Larga posguerra.
Buena parte de las muertes que hemos adjudicado a los
nacionales viene representada por las víctimas de la represión en la
posguerra. Después de su victoria, los vencedores, ocupantes de la totalidad
del suelo nacional, ya no tenían por qué temer a sus humillados enemigos, pero
se disponían a pedirles cuenta de sus actos y a castigarlos como únicos
responsables de los males que habían asolado al país durante tres años. Las
conductas fueron sometidas ajuicio, y todos cuantos habían servido a los
derrotados fueron objeto de depuración. A los que no se apreció culpa, que fueron los más, se les puso en libertad; a los restantes se les sometió a
proceso y se les condenó a penas de mayor o menor gravedad, pero siempre muy
severas. Las penas de muerte fueron muchas más que las ejecuciones, y éstas
alcanzaron la elevada cifra de 22.716, todas las cuales están incluidas, salvo
las 75 inscritas entre 1951 y 1961, en las 57.662 en que hemos cifrado las víctimas
de los nacionales. Estamos muy lejos de los centenares de miles que con tanta
insistencia como fruición repiten machaconamente
los portavoces de unos irreconciliables y paranoicos obsesos anclados en el
odio y en el resentimiento, pero la cifra es realmente espeluznante. Dura y rencorosa fue la justicia de unos
vencedores a los que faltó la grandeza de la generosidad y la indulgencia.
En este punto surgió pronto una «leyenda» paralela
a la del famoso «millón»; en este caso, la cifra mítica fue la de 200.000.
La primera vez que la he visto citada es en las Obras completas de Manuel
Azaña, tomo IV, pág. 901. Era el 26 de noviembre de 1938; todavía no se había
acabado la guerra, y ya Trifón Gómez, entonces intendente general del Ejército
Popular, le auguró a Azaña que los «facciosos» sacrificarían 200.000 vidas.
Luego, se trataba simplemente de certificar la capacidad profética del
dirigente socialista. De ello se encargarían, aunque sin citarle, multitud de
autores españoles y foráneos. |
De todas mis cifras, a las que hemos llenado de
salvedades, éstas son las más rigurosas. En las restantes partidas hemos tenido serias vacilaciones al
adjudicarles
esta o aquella cantidad parcial, o en cuanto a la valoración exacta que debiéramos
haber dado a alguno de sus sumandos, supuestos la incertidumbre en que nos dejan
determinadas inscripciones y el desconocimiento del número exacto de las
muertes violentas no debidas a la guerra que se produjeron entre 1936 y 1950.
Sin embargo, estas de la represión de la posguerra no ofrecen duda. La casi
totalidad se debe a la ejecución de sentencias firmes dictadas por tribunales
competentes. Fueron presenciadas por los jueces instructores de las
respectivas causas, y éstos ordenaron puntualmente su inscripción en el
Registro Civil. En este caso, no hay «cadáveres de hombres desconocidos»,
ni «desaparecidos», ni presunciones de muerte, ni fallecimientos violentos
por causa indeterminada, y mucho menos ausencia de inscripción ni demoras regístrales. Los números son prácticamente exactos. Subsiste
una incertidumbre. El estudio minucioso y detallado de los cuadros provinciales
nos suscita ciertas dudas sobre el carácter o no de diferidas de algunas
inscripciones; así, 1.084 de las que se registran en Toledo, 428 de Córdoba,
103 de Ciudad Real, e incluso 16 de Granada, 7 de Almería y 17 de Badajoz,
con un total de 1.616 defunciones, que sí hemos contabilizado como víctimas
del terror blanco, pero en años anteriores. Si estuviéramos equivocados y la
totalidad o parte de estas muertes se hubieran producido con posterioridad
al final de la guerra, el número íntegro de las víctimas de los
nacionalistas no variaría, aunque sí el de las debidas a la represión de la
posguerra, cuyo total máximo absoluto pudiera llegar a ser el de 24.332 en
el muy improbable supuesto de que todas las 1.616 dudosas correspondieran a
muertes irregulares producidas a partir del final de la guerra. Como compensación,
algunas de las ejecuciones realizadas a partir del 1 de enero de 1939
corresponden a individuos fusilados en zona republicana, principalmente en
Cataluña, antes de que terminara la guerra. La cifra real la podemos
establecer en las proximidades de los 23.000.
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