Es cierto que ha muerto “coronado de años y de sinsabores
políticos”, pero no es menos cierto, también, que rodeado del
cariño, el respeto y la lealtad de muchos, entre los cuales tengo el
honor de encontrarme. De una lealtad y coherencia inquebrantable a
los principios que informaron su vida: Dios, Patria y Justicia,
aunque ello le supusiera arrostrar dificultades y contratiempos,
siempre será el hombre que no se vende por un plato de lentejas. Que
es lo que ciertamente todos le reconocen en la hora de su marcha.
Blas Piñar ha entrado en la historia, y es a ella a quien le
corresponde ahora dimensionar y juzgar su persona y su obra en
relación con el contexto socio-político que vivió. Y aunque es
cierto que cada cual puede hacer su propia valoración, que muchas
veces será al dictado de los prejuicios y tópicos al uso, lo que
siempre quedara será su visión certera, clarividente, de las
consecuencias que para España tuvieron los errores de la Transición.
Una denuncia que no dejó de hacer hasta poco antes de su muerte.
Católico ejemplar, entendió que gobernar era motivar, encender,
impulsar, haciendo brillar la propia plenitud de la vida que es
Cristo. Y España, a la que amó con amor de caridad, le dolía.
Descanse en paz.
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