El Valle de los Caídos

Lugar de reconciliación y de paz.

 


  «Esclavos» del Valle de los Caídos

Inauguración del Monumento del Valle de los Caídos.

Comienzo de la Santa Misa, donde el Generalísimo y las Autoridades se están santiguando.

 

Placa a la entrada de la Basílica que recuerda el año en el que el Papa  concedió al Valle de los Caídos el titulo de Basílica.

 

El primero de abril de 1959, fue inaugurado oficialmente el gigantesco templo-monumento, en un acto que trascendió el ámbito nacional, pues fueron incontables los representantes de la prensa, radio y televisión extranjera, que no perdieron detalle sobre tan histórico acontecimiento, tomando buena nota, no sólo del acto inaugural, sino de los detalles de tan impresionante obra. El corresponsal en Madrid del “New York Times”, escribió: “Franco ofreció el ramo de olivo de la paz a los millones de españoles que entre 1936 y 1939 lucharon al lado del Gobierno republicano vencido”. En la ceremonia estuvieron presentes, el Gobierno en pleno, presidido por el Generalísimo, las más altas autoridades militares, eclesiásticas, Colegios Profesionales, Sindicatos, etc. y una inmensa multitud que no quería faltar a tan memorable acontecimiento.

El enorme templo puede acoger a 24.000 personas, lo que le hace ser la nave más grande del mundo. Se solicitó de Roma que concediera la categoría basilical. El Papa Juan XXIII exigió que para conceder este carácter de Basílica, la dedicación fuera a los muertos de ambos bandos. El 13 de abril de 1960 se recibió en el Valle de los Caídos un telegrama del prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, cardenal Cicognani, dirigido a don Justo Pérez de Urbel (religioso benedictino  y abad mitrado de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos), en el que se le comunicaba que le había sido concedido el título de Basílica a la Iglesia Cripta de la Abadía. Allí reposan los restos de 70.000 combatientes de los dos bandos, llevados con autorización expresa de sus familiares.

El 9 de junio de 1959 en conversación mantenida por el Caudillo con su primo hermano Francisco Franco-Salgado Araujo y ante las quejas formuladas por algunos porque se aceptase también a los católicos muertos en el Ejército rojo, dijo: 

“Hubo muchos en el bando rojo que lucharon porque creían cumplir un deber con la República, y otros por haber sido movilizados forzosamente. El monumento no se hizo para seguir dividiendo a los españoles en dos bandos irreconciliables. Se hizo, y ésta fue siempre mi intención, como recuerdo de una victoria sobre el comunismo que trataba de dominar a España. Así se justifica mi deseo de que se pueda enterrar a los caídos católicos de ambos bandos”.

A las dos y diez de la tarde del domingo 23 de noviembre de 1975, los restos mortales de Francisco Franco Bahamonde llegaban a su morada última, bajo la gran Cruz de reconciliación del Valle de los Caídos. Era el fin cronológico de cuarenta años de Historia de España que permanecen vivos entre los riscos de Cuelgamuros. El Valle de los Caídos entraba, definitivamente, en las páginas del libro de la Historia.

Luis López Anglada en “40 años en la vida de España”, escribió: Sí, Este es el Valle de Todos, como lo llamó el poeta. No es el sepulcro de los rojos ni de los azules, ni, como algunos han pretendido, el faraónico monumento del Caudillo. Es la gran Cruz de una guerra que no desencadenaron ni unos militares ni una sola generación, sino las sucesivas generaciones que no supieron traer a España la justicia social, que dividieron a las clases, que cegaron  a los poderosos y envenenaron a los humildes. Es el Valle de la gran Cruz que hay que evitar que vuelva a tener que alzarse sobre los hijos y los nietos de aquellos que descansan bajo sus brazos.

Ante esta Basílica, ante estos muertos de la guerra de 1936, de la gran Cruzada de Liberación de todos los males de nuestra Patria, dejemos escritos estos versos:

Aquí están. Eran hombres y tenían

la vida por delante y tan hermosa

que España era a sus pies como una rosa

o como un leño al fuego en el que ardían...

 

Lucharon como torres que caían

para llegar al cielo y, poderosa,

la guerra les fue dando, fosa a fosa,

razón para saber por qué morían. 

 

Y sucede que, al fin, todos iguales

están bajo esta roca, horizontales,

dándole peso y sombra a la montaña.

 

Y aquí, sobre el silencio de los muertos,

los brazos de la Cruz están abiertos

como clamando al cielo por España.  

 

Por Eduardo Palomar Baró.


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