El Parlamento Español en 1936

Ante el 18 de Julio.

 


Intervención de Gil Robles.


 

Y todavía no se han repuesto los diputados que hacen aspavientos farisaicos por lo que han oído, cuando el señor Gil Robles se incorpora para, intervenir. ¡Es demasiada audacia la de la reacción! Vuelven a encresparse las minorías rojas, que se creían invulnerables en su fuerza y en su despotismo. Gil Robles se encara con el Jefe del Gobierno y le dice:

«Señor Azaña, no voy a reproducir uno por uno los argumentos expuestos por el señor Calvo Sotelo para describir la triste situación del orden público y la más triste situación del Gobierno frente a los desórdenes que se producen. Ya S. S. el día pasado decía, y de los grupos de la mayoría han salido interrupciones que corroboran esa tesis, que los desórdenes están promovidos por elementos perturbadores amparados o subvencionados por determinados grupos. ¿Lo cree así S. S.? y o le rogaría que pusiera inmediatamente de manifiesto quiénes son esos agentes provocadores, quiénes les sostienen y quiénes les amparan, porque, por lo que a mí respecta, desde este momento he de decir a S. S. que a mí y al partido que en estos momentos represento nos repugna de tal manera la violencia, que condenamos toda ella, venga de donde venga, y que creemos que algo m6s criminal que el matar es el dar dinero para que con este dinero se mate. ¡A ponerlos de manifiesto y a castigarlos!, porque decir que existen unos agentes provocadores que actúan libremente es una confesión de impotencia por parte del Gobierno, porque el Gobierno ha debido descubrirlos, perseguirlos y castigarlos, y a estas horas, viniera la violencia de donde viniera, tenía que haber desparecido del ámbito de la política española. Porque S. S., con las masas que le siguen, parece que desconoce que en los momentos actuales en todos los pueblos y aldeas de España se está desarrollando una persecución implacable contra las gentes de derechas; que se multa, y se encarcela, y se deporta, y se asesina a gentes de derechas por el mero hecho de haber sido interventor, o apoderado, o directivo de una organización de derechas durante estos tiempos; que ahora, a los que estamos actuando dentro de la legalidad, se nos persigue y se nos atropella, y en el momento en que se va a abrir una consulta para elegir al supremo Magistrado de la República, nos encontramos con que nuestras fuerzas dicen que no existe la mínima garantía, no ya de independencia para emitir el sufragio, sino de vida.

»Y en estas condiciones, cuando a una fuerza política como la nuestra se la está diariamente hostilizando, y persiguiendo, y maltratando, se produce el fenómeno que a ni tranquilidad personal causaría la mayor de las satisfacciones, pero que, como español y como ciudadano, me produce la mayor de las angustias, y es que los partidos que actuamos dentro de la legalidad empezamos a perder el control de nuestras masas, empezamos a aparecer ante ellas como fracasados, comienza a germinar en nuestra gente la idea de la violencia para luchar contra la persecución; nosotros, los hombres que tenemos una convicción firme, no podemos cambiar tan fácilmente de camino, pero llegará un instante en que, como deber ciudadano y de conciencia, tendremos que volvemos a nuestras masas y decirles: 

«Dentro de la legalidad no tenéis protección, porque la ley no tiene el amparo del Gobierno, que es la suprema garantía de la ciudadanía; en nuestro partido no os podemos defender.» 

Tendremos que decirles con angustia que vayan a otras organizaciones, a otros núcleos políticos que les ofrecen, por lo menos, el aliciente de la venganza, cuando ven que dentro de la ley no hay una garantía para los derechos ciudadanos.»

Estas palabras levantan fuertes protestas. Gil Robles insiste:

«Las gentes de orden no tendr6n otro camino. Desengañaos, señores diputados: una masa considerable de opinión española, que, por lo menos, es la mitad de la nación, no se resigna implacablemente a morir; yo os lo aseguro. Si no puede defenderse por un camino, se defender6 por otro. Frente a la violencia que allí se propugna surgirá la violencia por otro lado, y el Poder público tendrá el triste papel de espectador de una contienda ciudadana en la que se va a arruinar, material y espiritualmente, la nación.

»Yo creo que S. S. va a tener dentro de la República quizá otro sino más triste, que es el de presidir la liquidación de la República democrática. Si no se rectifica rápidamente el camino, en España no quedará más solución que la violencia, o la dictadura roja que aquellos señores propugnan, o una defensa enérgica de los ciudadanos que no se dejan atropellar; por ninguno de los dos caminos se salva la farsa de un sistema parlamentario que sirva, pura y exclusivamente, de trampolín para el asalto revolucionario de los grupos obreristas... Han pasado unos meses de anarquía. Su Señoría no se podrá quitar jamás de encima esa mancha; quizá pueda atenuarla con una actuación en el futuro. ¿Que para entonces es necesaria una convivencia? ¡Ah!, nosotros estamos dispuestos a ella, no por S. S. ni por los partidos que le siguen, sino por un ideal supremo, que es el interés de esa Patria. Por esa Patria, lo que sea necesario, incluso nuestra desaparición, si los grandes intereses nacionales lo exigieran; pero no una desaparición cobarde, entregando el cuello al enemigo; es preferible saber morir en la calle a ser atropellado por cobardía.»

Los diputados del Frente Popular subrayan el final con voces despreciativas. Va a hablar el señor Ventosa. Los socialistas y comunistas se ausentan con gestos y gritos que expresan su indignación.

«El estado de inquietud presente -dice el señor Ventosa- no puede ser atribuido a maniobras derrotistas... El discurso anterior del señor Azaña, cuando prometió gobernar prestigiando a la autoridad, produjo en el país un efecto prodigioso... Claro es que en España se confía demasiado en palabras, pero hay que reconocer, en efecto, que el sedante que se produjo fué por el deseo del país de encontrar confianza... No hay derrotismo: lo que hay es un estado de excitación, que en unos se traduce en acometividad y agresión; en pánico en otros, lo que llevará a una verdadera guerra civil... El Gobierno, más que reparar injusticias pasadas, lo que ha hecho es cometer injusticias presentes.

»...El cuadro de proyectos del Gobierno no es para inspirar confianza. La readmisión de los obreros ha traído una grave perturbación en la vida industrial. Lo que se ha hecho en reforma agraria ha repercutido en daños irreparables para el campo español... La destitución del Presidente de la República refleja una actitud de amenaza revolucionaria... España es hoy el país de más incertidumbre de Europa por razones de política interior. Hay pugilato demagógico que obliga a resbalar hacia el extremismo a los diversos sectores de la izquierda... Azaña está en una situación excepcional: se hace aplaudir por las extremas izquierdas y las clases conservadoras piensan encontrar en él una garantía contra posibles excesos».

Como el debate no ha terminado se prorroga en una sesión nocturna, en la que Llopis, en nombre de los socialistas, renueva la confianza de este partido en Azaña. «Desde el 16 de febrero-añade-, después del triunfo no ocurre absolutamente nada». Y en seguida advierte: «pero tiene que ocurrir algo a toda costa, y hay que provocarlo».

Empieza la carrera de los desenfrenos. El comunista Díaz se envanece de ser un «camarada de puños fuertes que ha de decir las cosas como las siente». Cuando el Presidente le recomienda compostura en sus expresiones, replica «que en este Parlamento no hay protocolos, porque ha sido designado con el puño en alto».

«Las derechas tienen que responder ante el pueblo de la represión cruel de octubre... Para evitarlo Gil Robles, principal «ejecutor», huye de la Cámara dejándole «el muerto» como todos los cobardes... Decía Gil Robles que era preferible morir en la calle a morir no sé de qué manera... Yo no sé cómo morirá el señor Gil Robles..»

- En la horca-sentencia un diputado marxista.

- ¡Yo sé que morirá con los zapatos puestos!-amenaza Díaz Ramos. 

Estas palabras producen estupor. ¿Se pueden tolerar tales excitaciones al asesinato?, preguntan las derechas.

- ¡Yo no soy asesino como vosotros!-rechaza Gil Robles.

González Peña, Belarmino Tomás y Escribano se lanzan al hemiciclo, frenéticos. Vitorean a Asturias revolucionaria y forcejean para agredir a los diputados de derechas. En la tribuna de la Prensa los periodistas rojos gritan levantando los puños: (ClSirval, Sirval!»

El Congreso se ha convertido en un pandemónium. Hay prisas por acabar, porque una inquietud angustiosa domina a todos... Ya no hay discursos ordenados, intervenciones reposadas, sino frases sueltas hirientes, groserías, blasfemias. «Ley del Talión -grita el diputado Maurín, de la Unificación Marxista-, ojo por ojo y diente por diente». Venganza y revolución piden los sindicalistas Pestaña y Pabón... Los señores Cid y el nacionalista Irazusta apenas hallan eco con sus pausas templadas en aquel oleaje marxista. Al fin se da por terminada la sesión. Son las dos y veinte de la madrugada.


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