Correcciones previsibles.


    El caso de Pierre Vilar es más significativo, y podríamos ponerlo como modelo de lo que puede el sectarismo partidario. El notable historiador francés, cuando trata de nuestra guerra, pierde su ecuanimidad y sentido crítico, aunque no puede desprenderse de su seria condición de auténtico investigador, y por ello sus conclusiones no pueden ser, de ningún modo, tan burdas como las de los anteriormente citados. y así, cuando trata de las víctimas que ocasionó la guerra, escribe: «Por otra parte, hay ciertas cifras que exigen una crítica. Se ha hablado de un millón de muertos, de 20.000 religiosos que encontraron la muerte, de terror en masa. El espejismo es evidente. Hablando de las ejecuciones franquistas en Zaragoza, tres aragoneses me han dado las siguientes cifras: 5 fusilados, 14.000 víctimas, 30.000 por lo menos. Los cálculos demográficos inducen a creer que las pérdidas de la población española debidas a la guerra civil serían unas 560.000 personas, incluyendo las víctimas de los combates y bombardeos. Verdad es que la crítica de las cifras no debe hacer pensar que la impresión psicológica fuera menos intensa, y eso es lo que vale como factor para el porvenir.» El cálculo de Vilar es correcto y coincide casi exactamente con el nuestro: 567.075.

    Hugh Thomas tuvo, inicialmente, felices atisbos en sus cálculos. En la edición de Ruedo Ibérico supone, exageradamente, que los muertos en campaña ascendieron a unos 300.000, «en números redondos»: 110.000, como mínimo, en zona nacional y unos 175.000 en el bando republicano. Estima acertadamente que las muertes irregulares fueron del orden de 110.000: 60.000 en zona republicana y 50.000 en la nacionalista, y hace ascender, por último, a 25.000 el número de víctimas civiles de la acción militar. En total algo más de 400.000 personas muertas violentamente, a las que habría que añadir otras 100.000 fallecidas a causa de enfermedades contraídas en el frente o en el cautiverio. Redondeando, muy por exceso, eleva la suma a 600.000, siempre con el temor de quedarse excesivamente lejos de esa mítica cifra del millón o, cuando menos, de las 800.000 que gratuitamente atribuyen todos ellos a Villar Salinas. Posteriormente, en la edición española de Grijalbo y en esta de Ediciones Urbión, Thomas eleva considerablemente el número de muertes debidas a la acción represiva de los vencedores, sin que para este cambio de orientación pueda aportar ninguna razón, y ello después de publicado mi libro, y a pesar de que desde el estudio de Villar Salinas era evidente que el número de estas muertes y el de las producidas por la guerra, fueron mucho menores que los aireados por la propaganda.


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