ANTONIO MOLLE LAZO (1915 - 1936)

MUERTO EN DEFENSA DE CRISTO REY Y DE ESPAÑA CATÓLICA

"Me mataréis, pero Cristo triunfará" En los años fervorosos de la posguerra fue grande el impacto producido por la muerte martirial de Antonio Molle Lazo. Se editaron centenares de miles de estampas, de folletos, se habló del caso en los periódicos, se recibían cartas pidiendo datos, y otras relatando gracias atribuidas a su intervención... ¿Qué pasó? ¿Quién era Antonio Molle? Vamos a intentar resumir sus principales datos biográficos.

Antonio Molle Lazo nació en Arcos de la Frontera, pintoresco pueblo de la provincia de Cádiz, el 2 de abril de 1915, que coincidía en Viernes Santo. Su padre, Carlos Molle, católico a machamartillo y tradicionalista, era representante de comercio y tenía que trabajar duro para sacar a flote a la familia. Josefa Lazo, su madre, de profunda religiosidad, impartió a sus siete hijos una educación cariñosa y al mismo tiempo austera, sin blandenguerías. Cuando Antoñito tenía cinco meses, se trasladaron a Jerez, por motivos profesionales del padre. En Jerez llevaron al niño primero a un parvulario y después al colegio de los hermanos de La Salle. Era Antoñito de carácter bondadoso y dulce, amigo de hacer favores, de recia voluntad y severo consigo mismo cuando se trataba del cumplimiento del deber. Consiguió buenas notas con mucho tesón y sin ahorrar esfuerzos.

NUESTRO AMIGO.

Uno de los rasgos de Antonio, ya desde chico, era que no toleraba que se ofendiera a Dios en su presencia o se faltara a la caridad para con sus compañeros. Dice uno de sus amigos: «Desviaba las conversaciones hábilmente cuando veía que tomaban un sesgo poco conveniente». Se conmovía al oír blasfemar y en varias ocasiones reprendió, con dulzura o con gran energía, tan desgraciado vicio.

Nunca se lo veía ocioso. Cuando tuvo que dejar el colegio se dispuso a trabajar para ayudar a la familia. Entró de meritorio en la estación de Jerez. Allí tuvo que capear el temporal de convivencia con hombres en su mayoría envenenados por doctrinas disolventes. Poco a poco fue ganando las simpatías de las personas honradas. Nunca ocultó sus sentimientos ni creencias, aun a riesgo de verse ridiculizado u odiado. Con presiones y algaradas consiguieron los ferroviarios que sólo pudieran entrar en la Compañía los hijos de los empleados del ferrocarril y Antonio se vio despedido. Pero no se estuvo quieto, y a los pocos días ya figuraba como escribiente en las bodegas de don Pedro Simó. Después estuvo en otras dos, pero casi todas iban cerrando o reduciendo su plantilla y Antonio conoció lo que es buscar trabajo una y otra vez.

Desde muy joven Antonio se sentía «santamente enloquecido por la fiesta de Cristo Rey, instituida por aquel entonces». Con 14 ó 15 años proponía a sus amigos ir a comulgar juntos a San Mateo o alguna otra parroquia del extrarradio. Si le objetaban los insultos y pedradas que se exponían a recibir contestaba tranquilo: «Bueno, ¿y qué? Algo tenemos que sufrir por Cristo, ¿no?». Y practicaron este testimonio que tan buenos resultados dio también en otras ciudades.

SIRVIENDO SU IDEAL.

El año 1931 se inscribió en un Círculo de la Juventud Tradicionalista, y con todo el ardor de sus 16 años se dio a trabajar por la gloria de Dios. Uno de los hermanos que le había tratado íntimamente declaró: «Era joven que no conocía el respeto humano». En el Círculo se planeaban las tareas a realizar: protección de iglesias y conventos, actos de propaganda, colocación de carteles electorales, organización de mítines... En todas partes se hallaba Antonio, pidiendo siempre los puestos de mayor responsabilidad y peligro. En su biografía se cuenten escenas de auténtico valor. Muy aficionado a juego y deportes, cuando los ánimos se caldeaban y subían de tono, allá estaba Antonio para recomponer la armonía. No perdía ocasión de ejercer su celo apostólico. Observaba cómo trabajaban los socialistas y con qué ánimo sembraban sus ideas de odio y destrucción en las mentes de los trabajadores.

QUIEN SIEMBRA VIENTOS...

Durante todo el tiempo de la República fueron tomando incremento las ideas revolucionarias, que proliferaban por su misma malicia, por la cobardía de muchos y por el poco apoyo que tuvieron por parte de la gente de orden aquellos jóvenes que veían la realidad en toda su crudeza y se lanzaban a propagar sus ideales afrontando el peligro de terminar con sus huesos en la cárcel. Y esto le sucedió a Antonio Molle por haber repartido hojas de propaganda.

Ya en la prisión, rompió su gozo interior en himnos al Sagrado Corazón. Se le prohibió cantar y guardó silencio, pero llenó las paredes de versos y estrofas. Lo que más sentía era no poder oír Misa ni comulgar. Rezaba el Rosario, solo o con otros católicos que por serlo iban llenando la cárcel. A un compañero le confesó: «Sufriré los más grandes tormentos antes que apostatar de mi Dios».

Un día vio entrar en la cárcel a su hermano Carlos. Había participado en la defensa del convento de Santo Domingo. Pensando Antonio en el sufrimiento de sus padres, propuso al juez cargar con la condena de los dos. No fue aceptada la propuesta. Después de un mes y medio de estar encarcelado, el 16 de mayo, Antonio fue puesto en libertad. Allí habían ya conocido las más tremendas profanaciones eucarísticas e incluso el ataque contra la imagen de la Patrona de la población, la Virgen de Villadiego, y otros desastres, hasta su iglesia saqueada y reducidas a cenizas sus mejores obras de arte. ...

RECOGE TEMPESTADES.

El marxismo provocó el enfrentamiento. Se tenía todo programado para que España fuera comunista. El Alzamiento militar fue el último recurso para evitar este situación. Los tres hermanos Molle, Carlos, nuestro Antonio y Manolete se presentaron voluntarios, con sus 23, 21 y 14 años respectivamente.

Antonio fue encargado de algunas misiones difíciles en Jerez, Ubrique, Sanlúcar y Sevilla. Lloró de pena al ver las ruinas de San Román, San Marcos, Santa Marina, San Gil, Omnium Sanctorum. Volvió a Jerez y el 2 de agosto partió de nuevo para Sevilla acompañado de otros valerosos muchachos que formaban el flamante Tercio de Requetés de Nuestra Señora de la Merced, Patrona de Jerez.

El 6 de agosto, primer viernes de mes, Antonio comulgó. Parece como si hubiera presentido su cercana muerte al despedirse: «Atención a la radio... porque uno de estos días oiréis hablar de mí».

RÁFAGAS DE TRAGEDIA.

En Peñaflor, el mismo día 18 de julio, se lanzaron los marxistas a la calle: detenciones, asesinatos, incendios, segunda profanación del hermoso templo parroquial, que quedó convertido en almacén de víveres lo que lo salvó de su total destrucción. Lora del Río y Peñaflor fueron liberadas, pero se temía una nueva toma de aquellos pueblos. Se dispuso que 15 requetés y 14 guardias fueran a guarnecer Peñaflor. Molle estaba entre ellos. La gente de Peñaflor acogió con vítores de júbilo a los soldados que venían a protegerlos. Peñaflor descansaba descuidado, sin pensar que poco podrían hacer una treintena de hombres en caso de un ataque numeroso.

Y una mañana se escuchó el grito de alarma que conmovió a la población. Algunos se fueron al Ayuntamiento y otros subieron a las azoteas de las casas, para desde allí repeler la agresión de varios centenares de marxistas de Palma del Río que se acercaban amenazadores, unos a pie, otros a caballo y algunos en camiones. Se sabe que Antonio estuvo en el convento de las Hermanas de la Cruz, con intención de salvarlo.

Los asaltantes se dividieron en grupos para atacar por varios sitios a la vez. La situación se hacía dificilísima. Molle, en un intento de sumarse al resto de los defensores, fue descubierto. Había terminado las municiones y tenía inutilizado su fusil. Inerme como estaba, sus perseguidores se abalanzaron sobre él, le golpearon con furia y le gritaron: «¡Manos arriba!». Al pasar por la calle, algunas de las mujeres encerradas le vieron, desarmado, con las manos en alto y ferozmente maltratado.

EL SACRIFICIO SUPREMO.

Hay un testigo excepcional, que (sin duda providencialmente) presenció lo que después sucedió. Se trata del jefe de la estación de Peñaflor, don Ángel de las Heras Morón, también fichado por católico «peligroso». Fue atrapado en su casa, donde se había refugiado con su esposa, su hija y cuatro nietecitas.

Y declara este providencial testigo:

«Al cruzar por una ventana que daba vistas a la carretera pude ver que, a la cabeza de un enorme pelotón de marxistas, enfurecidos y dando voces como energúmenos, se destacaba una boina roja, impresionándome bastante por sospechar lo que después pude confirmar. Una vez en el jardincillo, donde me pusieron para fusilarme, los increpé, diciéndoles que sólo eran capaces de matar a hombres viniendo en piaras, pues lo demostraba que un solo requeté había necesitado ser cazado por un pelotón enorme, después de quedarse sin municiones».

Aquellos hombres estaban ebrios de odio y de venganza.

Uno decía:

«Vas a ver la muerte que damos a ese canalla».

Y otro:

«A ese chivatón no lo matamos aquí. Lo vamos a llevar a Palma del Río y allí, despacio, lo vamos a atormentar a nuestro gusto».

Cuando ya estaban apuntando con sus fusiles para acabar con el jefe de la estación, como movidos por un resorte le abandonaron, para unirse al grupo que escarnecía a Antonio Molle. Le rodeaban en siniestro corro en medio de la carretera, enfrente mismo de la estación, y no paraban en sus blasfemias y vituperios. Con intención de acobardarlo, gritaban al rostro de Molle: «¡Muera España! ¡Viva Rusia!». Pero él respondía a cada provocación: «¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!». Las burlas y las blasfemias continuaban. sin poder domeñar el ánimo de aquel joven esforzado. Se les ocurrió entonces la idea de lograr que Antonio apostatara de su fe a fuerza de tormentos. Quisieron obligarle a decir: «¡Viva el comunismo!». Y respondía él con fuerza sobrehumana: «¡Viva Cristo Rey!». Y uno le cortó la oreja. Volvían a insistir en que pronunciara una blasfemia. El mártir, invicto, seguía dando vivas a Cristo Rey y a España. ¿Cómo iba a blasfemar Antonio, él, que tanto horror tenía por las blasfemias? Los verdugos multiplicaban sus ofensas contra aquel joven desarmado que estaba a su merced. Le cortaron la otra oreja, le vaciaron un ojo, le hundieran el otro de un brutal puñetazo, le llevaron parte de la nariz de un tajo feroz. Antonio iba resistiendo con heroica firmeza. Su sangre corría copiosa. Sus dolores debían ser horribles. De vez en cuando se le oía decir: «¡Ay, Dios mío!», y Dios le daba de nuevo valor para resistir aquella cruenta pasión y exclamaba con renovados bríos: «¡Viva Cristo Rey!».

También el doctor Joaquín Suárez, médico de Peñaflor, testificó corroborando lo manifestado por el jefe de la estación. Parecía imposible que un cuerpo tan maltratado, sangrante y mutilado, tuviera arrestos suficientes para seguir dando pruebas de aquella sobrehumana fortaleza.

Al fin uno gritó: «¡Apartarse... que voy a disparar!». Quedó nuestro Antonio solo, todo él empapado en sangre. Comprendió que llegaba su hora gloriosa, la de dar la vida por Dios y por la Patria. Extendió cuanto pudo sus brazos en forma de cruz y gritó con voz clara y potentísima: «¡Viva Cristo Rey!». Sonó la descarga que le abriría las puertas del cielo, y su cuerpo agonizante cayó pesadamente a tierra, con los brazos en cruz. Al ver los sicarios que aún respiraba, quisieron rematarle. Lo impidió uno: «No arrematarle... Dejadlo que sufra...».

Era el 10 de agosto de 1936.

EL SECRETO.

Antonio Molle Lazo es invocado y se atribuyen a su intercesión grandes favores. Sus restos descansan en la iglesia de los PP. Carmelitas Calzados, de Jerez de la Frontera. Su mausoleo está en una capilla presidida por Cristo Rey, Nuestra Señora de las tres Avemarías y la cruz sobre su tumba. Digamos que la firmeza cristiana de Antonio Molle procedía de su amor a la Santísima Virgen.

Era terciario carmelita. Y el ímpetu de Elías se comunicó a este muchacho realmente esforzado.

Y Nuestra Señora del Carmen, la Reina de las almas unidas con Dios -Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz- y también la salvadora de todos los que se acogen a su Escapulario, le comunicó este amor a Jesucristo más fuerte que la muerte y esta gallardía totalmente evangélica. Algún día veremos en los altares a Antonio Molle Lazo, mártir.                                                                                                           

JOSÉ VERNET MATEU


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