Fungairiño

 

Alfonso Ussía

El fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Eduardo Fungairiño, ha sido un cimiento sólido y firme en la lucha judicial contra el terrorismo etarra. Jamás ha alardeado de ello. Ha trabajado con eficacia, valentía y discreción. Rechaza la notoriedad y el estrellato. Es un fiscal, no un actor de cine. A muchos les ha sorprendido su descarada actitud ante la presumible comisión parlamentaria del Once de Marzo. Estuvo pasota, socarrón y extravagante. Para unos, su intervención fue penosa e irrespetuosa. Para los menos, ajustada a sus intenciones, que no eran otras que la protección del sumario de intromisiones más políticas que parlamentarias. Yo mismo, que siento por su figura un inmenso respeto, me he dejado llevar por la duda. Pero al conocer que tres partidos políticos han exigido su destitución, mis dudas se han disipado, y más aún por el perfil y la trayectoria de los tres partidos exigentes. Izquierda Unida, el Partido Nacionalista Vasco y la Izquierda Republicana de Cataluña. Izquierda Unida no tiene ni un solo argumento moral para exigir la destitución de un digno servidor del Estado de Derecho. A lo sumo puede llegar al reproche, que una buena parte de la ciudadanía comparte por el proceder del fiscal jefe de la Audiencia Nacional en una intervención insólita y exótica. El Partido Nacionalista Vasco incumple las leyes y ampara en el Parlamento de su Comunidad a los terroristas y su contorno. Y la Izquierda Republicana de Carod-Rovira se entrevista con los terroristas y les pide que no maten a los catalanes, que apunten a víctimas del resto de España. La miseria y la indecencia pública demostrada y reconocida más asquerosa de los últimos años. Ya no tengo dudas. Estoy con Fungairiño.
   Fungairiño, además, es un lector apasionado de literatura inglesa. Su humor no se ha entendido entre tanta vulgaridad y mochila colgada. Ha querido explicar a los parlamentarios que el respeto al sumario y al trabajo del fiscal encargado del caso son para él prioritarios. Pero se ha equivocado con la ironía. La ironía en España no se entiende y menos aún se interpreta como lo que es. Una excelencia poco repartida. Cuando le dijo a Labordeta que sólo veía en la televisión los reportajes de la BBC, demostró una educación exquisita. Le informó, a la inversa, que no perdía el tiempo viendo sus pesadísimos viajes por España con la mochila al hombro. Y cuando Labordeta intentó reírse de Fungairiño, fue éste el que se quedó con él sin dificultad alguna. La ironía británica sembrada en un gallego ofrece cosechas fabulosas.
   Pudo intervenir de forma diferente y actuar de otro modo. Eligió la ironía para defender la invulnerabilidad de la Justicia ante la Política. Equivocado o no, estoy de su lado. Los que entienden a los terroristas le odian.
Pues que lean a Wodehouse, Wilde, Chesterton o Barney. Son más graciosos y divertidos que Labordeta. Fungairiño lo ha demostrado.

La Razón. 18 de Julio de 2.004.-


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