Opinión.
FALSIFICAR
EL PASADO
Por M. MARTÍN FERRAND/
«Retirar una estatua de
Franco de un lugar público tiene, más o menos, el
sentido que tendría hacerlo con una de Recaredo» |
|
AVANZADOS los Cincuenta, en La Moncloa, frente a
lo que entonces era Ministerio del Aire, abría sus puertas una
inmensa cervecería y fábrica de refrescos inseparable de la
tradición madrileña: «El laurel de Baco». Un poco más
abajo, hacia el campus de la Complutense, se remataban las obras
del Arco de Triunfo con el que se quiso conmemorar la derrota y
extinción de la II República o, que eso nunca lo he tenido muy
claro, la victoria de las fuerzas que se levantaron en armas el
18 de julio de 1936. |
La chavalería universitaria bautizó con ingenio
el monumento conmemorativo y, por similitud con lo establecido, lo llamó
«El laurel de Paco». Quizás esa fuese la razón por la que una
estatua ecuestre de Francisco Franco encargada por el Rectorado de la
Universidad al escultor valenciano José Capuz para presidir el Arco no
terminara en el lugar previsto y, tras larga espera, terminó emplazada
a las puertas del Ministerio de la Vivienda, en los Nuevos Ministerios.
Capuz era un artesano dignísimo como puede comprobarse en la procesión
del Viernes Santo en Cartagena, cuajada de imágenes suyas, y forjó la
mejor de las esculturas de Francisco Franco que, sin mucha pena y con
poca gloria, ha visto pasar el tiempo y los acontecimientos entre 1959 y
el 2005. La historia parecía superada y, en más de una ocasión, me he
permitido la presunción, frente a colegas extranjeros, de ponderar el
civismo de la Tradición mostrándoles, al buscar Ríos Rosas, el
monumento consagrado al dictador.
En estos momentos retirar una estatua de Franco de un lugar público
tiene, más o menos, el sentido que tendría hacerlo con una de Recaredo.
Hacen falta muchos complejos para, treinta años después de su muerte y
veintisiete de vigencia de la Constitución -con nocturnidad, a mayor
abundamiento-, verter en un cuerpo de bronce el temor o la rabia,
cualquiera sabe, que merecen los fantasmas. Se han lucido los promotores
de tan estrafalario traslado.
Todos nosotros, sea cual fuere nuestro color dominante, somos hijos de
nuestra Historia. Hijos de Franco y de la II República. Alguien tendría
que explicar ahora, si no hubiéramos apagado ya el último rescoldo de
sentido común, las razones de una mudanza que es síntoma de
enfermedad. Sea de quien fuere la propiedad del monumento, que los
problemas no quieren amo, hay una cuota de responsabilidad que se
reparte entre el Ministerio de Fomento y el Ayuntamiento de Madrid.
Entre los dos la quitaron de la calle como si con una política de
gestos esperpénticos, fuese posible negar la realidad y los
antecedentes en los que se asienta nuestra vida. Media España
utilizando el pasado como un garrote con el que molerle el lomo a la
otra media es, sin duda, muy típico; pero tremendamente inútil y
moralmente alarmante. La ministra y el alcalde, por acción y por omisión,
le han arrancado unas cuantas páginas al libro de la Historia de España.
Qué bárbaros.
®
ABC. 18 de Marzo de 2.005.-
© Generalísimo Francisco Franco. 18 de Marzo de
2.005.
|