Cuando se convocaron las
últimas elecciones generales para el día 20 de noviembre, fecha de
los aniversarios de la muerte del Generalísimo Franco y el
fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, la primera impresión
que percibimos muchos españoles era la de un escarnio más a tan
egregias figuras históricas irrepetibles.
Tal
vez, un nuevo intento de mancillar una conmemoración que los amantes
del antiguo Régimen siguen celebrando anualmente con devoción,
agradecimiento y el máximo respeto.
Presuntamente, los autores de los comicios, inventores de la absurda
y manoseada “Memoria Histórica”, premeditadamente adulterada y
tergiversada, pensaron que una mayoría de su electorado adicto a su
ideario frentepopulista, inclinaría de nuevo la balanza a su favor
recordando al denostado “dictador”, por un temor patológico
infundado de las mentes aleccionadas por el Sistema. Son aquellos
que ahora presumen de haber celebrado con entusiasmo y regocijo la
muerte del Jefe del Estado embriagándose con vinos espumosos.
Olvidan los perínclitos políticos –áridos en Historia– que la vida
terrenal es efímera y los designios de la Providencia, que omiten,
pueden alterar sus materialistas previsiones.
La
realidad palpable es que la oposición de centroderecha,
académicamente preparada, algunos de cuyos integrantes han superado
severas oposiciones de Estado y Universitarias, no necesitan la
política para medrar, pudiendo reintegrarse a sus destinos obtenidos
por su esfuerzo intelectual en el momento que se lo propongan.
El
electorado mayoritario del Partido Popular ideológico –no el
sociológico– firmemente convencido de sus principios, sin mutaciones
oportunistas, propias de los arribistas que aprovechan la mínima
coyuntura favorable para situarse, ha sufrido cierta decepción en el
acto de transmisión de poderes, así como por algún nombramiento
inesperado de segunda fila, como el de Carmen Vela.
La
ceremonia del relevo ministerial tras la jura de los nuevos altos
cargos del Ejecutivo, se caracterizó por un exceso teatral, impropio
de un acontecimiento que debe caracterizarse por la sobriedad y alta
responsabilidad. Demasiados besos y abrazos improcedentes, ajenos al
protocolo y elemental cortesía. Del mismo modo, sobraron los excesos
fotográficos no espontáneos, sosteniendo con las manos las carteras
ministeriales en actitud exhibiocinista pueril.
Otra novedad imprevisible para los que nutren con sus votos la
mayoría obtenida por el partido conservador, motivo de desagrado
–por muy protocolario que sea en nuestra singular democracia–,
fueron la concesión de condecoraciones a todos los miembros del
Gobierno suspendido por su desastrosa gestión e impericia, sin
mérito alguno que justificara su adjudicación.
Por
orden de prelación fueron galardonados: el Presidente cesante con el
Collar de la Orden de Isabel la Católica, la Gran Cruz de Isabel la
Católica a Manuel Chaves y la Gran Cruz de la Real y distinguida
Orden Española de Carlos III, para cada uno de los ministros
salientes.
¿Qué pensarían quienes obtuvieron estas distinciones en función de
sus merecimientos, heroísmo y virtudes? Un verdadero agravio para
los justamente premiados.
El
nuevo Gabinete surgido de las urnas por decisión inequívoca del
pueblo español que le ha otorgado su confianza con una mayoría
abrumadora, le permite gobernar con seguridad, autoridad, firmeza y
energía, sin necesidad de concesiones arbitrarias a sus oponentes
parlamentarios. Administrar con disciplina obviando futuros comicios
e hipotéticos consensos, pensando únicamente en España.
Sin
más demora, el Ejecutivo debe proyectar en la práctica con la mayor
celeridad las promesas electorales que le elevaron al poder. Urge
depurar a las autonomías, devolviendo al Estado determinadas
cesiones que jamás debieron traspasarse alegremente, como la
Justicia, el Orden Público, la Educación y la Sanidad, factores
esenciales de carácter nacional sin discriminaciones.
Deben derogarse por decreto, sin vacilaciones, las leyes de índole
político completamente sectario, promulgadas por el anterior
gobierno, que atentan a la unidad nacional, la moral y la Religión
Católica, últimamente perseguida con saña desde diferentes frentes.
Recordemos la continua afrenta a la Basílica del Valle de los
Caídos, su intento de demolición y exhumaciones. Prohibiciones
litúrgicas en pleno invierno en el interior del templo, celebrándose
la misa dominical comunitaria en el exterior con el territorio
nevado, hace un año, aguantando el clero y los fieles las gélidas
temperaturas por la fe.
Siendo la economía el factor prioritario que afecta a nuestra nación
y a varios estados europeos, a consecuencia de la mala gestión de
los recursos colectivos, debemos reconocer en conciencia, que el
cataclismo económico que nos invade, se ha generado fundamentalmente
por el abandono de la moral natural, sustituida por el positivismo y
relativismo globalizado, propios de las democracias adulteradas,
obviando los principios fundamentales del cristianismo tradicional
en Occidente.
España dispone de mentes lúcidas suficientes con talento e
inteligencia, académicamente preparadas, capaces de recuperar las
cotas del bienestar y credibilidad perdidas por impericia, abandono
y egoísmo superlativo de los malos gestores. Dejemos de ser una
sucursal mediocre de Europa, convirtiéndonos en una nación ejemplar
por méritos propios como antaño.
El
ministro del Régimen autoritario y eminente diplomático, Gonzalo
Fernández de la Mora, una de las mentes más privilegiadas del siglo
XX, dotado de una erudición excepcional y una vasta cultura,
sostenía el principio de que a nadie en Europa le interesa que
España sea una gran nación. Apliquen esta teoría nuestros políticos
para obrar en consecuencia. |