En el segundo aniversario del asesinato de mi hijo Joxeba te hablé en
público y en privado, Patxi, porque estaba cada vez más preocupada
por algunas palabras y gestos de quienes te acompañan en el partido.
Soy mayor, Patxi, tengo setenta y tres años y tú eres muy joven,
como lo es el presidente del Gobierno. Por eso me atreví a decirte
que pensaras en las cosas que son realmente importantes: la vida y la
dignidad. La defensa de la vida y de la libertad y de la dignidad es más
importante que el poder o que el interés del Partido Socialista.
Sabes muy bien que mi hijo pensaba exactamente así. Y desde luego la
defensa de nuestra dignidad como personas en las políticas
antiterroristas es más importante que el mantenimiento de los
actuales aliados del Partido Socialista, te lo digo tal y como lo
pienso.
Te hablé de la traición de los nacionalistas en Santoña
en 1937, Patxi, como te hablé de mi infancia y te recordé que el que
pacta con los traidores se convierte en un traidor, y tú me dijiste
que nada de eso pasaría. Todavía no se hablaba de la palabra mágica,
proceso de paz, ésa que va asomando poco a poco, que tanta ilusión
provoca en gentes ansiosas de paz, y que cubre las posibles vergüenzas
que puede traer una negociación —que no rendición— con los
terroristas. A mí me parece que la palabra viste el santo. La
negociación es un atajo, no es la solución democrática, Patxi.
Quienes lloramos a los muertos hemos renunciado a vengarnos. Como
sociedad no aplicamos la pena de muerte, ni la cadena perpetua. Ésta
es la prueba de la inmensa generosidad de nuestra sociedad. Lo hemos
comentado muchas veces en casa. A veces he pensado que ETA no mata en
Francia porque tal vez también influya que allí las penas son más
severas y que no tienen esperanza de que el Gobierno francés escuche
cantos de sirena. También te lo digo como lo pienso.
Con José Luis Rodríguez Zapatero hablé el 13 de diciembre
de 2003. Ahora estamos en el año 2005 y yo todavía tengo voz, y no
callaré, pero ahora hay muchos ciegos en España y creo que serán
ciegos y mudos ante nosotros. Hay muchos ciegos que serán leales a lo
que hagáis, aunque nos traicionéis, porque sólo ven las siglas y éste
es el país de Caín y Abel, de unos contra otros, de la política que
parece tantas veces un partido de unos forofos contra otros forofos. Y
sí, los hinchas que escriben de vuestro lado dirán lo que vosotros
no diréis en voz alta, que es lo que ya nos han dicho los
nacionalistas: que estamos manipulados por el Partido Popular y por
nuestro dolor, y que deberíamos estar callados cuando nos den un
abrazo y un homenaje.
ETA no ha dado tregua, pero a veces creo que os ha podido o que está
a punto de poderos. A Odón Elorza y a Gemma Zabaleta les escribí el
14 de noviembre de 2004 que para perdonar es necesario que quien ha
hecho mal se arrepienta, y ETA no se ha arrepentido de matar, y puesto
que no va a reconocer el mal causado, si obtiene algo de vosotros
significará por fin que matar ha valido la pena. Me apena —a veces
me indigna, si tengo que ser totalmente sincera— veros enredaros en
las palabras con que os intenta descolocar el mundo de ETA. Es la
dignidad de los muertos inocentes lo que está en juego, y la dignidad
de toda la sociedad. Y salvo que deseemos engañarnos, nos consta que
Ibarretxe no se ha arrepentido de haber pactado con ETA, ni de romper
por la mitad la sociedad vasca. Ibarretxe y la gran mayoría de los
nacionalistas —tengan pistola o no— son de los de a Dios rogando y
con el mazo dando, y en la negociación irán de la mano con las
mismas palabras. Por eso, después de leer a Javier Rojo en el «Diario
Vasco», he pensado en cada muerto y en cada familia rota y en cada
uno de sus días y de sus años sin tregua en el dolor. Y he pensado
en el sueño de poder llorar a los muertos por haber rendido a ETA. En
una paz sin trampas y en llorar, en ese momento, tranquilos y con la
conciencia limpia y tranquila. Y cerrar por fin el duelo.
Ay, Patxi, ya sé que no me enseñarás los lugares
donde estuve refugiada. Tú me dijiste que mi vida había sido triste.
Fui una refugiada de guerra miserablemente pobre, crecí como la hija
de un rojo represaliado, no pude votar hasta los cuarenta y cuatro años.
Y después vino el calvario de nueve años de ver sufrir a mi hijo,
que veía llegar su propio asesinato. Se jugó la vida por defender la
libertad, no por lo que parece que viene de vuestra mano, eso que
pomposamente se anuncia como un proceso de Paz. Porque, Patxi, ahora
veo que, efectivamente, has puesto en un lado de la balanza la vida y
la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido, y que te
has reunido con EHAK. Ya no me quedan dudas de que cerrarás más
veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la
sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos
los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros
muertos!, Patxi. ¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los
ojos!
® ABC. 12 de Mayo de 2.005.
© Generalísimo Francisco Franco. 13 de Mayo de
2.005.