El 14 de abril, aniversario de la llegada a España
de la II República, traerá como siempre recuerdos, celebraciones y
debates (pienso que minoritarios, porque no es éste un tema que
preocupe masivamente a la sociedad española actual). A esta
efemérides quiero hacer mi aportaciones con algunos breves asertos,
que intentan arrojar algo de luz, o por lo menos disipar un poco de
niebla, sobre equívocos acerca del tema, que andan por ahí campando
por sus respetos, oficiando de verdades.
Primero. La República llega a España de una
forma “democrática” y “legal”. Nada más lejos de la realidad. Se
trató de una crisis profunda, espoleada por los resultados de unas
elecciones municipales (que se ganaron ampliamente), mezclada con
equívocos y un tremendo desánimo del entorno monárquico. Esto
provoca un vacío de poder que es aprovechado por el Comité
Revolucionario (luego Gobierno Provisional) que se apodera de los
resortes del poder sin encontrar obstáculos. No hay violencia
física, pero al Rey se le dan 24 horas para que salga de España. El
nombre que mejor cuadra a este fenómeno histórico es “golpe de
Estado”, incruento, como lo fueron otros en la historia de España,
pero contundente. La famosa y repetida “legalidad republicana”
podría haber llegado, por ejemplo, por un referéndum, pero éste
nunca existió. Y puestos a ser escrupulosos en este terreno, hay
que decir que la República comienza rompiendo (y por tanto
cometiendo un acto ilegal) la legalidad monárquica, que también era
real y se basaba en la Constitución de 1876.
Segundo. Con la República llega a España, por
vez primera, un gobierno de la izquierda. Este es una verdad a
medias. En el gobierno provisional había hombres inequívocamente de
izquierdas, como Fernando de los Ríos o Largo Caballero, pero
también conservadores que venían de la política monárquica y se
habían cambiado de bando, como Miguel Maura o el primer Presidente,
Alcalá-Zamora. Incluso Azaña es un liberal radical y laico, pero
burgués. Es más: identificar la política de la República con la
política de la izquierda fue el gran fallo de fondo que condujo al
fracaso final. Esta triste historia tuvo varios episodios
importantes; por ejemplo, la no aceptación del triunfo de la CEDA;
la revolución de 1934; o la proclamación unilateral de la
“República catalana”. No se quiso dejar espacio a una derecha y a
un sector católico que estaba dispuesto a adaptarse al nuevo
sistema, siguiendo aquella famosa doctrina de la “accidentalidad de
las formas de gobierno”.
Tercero. Con el cambio político llega una
edad brillante en la educación y en la cultura, la llamada “Edad de
Plata” de la cultura española. A este tópico he dedicado
mi artículo “El mito de la
cultura republicana” donde recuerdo algunos datos, por otro
lado evidentes: la mayoría de los aciertos e instituciones que se
atribuyen al nuevo sistema (Junta de ampliación de Estudios,
Institución Libre de Enseñanza, Universidad Central), tienen su
fecha de inicio en la época de Alfonso XIII. La mayoría de las obras
significativas de la Generación de 1927, que, según algunos, parece
que nació por generación espontánea en 1931, son anteriores a esta
fecha. El ambiente de holgura y libertad intelectual de la época
final de Alfonso XIII permitió que brotaran algunas de las mejores
obras de Lorca, Alberti o Aleixandre. También de Unamuno, Baroja,
Ortega… en fin, toda esa magnífica pléyade que configuraron un nuevo
Siglo Áureo en nuestra cultura, cuya labor intelectual se rompe o
distorsiona dramáticamente con la guerra, pero que, en todo caso,
tiene su arranque en fecha anterior a 1931.
Cuarto. Establece un sistema y una
Constitución que son los primeros en nuestra historia que merecen
llamarse democráticos. Esto es también discutible. Hay está el texto
de la Constitución de 1936 (cualquiera puede leerla en la Red)
artículos que no respetan la liberad religiosa ni la de enseñanza,
prohibiendo las órdenes religiosas y su actividad educativa y
disolviendo, aunque de forma subrepticia e indirecta, la Compañía de
Jesús. Este solo hecho la invalida como constitución democrática,
porque la libertad es indivisible; y basta con conculcar una
libertad para destruir el sistema. Hay algo más grave: no se supo
hacer un sistema que sembrase la concordia, que acogiese a todos los
españoles en su diversidad, donde todos se sintieran cómodos. Por el
contrario, casi siempre se hizo política “contra” alguien; no faltó
la agresividad (verbal en ocasiones y, en otras, física). Si se me
permite el juego de palabras, la República tuvo algo de democrática,
pero poco de liberal. La Monarquía alfonsina quizá no fuese tan
democrática, o lo era de una forma limitada, pero sí era más
liberal: había en ella un ambiente de confianza y convivencia entre
gentes de distintas ideologías. Eran los usos del antiguo y amable
liberalismo, que se evaporaron con el cambio de régimen. |
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