Más razones para conocer la
verdadera historia del Valle de los Caídos.
LA
VERDAD DEL VALLE
Por Juan A. Mayor de la Torre
Desde hace poco tiempo son frecuentes en
los medios de comunicación las alusiones, citas o artículos, dedicados
al Valle de los Caídos, monumental templo y necrópolis de mediados del
siglo pasado. La mayoría aluden a la novedosa propuesta de un político
republicano catalán de convertir dicho monumento en Centro de
interpretación de los horrores del franquismo.
Republicano y catalán son dos respetables condiciones, comunes a
grandes figuras de la historia de España, compatibles con inclinaciones
históricas y estéticas dispares. Nadie está obligado a que le guste
El Greco, el Acueducto de Segovia, las cuevas de Altamira o las
esculturas de Ávalos. Pero las obras universalmente reconocidas como el
Valle de los Caídos, monumentos que apuntalan esa misma historia,
merecen respeto siquiera por ello: porque son prenda de la Historia
misma aunque su autoría se remonte a periodos aborrecidos por muchos.
No parece pensable que a cualquier republicano sensible se le ocurriera
desmantelar el monasterio de El Escorial porque en su panteón de reyes
reposan los restos de buena parte de nuestros monarcas, algunos de ellos
de triste memoria. Ni que a un catalán en sus cabales le diera por
proponer que se desmonte el arco romano de Bará (Tarragona), arco de
triunfo bélico homenaje al general Licinio Sura, porque testimonie el
carácter dictatorial del aborrecible militar de Trajano.
El mundo entero, y España por obvias razones, están llenos de
monumentos erigidos por vencedores, algunos de ellos crueles y
despiadados, pero que configuran su pasado. Pensadores, guerreros y aun
políticos de toda virtud y calaña. Por el contrario, el Valle de los
Caídos es una muestra singular de reconciliación entre contendientes
de dos bandos, hermanos para mayor dolor, enfrentados en una guerra
llena de horrores mutuos: osario común y, sobre todo, lugar de oración
donde los monjes benedictinos y quienes lo visitan piden a Dios perdón
por las mutuas culpas y que jamás, por motivo alguno, pueda repetirse
similar circunstancia. Presidido por la cruz, símbolo de perdón, es el
segundo monumento de España en visitas después de La Alhambra, lo que
ratifica su prestigio recogido en las enciclopedias y textos de
arquitectura del mundo entero.
Ajenos a tales consideraciones y poco informados, no faltan quienes
objetan dos hechos adversos y absolutamente falsos: primero: que fue
construido por presos condenados a trabajos forzados. Segundo: que se
erigió como faraónica tumba de Francisco Franco, vencedor en la
contienda.
Es cierto que en su construcción trabajaron presos políticos. Y también
presos comunes. Pero ni unos ni otros forzosos, sino voluntarios. Igual
que al ingresar en prisión los reclusos más cultos se ocupan en la
biblioteca, los agricultores en jardinería o los pintores en pintura,
el Gobierno de aquellos años dio la opción de que un preso del carácter
que fuera, lo mismo el político que quien cumplía condena por
desvalijar un banco o robar carteras, pudiera acogerse a «redimir penas
por el trabajo». Quienes lo hicieron, políticos o comunes, contaron
tres días por cada uno trabajado, con lo que reducían a un tercio su
condena. Recibían un pequeño salario por su trabajo y podían llevar a
residir a sus familias junto a ellos en las viviendas rústicas del
poblado; facilidad nada habitual. Estos datos son fácilmente
documentables por quienes tengan interés en ello. Y si estar preso no
es nunca situación agradable, trabajar en las obras del Valle fue
redentora y opcional, no forzosa situación.
Los penados efectuaban obras de peonaje. Junto a ellos especialistas de
los pueblos serranos, albañiles y sobre todo canteros, llevaban a cabo
tareas que requerían un oficio que los presos no tenían. Cualquier
anciano de tales pueblos aledaños puede aún atestiguar lo dicho hasta
aquí. El número total de obreros que trabajaron en las obras del Valle
fue de 2.643, de los que solamente 243 fueron penados.
En cuanto a que el Valle se construyese para panteón de Franco, es
error que tan sólo requiere una reflexión:
En cualquier iglesia o
catedral del mundo el sitio de honor para un enterramiento es delante
del altar mayor. En el Valle este lugar está ocupado por los restos de
José Antonio Primo de Rivera. Los de Franco están detrás del altar,
no en el sitio de honor que se hubiese reservado si tal hubiera sido su
deseo y el motivo de su construcción. Puede que para sus restos
estuviera previsto el cementerio de El Pardo y en los últimos años se
cambió de parecer. Resulta indiferente. Lo evidente es que si hubiera
sido el Valle lo previsto, ¿no le habrían reservado el lugar que ocupa
José Antonio?
La única realidad que a nadie verdaderamente reconciliado parece que
debería irritarle, es que el Valle de los Caídos fue construido como
simbólico enterramiento indistinto de víctimas de una guerra y para caídos
de ambos bandos. En general, unos y otros combatieron defendiendo lo que
creían mejor, lo más justo. Enfrentados en trincheras opuestas
-algunos procedentes de quintas de uno y otro lado- hermanados en la
muerte, allí están sus restos. Nada importa su exacta proporción; el
idealismo de cada uno la hace inconmensurable. El Valle es una colosal
casa de oración, reconciliación verdadera incompatible con cualquier
«interpretación de horrores» que, lejos de interpretarse o
rememorarse, lo que debemos hacer todos es tratar de olvidarlos.
Sería escandaloso, además de estéril, andar hurgando en cementerios
de aquel pasado, que sin duda hay muchos más. Menos aún en el único
construido para reposo de cerca de cuarenta mil hermanos caídos de
ambos bandos con la particularidad de que quienes allí reposan están
por voluntad de sus familiares, que así lo solicitaron, y por los que
la orden benedictina; a quien está confiada su custodia y sufragios,
celebra diariamente la misa desde hace casi medio siglo. (Por cierto,
los últimos enterramientos lo fueron en el año 1983, durante el primer
Gobierno de Felipe González).
Como anécdota, la siguiente: cuando el cardenal Roncalli, luego Papa
Juan XXIII, terminaba su nunciatura en París (1955), visitó el
monumento y convino que España es la única nación que erige un
monumento a los caídos de ambos bandos, vencedores y vencidos. Y exclamó:
«En Francia sólo se hacen en honor de los vencedores».
® Publicado en El País el 8 de mayo de 2005
© Generalísimo Francisco Franco. 13 de Mayo de
2.005.