Cuando hoy rememoramos aquellos días de ruido y furia que nos tocó
vivir, la perspectiva del tiempo transcurrido nos da la dimensión
exacta de la actuación del general don Alfonso Armada en lo que
quiso ser el 23-F.
En el contexto de una situación gravísima que nos precipitaba al
vacío, que amenazaba con liquidar todo lo que era y había conseguido
España bajo la gobernabilidad indiscutida e indiscutible del
Caudillo, los españoles, sin distinción de cuál fuera nuestra
ideología política, pugnábamos por una solución de urgencia,
determinante y resolutiva, que pusiera fin a la deriva que se vivía.
Frente a quienes proponían que los militares se hicieran con el
poder, reorganizarán la situación y diseñarán un plan de actuación
que necesariamente tendría que seguirse por parte de los políticos.
Nos encontrábamos quienes, siendo igualmente partidarios de una
solución de urgencia, proponíamos otras medidas, sin duda más
acertadas por realistas. Y es que no hacía falta dar el cante
en Europa con un golpe de Estado que nos hubiera puesto al pie de
los caballos en el contexto internacional, agravando aún más nuestra
maltrecha situación.
Se trataba, lisa y llanamente, de poner en marcha, con la máxima
celeridad posible, un programa de rectificación y de actuación que
coadyuvara el peligro al que sin duda nos llevaba la clase política,
en el que no se descartaba el enfrentamiento entre los españoles.
Dicho más exactamente, de lo que se trataba era de que el Jefe del
Estado como máxima autoridad de la nación y capitán general de las
Fuerzas Armadas se pusiera al frente de ese programa de
rectificación y actuación. Un programa que con el impulso de las
Fuerzas Armadas y la anuencia que tendría de millones de españoles
pudiera rectificar demasiadas conductas de todo punto suicidas para
España, así como concitar soluciones de futuro en beneficio de toda
la nación, empezando por rectificar la Constitución en lo que más
nos afectaba, la organización territorial. Y es que aunque los
tiempos habían cambiado eso no implicaba liquidar la Patria a título
de inventario, que es lo que se hacía.
Pero los acontecimientos se precipitan. Suárez dimite, y la solución
"cambio de timón" queda sin suficiente argumentos político a juicio
de sus promotores. Había que esperar. Pero la cuestión era que
España no podía hacerlo, lo sabía bien el general don Alfonso
Armada y lo sabíamos los millones de españoles que asistíamos a la
ruina moral, política y económica de España. Entonces, pertrechado
de su inquebrantable amor a España, de su lealtad al Rey y del
conocimiento que tenía de las distintas "soluciones" militares, que
con mayor o menor grado de preparación pugnaban por hacerse oír,
decide tomar las riendas de una solución, que en este caso ya es la
suya, la "Solución Armada".
Así, entonces, con el crédito que a su solución le da la del "Cambio
de Timón", de la que el Rey había participado hasta el punto que,
como dice el general Armada:
"Fue precisamente el Rey el que, tras conocer puntualmente los
peligros que se cernían sobre España, la democracia y la Corona,
me propuso ser presidente de un Gobierno de concentración o
unidad nacional a formar con representantes de los principales
partidos políticos. Y me encargó que yo personalmente hablara
con sus principales dirigentes y buscara el consenso para llevar
a buen término el proyecto”.
Diseña en todos sus extremos una solución de urgencia e interina en
beneficio de la Nación, la Democracia y la Corona. Una solución que
parte de tres premisas:
1ª.
Lealtad inquebrantable al Rey, al que el general no desobedecerá
jamás. 2ª. Imperativo de necesidad, de lo que se deduce que
tenga que contar con los impulsos de las "soluciones" de sus
compañeros a los que hará protagonistas en diferentes momentos
dentro de su plan de actuación. 3ª. Necesidad del mayor apoyo
posible para abordar un programa de reformas y medidas urgentes
presidiendo un gobierno de concentración nacional.
Con todo, y como ahora está solo, sin los políticos del Congreso y
del Senado, partidarios de esperar acontecimientos, necesita todavía
convencerse, vencer la última resistencia, disipar las dudas y dar
el paso al frente. Dar el paso al frente, que es esa decisión última
y personal que decide y marca la suerte o la desgracia de los
valientes, pues son siempre los valientes los que se arriesgan.
Y la clave que finalmente resuelve el nudo gordiano de la situación
se la dan dos argumentos irrefutables que el general don Alfonso
Armada considera determinantes para actuar.
El primero,
las palabras que ha escuchado a la propia reina doña Sofía, que el
general pone en su libro "Yo, Armada, al servicio de la Corona":
"Alfonso, sólo tú puedes salvarnos". Y el segundo,
una inscripción antigua escrita en una piedra milenaria con la que
el general se topa en uno de sus paseos por su Pazo de Santa Cruz de
Rivadulla: "Prosigue".
Entonces ya no hay duda de lo que hay que hacer. O mejor dicho, de
lo que la Historia le obliga hacer...
Qué fue lo que fallo. Algunos dirán que no estuvo bien preparada
dicha "solución". Otros, por el contrario, que se precipitó en su
ambición y que encima engañó a sus compañeros. Entiendo que ninguna
de las dos razones son ciertas, y mucho menos la segunda. Pero como
del tema ya se han ocupado otros, y no es esa la intención que hoy
me trae a estas páginas, decir tan sólo que el general don Alfonso
Armada guardó como custodia y para su uso exclusivo, una prevención
de cautela para el supuesto de que todo saliera mal, lo que tampoco
hacía falta explicitar, habida cuenta de que era conocimiento
público.
Hoy al general don Alfonso Armada y Comyn, de cuya honorabilidad y
méritos huelga decir nada, pues están en el conocimiento general y
en el de la historia, nada le importa el juicio de los hombres. Él
ya está en otra dimensión. Ayer mismo le veía, había bajado un
momento a coger dinero de un cajero automático, caminaba despacio e
iba del brazo de una señora que le ayudaba. Nadie le reconocía.
Entonces me acorde de lo que tantas veces decía mi padre, que sólo
la persona grande sabe que la meta es el olvido; esa realidad que
devora, que nos iguala a todos y nos reconcilia con el polvo del que
procedemos. |
|