De sobra sabemos que la Monarquía pivota en la
ejemplaridad de ejercicio de sus miembros, preferentemente de quien
la ostenta y representa; de ahí que, lejos de ser una institución
firmemente asentada en nuestros días, sea susceptible de ser abolida
en unas simples elecciones municipales. Y si llega ese momento, ni
los alabarderos saldrían a defenderla. Lo sabemos, y lo hemos
vivido. Por eso si tanto se dice de la necesidad de conocer la
historia para no volver a caer en los mismo errores del pasado,
deberíamos fijarnos en este hecho, que es más que un simple detalle,
sobre todo ahora que a algunos les da por traer al primer plano de
la actualidad al general Prim, golpista, espadón y
conspirador, pero sobre todo, enemigo declarado de la dinastía
borbónica.
Hace años, cuando la institución monárquica se
encontraba pletórica de posibilidades y el Rey gozaba de una
estupenda salud política, Su Majestad, que había sorteado sin
mayores problemas un sin fin de cuestiones espinosas y que venía
manteniendo una actitud de complacencia con este sistema que nos ha
llevado a la quiebra, apuntó la posibilidad de retirarse cuando
cumpliese 75 años, supuesto que el recambió estaba asegurado en la
persona de su hijo, el Príncipe Felipe. Pero las cosas se torcieron
en el camino y con ello la oportunidad del monarca de gozar de una
dorada jubilación sin tener que disimular ni dar explicaciones de
con quién la compartiera.
El hecho determinante fue la boda del hijo con la
otrora señora de Alonso Guerrero Pérez, Leticia Ortiz Rocasolano, de
condición social absolutamente desigual, e ideas y principios
diametralmente incompatibles con la Monarquía. Cuyo mayor canté
fueron las amistades peligrosas que el matrimonio comenzó a
frecuentar, como fue el caso de compartir noches con Sabina y otros
especímenes de su calaña.
Pero hete aquí que ha pasado el tiempo y hoy la
institución monárquica está lastrada de operatividad tanto por
razones exógenas como endógenas, que determinan la misma
operatividad de España. La operatividad de España, porque el cúmulo
de problemas al que nos enfrentamos es de tal calado, que los retos
y las medidas asociadas a esos problemas deben ser una necesidad
urgente en una sociedad al límite de perder la paz interna. Ha
llegado la hora en la que el Jefe del Estado no puede seguir
pretendiendo aguantar con los menos apagamientos posibles cuestiones
que pueden ser irreversibles y de consecuencias incalculables. Por
eso, antes de que eso ocurra, muchos nos decantamos por lo que
podríamos llamar "Operación Príncipe", más que una querencia, una
necesidad prioritaria.
Con todo, a nadie se le escapa que el recambio con
ser absolutamente imprescindible no se puede concretar sólo y
exclusivamente en sustituir al padre por el hijo. Ni mucho menos.
Quien así piense está totalmente equivocado porqué se necesita un
Jefe de Estado que concite el mayor número de adhesiones y tenga un
programa de regeneración que no esté sujeto a un programa de
mínimos, que es el que sustenta el padre, perfectamente evidenciado
en el Mensaje de Navidad y no digamos nada en esa insustancial
charla con el otrora corresponsal en New York, Jesús Hermida.
Conscientes de que nos enfrentamos a un problema
secesionista que hay que penalizar y de que estamos inmersos en lo
que será un década perdida (2007-2017) para la prosperidad y el
futuro de España, el próximo Rey, Don Felipe, debería hacer una
consideración general de todo el sistema, recuperando los principios
éticos inapelables que son la transparencia y la verdad, que el
reinado de su padre, habituado a muchas cosas peligrosas y en una
actitud de impotencia confortable frente a la corrupción
generalizada, la pérdida de moral social, la quiebra del sentido de
la justicia, y la ausencia de exigencias y responsabilidades, no ha
sabido potenciar.
Consideración de todo el sistema, digo, empezando por
la propia regeneración de lo que debe ser un Rey, porque también la
institución monárquica está lastrada de operatividad por culpa de la
persona del Rey, que, desde la caza del Elefante al caso Urdangarín,
que conforme avanza la investigación produce más escándalo por
cuanto llega a su propio entorno, hace que cada vez sea mayor el
número de españoles que se decantan por la República. Otro problema
añadir a la larga lista de los que ya tenemos. Por eso, no queriendo
añadir más problemas a los que ya tenemos, apuesto por el
posibilismo, consciente de que el Rey es ya incapaz de liderar este
proceso de regeneración en el que nos jugamos la misma supervivencia
de España como nación. Estamos hablando de una Jefatura con rectitud
ejemplar, que con su modo de vida y su quehacer político tenga en
sus manos poner a cada uno en su sitio.
Por eso Don Felipe, el Rey, deberá ejercer como Jefe
de Estado consciente de la España que se encuentra, y como Rey y
Jefe de Estado que no está sujeto a la contingencia de la elección,
ejercer su autoridad desde ese reconocimiento. Para lo cual será
necesario que comience por proponer una reforma profunda de la
Constitución, al tiempo que facilite y auspicie un cambio radical en
el sistema, cuyas premisas deberán ser la primacía de la moral, el
control del poder, la persecución de la corrupción y la
transparencia en los asuntos públicos. De lo contrario esta
Monarquía no pasará a la historia como una "institución
gloriosamente fenecida", sino como un lastre del que finalmente
pudimos desembarazarnos. |
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