El Valle de los Caídos

Lugar de reconciliación y de paz.

 


 Los Artistas


Cuelgamuros no es solamente un santuario donde los odios de la guerra han cedido el paso a la memoria y veneración de los que en ella murieron soñando con una España mejor; su conjunto, asombroso en estos tiempos, encierra también numerosas obras, especialmente esculturas, cuya realización fue encomendada a artistas de conocida fama que, al llevar a efecto su encargo, realizaron espléndidas obras de arte, dignas del lugar y del motivo para el que fueron proyectadas.

Ya el conjunto de la Basílica y el risco sobre el que fue construida, representa un maravilloso concepto de perfecta unión del arte y la naturaleza. y si en un primer momento; la contemplación de la cruz monumental, alzada en el centro de un valle de singular belleza, mueve a la emoción, la contemplación de las obras que allí dejaron sus creadores, son un motivo de admiración, por la belleza y armonía de sus líneas y la serenidad y emoción religiosa de sus figuras.

La Virgen Dolorosa, símbolo del dolor de las madres de los Caídos.

Vaya en primer lugar lo que desde el exterior de la Basílica puede contemplar el visitante. Sobre la puerta de entrada, la imagen de la Virgen Dolorosa que tiene en sus brazos al primer caído de la vida, su hijo Jesucristo, consagró para la inmortalidad del nombre de su autor, el gran escultor Juan de Avalos. Imagen dramática en la que se aúnan la serena angustia de la Madre y la patética muerte del Hombre al que Dios unió su naturaleza divina. Símbolo de todas las madres que vieron el cuerpo de su hijo-soldado muerto en los campos de España. Si todo el conjunto invita a la emoción, el artista supo expresarla al máximo en esa mano del hijo que, en última petición de ayuda, se apoya sobre la mano materna. El poeta Egea dijo de esta figura:  

« Aquí la España rota y derrumbada,

aquí la sangre limpia sepultada.

¡Tu mano herida la devuelva en fruto! ».


Juan de Avalos ante el busco de San Marcos, en 1951

Escultura en alabastro de la Purísima Concepción, de Carlos Ferreira.

Juan de Avalos nació en Mérida en 1911.Autor de famosos monumentos, había ya consagrado su nombre con el que en Teruel se alzó sobre el sepulcro de los Amantes. Numerosas obras, en todo el mundo, testifican la alta inspiración y el oficio genial, de este escultor.

Pero si la imagen de la Dolorosa hubiera sido bastante para conquistarle la fama, hay otras cuatro esculturas, al pie mismo de la cruz, que son otras tantas muestras de su genio. Figuras gigantescas de los evangelistas, Juan, Lucas, Marcos y Mateo, se levantan como si sus hombros -su obra- fuesen el pedestal inamovible de la Cruz de Cristo. De indudable escuela miguel-angelesca, la grandeza y magnitud de estas estatuas, en perfecta armonía con el conjunto de la obra y la magnitud del risco sobre el que se alza, son una muestra del espíritu de Juan de Avalos que en alguna ocasión manifestó que su deseo hubiera sido, no poner sus figuras sobre la montaña, sino convertir esta en gigantesca Dolorosa. Y el dolor de Cristo muerto no sería un frío símbolo arrancado al mármol, sino el gran sacrificio de la tierra misma, convertida, por la gracia del arte, en el cuerpo de la Redención. («La Estafeta Literaria». «Lo que desea ser Juan de Avalos» 1970).  

Junto a la clásica línea de Avalos, la obra del escultor Carlos Ferreira contrasta y enriquece el conjunto. Con él, la Basílica nos habla de la aportación de las nuevas escuelas. Carlos Ferreira, al que alguien llamó «Domador de volúmenes» representa la nueva generación que con Oteiza y Chillida se propuso algo más que adaptar la superficie de la materia a formas imitativas. 

De lo que se trataba era de obligar a los volúmenes a producirse sin mimetismos y a descubrir las razones de la belleza de los seres. Al encomendársele la realización de dos ángeles que fueran los guardianes de la entrada de la cripta, Ferreira construyó en. bronce, más que dos formas humanas, dos ideas de fuerza y perennidad. Los brazos hercúleos y las alas apuntando al cielo, son, con la espada poderosa, la garantía de que las fuerzas de la inmortalidad guardarán para siempre el sueño de los que en Valle reposan. Distintas de lo que a lo largo de su vida ha constituido la manera de ser del escultor, estas dos figuras hubieran servido para situarle entre los grandes artistas de nuestro tiempo.

En el interior, tres imágenes de la Virgen, la Purísima Concepción, la del Carmen y la Virgen de África, nacieron también de las manos de este artista que supo dotar al alabastro de que fueron creadas, de su idea de la ternura y la alada belleza. La patética imagen de la Virgen de África estiliza el dolor de esta madre.

« Porque este muerto que en los brazos yace
de la madre más triste y que deshace
los ojos que envidiaran las mañanas
es Cristo y es María la que ahora
reina en la soledad... »

Virgen del Pilar, obra de Ramón Mateu.


La Virgen de la Merced (en alabastro, como las anteriores), del escultor Ramón Lapayese.
Las otras tres capillas, nos muestran, también en alabastro, tres imágenes de la Virgen. La de Nuestra Señora de Loreto, patrona de la aviación española y la de la Virgen del Pilar son obra del escultor Ramón Mateu. Son dos figuras de delicada factura en las que, en ambas, la Madre sostiene al Niño con extraordinaria expresión de amor. En las dos figuras, los ángeles, casi iniciados en su expresión, nos hablan de la religiosidad de este artista que ya el año 1940 había consagrado su nombre al ganar la Primera Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes con un bellísimo «Cristo del mar».  

Ramón Lapayese, completa con la Virgen de la Merced, el número de seis capillas dedicadas a Nuestra Señora. La obra que la familia Lapayese -el padre y dos hermanos, todos artistas- ha dejado en esta Basílica es digna de hacerse notar. Los tres han sido consagrados por la crítica, tanto en la escultura como en pintura. De Ramón Lapayese dijo Manuel Sánchez Camargo

« Es un artista total. Sabíamos, ante sus formas, ante la composición, que desembocaría en este formidable espectáculo de su pintura actual, a la que no dudamos en calificar de uno de los órdenes neofigurativos más importante del momento actual ». 

Pinturas, tallas, altares y esculturas, todas salidas del taller de Don José Lapayese y creadas por él y sus hijos, magnifican en altares y coro la belleza de la Basílica. Del fundador de la dinastía Lapayese se ha dicho que en materia de arte lo ha intentado todo y lo ha conseguido todo. El quiso ser pintor y no se contentó con dibujar un cuadro, con disponer unos colores y con armonizar los unos y los otros. El indagó apasionadamente en las técnicas y en las escuelas porque un pintor no puede limitarse a una realización literaria de una anécdota, sino que cada centímetro de lienzo precisa una preparación, un cuidado especial, una dedicación total. En este taller familiar se tallaron todos los sitiales del coro y las esculturas que los presiden. Obra maestra es la figura en alabastro, original de Ramón Lapayese que representa a San Benito, fundador de la orden que hoy habita la Basílica.

Los escultores Antonio Martín y Luis Antonio Sanguino son los autores de unas dramáticas figuras en las que, cubiertos con anchas capuchas simbolizan los soldados combatientes de las Fuerzas Armadas. En este recinto de devoción y oración solo así podían estar representadas las fuerzas combatientes. Héroes anónimos a los que un destino trágico llevó a enfrentarse en las tierras de España. Figuras hieráticas, soldados desconocidos que poblaron de canciones las tierras de España para venir luego, tras de ofrendarle su vida en los distintos bandos, a descansar en este Valle de todos. Y como resumen de tanto dolor, la figura de Cristo, descendido de la Cruz. Obra Maestra de alabastro salida de las manos de Ramón Lapayese.

Reja de acceso a la nave principal, obra del escultor cerrajero José Espinos Alonso.


Cristo crucificado, talla en madera de enebro, figura central de la basílica, del escultor Beovides y policromía de Zuloaga.

No podía faltar en esta monumental capilla, una muestra de la cerrajería española. y una de sus más importantes muestras viene a cerrar el atrio de la Basílica.

Para revestir de la mayor dignidad el acceso a la gran nave de la Basílica, el arquitecto proyectó, a la manera clásica de nuestras grandes catedrales, una reja monumental que fue encomendada al escultor cerrajero Don José Espinos Alonso, que también realizó los apliques que iluminan la nave central. Espinós Alonso supo comprender la magnitud del encargo que se le hacía creando una reja, con gracia plateresca, en la que diez figuras de otros tantos, santos, dan un vivo sentido teológico a esta entrada. Viene a armonizar este santoral con las figuras en bronce de los quince misterios del Rosario que, en la puerta de entrada, saludan al visitante y que son obra del gran escultor castellano Fernando Cruz Solís, el mismo que dejó una inmortal muestra de su arte religioso al crear la imagen de Santa Teresa, caminera, de todos los caminos de España, que puede contemplarse en el Teresiano convento de Ávila.

Y como obra principal, que el arquitecto cuidó de situar en el centro de la gran Basílica, está la figura del Cristo Crucificado, obra del escultor Beovides y cuya policromía fue encargada a Ignacio de Zuloaga. Los brazos de la cruz son de madera de enebro que el propio General Franco eligió en los bosques aledaños. El maravilloso sentido litúrgico de los benedictinos, hace que, en el instante de la consagración, toda la iglesia quede a oscuras salvo un rayo de luz que ilumina el Cristo. y en su frente vio el poeta Egea simbolizada la paz que desde este santuario se extiende sobre toda la tierra desangrada de la Patria:

La paz sobre la muerte derramada.

La paz nevando amor sobre la vida.

Y hemos dejado para el final de nuestro rápido recorrido por el arte del Valle de los Caídos la mención del mosaico que corona la bóveda principal. Cuando los ojos, desde la figura de Cristo, se alzan al cielo, allí está la gran apoteosis de la religiosidad española que preside la figura del Dios Creador.

Santiago Padrós Elías, escultor ceramista y pintor, autor del extraordinario mosaico que corona la bóveda principal.


Mosaico de la bóveda principal en su conjunto.

Este monumental mosaico, considerado como una de las más importantes obras del mundo en su género, fue encargado al escultor, ceramista y pintor español Santiago Padros Elías. Había nacido en Tarrasa, Barcelona en 1918 y cursó estudios en la Escuela San Jorge de Barcelona. En 1939, la Fundación Alexander Von Humboldt, de Alemania, le concedió una beca que le permitió conocer el mundo artístico alemán, además de Austria y Checoslovaquia. Después pasó a la escuela de Murano, en Venecia, donde profundizó en el estudio del arte del mosaico. A su regreso a España le fue encargada la realización de la monumental cúpula de la Basí1ica en la que plasmó un grandioso cántico de resurrección y gloria. El Padre Eterno, rodeado de una corona de ángeles, preside una colosal procesión de santos y mártires españoles en los que figuran cerca de un centenar de ellos, espléndida representación de la religiosidad de esta España, capaz de vencer en los momentos más amenazadores todas las asechanzas de los Padrós Elías alcanzó meritoria fama. Eugenio D'Ors le hizo participar dos veces en el salón de los Once. Tomó parte en la IX Trienal de Milán y obras suyas, casi todas de carácter religioso pueden verse en el Monasterio de Montserrat, en el seminario de jesuitas de Bombay y en distintas entidades de los Estados Unidos de América, Alemania e Italia. Entregado ala formación de nuevos valores, creó en Molins del Rey el horno de vidriería artística llamado Regiopistrina.

El 3 de mayo de 1971, en un desgraciado accidente de automóvil, murió en Vendrell, Tarragona, el gran artista Padrós Elías. Pero su espíritu, encarnado en las figuras de los santos que presiden la cúpula del Valle de los Caídos, permanece en este recinto dando gloria al Creador y enalteciendo la gran hazaña de los caídos que descansan en este lugar.

 

Por Luis López Anglada.

40 años en la vida de España.


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