Con desalentadora cortedad mental los desmanes del último gobierno
socialista no están siendo replicados con voluntad de interpelación
y mucho menos con necesaria mordiente por parte del Partido Popular,
que hasta se aviene a conceder al presidente saliente, Zapatero, y a
toda su recua de ministros las máximas condecoraciones de la nación.
Una actitud, comportamiento o predisposición de ánimo que resulta
más sospechosa en relación a la herencia que les han dejado, sobre
todo debajo de las alfombras, que pone a la nación en estado
de emergencia, que es lo que ha empezado a descubrir el Gobierno de
Rajoy a tenor de los primeros ajustes que ha tenido que acometer en
el primer Consejo de Ministros (29/12/2011).
Con todo, no es la primera vez que desde la dirección del Partido
Popular se impone un repliegue miedoso respecto a criticar las
políticas socialistas que se heredan, por muy criminales que se
constaten desde el punto de vista del Derecho Penal. Lo que induce a
pensar que tan anómala actitud e incomprensible comportamiento
obedece a algo disfrazado de razón de Estado, y esa
razón desde tres puntos de vista:
Primero, porque un ataque frontal afectaría gravísimamente a los
intereses del Sistema, habida cuenta de que el PSOE junto con el PP
y la Corona son los tres puntales del mismo. Segundo, porque subyace
el temor a lo que harían los socialistas en caso de recibir un
ataque que interfiriera gravísimamente en sus intereses políticos de
futuro. Tercero, porque resucitarían la legalidad de la República
con evidente peligro para la Corona que ostenta el rey Juan Carlos,
"motor" del sistema y primera instancia de un Estado ingobernable
por cuanto carece de uno de los pilares del Estado de Derecho, como
es el de la seguridad jurídica, es decir, la certeza de que las
normas y las relaciones jurídicas son estables, y para todos. De ahí
que desde estas tres consideraciones podamos coincidir con el aserto
de que la paz es un valor necesario.
Argumento que entra de lleno en la lógica del devenir
condescendiente que se ha tenido con esta casta de corruptos y
criminales que han formado en el PSOE desde siempre. Un partido de
larga y dilata historia corrupta, cainita e inmoral, aupado en su
día por esa cuadrilla de vividores que capitaneó el "mirlo
del Rey", Adolfo Suárez, que conllevó que el PSOE pudiera
alcanzar el poder con mayoría absoluta a lo largo de tres
legislaturas y desde 1982. Un triunfó impensable para las mismas
huestes socialistas, porque nunca antes habían gobernado en
solitario el poder.
Un poder omnívoro que a partir de entonces ha controlado durante
casi veinte años, extendiendo sus tentáculos sobre todo al Poder
Judicial, hasta el punto que el interés público se ha confundido con
el interés del partido, que era quién ostentaba el poder único,
exclusivo y absoluto. Argumento denunciado por el propio Ministerio
Fiscal tras la derrota de Felipe González: "había que obedecer las
órdenes del Gobierno en vez de actuar como la Constitución y las
leyes exigen". Y si esto decimos del Ministerio Fiscal, igualmente y
con pruebas fehacientes lo podemos decir de la Policía y demás.
Una obsesión, la del poder absoluto, que el PSOE ha tenido desde sus
primeros años de historia, conscientes, como son, que es desde el
poder desde donde pueden hacerse las reformas, sobre todo por el
marchamo democrático que se da a las decisiones de las implacables
mayorías en el Parlamento.
Un poder que usan y del que abusan en función de su beneficio, y
fundamentalmente de su propósito. De lo que se deduce que sus
políticas no se dirijan a transformar la realidad y mejorarla, sino
a cambiar la misma realidad. Y así, y como hemos padecido durante
sus mandatos de gobierno, el Derecho deja de ser el modo de embridar
el poder y encaminar la convivencia social para transformarse en
ideología, instrumento de dominación.
Una labor, la de cambiar la realidad, que ha dado como resultado el
cuadro político de esta democracia, que es la gran preocupación y
hasta la incógnita de nuestra futura supervivencia como nación, que
nadie se atreve a rectificar.
De lo que se deduce que para que en el futuro nada quede impune es
necesario rescatar el presente. Y para rescatarlo es necesario, en
primer lugar, cambiar la actual forma de Estado. Por eso convengo
una vez más en adherirme a la República presidencialista con unidad
de poder y al servicio de la unidad, la grandeza y la libertad de
España. |
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