Repartición territorial.
Al estudiar, según los criterios expuestos, lo que sucedió en las provincias para establecer la forma en que se repartieron territorial mente estas pérdidas, las cifras totales se elevan moderadamente como consecuencia de que, a partir del año 1941, los estados del movimiento natural de la población sólo facilitan el desglose provincial de las muertes violentas reduciendo a tres sus partidas: «Homicidios», «Accidentes de automóvil» y «Otras muertes violentas o accidentales», lo que obliga a establecer la comparación sobre los totales de muertes violentas, y reaparece como sobre mortalidad causada directamente por la guerra la. debida al hambre y a otras motivaciones igualmente ajenas a la acción militar o política.
Es conveniente aclarar que las cifras provinciales no indican el número de muertes que en ellas se produjeron, sino el de las inscritas en sus registros civiles, que es algo distinto. Asimismo, el año en que se efectúa la inscripción no siempre corresponde a aquel en que se produjeron las defunciones. Un número muy importante de éstas se inscribieron con gran demora, que en ocasiones fue de años.
En la distribución de las muertes parece existir una estrecha
relación entre la población provincial y el número de sus víctimas, pero
esto, que es evidentemente cierto, no lo es hasta el extremo de que supongamos
que todas ellas sufrieron por igual los estragos de la guerra. Si nos fijamos
detenidamente, observaremos que Madrid, con menos número de habitantes que
Barcelona, tuvo unas pérdidas que superaron en un 70 por 100 a las de ésta, y
algo parecido sucede con Oviedo, que del quinto lugar por población, pasa al
tercero en el de pérdidas. En general, las provincias que fueron escenario de
las más duras acciones de guerra pagaron una contribución superior. En una
escala de mortalidad relativa, los 13 primeros lugares de la clasificación estarían ocupados por las provincias que
fueron teatro de las batallas más importantes y prolongadas: Madrid, Teruel,
Tarragona, Castellón, Zaragoza, Oviedo, Toledo, Huesca, Guadalajara, Vizcaya;
Córdoba, Lérida y Badajoz. A continuación vendrían, intercalándose entre
ellas, las que soportaron combates cruentos pero limitados en el tiempo, las provincias de la
retaguardia gubernamental, y cerrarían
la lista las de la retaguardia nacional.
En el mapa, este hecho se refleja en la aparición de dos anchas
franjas que
definen la zona en que fue mayor la densidad de pérdidas y que siguen fielmente el trazado de los frentes.
Una de ellas, la más acentuada, se inicia en Málaga, atraviesa Córdoba y
Badajoz, sigue por Toledo, Madrid y Guadalajara, y se ensancha por Aragón,
Levante y Cataluña hasta la frontera francesa. Atraviesa todas las provincias
con mayores índices de mortalidad, aunque con muy acusadas diferencias entre
ellas, que subrayan la distinta intensidad con que se luchó en sus superficies
respectivas. Se destacan netamente Madrid y el núcleo catalano- aragonés-levantino,
y se rezaga Badajoz, lugar en el que la guerra no fue menos intensa que en sus
flancos andaluz y manchego, pero donde la represión, pese a la leyenda, no fue
tan cruel.
La otra franja ocupa la cornisa cantábrica, y también en ella se ponen de manifiesto los avatares de la lucha. Su intensidad es máxima en Asturias y Vizcaya, decrece en Santander y Álava, y es mínima en Guipúzcoa. La gran importancia relativa de esta zona viene dada por el hecho de que, a pesar de que la guerra duró menos de un año en su extremo oriental y poco más en el occidental, sus pérdidas fueron casi tan grandes, y en ocasiones mayores, que las de aquellas provincias en que se combatió durante los treinta y dos meses que duró la contienda. |