El Parlamento Español en 1936

Ante el 18 de Julio.

 


Quiénes son los incendiarios.


 

«¿Pero quién quema?-replica airado Calvo Sotelo-. Voy a emplear textos vuestros, a ver si rendís crédito a lo que dicen diputados que se sientan en esos bancos o personas que comulgan en vuestras ideas. ¿Quién quemó el periódico La Nación? Lo dijo el representante socialista señor Álvarez del Vayo.

El señor Álvarez del Vayo, diputado socialista, dijo en un mitin de Barcelona hace quince días, que los incendios producidos, así en La Nación como en las iglesias de San Ignacio y de San Luis, eran debidos a que el pueblo de Madrid quería hacer una protesta ante el ritmo lento con que el Gobierno desarrolla el programa del Frente Popular. Y con palabras más expresivas, tomadas íntegramente del discurso del sindicalista o comunista -no conozco exactamente su filiación- señor Asín, en el mitin celebrado en Cartagena el día 5 de este mes, se dice lo siguiente: 

«No debemos contentamos con quemar una o mil iglesias. Eso es espectáculo que tiene algo de fausto, algo de exuberante más o menos magnífico, pero que no tiene base sólida para garantizar nuestro bienestar en el día de mañana. Única manera de hacer efectiva nuestra liberación económica es expropiando a la Banca privada, al Banco de España, expropiando a todos los que explotan y expolian al pueblo español».

No es posible -ha dicho el señor Azaña con intento exculpatorio- reaccionar frente a unas masas hambreadas durante dos años -creo que estas fueron sus palabras-, que se sienten vejadas y maltratadas, y el Gobierno-palabras textuales también- por piedad y misericordia no reacciona. Luego, señor Azaña, había en ese conato de argumentación un reconocimiento elocuente y valioso: el de que si el Gobierno hubiera querido habría podido cortar aquellas reacciones de esa clase. Yo reconozco que ante una reacción fulminante, explosiva, pero fugaz, habrá casos en que el Poder pueda y deba contemporizar; pero entiendo que es un concepto gravísimo del Poder público el admitir que tal contemporización se mantenga frente a una reacción de este tipo, que dura, no ya horas, ni siquiera días, sino semanas y hasta meses ...»

- ¡Y lo que durará!-amenaza Margarita Nelken.

Calvo Sotelo responde con una sonrisa a la interrupción. Va a decir algo a la diputada socialista, pero se vuelve al Presidente del Consejo y le llama la atención:

«Que el señor Azaña tome nota de esas palabras -replica el señor Calvo Sotelo-, por si andando el tiempo y conservándose en la Presidencia del Gobierno al cabo de X meses se encuentra ante masas que vuelvan a sentirse vejadas, inquietadas y hambreadas y que quieran hacer aplicación literal de la doctrina que nos explicaba hace unas horas».

«¿Cuáles son los efectos de esa política de orden público, que yo calificaría más bien de desórdenes públicos, por condescendencia o por dimisión de las autoridades del Estado?... Esos efectos son, en primer término, una penosísima pesadumbre en el concepto mundial acerca de lo que pueda sobrevenir en la vida pública española... No más tarde de anteayer me he encontrado con un texto que merece los honores de ser repetido, porque no es de un periódico de derechas: es, de L'Ere Nouvelle, el periódico en que colabora Herriot más asiduamente y que es órgano de la «entente» de las izquierdas francesas. El juicio de este periódico tiene un valor que no tendría el de otros periódicos de distinta significación. «Desde el día 1º de marzo, en todo el país -se refiere a España- reina el desorden. ¿Y qué desorden? En casi todos los grandes centros los elementos de la extrema izquierda han emprendido una campaña de violencias que toda democracia debe condenar. Es singularmente paradójico reprochar a los regímenes de dictadura el uso de la fuerza y proceder exactamente como ellos cuando la ocasión se presenta. Nadie ignora que los atentados se suceden en ciertas ciudades desde hace un mes. Y se conocen al detalle, a pesar de la censura de Madrid, los odiosos actos cometidos contra muchas sociedades representativas de doctrinas opuestas a las del nuevo régimen. Estos mismos excesos prueban que el Gobierno de Madrid está siendo desbordado por sus aliados de extrema izquierda. Y todos los demócratas que, entre nosotros, han aplaudido el nacimiento de la República española y sus primeros esfuerzos, se inquietan hoy al verla deslizarse en una pendiente tan peligrosa. El peligro para una democracia no está solamente en los partidos de la reacción. Aquel que constituyen los partidos revolucionarios no es menos grave para ella. Habiendo dado jaque a uno, España parece incapaz de reaccionar contra el otro.» 

«¿Y cuáles son los efectos -pregunta el orador- que esto ha producido y tiene que producir fatalmente en el orden económico? El valor de la fortuna mobiliaria española, representada por los títulos de la Deuda, las acciones y computados en función de las cotizaciones de la Bolsa de Madrid, que es severa a estos efectos, con relación a los principales títulos de cada uno de estos grupos, ha descendido desde el día 14 de febrero hasta el día 11 de abril, que me parece fué el último de sesión de Bolsa, en 1.936 millones de pesetas, merma neta que significa pérdida porque nadie se aprovecha de esa disminución de una cifra tan formidable de fortuna que, utilizada a los efectos del crédito, podría haber servido de gran cosa al desarrollo económico nacional. La circulación fiduciaria, que era al comienzo del año de 4.700 millones aproximadamente, y antes de las elecciones apenas había pasado de los 4.850 millones, en los balances del Banco de España de 4 de abril suma ya 5.330 millones. La cotización de la peseta ha sufrido una depreciación del 12 al 15 por 100 a partir del 16 de febrero, no por causas intrínsecas de orden económico, sino por causas políticas de orden psicológico, que son las que de manera más eficaz y directa presiden la cotización de la moneda.

»El cambio oficial de la peseta antes del 14 de febrero era, con relación al franco francés, de dos francos, 2,04 ó 2,05 y la peseta en billetes legalizados se ha hecho en los primeros días de abril en París a uno, 1,70 y 1,73 Y 1,74, con pérdidas del 12 al 14 por 100.»

De nuevo los diputados se revuelven poseídos de irreprimible cólera. Les desespera el lenguaje del orador, a quien piden que se calle, que se marche. Le increpan, le amenazan, le maldicen.

- No tengo prisa, señor Presidente--exclama impávido Calvo Sotelo. Cuando me dejen hablar, continuaré.

- Es mucha Dictadura y mucho «straperlo»--exclama soez
la Nelken.

- Bien se aprovechó su señoría de la Dictadura! -le recuerda a esta furia el diputado Fuentes Pila.


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