Un testimonio de primera mano, de una contienda Civil.
«YO ESTOY ENTERRADO
EN EL VALLE DE LOS CAÍDOS»
Eugenio de Azcárraga,
veterano de la batalla de Teruel, figura como uno de los 40.000 muertos
de la Guerra Civil inhumados en Cuelgamuros
|
Eugenio de Azcárraga, de
89 años, veterano de la batalla de Teruel, figura entre los
40.000 muertos de la Guerra Civil inhumados en Cuelgamuros.
Zapatero y sus socios de Gobierno deberían sentarse a
dialogar con él antes de hacer nada con el Valle de los Caídos.
Y les hará falta algo más que talante para hablar con el único
«caído» enterrado en Cuelgamuros que puede decirles que no
jueguen más a la historia de «buenos y malos» de la Guerra
Civil.
|
Eugenio de Azcárraga, nacido en Jaén en 1916, de familia de
origen guipuzcoano, salió ayer a navegar en Valencia en el barco de
unos amigos y a la vuelta estaba de un humor estupendo, como siempre. No
fue un mal día para alguien que oficialmente fue enterrado hace más de
medio siglo en una de las criptas de Cuelgamuros. «Lo que no sé es si
me habrán desahuciado ya por falta de pago», dice con ironía.
Del otro desahucio, el que están preparando el Gobierno y sus socios
para el monumento de Patrimonio Nacional, afirma que «las cosas hay que
dejarlas como están, porque también Napoleón hizo burradas en España
y no creo que debamos pedir a los franceses que hagan un “centro de
interpretación” en Los Inválidos». «El pasado es el pasado, y si
no que me lo digan a mí. La Historia está para estudiarla, para
conocerla y divulgarla, no para aprovechar una parte y de la otra que ni
se hable», asegura Azcárraga.
Eugenio de Azcárraga había huído de la zona republicana y se
presentó voluntario con los nacionales, con 20 años. «Mis ideas políticas
eran las chicas y que era campeón de natación en 400 metros. Nunca me
sentí franquista, y es que a Franco ni le conocía. Pero es que además
nunca me han gustado las dictaduras, ya sean de derechas o de
izquierdas. Pero si se dieran las mismas circunstancias en que yo tomé
la decisión de pasarme a zona nacional, lo haría otra vez», afirma.
Después de luchar en los frentes de Córdoba y Asturias, donde fue
herido en una pierna, Azcárraga fue enviado a Teruel como alférez de
Infantería, pocos días antes de la ofensiva de las fuerzas
republicanas, que comenzó el 15 de diciembre de 1937. En la defensa de
Teruel combatió a las órdenes del coronel Francisco Barba, jefe de la
defensa en el sector del Seminario. Su superior inmediato era el capitán
de artillería Fernando Lloréns, jefe de la «Batería Fantasma»,
llamada así por la rapidez con que cambiaba de emplazamiento para
responder a los ataques republicanos. El otro foco de la defensa era el
Gobierno Civil, a las órdenes del comandante militar de la plaza,
coronel Domingo Rey d’Harcourt.
Caída de Terual. El 7 de enero de 1938, después de resistir el
cerco republicano durante más de veinte días, y para no comprometer
las vidas de miles de civiles a su cargo, Rey D’Harcourt se rinde en
el Gobierno Civil ante el mayor Benjamín Iseli, jefe de la 84 Brigada
Mixta del Ejército Popular. Esta unidad republicana conocerá doce días
más tarde un cruel castigo a manos de su propio bando: 46 hombres
fusilados sin juicio alguno por el «delito» de reclamar el permiso que
se les había prometido si conquistaban la ciudad, tal y como he
investigado y relatado en mi libro «Si me quieres escribir». El 8 de
enero cae el Seminario y sus defensores también son hechos prisioneros,
entre ellos Eugenio de Azcárraga, al que dan por muerto los franquistas
y su familia.
«Cuando los nacionales vuelven a entrar en Teruel, el 21 de febrero
de 1938, desentierran a los muertos para identificarlos con la
documentación que van encontrando. Yo creo que me confundieron con un
alférez de Pamplona que tenía mi aire y al que yo había visto muerto.
Años después se puso en contacto conmigo su familia, pero no tenían
tampoco claro que el que fue enterrado en mi lugar pudiera ser él»,
relata Azcárraga.
Fue poco después de la guerra cuando Azcárraga supo por el alcalde
de Teruel que había una lápida con su nombre en el nicho 312 del
cementerio. Y, como cosa de broma, el joven Eugenio empezó a llevar a
sus amigos a visitar «el monumento más importante de Teruel», en cuya
lápida rezaba la inscripción «Eugenio de Azcárraga Vela, caído por
Dios y por España». «Mi madre me decía siempre que tenía que
arreglar lo de mi lápida en el cementerio de Teruel, para que la
quitaran, porque le daba pena que la gente que pasara por allí pensara
que a aquel pobre Eugenio de Azcárraga su familia no le ponía flores.
Pero yo no la hacía caso y así fueron pasando los años».
Hasta que un día, a finales de los años 50, el sepulturero del
camposanto turolense le dio la noticia de que le habían «trasladado»
al Valle de los Caídos. «El sepulturero me dijo que habían llevado al
Valle de los Caídos todos los restos de los oficiales de Teruel que las
familias no habían reclamado. Mi familia, por supuesto, nunca me reclamó
porque luego supo que yo estaba vivo, aunque en plena guerra me hicieron
un funeral».
Inscripción en Valle de los Caídos. El monumento se empezó a
construir en 1940 en la sierra madrileña de Guadarrama, y fue
inaugurado por Franco el 1 de abril de 1959, en el vigésimo aniversario
del final de la guerra. El propio Gobierno Civil de Teruel informó a
Azcárraga que había sido inscrito como «Al.[alférez] Azcárraga,
Eugenio» y con el número 8.273 en el libro de inhumaciones de la Basílica,
al lado de otros 40.000 españoles, ya ni buenos ni malos, españoles
simplemente, muertos trágicamente en aquella guerra.
Según la ficha que conserva Patrimonio Nacional, a la que ha tenido
acceso LA RAZÓN, Azcárraga fue «trasladado» desde Teruel un día
antes de la inauguración del Valle de los Caídos e «inhumado» en el
columbario 1.718, en el tercer piso de la cripta derecha de la Basílica.
«Yo mismo he visto mi nombre en el Valle de los Caídos, aunque ya
no estaba solo en una lápida individual, sino acompañado de otros
sesenta o setenta nombres en la lápida de un columbario. Ya no he
vuelto por allí desde hace más de treinta años. A lo mejor ya me han
desahuciado por no pagar el alquiler», dice el veterano.
Eugenio, nieto de Marcelo de Azcárraga, que fue cuatro veces
presidente del Gobierno durante la regencia de María Cristina, es uno
de los protagonistas del libro «Héroes o traidores. Teruel, la verdad
se abre camino», escrito por los hijos del capitán Lloréns, Milagro y
Fernando Llorens Casani. A través del diario de campaña de su padre y
otros testimonios igualmente inéditos, el libro de los Lloréns está
destinado a remover definitivamente la losa de silencio y humillación
que la «historia oficial» impuso a la gesta de los defensores de
Teruel. El libro se presenta el próximo día 14 de abril en el mismo
escenario del asedio, el Seminario de Teruel, hoy reconstruido.
Fuga de un tren en marcha. Después de la caída de Teruel, Azcárraga
y los otros defensores hechos prisioneros por los republicanos fueron
trasladados a Valencia, y poco después al castillo de Montjuic en
Barcelona. A finales de enero de 1939, les montaron en un tren y los
condujeron hacia la frontera francesa ante el avance de Franco. Azcárraga
y el capitán Fernando Llorens pudieron salvar la vida al saltar del
tren en marcha con otros doce compañeros y cruzar a pie los Pirineos
para refugiarse en Francia. El 7 de febrero, en Pont de Molins, el
coronel Rey D’Harcourt y el obispo Anselmo Polanco, junto con otros 40
prisioneros del resto de la expedición, serían asesinados por las
tropas republicanas en retirada.
Como antiguo prisionero de guerra capturado por los «rojos», Azcárraga
defiende que se ponga una lápida en el Valle de los Caídos en recuerdo
de los republicanos presos que redimieron allí sus penas picando la
mole de granito de Cuelgamuros. «Me parece de cajón. Cómo no me voy a
sentir solidario con la gente a la que le hicieron la puñeta como a mí»,
dice.
Una vez terminada la guerra, la madre de Eugenio casi se desmaya al
verle regresar a casa. Había recibido la notificación de su muerte en
combate y toda su familia había asistido a su funeral. Si algunos dicen
que la política estrella de Zapatero es resucitar a los muertos,
aplicada a Eugenio de Azcárraga es una redundancia.
®La Razón. 11 de Abril de 2.005.-
© Generalísimo Francisco Franco. 11 de Abril de
2.005.-