La noche del
sábado 29 de julio de 1939, en la Carretera de Extremadura a la
altura de Talavera, fue asesinado el Comandante de la Guardia Civil
D. Isaac Gabaldón Irurzun, su hija Pilar (17 años) y el conductor
del coche oficial D. José Luis Díez Madrigal (23 años).
Gabaldón era
miembro del Servicio de Información y Policía Militar SIMP del
Ejército del Centro (Madrid), que lo había sido durante la guerra
de la División Reforzada de Madrid (concretamente de la 14ª mandada
por el Coronel Carroquino –antes 4ª/74ª, inicialmente mandada por el
Coronel Yagüe en abril de 1937-), y tenía encomendadas tareas de
represión de guerrilleros, infiltrados y masones.
Hay que tener
en cuenta que apenas habían pasado cuatro meses desde la total
derrota del ejército rojo (EPR) y que la mayoría de sus miembros
estaban en campos de prisioneros o cumpliendo el servicio militar.
Sus asesinos confesos, detenidos dos días después, resultaron ser
miembros de las Juventudes Socialistas (JSU, comunistas)
recientemente liberados de un campo de concentración militar alguno
de ellos, que actuaron provistos de uniformes militares nacionales y
que no realizaron más acciones que aquel “casual” crimen (Gutiérrez
Mellado: Así se entrega una victoria, de Luis F. Villamea;
Fuerza Nueva Editorial, Madrid 1996).
El ayudante de
Gabaldón, el falangista Jacinto Alcántara, que había tenido
contactos anteriores con la masonería, encontró la muerte un día
después; casualmente la autora del disparo “accidental” fue su
novia; Franco escribió (La Masonería, J. Boor) que el padre
de la asesina era masón y que la joven, también masona, confesó su
crimen. El fondo de esta oscura trama era la más que posible
infiltración de la masonería entre los mandos del SIMP; la misma
aparece en los consejos de guerra que se siguieron, hasta 1950,
contra los asesinos y su cómplices (incluidas las famosas “13 Rosas
Rojas”), y que dieron pié a denuncias concretas contra el Teniente
Coronel Bonell Huici (antiguo jefe de la sección de información de
la 14 División de Carroquino), el Comandante Gutiérrez Mellado y el
Capitán Jurídico Arias Navarro. Curiosamente el General Carroquino
murió en accidente de automóvil el 23 de septiembre de 1939.
Gabaldón, de
paisano, abandonó su domicilio en Talavera la tarde del día 29, para
unas gestiones particulares (obras de su casa en Puente del
Arzobispo) solapadas con la búsqueda de información sobre
“guerrilleros” (¿viaje a Portugal a recoger información sobre la
masonería que Oliveira Salazar enviaba reservadamente a Franco?) y
viajó a Puente del Arzobispo y Oropesa; sobre las 22’30 de la noche,
en el trayecto desde este último pueblo a Talavera, el coche en el
que viajaban fue detenido y todos sus ocupantes muertos. A unos 4
kilómetros de Talavera, tres individuos, con uniformes de Teniente,
Alférez y Soldado Ingenieros, después de haber dejado pasar otros
coches, solicitaron al del Comandante que les acercara a Talavera.
Vencidas las reticencias, inexplicablemente, y apenas recorridos 150
m, les hicieron bajar del coche y los mataron; no hicieron ningún
otro acto más y volvieron a Madrid. Curiosamente, a esas horas la
Policía Militar de Madrid conocía ¿parte? de su misión, pues tres
días antes había detenido al Secretario General de las JSU, y jefe
máximo entonces, Sinesio Cabada Guisado (a) Pionero (21 años;
anteriormente “responsable militar” del aparato), junto con otros
comunistas, en parte gracias a un infiltrado en las JSU llamado
Roberto Conesa (el luego famoso “Comisario Conesa” de la Brigada
Político Social) y otros delatores. También hay que subrayar que
para salir de Madrid, donde la Policía Militar tenía puestos
importantes controles, hacía falta salvoconductos expedidos
precisamente por ella (aun no se había traspasado las funciones
policíacas al Cuerpo de Policía).
Los jóvenes
autores, del grupo “Los Audaces”, fueron Francisco Rivades Cosials
(secretario del Sector del PC), Damián García Mayoral y Saturnino
Santamaría Linacero; durante la guerra los dos primeros fueron
oficiales y al terminar la misma todos habían estado internados,
siendo puestos en libertad con sorprendente rapidez o fugándose.
Concretamente, Francisco Rivades había sido teniente del EPR y
mandado la compañía de guerrilleros de la 128 Brigada Mixta; Damián
García también había sido oficial rojo y se había escapado de un
campo de trabajo; ambos cometieron el crimen vestidos con uniformes
nacionales de teniente y alférez, respectivamente (Damián usaba ese
uniforme casi a diario, lo que supone que tenía documentación
falsificada); el tercer asesino fue Saturnino Santamaría, uniformado
de soldado. Las Juventudes Socialistas Unificadas estaban intentado
reorganizarse bajo la dirección de José Peña Brea (a) El Gordo,
quien había sido detenido a finales de mayo por una delación y
obligado a dar todos los nombres que sabía.
Los asesinos
fueron detenidos a las 48 horas y fusilados el 5 de agosto, todos
menos el Pionero, que fue devuelto del piquete de ejecución a
la celda e interrogado por Gutiérrez Mellado, para ser
definitivamente fusilado el 15 de septiembre (¡su cadáver fue
desenterrado el 21 de noviembre de 1939 por dudas sobre su
fusilamiento!).
El 11 de mayo
de 1940 se inició el Procedimiento nº 103.370 (continuación del
37.038), “cumpliendo órdenes de S. E. el Jefe del Estado … (ya que)
se acusan irregularidades que exigen un esclarecimiento más completo
de los hechos (incluso la desaparición de documentos)”. A él se
unió, en 1942, el 110.133, en el cual se recogieron testimonios y
reconstrucciones de los hechos que permitieron fijar la
participación de ¡4! asesinos (incluido Emiliano Martínez Blas,
quién ¡estaba detenido en Madrid! y por cuya temporal liberación el
juez preguntó a Gutiérrez Mellado), apoyados por ¡una camioneta
militar! y varios parientes y vecinos del pueblo, los cuales
testimoniaron la visita a la casa de un tal “Sanguino” mientras
esperaban a sus víctimas (José Fernández Sanguino era médico y,
junto con su hijo Manuel, amigo de Damián, se sospechaba eran
masones). Con el paso del tiempo algunos de los implicaron se
desdijeron.
Pues bien, en
1940, el General Yagüe, con su prestigio y el ser Ministro del Aire,
fue de los que más porfió en que se resolvieran las más que
razonables dudas que rodeaban el escandalosísimo caso. Personalmente
llamó a su despacho a colaboradores de Gutiérrez Mellado durante su
etapa de quintacolumnista, tal que el Alférez Antonio Rodríguez
Huerta, verdadero fundador e impulsor del grupo que acabaría
liderando Mellado. Rodríguez Huerta le dijo a Villamea en una
entrevista: “… el General tenía un gran interés en saber lo que
había sucedido para que el Servicio se hubiera ocupado de una
manera tan directa en la recuperación de joyas; también le
interesaba, lo recuerdo perfectamente, conocer el alcance de las
actividades del SIPM en acciones auténticamente espectaculares, y,
sin embargo, también en grandes fracasos, por ejemplo, con lo
sucedido en Canarias con las valijas de García Atadell, que fueron a
parar a un Consulado y de lo más importante nunca más se supo”.
Huerta también dijo, en relación con de invalidez de los
certificados (los del SIPM se habían expedido gran profusión y se
había podido comprobar que, al ser presentados como justificantes de
conductas para la depuración, en algunos casos, no se ajustaban a la
realidad de las actuaciones y que, ante la imposibilidad de
revisarlos todos, se cursó la orden de no admitirlos bajo ningún
concepto): “expliqué al general lo de mi certificado del SIPM (y) mi
sorpresa fue que estaba absolutamente enterado de todo”.
Hay que tener
en cuenta que entre los posibles implicados en el turbio y
sangriento asunto había militares muy significados (Teniente Coronel
Francisco Bonell Huici, Comandante Cristino Torres García, Capitán
Pedro Fernández Amigó, Capitán Gutiérrez Mellado, y algunos más, con
los que Gabaldón tenía serias diferencias). Bonell propuso para la
MMI a Gutiérrez Mellado. Incluso Arias Navarro, entonces jurídico
adscrito al servicio de información y policía militar, estuvo
ligeramente envuelto en ello.
La ¿casualmente
coincidente? defenestración de Yagüe prácticamente cerró el “Caso
Gabaldón” para siempre.
68 aniversario del fusilamiento de Las Trece Rosas.
El 27 de julio, Isaac
Gabaldón, comandante de la Guardia Civil, inspector de policía
militar de la 1ª Región Militar y encargado del "Archivo de
Masonería y Comunismo" (archivo que agrupaba los documentos
recopilados por las tropas de Franco en su avance durante la
guerra), su hija y su chófer fueron asesinados en Talavera de la
Reina, en un oscuro incidente del que fueron acusados tres
militantes de las JSU. Como represalia, 56 jóvenes de
las JSU encarcelados (en su mayor parte antes del asesinato),
entre los que se encontraban las Trece Rosas, fueron llevados a
juicio ante un Tribunal Militar el 3 de agosto (expediente 30.426),
acusados de reorganizar las JSU y el PCE para cometer actos
delictivos contra el "orden social y jurídico de la nueva España", y
condenados, por "adhesión a la rebelión", a pena de muerte. En la
madrugada del 5 de agosto de 1939, junto a la tapia del cementerio
de la Almudena de Madrid, fueron fusilados los 56 miembros de las
Juventudes Socialistas Unificadas, entre los que se encontraban las
Trece Rosas.
Para Ismael
Medina
“Sí... sí...
él es. Él es el traidor...pero debemos obrar con cautela”. La
frase, referida a Arias, la pronunció Franco, primero dubitativo y
luego desconcertado y algo pasivo, después que el ex ministro Utrera
Molina le trajera unas grabaciones magnetofónicas en las que se oía
al Presidente del Gobierno Arias Navarro decir: “¡Franco es un
viejo! Y aquí no hay más cojones que los míos”
(http://es.wikiquote.org/wiki/Francisco_Franco)
La gran
incógnita, todavía sin despejar, es la de qué mano oculta aconsejó a
Suárez y al monarca poner la política de Defensa en manos de un
personaje tan dudoso y controvertido como Gutiérrez, quien, por
cierto, y también a instancias del monarca y de Suárez, llevó
consigo como colaboradora de confianza a Carmen Díez de Rivera cuya
vinculación comunista era de sobra conocida. Hubo de prescindir de
ella tiempo más tarde. Se dijo que como consecuencia de un informe
de la CIA que la vinculaba con el KGB y que de alguna manera
alcanzaba también a Gutiérrez.
Ismael Medina, Vistazo a la Prensa,
Firmas Invitadas, Nº 442 del 19/08/2010.
Ricardo de
la Cierva en "Secretos de la Historia" Pag. 210, Editorial
Fénix, Madrid 2003: (según la propia Carmen Díez de Ribera) "Suárez
(nov. 1976) recibió un importantísimo informe del Alto Estado Mayor
...que envolvía a Carmen en graves sospechas sobre sus convicciones
marxistas, que eran ciertas ... Carmen había demostrado ya una
peligrosísima proximidad a la KGB... El 28 de mayo de 1977 la prensa
publicó que Carmen se encontraba en arresto domiciliario por haberse
descubierto que era una espía de Alemania comunista ..."
Sobre Arias:
Dice
Blas Piñas (escrito para la historia): Arias era el
secretario privado de Azaña en la anteguerra.
Franco
se confiesa con Utrera. Muerto Carrero Blanco, Carlos Arias
Navarro, el fiscal de triste memoria en Málaga, jura el cargo de
presidente del Gobierno, en el que Utrera Molina desaparece de
la cartera de Vivienda para convertirse en el hombre del partido
de este Gabinete. Como ministro en la Secretaría General del
Movimiento, el político malagueño trata, en no pocos
desencuentros con Arias, de preservar las esencias espirituales
del franquismo, que ve peligrar a marchas forzadas para dolor y
miseria de su Caudillo. El dictador, que empieza a ver fantasmas
y nuevos masones hasta en los asientos del Consejo de Ministros,
elige a Utrera como el confesor de sus secretos. “El otro de los
ministros con el que Franco mantenía un estrecho contacto,
aparte de Arias, era Utrera, con quien pronto estableció una
relación fraternal”, escribe Paul Preston en Franco. El
ministro del Movimiento, haciendo honor a su cargo, le comenta
al octogenario general que está en sus planes hacer el rearme
ideológico. Franco le contesta que en ocasiones han incurrido en
el error de “bajar la guardia” y eso es lo que sospecha cuando
Arias Navarro, influenciado por los ministros más aperturitas,
que ya ven extinguido el ciclo de la dictadura, anuncia el
“espíritu del 12 de febrero”. Sobre el asunto comenta Preston:
“Franco, profundamente alarmado por la explicación que le dio,
dijo que ‘si el régimen permite que se ataque a su sustancial
doctrina y sus servidores no aciertan a defender lo fundamental,
habrá que pensar en una cobarde voluntad de suicidio”.
Arias, con
sus miedos y zozobras reflejados en un rostro triste y huidizo,
quiere por un lado encarnar un ficticio espíritu de apertura; y
por otra parte, se muestra implacable, más aún, que es decir, a
la derecha del dictador. A finales de enero, Arias quiere
expulsar de España a Monseñor Añoveros, el obispo de Bilbao, por
defender en sus homilías los derechos de las minorías
nacionalistas. Franco tiene que frenar la medida porque teme
que, si se llega a ese punto, la Iglesia puede excomulgar a su
primer ministro. Utrera es el que mantiene informado a Franco de
todos los movimientos de Arias, a quien el malagueño le tiene
declarada la guerra partidista con el apoyo de Girón y lo que
más tarde se conocerá como el gironazo, aunque al ministro
malagueño le molestan los modos y las formas del camarada más
veterano. Después de una bronca telefónica entre Arias y su
ministro, cuenta Paul Preston la reacción del ministro del
Movimiento: “Utrera llevó a Franco documentos que revelaban los
planes de Arias para disolver el Movimiento y grabaciones de
Arias diciendo que ‘Franco es un viejo’ y ‘aquí no más cojones
que los míos’. Cuando Utrera le dijo ‘Arias es un traidor’,
Franco se echó a llorar y sólo replicó: ‘Sí, sí, Arias es el
traidor pero, pero que no se entere nadie. Hay que obrar con
cautela’. La medicación de la enfermedad de Parkinson le había
convertido en un hombre temeroso”. En este año del Watergate y
la caída de Richard Nixon, los micrófonos, los confidentes, los
dimes y diretes, la mala leche de unos contra otros, andan ya
por El Pardo y los ministerios como Perico por su casa. La
agonía del general entra en su recta final.
http://www.transicionandaluza.es/cronicas.php?id_prov=7&ano=1974
Véase el
libro de Carlos Fonseca: Las 13 rosas rojas
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