El día 20 de noviembre de 1975 muere Franco en una cama de la
Residencia Sanitaria de la Seguridad Social, “La Paz”. Sobre la
conculcación que de la legalidad constitucional hacían los de dentro
en compañía de los de fuera, la prioridad máxima de los comunistas
era su rápida legalización para no verse descolgados del proceso
político que se iniciaba. Un asunto del máximo interés y prioridad
absoluta para el PCE, que además, de lo contrario, se convertiría en
un sarcasmo, toda vez que habían sido ellos, el PCE, quienes había
agitado la movilización social y política contra Franco, hasta el
punto de haberse constituido en el "partido" a secas que agrupó a
todo el llamado “anti-franquismo”. Desde ETA a la Democracia
Cristiana.
Pero la legalización era imposible, incluso para el "motor del
cambio", Juan Carlos I, que en declaraciones al "Newsweek" había
dicho:
"No veo la posibilidad de legalizar al PCE porque su filosofía
política es totalmente ajena al concepto de democracia”.
En estas, el día 8 de septiembre de 1976, Adolfo Suárez se reunía
con la cúpula militar para explicarles la reforma que se proponía
acometer, para la que les pedía ayuda y complicidad. Pero como el
cambió que se preparaba incluía la entrada en el juego político de
los partidos, la pregunta se hacía obligada… ¿Se iba a legalizar al
Partido Comunista? Y la respuesta firme y contundente de Suárez fue,
que “no se iba a legalizar al PCE”. Es más, que “no se podía”. Pero
Suárez, tan hábil y tan valiente él, como tantas años después nos
hace advertir su hijo, opta por su solución, "hacer de la necesidad
virtud en un juego de imposibles lealtades".
“La reunión resultó muy bien, pero les hizo una promesa: Se iba
a reconocer a todos los partidos, pero jamás al Partido
Comunista. Esta solemne promesa les sentó muy bien a los jefes
militares, que transmitieron a su vez a sus subordinados”.
(Declaraciones de Sabino Fernández Campo)
El PCE pues, se encontraba inmerso en una dificilísima tesitura. Ni
por su historia ni por sus estatus podía ser legalizado. Ni siquiera
eran suficientes las renuncias formales que había hecho -no pasar
factura por la guerra que había perdido y provocado, ni vengar a sus
más reputados terroristas caídos durante la guerra del maquis-
ni las promesas, también formales, que había acatado -aceptar la
bandera bicolor, las Fuerzas Armadas y, sobre todo, al mismo Jefe de
Estado que puso Franco-. Y es que, pese a que se les había prometido
ser legalizados cuanto antes y no ser molestados mientras durase el
proceso de legalización, según las promesas que desde 1973 se les
habían hecho llegar vía Ceausescu por los hombres del
Príncipe: el general Díaz Alegría, Nicolás Franco y Teodulfo
Lagunero, bajo la promesa de que a la muerte de Franco se
conculcaría el Régimen del 18 de Julio, los comunistas no se
conformaban.
Por si fuera poco, otra brecha se abría en caso de no ser
legalizados en esos momentos, verse desbancados por el Partido
Socialista Obrero Español (PSOE r), que en el Congreso de Surenses
de 1974 había renunciado al “marxismo”, aunque sólo como modo
necesario de alcanzar el poder, en cuyo congreso fue elegido como
Secretario General el líder del llamado “grupo de los sevillanos”,
hombres jóvenes y provenientes del interior, Felipe González,
desbancando a los "duros" dirigidos por el histórico líder
socialista Rodolfo Llopis, que como don Juan de Borbón (como le hace
ver su propio hijo a José Luís de Vilallonga) tenía una visión
totalmente distorsionada de la realidad de España.
De esta forma el rival del PCE, el PSOE, se presentaba como un
partido joven, moderno y con posibilidades. Todo lo contrario que el
PCE, que además se presentaba con sus fantasmas del pasado: Dolores
Ibárruri, “Pasionaria”; Santiago Carrillo, alias la “rata
de Pontejos”; Simón Montero, líder de los GRAPO, y como vedette
de turno, Rafael Alberti, con los años el "meón", por los
mucho que se orino en los diferentes platós de televisión a donde le
llevaba su joven esposa para que el chequista de Bellas Artes
pintará la consabida palomita de la paz. Todo un elenco de asesinos
que los “poderes fácticos” y la temible "extrema derecha" no
eliminarían jamás.
De ahí que el PCE hiciese todo lo posible y se emplease a fondo para
forzar la legalización con las tácticas y los métodos que de sobra
conocía: la algarada revolucionaria como estrategia para imponer el
caos y el crimen selectivo como método eficaz de reconducción. Con
todo, fiel a su larga experiencia, tensaron pero cuidando de no
romper. De ahí que se entienda que el PCE se esforzara en el control
de la calle para poner en marcha la estrategia de la “escalada de la
tensión”, cuyos resultados ya habría tiempo de analizar y enfocar.
En este contexto de situación se diseña el atentado al despacho de
la calle Atocha 55, cuyos particulares efectos: objetivo, elección
de blancos y modo de ejecución, tendrían que adquirir un significado
netamente político tendente a modificar la situación con
repercusiones inmediatas.
"Había que ir a gran velocidad hacia el cambio
–explicó Adolfo Suárez a Eduardo Chamorro en El Mundo, casi
veinte años después- para evitar el fortalecimiento de las
posiciones resistentes y sortear el tremendo peligro que hubiera
representado hacer tabla rasa de todo lo pasado".
De esta forma, la tarde-noche del lunes 24 de enero de 1977 es
asaltado un bufete de abogados laboralistas adscritos al PCE, cuyos
miembros no tenían significación política relevante, situado en el
número 55 de la calle Atocha en Madrid. El balance fue de cinco
asesinados y cuatro heridos graves.
Inmediatamente después se puso en marcha la maquinaria
jurídico-política para la legalización del PCE. De esta forma,
cambiando el rumbo de los acontecimientos, alguien, desde el corazón
del Estado, con poder coercitivo suficiente, facilidad de
utilización de medios y cobertura logística para ejercer y
administrar la violencia, impuso la legalización del PCE a cambio de
que el Gobierno de UCD continuase teniendo el poder del Estado y la
Corona no peligrase.
Por eso el 11 de mayo de 1978 los comunistas cumpliendo el pacto con
Suárez apoyaron a la monarquía con su voto en la Comisión
Constitucional que aprobaba el artículo 1.3 que dice: "La forma
política del Estado español es la monarquía constitucional”. Suárez
había cumplido la promesa que le hizo un día al Rey. Y el Rey, pese
a no tener amigos personales, se lo agradecía muchos años después,
cuando su mirlo blanco había perdido la razón y todos los recuerdos,
colocándole el Toisón de Oro.
Otra vez la razón de Estado, esa razón que desarraiga el quehacer
político del orden moral, constituyéndose en el único apoyo firme y
seguro de la Transición española. Porque frente a la “ratio”
entendida como “logos” universal, se antepuso la razón individual,
autónoma e independiente. Una razón, la razón de Estado, que ha
venido rigiendo toda la vida política de España durante estos años.
El caso Atocha se ha investigado a partir de archivos judiciales y
policiales que para nada han tenido en cuenta las sospechas que
constan y evidenciadas fundadas. A saber, las insistentes presiones
de que "algo habría que hacer" por parte de elementos del aparato
del Estado que frecuentaban las llamadas "zonas nacionales"; el
rastro de las pistolas y la huida, mientras gozaba de un
inconcebible permiso penitenciario, del más significativo de los
implicados, el joven Lerdo de Tejada. Por eso haría falta una
investigación más precisa que sería un testimonio histórico
impagable, más allá de que se consiguiera el objetivo de hacer pagar
a los culpables. Sin embargo, eso parece tarea imposible desde el
momento que quienes todavía viven se niegan por miedo a declarar. |
|