Correcciones previsibles.
Hugh Thomas tuvo, inicialmente, felices atisbos en sus cálculos. En la edición de Ruedo Ibérico supone, exageradamente, que los muertos en campaña ascendieron a unos 300.000, «en números redondos»: 110.000, como mínimo, en zona nacional y unos 175.000 en el bando republicano. Estima acertadamente que las muertes irregulares fueron del orden de 110.000: 60.000 en zona republicana y 50.000 en la nacionalista, y hace ascender, por último, a 25.000 el número de víctimas civiles de la acción militar. En total algo más de 400.000 personas muertas violentamente, a las que habría que añadir otras 100.000 fallecidas a causa de enfermedades contraídas en el frente o en el cautiverio. Redondeando, muy por exceso, eleva la suma a 600.000, siempre con el temor de quedarse excesivamente lejos de esa mítica cifra del millón o, cuando menos, de las 800.000 que gratuitamente atribuyen todos ellos a Villar Salinas. Posteriormente, en la edición española de Grijalbo y en esta de Ediciones Urbión, Thomas eleva considerablemente el número de muertes debidas a la acción represiva de los vencedores, sin que para este cambio de orientación pueda aportar ninguna razón, y ello después de publicado mi libro, y a pesar de que desde el estudio de Villar Salinas era evidente que el número de estas muertes y el de las producidas por la guerra, fueron mucho menores que los aireados por la propaganda. |