Adelanto del nuevo libro del Historiador Pío Moa, cuando se cumple el 70 aniversario de la Revolución de Asturias.





«El socialista», publicación del PSOE, sacó en la portada del ejemplar del 8 de febrero de 1934 el incendiario discurso de Indalecio Prieto.

Los socialistas lanzaban su compromiso de desencadenar la revolución.



«Renovación», órgano propagandístico de las Juventudes Socialistas, tampoco dejaba espacio a la duda: «¡También los obreros saben manejar las ametralladoras!»


 

«1934: comienza la Guerra Civil»

Aunque algunos historiadores sostienen, sin mucha base, que por ambos lados, izquierdas y derechas, hubo una extraordinaria crispación en 1934, esto no es ni medianamente cierto. Sólo en la muy minoritaria prensa monárquica o falangista se percibe una incitación a la violencia o al derrocamiento del régimen, y muy poco o nada -como se puede constatar en la documentación anexa que reproducimos- en la prensa mayoritaria de la CEDA. En cambio, en la del PSOE, tan mayoritario en la izquierda, podían leerse abundantes llamamientos como éstos (igualmente reproducidos en nuestra documentación anexa): «¡¡Estamos en pie de guerra!! ¡Por la insurrección armada! ¡Todo el poder a los socialistas!»; «La guerra civil está a punto de estallar sin que nada pueda ya detenerla»; «Uniformados, alineados en firme formación militar, en alto los puños, impacientes por apretar el fusil. Un poso de odio imposible de borrar sin una violencia ejemplar y decidida, sin una operación quirúrgica»; «El proletariado marcha a la guerra civil con ánimo firme». En rigor, el PSOE y la Esquerra habían avanzado tanto en sus preparativos y amenazas, que les habría sido imposible retroceder a última hora sin des- acreditarse profundamente Y abrir serias grietas en el interior de ellos mismos.

 

Órdenes claras

El 4 de octubre se conoció el nuevo gobierno, presidido por Lerroux, con tres ministros de la CEDA. El PSOE Y la esquerra lo consideraron «un golpe fascista». «El Socialista» instruía: «Trabajadores: hoy quedará resuelta la crisis. La gravedad del momento demanda de vosotros una subordinación absoluta a los deberes'
que todo el proletariado se ha impuesto. La victoria es aliada de la disciplina y la firmeza».

El comité insurreccional del PSOE se reunió en una sesión cuya ansiedad describe uno de los organizadores de la revuelta, Juan Simeón Vidarte: «Largo Caballero estaba pálido, mas su voz era firme y segura. [...] La cara de Fernando De los Ríos denotaba honda preocupación. [...] Los compañeros mostraban asombro o perplejidad. Pero todos fueron manifestando su aquiescencia. Aquellos hombres no supieron o no quisieron hacer objeciones. Miraban a Prieto y a De los Ríos, esperando que dijesen algo. Pero Prieto, con los dedos gruesos y cor,. tos sobre su abultado abdomen, miraba al techo, en la actitud del prior de un convento que esperase de los cielos un milagro. Había en la sala una emoción estrujante. Yo también levanté los ojos al techo para liberarlos de la impresión de contemplar los rostros de mis compañeros».

No obstante, las decisiones fueron claras: desatar la guerra civil inmediatamente, tal como estaba previsto. Pero ¿y si la acción fracasaba? Para esa eventualidad los reunidos acordaron que el PSOE negaría toda relación con el alzamiento, presentándolo como una protesta espontánea de la gente. El objetivo de esta falsedad, como explicará Santiago Carrillo en sus Memorias, era aprovechar las facilidades y garantías legales para esquivar en lo posible la represión, y mantener las estructuras del partido. Con ello el propio Carrillo demuestra hasta qué punto nadie creía en el supuesto fascismo. De existir éste, el PSOE no habría tenido la menor oportunidad de explotar las leyes y las garantías constitucionales como se aprestaba a hacer. No sólo no creían en el fascismo de la CEDA, sino que ni siquiera esperaban que ésta respondiera a la insurrección con un contragolpe desde el Gobierno. Y los hechos les darían la razón. La CEDA iba a defender la legalidad, republicana, y el PSOE podría aprovechar la ley para salvaguardar sus organizaciones. El propio Largo Caballero saldría... absuelto por falta de pruebas, cuando la insurrección fracasase.

Adoptadas las decisiones, se dieron órdenes a los jefes, varios de ellos diputados, de salir aquella misma noche hacia sus respectivas provincias para dirigir los ataques. El punto clave sería, naturalmente, Madrid, sede de los centros políticos del país. Fue declarada la huelga general, y los milicianos, armados con pistolas, fusiles y ametralladoras, tomaron posiciones durante la noche. Comenzaron los sabotajes y los asaltos a instalaciones civiles y militares, llenándose la noche de tiroteos y explosiones. Un punto muy importante del plan consistía en la toma de los principales cuarteles de Madrid, para lo cual estaban dispuestos grupos de milicianos que serían auxiliados, en el momento decisivo, por grupos de soldados y, sobre todo, de oficiales y suboficiales comprometidos en el alzamiento. Varios cuarteles fueron así atacados pero, para sorpresa de los milicianos, los elementos que debían ayudarles desde dentro permanecieron pasivos.

Al amanecer ocurrió algo peor: la huelga, impuesta a veces por la violencia, era muy amplia, pero los trabajadores no se unían a las milicias que luchaban en la calle, sino que simplemente se quedaban en sus casas. La operación empezaba muy mal, aunque a un observador externo le daría la impresión de una gran agitación armada. Por otra parte llegaban de provincias numerosas informaciones de alzamientos y tiroteos.

 

Esta efervescencia informativa engañó a los republicanos de izquierda, que creyeron que el levantamiento llevaba trazas de imponerse, y se precipitaron, el mismo día 5, a hacer públicos diversos comunicados rompiendo con las instituciones y solidarizándose de hecho con los sublevados. Dos de esos partidos, el de Azaña y la Izquierda Radical Socialista, llamaban a emplear «todos los medios» contra el Gobierno, en apelación indisimulada a la violencia. Posteriormente Azaña, que estaba en Barcelona, otro centro neurálgico de la insurrección, negaría toda relación con la intentona.

Estas muertes en Oviedo son, según la tesis defendida por Pío Moa, algunas de las primeras bajas de la Guerra Civil española, que habría empezado en 1934 en lugar de 1936

Disparos en la Puerta del Sol


De cualquier modo, la clave de la operación madrileña consistía en el llamado putsch a lo Dollfuss. Dollfuss, político conservador austriaco, se había visto en 1934 acosado simultáneamente por los nazis y por los socialistas, que en Austria tenían más de revolucionarios que de socialdemócratas. En febrero de aquel mismo año había aplastado una re- vuelta socialista, dirigiéndose a continuación contra los nazis. Pero en julio, los nazis habían organizado un golpe o putsch, en el cual, vestidos con uniformes policiales, habían ocupado el palacio presidencial y otros edificios, asesinando al propio Dollfuss. Este episodio había sugerido a la dirección del PSOE la idea de aplicar el mismo método para capturar puntos clave, como la dirección de la Guardia Civil, el Ministerio de Gobernación, y al gobierno o parte de él, habiendo preparado a tal efecto grupos especiales que debían operar con uniformes de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto. Las instrucciones secretas para la insurrección preveían, precisamente, apoderarse de los dirigentes enemigos como rehenes, o matarlos si resistían.

La Universidad de Oviedo, en llamas. Fue incendiada por los revolucionarios en las primeras horas de la sublevación

El putsch a lo Dollfuss, del que informan Vidarte y Tagüeña en sus memorias, iba a fracasar por una casualidad: un vecino denunció la concentración sospechosa de gente en un local. Acudió la Policía y desbarató el intento, después de una lucha que se saldó con varios muertos y heridos. Ello no obstante, se mantendría el plan de asaltar el Ministerio de Gobernación, donde se suponía, acertadamente, que estaría reunida buena parte del Gobierno, y desde el cual se dirigía la lucha contra los insurrectos en toda España. El ataque se puso en práctica en la noche del 6 al 7 de octubre, llenando la Puerta del Sol de disparos de ametralladoras y fusiles, mientras se atacaban por segunda vez en aquellos días el Palacio de Comunicaciones, la Telefónica y el Congreso.

Los atacantes de la Puerta del Sol contaban con que los guardias de asalto del inmediato cuartel de Pontejos se unirían a ellos, pues se trataba de una guarnición muy infiltrada, pero nuevamente la esperanza resultó fallida, y la operación fracasó.

Este fracaso tenía carácter decisivo, porque a partir de ese momento el Gobierno podía movilizar con bastante seguridad sus fuerzas para afrontar las amenazas en todo el país. Sin embargo la situación seguía siendo crítica. Para entonces continuaban los incidentes en no menos de 26 provincias. Las acciones más importantes ocurrían en Asturias, donde los mineros se habían sublevado, tomando los valles de la cuenca en un primer momento, y lanzándose a continuación sobre Oviedo.

En Cataluña se asaltaron templos y conventos. Éste es el de Santa María en Villafranca del Penedés.

Buena parte de esta capital, así como de la región, estaba en trance de caer en sus manos. Asimismo en Vizcaya y Guipúzcoa se registraban graves enfrentamientos armados, con incendios y muertos. Y, precisamente en los momentos del putsch madrileño, Companys ordenaba la insurrección de Cataluña.

Ante la gravedad de los hechos, Lerroux radió un llamamiento a todo el país: «En Cataluña, el presidente de la Generalitat, con olvido de todos los deberes que le impone su cargo, su honor y su autoridad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá. Ante esta situación, el Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país. Al hacerlo público, el Gobierno declara que ha esperado hasta agotar todos los medios que la ley pone en sus manos [...] Todos los españoles sentirán en el rostro el sonrojo de la locura cometida por unos cuantos. El Gobierno les pide que no den asilo en su corazón a ningún sentimiento de odio hacia pueblo alguno de nuestra patria. El patriotismo de Cataluña habrá de imponerse a la locura separatista y sabrá conservar las libertades. [...] En Madrid, como en toda España, la exaltación de la ciudadanía nos acompaña. Con ella, y bajo el imperio de la ley, vamos a seguir la gloriosa historia de España».

® La Razón. 11 de Septiembre de 2.004.-


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