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Actualizada: 17 de Febrero de 2013.    

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 El café del Almirante


   Por Tomás Salas


Abrir el periódico -cualquier periódico- es asomarse al espectáculo bochornoso y un tanto pintoresco de los partidos -cualquier partido- y sus mangas y capirotes, como diría Bergamín, con el dinero público. Las cifras son un poco mareantes, con esas hileras interminables de ceros. Cuentas ocultas, boatos dignos de un emir árabe, lujos y prebendas escandalosos desfilan delante de nuestros ojos sorprendidos. En el fondo, se trata del triunfo de un estilo sórdido y chabacano, que ni siquiera tiene la gracia de nuestra clásica picaresca.

Todo este mundo me ha hecho recordar una curiosa anécdota del que fue ministro, presidente del gobierno y “eminencia gris” del régimen de Franco, el almirante D. Luis Carrero Blanco. Creo que la he leído en uno de los volúmenes (47 en total) de los Episodios históricos nacionales de Ricardo de la Cierva.

El almirante era un hombre de costumbres austeras y hogareñas. Todos  los días solía seguir la misma rutina (circunstancia que facilitó mucho su asesinato) con la sencillez y la falta de boato (y de seguridad) con  la que va diariamente un administrativo a su oficina. El almirante tenía la costumbre tan española de tomarse un café por la mañana. Se lo subía un camarero desde de un bar cercano a la sede de la Presidencia. El camarero entraba con su bandeja en la mano, atravesaba las pobres medidas de seguridad que habría, pasaba al despacho mismo del presidente y le dejaba el café sobre su mesa. Carrero se sacaba de su propia cartera una moneda (quizá en aquellos años sería un “duro”, las 5 pesetas de entonces) y pagaba su inocente vicio, dejando una propina que era, sin duda, algo escasa (casi tacaña) para un hombre de su posición. Ricardo de la Cierva cuenta el caso como ejemplo de las paupérrimas medidas de seguridad, fruto quizá de una injustificada confianza, que rodeaban al entonces número dos del régimen. Yo lo veo como un llamativo contraste con estos tiempos de Visas Oro, de comidas oficiales pantagruélicas y coches oficiales que parecen sacados de un serie americana hortera. La imagen del almirante pagando su café me parece peregrina y, como decían antes los curas, edificante.


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