Testimonio de dos Españoles valientes.


 CUSTODIA DE LA VERDAD


“Cada uno, como dice el apóstol, tiene su don de parte de Dios. Unos orando a favor tuyo, pelean contra tus invisibles enemigos; tú, al esforzarte contra los visibles bárbaros, peleas a favor de aquellos.” San Agustín.

Hubo un primero de Mayo en que tuvimos que defender la Verdad, la misma que fue golpeada, flagelada y espinada para darla muerte, finalmente, en los maderos de una Cruz. Fue en Madrid, capital de España, luego de enterarnos de lo que allí, en el Círculo de Bellas Artes, acontecía. Una repugnante obra de teatro, subvencionada con dinero público, ridiculizaba, vilipendiaba y ultrajaba, cuanto de sagrado existe sobre la faz de la tierra. Esto es: el Santo Nombre de Dios, la Sagrada Eucaristía, Cuerpo de Cristo, la Iglesia Santa y el Sacerdocio de sus Ministros, los Santos del Altísimo... No podíamos permanecer inmóviles a tal ataque. No había otro camino. Nunca fue amenazada nuestra mejilla para poder prestarla a la agresión, sino la del propio Cristo a quien juramos defender desde la pila del Bautismo hasta la consumación de la vida.

Alguien debía defender la Verdad. Y lo hicimos hipotecando nuestra vida a las condenas humanas y a sabiendas de quedar marcados para siempre en perjuicio de nuestro futuro. Agotamos todas las vías pacificas. Nada pudieron la recogida de firmas, las protestas verbales y escritas, las tres mil denuncias o querellas criminales contra tamaño desafío. La blasfemia pública no fue ni silenciada ni reparada. Y aún subsistían recursos para lograrlo. El que nosotros empleamos era uno de ellos. Poco nos importó el pellejo que muere y se marchita ante la cruel realidad que vive nuestra sociedad. Muchos callaron, otros tantos asintieron, olvidando que quien no se posiciona bajo la bandera de Cristo, se enrola en las huestes del Maligno. Y a pesar de nuestra pequeñez, nuestras infidelidades y pecados afirmamos un NO rotundo a la blasfemia. Un NO “in situ”, cara a cara con los blasfemos, vivando a Cristo Rey y proclamando la Verdad oportuna e inoportunamente. Sin detenernos en los cálculos humanos optamos por el látigo como el Señor mismo nos enseñó con un ejemplo personal para que quedara constancia de que no peca el que dispara, sin odio, por la Causa de Dios. Así, por añadidura, correspondimos con el principio de corrección fraterna que nos exige la caridad. Salvaguardando el Reino de Cristo rogamos por sus enemigos públicos, para que, con San Pablo, vuelvan su rostro al Señor.

Se nos privó de libertad por tres días, recluidos en celdas de comisaría y prisión. ¡Qué gran consuelo al contemplar los barrotes que encerraron a tantos santos y hasta al mismo Hijo de Dios! Y en la oscura soledad de los calabozos, tras cumplir con nuestra obligación de católicos militantes, comprendimos que la Providencia estaba con nosotros, fortaleciendo nuestras almas con un consuelo espiritual indescriptible. En ningún tiempo un ejército pudo acampar contra el Señor, y menos en esta época de maldad en que vivimos. Somos conscientes de ello. No daremos un paso atrás.

Hace unas pocas jornadas se nos comunicó que el día 12 de Julio, a las diez y media de la mañana, seremos juzgados, abierto al público, en la sala de lo Penal 25 sito en la calle Julián Camarillo numero 11. Por enésima vez los que forman las filas de la Iglesia militante serán puestos en presencia de un tribunal humano, éste con potestad para conceder o privar la libertad. Estamos dispuestos a asumir lo uno y lo otro. Nuestro espíritu jamás decaerá ya que servimos a Dios y no a las hipotéticas victorias. Éstas son patrimonio del Altísimo; el combate de la Fe es enseñanza paulina. Confiamos en la asistencia de lo Alto y hacemos caso omiso a nuestra debilidad.

De este modo ofrecidos al Señor, proclamamos, con un santo jesuita de nuestros días, que podrán rompernos, pero jamás doblegarnos. Aún en la adversidad y en la soledad, estamos dispuestos al desafío. A cuantos quieran presentarse de ahora en adelante. Avanzan con nosotros los santos, los héroes y los mártires de todos los tiempos. La alegría de los primeros cristianos antes de yacer devorados por las fieras en el Coliseo romano; el coraje de los santos niños Justo y Pastor caminando hacia el supremo tormento por la Fe; la firmeza de Recaredo contra la herejía que antes abrazó; la integridad del Cid en el destierro; el patriotismo de Isabel y Fernando uniendo en la Fe Verdadera los pueblos hispánicos; los sueños épicos del gran Don Quijote; el testimonio de García Moreno, muerto de manos de la masonería, con su “¡Dios no muere!”; la risa y carcajada en la ironía de Chesterton; el ejemplo sublime de los mártires de la última Cruzada española, que fueron mitad monjes mitad soldados, rescatando la Fe puesta en cautiverio por el comunismo antiteo y apátrida. Este compendio precisamos, sostenido en el Magisterio de la Iglesia, perennemente durante dos milenios. No queremos más. No necesitamos más.

Deciros, a cuantos un día nos ofrecisteis vuestro apoyo sincero, que vale la pena consumir la vida en aras de la Verdad. Que podéis acudir libremente al juicio para dar muestra de que, ante la Cruz, a la derecha de María Santísima, todavía quedan muchos San Juan. Fue Juan Pablo II quien nos exhortaba a no tener miedo en el testimonio de Cristo.

Mientras, refugiados en el pensamiento idealizado y en la oración incesante, esperamos el desenlace. Orgullosos de nuestro vasallaje a Cristo Rey y María Reina, de la pleitesía perpetua a la Iglesia Católica, en cuyo seno anhelamos permanecer por siempre, de las raíces españolas que nos dan savia y vida, del ejemplo de nuestros ancestros, que fueron paladines de la Fe. Y de tantas y tan abundantes gracias que Dios nos concede cada día, entre las cuales se encuentra la conciencia clara de esta situación beligerante contra el Cielo.

Al desafío del mundo contra Dios nos opondremos mientras quede un resquicio de vida en nuestros cuerpos y la tensión en nuestro espíritu. Porqué el Reino de los Cielos no lo alcanzan los tibios e indiferentes, si no los esforzados por custodiar el Decálogo Divino y la Verdad Eterna, la Cruz y la Bandera de Cristo. Ya flamea al viento el Estandarte. Firme y seguro. ¡Queremos darle custodia! Por Cristo, por María, por España. 

Santiago Menéndez Piñar

Miguel Menéndez Piñar

 



© Generalísimo Francisco Franco. 01 de Julio de 2.005.


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