Hubo
un primero de Mayo en que tuvimos que defender la Verdad, la misma que
fue golpeada, flagelada y espinada para darla muerte, finalmente, en los
maderos de una Cruz. Fue en Madrid, capital de España, luego de
enterarnos de lo que allí, en el Círculo de Bellas Artes, acontecía.
Una repugnante obra de teatro, subvencionada con dinero público,
ridiculizaba, vilipendiaba y ultrajaba, cuanto de sagrado existe sobre
la faz de la tierra. Esto es: el Santo Nombre de Dios, la Sagrada
Eucaristía, Cuerpo de Cristo, la Iglesia Santa y el Sacerdocio de sus
Ministros, los Santos del Altísimo... No podíamos permanecer inmóviles
a tal ataque. No había otro camino. Nunca fue amenazada nuestra mejilla
para poder prestarla a la agresión, sino la del propio Cristo a quien
juramos defender desde la pila del Bautismo hasta la consumación de la
vida.
Alguien
debía defender la Verdad. Y lo hicimos hipotecando nuestra vida a las
condenas humanas y a sabiendas de quedar marcados para siempre en
perjuicio de nuestro futuro. Agotamos todas las vías pacificas. Nada
pudieron la recogida de firmas, las protestas verbales y escritas, las
tres mil denuncias o querellas criminales contra tamaño desafío. La
blasfemia pública no fue ni silenciada ni reparada. Y aún subsistían
recursos para lograrlo. El que nosotros empleamos era uno de ellos. Poco
nos importó el pellejo que muere y se marchita ante la cruel realidad
que vive nuestra sociedad. Muchos callaron, otros tantos asintieron,
olvidando que quien no se posiciona bajo la bandera de Cristo, se enrola
en las huestes del Maligno. Y a pesar de nuestra pequeñez, nuestras
infidelidades y pecados afirmamos un NO rotundo a la blasfemia. Un NO
“in situ”, cara a cara con los blasfemos, vivando a Cristo Rey y
proclamando la Verdad oportuna e inoportunamente. Sin detenernos en los
cálculos humanos optamos por el látigo como el Señor mismo nos enseñó
con un ejemplo personal para que quedara constancia de que no peca el
que dispara, sin odio, por la Causa de Dios. Así, por añadidura,
correspondimos con el principio de corrección fraterna que nos exige la
caridad. Salvaguardando el Reino de Cristo rogamos por sus enemigos públicos,
para que, con San Pablo, vuelvan su rostro al Señor.
Se
nos privó de libertad por tres días, recluidos en celdas de comisaría
y prisión. ¡Qué gran consuelo al contemplar los barrotes que
encerraron a tantos santos y hasta al mismo Hijo de Dios! Y en la oscura
soledad de los calabozos, tras cumplir con nuestra obligación de católicos
militantes, comprendimos que la Providencia estaba con nosotros,
fortaleciendo nuestras almas con un consuelo espiritual indescriptible.
En ningún tiempo un ejército pudo acampar contra el Señor, y menos en
esta época de maldad en que vivimos. Somos conscientes de ello. No
daremos un paso atrás.
Hace
unas pocas jornadas se nos comunicó que el día 12 de Julio, a las
diez y media de la mañana, seremos juzgados, abierto al público, en la
sala de lo Penal 25 sito en la calle Julián Camarillo numero 11.
Por enésima vez los que forman las filas de la Iglesia militante serán
puestos en presencia de un tribunal humano, éste con potestad para
conceder o privar la libertad. Estamos dispuestos a asumir lo uno y lo
otro. Nuestro espíritu jamás decaerá ya que servimos a Dios y no a
las hipotéticas victorias. Éstas son patrimonio del Altísimo; el
combate de la Fe es enseñanza paulina. Confiamos en la asistencia de lo
Alto y hacemos caso omiso a nuestra debilidad.
De
este modo ofrecidos al Señor, proclamamos, con un santo jesuita de
nuestros días, que podrán rompernos, pero jamás doblegarnos. Aún en
la adversidad y en la soledad, estamos dispuestos al desafío. A cuantos
quieran presentarse de ahora en adelante. Avanzan con nosotros los
santos, los héroes y los mártires de todos los tiempos. La alegría de
los primeros cristianos antes de yacer devorados por las fieras en el
Coliseo romano; el coraje de los santos niños Justo y Pastor caminando
hacia el supremo tormento por la Fe; la firmeza de Recaredo contra la
herejía que antes abrazó; la integridad del Cid en el destierro; el
patriotismo de Isabel y Fernando uniendo en la Fe Verdadera los pueblos
hispánicos; los sueños épicos del gran Don Quijote; el testimonio de
García Moreno, muerto de manos de la masonería, con su “¡Dios no
muere!”; la risa y carcajada en la ironía de Chesterton; el ejemplo
sublime de los mártires de la última Cruzada española, que fueron
mitad monjes mitad soldados, rescatando la Fe puesta en cautiverio por
el comunismo antiteo y apátrida. Este compendio precisamos, sostenido
en el Magisterio de la Iglesia, perennemente durante dos milenios. No
queremos más. No necesitamos más.
Deciros,
a cuantos un día nos ofrecisteis vuestro apoyo sincero, que vale la
pena consumir la vida en aras de la Verdad. Que podéis acudir
libremente al juicio para dar muestra de que, ante la Cruz, a la derecha
de María Santísima, todavía quedan muchos San Juan. Fue Juan Pablo II
quien nos exhortaba a no tener miedo en el testimonio de Cristo.
Mientras,
refugiados en el pensamiento idealizado y en la oración incesante,
esperamos el desenlace. Orgullosos de nuestro vasallaje a Cristo Rey y
María Reina, de la pleitesía perpetua a la Iglesia Católica, en cuyo
seno anhelamos permanecer por siempre, de las raíces españolas que nos
dan savia y vida, del ejemplo de nuestros ancestros, que fueron
paladines de la Fe. Y de tantas y tan abundantes gracias que Dios nos
concede cada día, entre las cuales se encuentra la conciencia clara de
esta situación beligerante contra el Cielo.
Al
desafío del mundo contra Dios nos opondremos mientras quede un
resquicio de vida en nuestros cuerpos y la tensión en nuestro espíritu.
Porqué el Reino de los Cielos no lo alcanzan los tibios e indiferentes,
si no los esforzados por custodiar el Decálogo Divino y la Verdad
Eterna, la Cruz y la Bandera de Cristo. Ya flamea al viento el
Estandarte. Firme y seguro. ¡Queremos darle custodia! Por Cristo, por
María, por España.
Santiago
Menéndez Piñar
Miguel
Menéndez Piñar