“(…) No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización
cristiana están alerta. Velad también vosotros, y para ello
deponed, frente a los supremos intereses de la Patria y del
pueblo español, toda mira personal (…).
El 20 de noviembre de 1975, ya asesinado Carrero Blanco, y tras una
larga y dolorosa enfermedad, fallecía en una cama de la residencia
sanitaria de la Seguridad Social, “La Paz”, Francisco Franco. Horas
después, el régimen de paz y prosperidad que España había logrado
erigir, sostener y proyectar hacia el futuro, no sin enormes
esfuerzos y contratiempos, empezó a desintegrarse, y pronto la
sociedad española experimentó un colapso político, social y
económico sin precedente en los casi últimos cuarenta años.
Al nuevo régimen, que en realidad estaba sostenido sobre un
pucherazo organizado por el Rey, su mentor Torcuato y funcionarios
de segunda fila, se le acumulaban los problemas, y su presidente,
Adolfo Suárez, el mirlo blanco a quien Su Majestad el Rey
había elegido y designado, manipulando y contraviniendo groseramente
la legalidad jurídica que ambos habían jurado defender, era incapaz
de afrontar el desastre. Por eso, ante la necesidad imperiosa de
seguir dando validez al nuevo régimen, ya muy contestado, se diseñó
una operación de considerable envergadura como fue el intento de
golpe de Estado protagonizado por los dos militares más monárquicos
de las Fuerzas Armadas y la anuencia del partido que sucedería en el
poder a la UCD, el PSOE.
Así, el 23 de febrero de 1981, reclamados por una gran mayoría de
españoles, algunos militares, hartos de la situación y de la
escalada del terrorismo que imponía ETA, intentaron un golpe de
Estado y asaltaron el Parlamento. Del sorprendente y todavía no
aclarado en todos sus extremos fracaso golpista surgió un
hombre fuerte: Juan Carlos I de Borbón y Borbón, al que a partir de
ese momento, que no antes, como a su pariente el felón de
Fernando VII se le empezó a nombrar el Deseado. Deseado,
digo, porque entorno a su persona, a lo que hacía y dejaba hacer, y
a su poderosa influencia internacional se sustentaba todo, de ahí
que estuviera respaldado por la casta política de retrete que
ya empezaba a fraguarse. Sin descartar a la de peor calaña: la
rata de Pontejos, el genocida de Paracuellos del Jarama y de
otros lugares, “Don Santiago” para su amigo el Rey; Pujol, la
cabeza del clan mafioso Pujol-Ferrusola, igualmente muy amigo
del Monarca, y Arzullus, que supongo también lo era.
La Transición,
que fue el ejercicio de la acción en virtud de la
causa que se sostuvo, legalizar todo lo que se reclamará, sin
importar qué fuera y quién lo hiciera, terminó inaugurando una nueva
etapa política con la victoria del PSOE (28 de octubre de
1982). Un partido que, pese a seguir considerándose marxista, no
divisaba ya enemigos a su altura. Y digo a su altura, porque, aunque
es cierto que quedaba Alianza Popular (AP: España lo único
importante), la formación liderada por Manuel Fraga y Jorge
Verstrynge, también estaba dispuesta a jugar al mismo juego que
había fragmentado a la UCD–CD: “… y siempre cediendo”, como acertó a
decir Blas Piñar, creo recordar que en el cine Cid Campeador.
Comenzó entonces la etapa de los trece años de gobierno del PSOE
presididos por Felipe González -el Señor X del terrorismo de
Estado y de la corrupción generalizada-, bajo cuya dirección el PSOE
logró dos mayorías absolutas consecutivas: la de 1982 y 1986,
consiguiendo en 1989, 175 diputados, exactamente la mitad de los que
componen el Congreso, y perdiendo finalmente la mayoría en 1993, con
159 diputados. Trece años que coinciden con la mejor etapa política
y personal del Monarca, que disfrutó de lo lindo, porque haciendo
caso al sesudo de su padre se metió a los socialistas en
el bolsillo. Trece años en los que España vivió en una
corrupción generalizada en lo económico, Ideología de Género en los
social y puesta en práctica del crimen de Estado como método de
lucha antiterrorista contra quienes (ETA) habían sido sus compañeros
de viaje en la lucha por las libertades y contra Franco. Que esa es
la historia todavía no contada de tantos, que espero con impaciencia
nos la cuenten con todo lujo de detalles los nuevos terroristas
convertidos en escritores.
Etapa sobre la que recae una sospecha gravísima denunciada por Luís
María Ansón: la preparación de un golpe anticonstitucional con la
intención de desalojar a los socialistas del poder. Denuncia que no
se investigó toda vez que a los pocos días el Reino de España
nombraba al citado periodista, bien es cierto que junto con Juan
Luís Cebrián (director del periódico a fin al PSOE, El País),
miembro de la Real Academia de la Lengua concediéndole el sillón “ñ”
que era el que mejor le cuadraba a este bufón ñoño del Reino,
impenitente lascivo, pedante contrahecho y cronista simulador.
La situación que dejó el “señor X” fue tan espantosa, que el nuevo
Gobierno tuvo que pedir un crédito al Cortés Inglés para pagar ese
mes las pensiones: la economía no funcionaba, el paro era
elevadísimo y los desequilibrios estructurales de todo tipo eran
ciertamente muy graves. Con todo, el Reino de España era la gran
perspectiva para el siglo XXI, incluso con valor de exportable sobre
el principio de la gran simpatía, más bien, “campechanería”, del
Jefe del Estado, el Rey de España, don Juan Carlos I dos veces
consecutivas Borbón que no era responsable de nada. O más bien,
irresponsabilidad de todo. Que es lo que ha venido sosteniendo a la
Corona, y que seguro también se aplicará al hijo, si finalmente no
remediamos el entuerto y la trampa.
El “váyase señor González”, sostenido con argumentos que muchos
españoles compartían, finalmente dio sus frutos y por fin se pudo
desalojar a la tropa socialista del poder. Así, en 1996, y
sin que el PSOE hubiera terminado su última legislatura en el
Gobierno, José María Aznar inauguraba el primer Gobierno del Partido
Popular cuya nota más característica fue que necesitó pactar, y a
tal efecto hizo, con el nacionalismo vasco, entonces liderado por
Javier Arzallus, y con el catalán de Pujol, que arrancaron al nuevo
gobierno competencias exageradas para sus respectivos proyectos
independentistas, al tiempo que se descabezaba la opción del PP en
dichas regiones de España.
Por ende, este primer gobierno frustró muchas esperanzas: 1ª. No
ilegalizar el aborto que no ha dejado de ser una sangría abierta al
costado de España. 2ª. Poner en práctica un método de lucha
antiterrorista que pasaba por el halago y las concesiones como forma
de doblegar la voluntad asesina de los etarras, que tiene su
corolario más sobresaliente en: La frase del Fiscal General del
Estado según la cual… “El día que los terrorista dejen de matar, la
democracia sabrá ser muy generosa”. En la concesión de la Medalla al
Mérito Constitucional a un asesino convicto de ETA como fue Mario
Onaindia. Y el perdón que se concedió al asesino múltiple, al etarra
Soares Gamboa, sin que hasta la fecha sepamos las contrapartidas que
ofreció la hiena al Estado español. 3ª. No atreverse a meter
a la cúpula socialista en la cárcel con el Código Penal en la mano.
En cuanto a los logros políticos de los dos gobiernos del PP
presididos por José María Aznar (el segundo con mayoría
parlamentaria) enumeramos: 1º. La venta de España al mejor postor de
entre sus amigos (recordemos sólo el caso de la venta de Telefónica
a su amigo de pupitre Juan Villalonga). 2º. La convergencia en el
euro, pese a los enormes desequilibrios que para tal proyecto
existían entre las diferentes naciones de Europa, que si a unos
beneficiaba, a otros, como era nuestro caso, perjudicaba
enormemente. Baste advertir que en la primera fase de incorporación
se agregaron: Alemania, que era la gran beneficiada porque así no
tuvo que devaluar el marco, asfixiada como estaba por el proceso de
unificación con su parte del este; Austria y Bélgica, naciones que
prácticamente no cuentan en Europa; Grecia, hoy en venta, y
Eslovaquia y Eslovenia, que necesitaban de los “fondos de cohesión”
para salir del submundo comunista. 3º. La consagración de una
política económica de crecimiento basada en la especulación
inmobiliaria sostenida por el dinero barato. 4º. La ausencia de
medidas en lo que ya se perfilaba como una invasión de extranjeros
en toda regla, a los que se tuvo en situación de ilegalidad para
romper el mercado laboral. 5º. La participación en una guerra
ilegítima, ilegal e inmoral, como fue invadir y destruir Irak, y de
pasó asesinar a Sadam Huseim mientras los activistas de Amnistía
Internacional estaban de vacaciones o denunciando torturas en la
cárceles españolas contra los terroristas de ETA. Acción ciertamente
ignominiosa, la de la guerra sin motivos reales contra una país
soberano que ha tenido consecuencias fatales para toda la zona, que
fue lo que provocó el mayor atentado de la historia de Europa, el
atentado islamista del 11-M, frustrando a la postre el Gobierno en
funciones de Mariano Rajoy.
Pese a todo, Aznar, el chico de Valladolid que reivindicó la figura
de Azaña como gran prócer a imitar, que abrazó al jefe de checa
Alberti, que se codeo con Bush junior, que pretendió que una
señora le midiera el apéndice viril y que situó al PP fuera de la
órbita de la que procedía, la democracia cristiana, para situarlo de
lleno en el neoliberalismo, terminó su mandato aflautado y creído, y
como vemos en la actualidad, con ganas de seguir trabajando en
ello.
Acostumbrados como se estaba a la simpleza sicopática de Zapatero
con la que convivíamos, con su patología de nieto atribulado por la
muerte de su yayo, su escasa capacidad mental para ejercer el poder
y sus descabelladas ocurrencias a la hora de difundir ideas, que
hubiese requerido poner a debate lo de “un hombre, un voto”, a los
españoles se les ocurrió votar a Rajoy, al que se admiraba por ser
un hombre tranquilo y por sus peroratas sobre el déficit, la
bajada de impuestos y la inversión en I + D. Cuestiones que siempre
han seducido a un electorado incapaz de mirar más allá de lo que
ofrece el horizonte.
Sin proyecto nacional viable y absolutamente dependientes de una
Autoridad supranacional que ha consagrado un modelo económico
ultra-liberal que nos precipita a la ruina como nación, este sistema
que nació de la conculcación y que ha estado sometido durante 37
años a la desproporción está totalmente agotado, y es incapaz de dar
más de sí, por más que su antiguo perfume todavía pueda embriagar a
unos pocos.
Por ende, nos enfrentamos a dos realidades que no podemos soslayar:
La falta de crecimiento económico para crear empleo en los próximos
siete años, lo que hará que seamos una nación pobre, socialmente
conflictiva y permanentemente endeudada. Y una deriva secesionista
prácticamente abocada al triunfo que pone a debate el verdadero
alcance de la nación española, sobre todo porque nuestras Fuerzas
Armadas, más preocupados en quedar bien como garantes del Nuevo
Orden Mundial, han claudicado en defender la unidad de España. Que
obras son amores y no buenas razones.
Y tal es la situación de encrucijada en la que nos encontramos, que
son los excursionistas de todo tipo experimentos los que
abrasados por la situación comienzan a mirar atrás para poner todo
en orden. Otro argumento que pone al sistema en evidencia. “En
cualquier caso –como ha dicho Victoria Prego-, éste es el resultado
de décadas de desidia y de pasividad de los gobiernos españoles
desde el comienzo de la Transición”. Lo que debería obligar a todos
los españoles de bien reconocer, si no la capacidad intelectual de
Blas Piñar, sí al menos sus dotes premonitorias.
Desde el fallecimiento de Franco, siento repetirme, España no ha
tenido en mente ningún referente real, aunque este pueblo no haya
dejado de extrañarse de los resultados con el informativo de las
tres. Empezando por la Corona, cuya nula capacidad para rectificar
el rumbo de la nación es de una simpleza, cuando no dejadez,
sobresaliente. Por eso lo importantes es encontrar un terapeuta que
nos haga recuperar la memoria de lo que perdimos y nos haga ver que
otra realidad sí es posible: un cambio de régimen.
Hay dos cosas que deben decirse. Primera, que por el tipo de
sociedad en que vivimos, donde la comunicación de masas es
prioritaria, las ideas necesitan de un líder que las ponga rostro y
valor. Treinta años después las nuestras siguen teniendo el mismo
rostro de siempre: Blas Piñar, cuya voz y magisterio sigue siendo el
único referente de peso, pese a que por razones de edad hace tiempo
que no nos acompaña en la plaza. Segunda, que las expectativas
dependen no tanto del fracaso ajeno como de enviar mensajes más
concretos a los ciudadanos, porque la política ha de dirigirse ante
todo a resolver los problema de éstos.
Estamos ante una nueva etapa histórica, aunque momentáneamente
transitemos a caballo entre la que muere y la que nace, que es lo
que está produciendo una enorme inquietud. Con todo, un nuevo mundo
comienza a conformarse, que nos obliga a renovar las propuestas y
las soluciones dentro de los nuevos parámetros de la globalización,
la revolución tecnológica y la sociedad de la información.
Hay muchas razones para estar, y sin duda que tenemos espacio. Ahora
bien, esta fuerza política, ya lo hemos dicho, debe ser capaz de
revocar sus propuestas y sus soluciones en los nuevos parámetros De
lo contrario sólo seremos la nota pintoresca de cada 20-N. Y puede
que dentro de pocos años ni siquiera eso, pues también eso se nos
prohibirá por ley… No se admiten bravatas.
Toda Europa, y me refiero fundamentalmente a los países occidentales
cristianos, está inmersa en un gran desconcierto por la pérdida de
referencias culturales y espirituales, sumida, además, en un
vertiginoso proceso de cambio determinado por tres aspectos: el mito
de la competitividad, la adaptación al mundo digital y la sociedad
multiétnica. Cambios que necesitan diferentes perspectivas para la
acción.
Por ende, las naciones del sur del continente, las de mayoría
católica, nos enfrentamos a una crisis económica sin precedentes,
que determina aún más el panorama de incertidumbre. Por señalar sólo
un dato de nuestra situación, decir que en 35 años el peso de la
producción en el PIB ha descendido del 30% al 15%. Pero por si no
fuera suficiente para nosotros, españoles, nos enfrentamos a un
problema específico: la crisis del régimen Corona-Partidos, que
necesariamente nos obliga a replantearnos muchas cosas.
Hay que articular un proyecto político para los próximos años que dé
respuesta a la triple crisis que padecemos. Empezando por el propio
sistema de democracia formal, que no real, elaborando un ambicioso
plan de regeneración de la política y renovación de las reglas.
Hablamos, por tanto, de una verdadera refundación del sistema.
Par ello es preciso concitar el mayor apoyo posible para proceder a
una reforma de muchos aspectos. Por ejemplo: erradicar la corrupción
política; diseñar el papel de los partidos políticos, y reformar el
sistema electoral, a fin de dar verdadero poder de decisión a los
ciudadanos en la elección de sus representantes. Una reforma que
será de enorme calado porque propiciará un clima de confianza
social, capaz de abordar cualquier reto.
En cuanto al modelo territorial español, absolutamente fracasado,
decir, sencillamente, que una cuadrilla de facinerosos convertidos
en virreyes no pueden tener a la nación en vilo. Por eso se
hace necesario anular el modelo que nos precipita a la ruina, sin
merma de fortalecer los instrumentos necesarios para una
descentralización administrativa solidaria, pero de absoluta
lealtad al Estado y a la nación.
Por lo que respecta a la economía, se impone que ésta esté al
servicio de las personas y no al revés. Para lo cual es necesario
aplicar medidas correctoras a fin de conseguir una economía social
que impida las desigualdades cada vez mayores entre la población
española, y que al mismo tiempo haga sostenible un imprescindible
estado del bienestar, con los cambios y rectificaciones que sean
exigibles. Como igualmente es necesaria una reforma fiscal que no
sólo impida el fraude, sino que haga pagar a las corporaciones y a
lo capitales.
En cuanto a la enseñanza, es imprescindible impulsar la enseñanza
desde el parvulario hasta la Universidad y la Formación Profesional,
que tendrá que articularse en relación con el sector productivo
nacional. Sin olvidarnos, antes al contrario, del impulso y fomento
que sin duda merece la investigación a todos los niveles, y la
ecología para estar preparados ante los nuevos retos del futuro.
Finalmente, se necesita, sobre todo, el rearme moral de la sociedad
española sobre la base del respeto escrupuloso al Derecho Natural,
lo que conllevaría la derogación de determinadas leyes en la mente
de todos. Y respecto de nosotros mismos, católicos, recordar la
necesaria unidad de vida entre lo espiritual, lo apostólico, lo
civil y lo profesional.
|
|