Antes de la promulgar la Ley
de la Memoria Histórica, quizás convenga derogar la
«Ley del Silencio» que, en perjuicio de todos,
vencedores y vencidos, ha regido en torno a lo que
ocurría en el Valle de los Caídos. Así se explica
que, como nunca se dieron a conocer datos sobre la
construcción de la obra, el informe elaborado en
2006 por el socialista maltés Leo Brincat para el
Consejo de la Unión Europea «con objeto de que se
condene internacionalmente a la dictadura
franquista», insista en cifras que, después de
muchas investigaciones, han sido rectificadas.
Por ejemplo, el número de
presos políticos que trabajaron en las obras. Según
la prensa de la época, a finales de 1943, trabajaban
en el valle seiscientos obreros. Y, en el libro que
escribió el arquitecto director, don Diego Méndez,
se señala que «durante los quince años que duraron
los trabajos intervinieron dos mil hombres (y ni
todos a la vez, ni todos penados)».
O sea que es un error de
bulto la cifra dada por TVE hace poco, en «Memoria
de España», al decir que en las obras intervinieron
veinte mil presos políticos.
Los documentos rectifican
estos datos del director y elevan la cifra de
obreros a 2.643, de los cuales el número de penados
no eran ni un diez por ciento, 243. De estos 243
presos políticos que se habían acogido libremente a
la «redención de penas por el trabajo» -«seis días
de redención por cada uno trabajado»; más de lo que,
luego, estableció el Código Penal que fue de «tres
días por cada dos trabajados»- y gracias a los
indultos y concesiones de «libertad provisional», en
1950, nueve años antes de que terminaran las obras,
asegura la Fundación Francisco Franco que ya no
quedaba en el Valle ni un solo preso político; y,
curiosamente, sí presos comunes que quisieron
beneficiarse de condiciones tan favorables para
poder redimir penas por trabajo.
Estas informaciones sobre el
Valle no se hacían públicas y, en cuarenta años de
periodista, yo Alfredo Amestoy, periodista y
escritor sólo recuerdo una ocasión en la se habló de
este tema en Televisión Española.
Por supuesto, con Franco
desaparecido, en 1979, Francisco Rabal me comentó en
pantalla que, en los años cuarenta, el único trabajo
que encontró su padre, que era tunelero, fue el de
horadar el Risco de la Nava, en cuyo interior se
construiría la Basílica. Los Rabal, de ideas
comunistas, estaban contratados y ocupaban viviendas
que se habían construido para los trabajadores. El
actor reveló también en televisión que «en la obra
reinaba una gran solidaridad y los familiares de
muchos de los presos que allí trabajaban dormían en
nuestra casa y les dejábamos nuestras camas».
¿Cuántos muertos? ¿cuántos millones?
Con su padre también, a
quien condenado a muerte se le conmutó la pena y
luego se acogió a la redención de pena por trabajo,
estuvo en el Valle, Gregorio Peces Barba. A los
cuatro meses de permanecer allí toda la familia, el
padre del político recibió la libertad condicional y
explicó que «no puedo decir que he estado arrancando
piedras en el Valle, sería estúpido decir eso; no
hubiera sido demasiado útil arrancando piedras... yo
estaba trabajando en las oficinas».
No en las oficinas sino en
el dispensario estuvo otro preso que llegó de los
primeros al Valle, en 1940, para redimir pena por
trabajo, el doctor Ángel Lausín. Redimida la pena,
ya libre, decidió quedarse en el Valle hasta el
final de las obras. Su testimonio como médico
titular es que «en dieciocho años de obra faraónica
hubo sólo catorce muertos». Menos de los que hoy se
registran en nuestras carreteras durante un fin de
semana.
Se puede hablar de «obra
faraónica» puesto que se trata de una de las obras
más colosales no sólo del siglo sino de la historia.
La Basílica es el mayor templo del mundo con una
capacidad de más de veinticuatro mil personas en su
nave de trescientos metros de longitud. Fuera, en la
plaza, caben otras doscientas mil almas. La cruz no
tiene parangón, si a sus ciento cincuenta metros,
altura superior a la Torre de Madrid, añadimos su
«base» que es el Risco de la Nava, de mil
cuatrocientos metros de altitud. Pero el dato más
increíble es que por el interior de los brazos de la
cruz, un crucero de 46 metros, pueden circular
simultáneamente dos automóviles.
En cuanto al costo de una
obra de tales proporciones se han barajado
cantidades astronómicas, reprochando al régimen de
Franco un gasto impropio de un país empobrecido. Las
últimas cifras conocidas hablan de que, al cerrarse
las cuentas, se habían invertido 1.033 millones de
pesetas; al parecer hace tiempo amortizadas con los
cuatrocientos mil visitantes anuales que contabiliza
el Patrimonio Nacional en éste que es su tercer
monumento más visitado, tras el Palacio Real y El
Escorial.
Por otra parte, los mil
millones de pesetas, que si bien entonces hubieran
permitido construir tres estadios como el Santiago
Bernabeu, hoy son «sólo» seis millones de euros, que
es el precio que puede pagar por un jugador
cualquier equipo de fútbol español de primera
división.
El «salario del miedo» en
los trabajos forzados frente a las acusaciones de
represión y «esclavitud», que adjudican al
franquismo en la obras del Valle los grupos de
izquierda y que reclaman recuperar la Memoria
Histórica, la derecha presenta documentos con el
objeto de demostrar que los presos, además de
descontar tiempo de pena por trabajo, percibieron,
al principio, un jornal mínimo de siete pesetas más
la comida, que pronto se elevó a diez pesetas
diarias, más pluses por trabajo a destajo o por
peligrosidad, lo que unido a vivienda y escuela
gratuitas les permitió llevar a sus familias a
residir en el Valle.
Nos recuerdan que un sueldo
de trescientas a cuatrocientas pesetas mensuales, en
los años cuarenta, y primeros «cincuenta», era lo
que cobraba un profesor adjunto en la Universidad. Y
el médico del Valle, el ya mencionado Dr. Lausín,
superaba las mil pesetas mensuales, como el maestro,
don Gonzalo -ex condenado a muerte- mil también; o
el practicante, el señor Orejas, que cobraba más de
quinientas... Nos recuerdan que ya en 1950 no había
penados.
Y que la España de finales
de la obra no tenía nada que ver con la de los años
cuarenta. Lógico; en 1959, cuando se inaugura el
Valle de los Caídos, ya lleva tres años funcionando
en España la televisión y hay casi un millón de
receptores; visita nuestro país y abraza a Franco el
vencedor de Hitler, Dwight D. Eisenhower, presidente
de los Estados Unidos; y, en el mes de diciembre, un
tren de alta velocidad entonces, el TALGO, une
Madrid y Barcelona. Se considera pues un
despropósito la cifra de cincuenta céntimos que se
ha llegado a publicar como salario que recibían los
penados. Cabe pensar que tal insultante cantidad no
hubiera sido consentida por los falangistas, como
José Antonio Girón, ministro de Trabajo a la edad de
veintinueve años, y que emprendió una política
social que asustó a la derecha conservadora; ni
tampoco por los arquitectos Muguruza o Méndez, autor
y director del proyecto, ni por el progresista Juan
de Ávalos, el artífice del conjunto escultórico del
Valle de los Caídos.
Juan de Ávalos, gran amigo
mío hasta el punto de que una semana antes de
fallecer el pasado mes de julio, a la edad de 94
años, me llamó para que juntos visitáramos a
monseñor Astilleros y le convenciéramos para colocar
en la Catedral de Madrid una figura en suspensión de
Cristo Resucitado, era un republicano de izquierdas,
carnet número 5 ó 7 del PSOE de Mérida. Este dato no
impidió que Franco le encargara la realización de su
empresa predilecta. Ávalos explicaba que él ganó «un
concurso para hacer unas estatuas con un equipo
donde no había "esclavos" y que fue una obra hecha
con la vergüenza de haber sufrido una guerra
increíble entre hermanos y para enterrar a nuestros
muertos juntos». El famoso escultor nunca me quiso
decir la cantidad que cobró por las gigantescas
cabezas de los evangelistas que figuran al pie de la
Cruz, por las virtudes y por la piedad, pero hay que
pensar que fue bien retribuido.
Tampoco estuvo mal pagado
otro escultor, autor del auténtico protagonista del
Valle, el Cristo «vasco» que preside el altar mayor
de la Basílica. Nos referimos al artista guipuzcoano
Julio Beobide. Porque en el Valle, como en «el monte
del olvido» de la canción, están clavadas no una
sino dos cruces. El generalísimo «pasó» de política
en el valle En realidad las dos cruces del Valle son
«vascas». Pedro Muguruza es el «padre» de la del
exterior, la de 150 metros, y Beobide de la del
interior, la del altar.
En 1940, Franco, siempre
previsor -recuerden lo de «atado y bien atado»-,
respecto al Valle, lo tenía todo «cortado y bien
cortado». Hasta la madera para hacer su pieza
favorita: un gran crucifijo que en el altar mayor de
la Basílica es lo único que permanece iluminado
durante la Consagración, cuando se apagan todas las
luces del templo. La madera para hacer la cruz de
este Cristo la había elegido el propio Franco en la
Sierra al ver la forma de una rama de una sabina. La
sabina es apreciada por su madera hermosa, fuerte y
olorosa, ideal para fabricar violines y castañuelas.
Pero ahora venía lo más difícil: tenía que buscar
alguien capaz de tallar «el Cristo más importante
del siglo XX».
Y el Caudillo volvió a tener
lo que le atribuían los moros: «baraka», suerte. Ese
mismo verano, al ser invitado a una fiesta que daba
el pintor Zuloaga en su casa de Zumaya, descubre en
su capilla una figura que le deja deslumbrado. Es,
precisamente, el Cristo que siempre había soñado
para el altar mayor del Valle. Le pregunta quién es
el autor de esta talla que el propio Zuloaga había
policromado. Don Ignacio duda si ocultárselo, pero
le acaba confesando que es de Beobide, un escultor
nacionalista vasco. Zuloaga también engaña, al
principio, al escultor diciéndole que un americano
se ha interesado por una copia del cristo que había
hecho para su capilla. Franco sorprende a Zuloaga
cuando le contesta que no le importa cómo piense
políticamente el escultor. Además, lo que él quiere
es que ese Cristo, en el altar del Valle de los
Caídos, sea el símbolo de la conciliación. En ese
momento el Cristo de Beobide empezó a entrar en la
leyenda, y a circular en torno a él una curiosa
historia. Para salvar la cara al pobre Beobide se
contó que Zuloaga, cuando encarga al escultor otro
Cristo para un americano, le oculta quién es el
cliente, «porque de saber su destino jamás hubiera
realizado el trabajo». Una falacia porque Beobide
supo pronto para quién y para dónde era el Cristo
que le pedía Ignacio Zuloaga. Y la prueba es el
talón, por veinte mil pesetas -lo que entonces
costaba un buen piso- que se le ingresa en su cuenta
bancaria por orden de Franco, según se le comunica
en carta de la Jefatura del Estado, que obra en
nuestro poder, fechada en el Palacio de Oriente el
23 de Junio de 1941, un año después de la visita del
general a Zumaya, y donde se le pide «acuse de
recibo».
Franco murió sin saber que
le enterrarían en el Valle Parece que el acierto de
Franco en la elección del artista fue total. Beobide,
sobre todo en la talla de Cristos, es heredero de
sus maestros, Berruguete, Montañés o Mena... Pero, a
pesar de todo, Franco nunca pensó en que le
enterraran bajo ese Cristo.
A Franco, otra vez la «cara»
y la «cruz» del Valle, por culpa de las «broncas»
que le organizaban allí los falangistas, creo que ya
no le gustaba que le llevaran a Cuelgamuros... «ni
vivo, ni muerto».
Pero le ocurrió lo de
siempre y, a quien nadie se había atrevido a
contradecir en vida, no se le respetó su última
voluntad. Franco tenía previsto que le enterraran en
el Cementerio de El Pardo, donde descansan todos los
personajes del Régimen, pero al ver que su muerte
estaba próxima, su familia y los altos cargos del
Estado, incluido el Príncipe Juan Carlos, deciden
que su cuerpo descanse en el Valle de los Caídos. Y
es el futuro rey quien ha de solicitar el
enterramiento a la comunidad benedictina que rige la
Basílica. Hace poco la periodista Victoria Prego ha
publicado algún dato más que confirma esta realidad:
«En los últimos días de la enfermedad del general,
Arias Navarro preguntó a su hija Carmen si se le iba
a enterrar en el Valle y la respuesta fue "No"». Y
continúa Prego: «Lo que sí consta es que las obras
para acondicionar una tumba al otro lado del altar
se realizaron a toda prisa, estando ya el dictador
irremediablemente enfermo».
Así fue y yo aporto este
otro dato que aclara definitivamente que Franco no
construyó el Valle para que fuera su gran mausoleo:
de labios de un oficial de su escolta, dueño de la
librería en el Mercado de los Mostenses, de Madrid,
al que encargaron preparar su tumba en un par de
semanas, escuché los problemas que hubo que
resolver, incluso de inundación por rotura de
cañerías, para hacer una fosa imprevista detrás del
altar, ya que en su día sólo se hizo el hoyo para
enterrar los restos de José Antonio que se habían
depositado, antes, en El Escorial.
Pero dejemos que Victoria
sume otro argumento valioso: «Consta también, y hay
testimonio de ello, que a comienzos de los 70,
Franco envió a su mujer a visitar la cripta de la
ermita del cementerio de El Pardo, que está adornada
por los mismos artistas que participaron en la
decoración del Valle de los Caídos. Y consta que en
esa cripta había una urna funeraria con capacidad
sobrada para dos cuerpos y que, una vez enterrado
Franco en Cuelgamuros, esa urna fue retirada. Y
finalmente consta que allí reposan ahora en
solitario los restos de su viuda, Carmen Polo».
¿Cuántos restos, además de
los de José Antonio y Franco, hay de verdad en el
Valle de los Caídos? La cifra, siempre discutida, se
ha movido de setenta mil a treinta mil. Pero ya está
bien de contar muertos. Que descansen todos en paz
debajo de las dos cruces: la de fuera, del
arquitecto vizcaíno Pedro Muguruza, y la de dentro
de la Basílica, del escultor guipuzcoano, Julio
Beobide. Vasco era también Carmelo Larrea, el autor
de la canción «Dos cruces» donde se decía que «están
clavadas dos cruces en el monte del olvido». No
estaría mal que también el Valle de los Caídos fuera
«el Valle del Olvido». No siempre es bueno recordar
y ya es un tópico que «hay que recordar para no
repetir». Lo mejor para no repetir es perdonar. Y
olvidar. No puede ser lo de «yo perdono pero no
olvido». Hay que olvidar todos los muertos; los mil
muertos de ETA y los millares de la Guerra Civil.
Este «perdón histórico» y con «olvido colectivo»
puede ser, además, «políticamente más correcto». |
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