía que le enfrentan:

«El Gobierno presidido por el señor Azaña considera hoy por hoy patriótico, conveniente, interesante y útil al país el abrazo fraterno de las fuerzas republicanas que le siguen con las fuerzas marxistas que ocupan aquellos escaños. Es una declaración interesante, declaración que, claro es, yo he de relacionar inmediatamente con lo que S. S. ha tenido a bien formular, aunque con medias tintas, respecto a la revolución de octubre. El señor Azaña ha empleado hoy esa sutileza casi frívola que yo antes indicaba, porque ha dicho: 

«Yo no fui participe de la revolución; yo no fuí consejero de la revolución; mejor dicho, yo fui consejero de que no hubiera revolución»

Pero recuerde S. S. la nota que el partido que acaudilla publicó el día 5 de octubre al cometerse la «monstruosidad (me parece este el vocablo que ha empleado) de entregar el Poder, nada más que parcialmente, a deternlinados ministros de Acción Popular». Esto de llamar monstruosidad al hecho de que el Poder moderador confiara las funciones ministeriales a miembros pertenecientes a la fuerza política que obtuvo el triunfo electoral mayoritario en unas elecciones, las de noviembre del 33, tiene muchos ringorrangos, y es una verdadera blasfemia en labios de quien se precia de ser demócrata y dice rendir siempre culto a los principios de este orden.

No fui partícipe ni consejero-dice el señor Azaña-de la revolución de octubre. ¡Ah!, señor Azaña. Pero S. S. es beneficiario de esa revolución y yo le pregunto: ¿Con qué autoridad ética se puede rechazar un movimiento revolucionario cuando se está cosechando, usufructuando, administrando -iba a decir que explotando- los efectos políticos de ese movimiento revolucionario? Porque, ¿qué ha sido ese movimiento sino la gesta, la iniciación, el germen de vuestro éxito electoral del 16 de febrero?.

El Jefe del Gobierno tiene un gesto displicente y unas palabras irónicas, cada vez que oye hablar del peligro comunista.

«Yo digo a S. S.-responde a estos desplantes Calvo Sotelo- que el comunismo acecha en España más que en ningún otro país de Europa. Interesa a los Soviets implantar aquí el comunismo, y esa es la pauta que se han trazado desde hace ya años. Quieren que España sea la segunda nación sovietizada, y se comprende. España está cargada de historia, ocupa una posición geográfica predominante en Occidente, es portaestandarte de un imperialismo espiritual soberbio en el ámbito hispanoamericano. Por eso Rusia envía aquí propagandistas y dinero; por eso está .entrando en España armamento de Rusia, no para las derechas, sino para los comunistas.

Es posible que S. S., en virtud de su amalgamiento político circunstancial con los jefes de esas fuerzas marxistas, tenga con- fianza personal, en que mientras S. S. ocupe esa cabecera el comunismo no penetrará en España. Pero yo le digo que si mientras tanto el comunismo se prepara para dar la batalla decisiva en el momento que juzgue oportuno, a mí no me basta, a mí no me sirve esa confianza, porque no me interesa S. S., lo que me interesa es España; S. S. es un turista, y España es el paisaje; a mí lo que me interesa es el paisaje, que queda, y no el turista, que pasa. Lo que yo deseo es que mientras S. S. esté ahí no pueda el comunismo realizar la labor de zapa, de poda y de conquista sinuosa en el seno de los organismos que están llamados a defender el régimen social en que S. S. y yo vivimos. Porque bueno será decir además que la evolución política en España va a operarse a la inversa que en Rusia. En Rusia se sovietizaron primero los órganos políticos y después los de la economía, y en España se están sovietizando los órganos de la economía como preparación al tránsito para la sovietización de los órganos políticos.

Sovietismo hay ya en gran parte de la economía española; son muchas las fábricas en que no existe la autoridad técnica ni la dirección de Empresa, y sí tan sólo el Consejo, ilegal y clandestino, de obreros; con facultades dirigentes. Organismos del Estado son algunos en los que se da este caso; fábricas de tabacos, en que los obreros nombran y destituyen al personal dirigente; obreros de Almadén, que han expulsado de allí a los médicos y a los ingenieros del Estado...»

Cuando el orador termina de alancear al Gobierno y a sus aliados, se reproduce el motín. Los hombres del Frente Popular se sienten más intolerantes que nunca. Sin embargo, aun han de soportar la rectificación del señor Ventosa. «Temo, dice éste, que el señor Azaña, por su indecisión, provoque la catástrofe de España.»

El Gobierno gana la proposición de confianza por 195  votos contra 78. Han votado en contra monárquicos, cedistas, radicales y tradicionalistas. Se abstienen los agrarios, la Lliga, los portelistas y Miguel Maura. A favor, el conglomerado del Frente Popular, más los separatistas vascos y Chapaprieta.

Ante el relato y enumeración de sucesos hechos por los señores Calvo Sotelo, Gil Robles y Ventosa, se sienten con. movidos los españoles honrados, que en su inmensa mayoría desconocen en toda su profundidad el estrago que corroía a España, ya que la censura implacable impide la publicación de cuantas noticias se refieran a desorden social o público. En cambio, El Liberal califica de «muy divertidos» los discursos que dieron referencia del Calvario por que pasa España,. y La Libertad escribe esta declaración canallesca:

«¿Cómo no hemos de darles una humana explicación a los desórdenes?.. ¿Cómo sorprenderse de que un pueblo que ha gemido en las tinieblas se deslumbre al recibir la luz de una esperanza? La victoria que el voto popular le brinda le pone en pie, le enardece, le empuja... Y el que ha carecido de todo tanto tiempo quiere obtenerlo todo en un instante, y vengarse de todos y sellar con la fuerza aquella soberanía de su derecho que la razón ha proclamado. El pueblo desfigura sus instintos naturales y rebasa sus propios sentimientos. Todo esto es muy hermoso.»


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