La lealtad

Alfonso Ussía

La lealtad no es mentirosa. A lo sumo, prudente y en mi caso, cobarde. Escribo que cobarde porque en un asunto trascendental para España he mantenido un silencio fraudulento. Supone un fraude esperar de alguien la palabra y recibir el mutismo más absoluto. La única excusa a la que puedo abrazarme es la situación social de España, las trágicas circunstancias que ha padecido la ciudadanía y las posteriores turbulencias electorales. Además, que en mi sentido de la lealtad no cabe la ruptura de una promesa.
   No voy a escribir de la boda del Príncipe de Asturias. Es cosa hecha y sancionada por El Rey. Presentarse como más monárquico que el propio Rey es acción de cortesanía cretina. Mi opinión acerca de la conveniencia de la persona que el Príncipe ha elegido para que sea la futura Reina de España carece de interés en estos momentos. También mi punto de vista sobre la conveniencia, la ejemplaridad y el acierto de esa misma persona. Además, que si el error impera sobre el acierto, la persona elegida no es la responsable, sino la electora. Nadie soy y a nada represento para meterme sin ser llamado en los sentimientos del Príncipe y en su interpretación de la responsabilidad. Tampoco para recordarle que los derechos sólo son válidos en tanto y en cuanto se cumplan escrupulosamente los deberes. Eso ya lo hizo su abuelo Don Juan, nuestro Viejo Rey, que mantuvo la dignidad y la independencia de la Corona de España durante cuarenta años de exilio cumpliendo todos los deberes y sin disfrutar de uno sólo de sus derechos. Por ahí entiendo yo el sentido de la ejemplaridad.
   Todo está hecho, pero quiero darle un consejo al Príncipe. Lo tiene todo a su favor para rodearse bien, de lealtades firmes y de amigos sinceros. Ha nacido y crecido en el Poder. No ha tenido que sufrir ni la tristeza ni la desorientación que el destierro procura, como su abuelo. Tampoco la incomprensión y el desafecto que padecieron sus padres en los tiempos difíciles. Su abuelo fue un monumental Rey de derecho, y su padre, probablemente, el Rey más respetado, querido y admirado de la Historia de España. Quien crea que a estas alturas le hago al Rey la pelota, que se vaya a hacer gárgaras. Tanto Don Juan como Don Juan Carlos eligieron bien a quienes serían sus esposas y las Reinas. Doña María y la Reina Sofía estuvieron siempre a la altura de su rango y de sus responsabilidades. La Reina Doña Sofía, como el Rey, es una persona incuestionable en la sensibilidad de los españoles. Elegir bien es, en una persona real, su principal obligación, su deber primero.
   Y en la elección entran los amigos leales. No por intimidad la lealtad se alcanza. El amigo leal de un Príncipe es el que le dice la verdad, el que le hace partícipe de lo que la calle opina, el que le recomienda discreciones y cautelas, el que se opone a que el Príncipe protagonice episodios que hieren su imagen, y lo que es más grave, la imagen de La Corona. Formar parte del círculo de amistades del Príncipe de Asturias es más una carga que un provecho, y mucho me temo que sus amigos todavía no se han enterado de esa circunstancia. Este último, y reciente viaje ha sido un desastre, aunque todos, El Príncipe, su novia y sus amigos se lo hayan pasado muy bien. España no está anímicamente equilibrada para aceptar este tipo de guateques lejanos e inoportunos. Los que le han acompañado, los que no le han desaconsejado el viaje, los que han disfrutado de lo que no tenían que disfrutar, no son amigos. Son Mamporreros, cortesanos de nuevo cuño, arribistas obsesivos, enemigos profundos de la lealtad, eso que tanto duele y eso que tanto cuesta mantener.
   Sea el Príncipe prudente y sepa rodearse. Los afectos son riqueza anímica de cada persona, pero en el caso del Príncipe de Asturias, los amigos pasan a ser un problema de Estado. Basta ya de pandilla de pijos. El Príncipe sabe que los privilegios están sometidos a los cumplimientos. No es uno más. Cada aparición pública de una persona Real es un examen. No por aprobar una asignatura con sobresaliente tiene aseguradas las siguientes oposiciones. Tome el ejemplo de su abuelo y siga a rajatabla los de sus padres. Procure ser más popular y simpático. Los Reyes son distancia, pero también pueblo. Rechace invitaciones interesadas y nada comprometidas con su formación. Para eso están los verdaderos amigos, que no son los que le incitan a tomar decisiones desafortunadas en beneficio propio, que no del Príncipe. Y entérese del mote que usan los íntimos mamporreros para referirse a su novia.
   Nada de eso tiene que ver con la lealtad. Con todo mi respeto.

La Razón. 16 de Abril de 2.004.-


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