¡Váyase
Majestad, ni siquiera le exigiremos que pida perdón!
Partamos primero de lo principal, los Borbones han tenido un único y
exclusivo interés a lo largo de la historia de España, ellos mismos,
y don Juan Carlos es un fiel representante de la dinastía.
Un fiel representante que ha tomado todos los elementos para armarse
un personaje: No estaba de acuerdo con lo que pasaba en el país
cuando era Príncipe de España, mantenía muchas diferencias
ideológicas con Franco pese a jurar lealtad y acatamiento a su
Régimen y desde que se convirtió en Jefe de Estado ha estado alejado
de todo interés personal. Con todo, para cualquiera que no forme en
la clase de los cortesanos o en la de los analfabetos, don Juan
Carlos resulta de una llamativa banalidad.
Don Juan Carlos y Adolfo Suárez se conocieron formalmente en
Segovia. Y se encontraron atractivos. Don Juan Carlos, especialista
en pronunciar mensajes en todo conciliador, encontró en el joven
secretario, en su atractivo y sus modales, un hombre capaz de
defender sus convicciones. En realidad la discusión sobre quién de
los dos fue el cerebro de la involución ha hecho correr ríos de
tinta. De cualquier forma fue una pareja política perfecta para
apropiarse del Estado y legitimar una nueva construcción del poder.
"Tenemos que hacer un proyecto para veinte años", dijo el Rey... En
tanto, un joven vocero de nula formación y algo de carisma, Felipe
González, entra en escena. Y el Rey vio en él una figura clave para
la nueva etapa que se avecinaba.
El PSOE, precedido de su larga historia como partido antiespañol,
corrupto y criminal, llegó al poder con la idea de convertirse en el
dueño de España. Para lograrlo necesitaba eternizarse en el poder:
prescindir de las instituciones y del Parlamento, y ocupar el
espacio económico y político con una nueva oligarquía, la suya:
Felipe González, que ha terminado por ser reconocido como el "señor
X", llegó hasta donde pudo dirigiendo doce gobiernos corruptos, y a
la postre también criminales, y a punto estuvo de conseguir un
"marquesado" por los servicios prestados: una España a la deriva.
Zapatero, cuyo sentimiento atormentado desde la infancia (el
ajusticiamiento del masón y criminal de su abuelo), su personalidad
enfermiza y su impresionante currículum (treinta años de militancia
en el PSOE, más de dos tercios dedicado a pegar carteles en las
campañas electorales) lo definían como un hombre dañino para España,
arrancó con vocación conciliadora, tendiendo la mano a la oposición,
a la que anuncio su buena disposición para el diálogo desde el
respeto sin agravios, pero terminó haciendo de la confrontación un
reto, pues condicionó todo a la "memoria histórica". Una
confrontación que sin consistencia histórica ni de ninguna otra
clase encerraba una simple retórica, la de quien intenta doblegar al
adversario, al enemigo, con una dialéctica de plazo fijo cultivada
en las generalidades de una memoria selectivamente interesada, cuya
validez de razón era el odio al contrario y el sectarismo.
Aborto, manipulación embrionaria y matrimonio homosexual ya son una
realidad en España. Por eso el PSOE reina, porque lo que hace
prevalece continuándose y extendiéndose. Lo que no quita para que
las buenas gentes que votan PP, incluso confundiéndose en
nuestros medios, que son en donde pueden explayarse, despotriquen y
se muestren sorprendidos del nulo combate de los suyos, que terminan
a la estela de lo que sus adversarios marcan, aunque dando una de
cal como ahora vienen haciendo con esa puesta en escena que han
orquestado con Intereconomía, en donde, aparte de vender relojes y
botellas de vino, caben todos los ex, sean de la condición que sean.
Cuya lista es realmente impresionante, tanto o más como su falta de
decoro.
Me refiero a quienes, hoy atrincherados en los espacios de la
derecha liberal para mayor deleite de quienes dirigen esos medios,
no vieron y participaron de la enorme responsabilidad del bloque
soviético-comunista tras la ciega creencia de que estaban en
posesión de la razón histórica. Esa razón histórica que
construyó dictaduras obsesionadas con el enemigo interior y
exterior, las purgas de Stalin y la muestra evidente de cómo los
rígidos regímenes socialistas liquidaron con procedimientos brutales
todas las muestras de malestar (crisis húngara, checa y polaca).
Aquí no se aprende nada y todo esfuerzo es baldío. Es como predicar
en el desierto. Una y otra vez se cae en el mismo error. Con todo,
una pregunta sí cabe hacerse... ¿Quién llena el espacio político que
se opone a todo lo que acontece? Y como la respuesta es nadie. Sobra
la segunda pregunta... ¿Qué propuestas se sustentan y qué estrategia
se marca?
Sin embargo, es urgente un programa mínimo para salvar la nación.
Frente a los embobados con la luna, se imponen los posibilistas
inteligentes y con voluntad. Hace falta un jefe y que se dicte una
proclama. Es lo que necesita España para acabar con la corrupción
moral y política que padecemos. Madrugadores hay suficientes.
De momento y para empezar, porque reinar no es sólo mandar o
dirigir, sino prevalecer continuándose y extendiéndose... ¡Váyase
Majestad, ni siquiera le exigiremos que pida perdón! |
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