Las dos Españas.

    Si éste fue el panorama que presentó la zona gobernada sucesivamente por Giral, Largo Caballero y Negrín, las cosas no fueron demasiado distintas en la que dirigieron Cabanellas y Franco. En la zona nacional fue, según frase certera de Jesús Pabón, el maniqueísmo, «que se cree obligado o autorizado a la radical extirpación del mal encarnado», el causante de una represión que aspiraba a cortar de raíz las «malas hierbas» que amenazaban asfixiar a España. Los dirigentes radicalizados de la derecha española no habían leído, al parecer, el evangelio del hombre a quien sus enemigos echaron cizaña en sus tierras, y que al proponerle su criado que la arrancase, contestó: «i No! No sea que al recoger la cizaña, arranquéis con ella el trigo.»

    A pesar de todo, las vastas operaciones de «limpieza» llevadas a cabo en la retaguardia nacional no alcanzaron la intensidad de las realizadas por sus adversarios. Su actividad represiva, más selectiva, se quedó en cifras inferiores, salvo en Andalucía -donde se quebró esta norma y aparecieron fenómenos de persecución indiscriminada, del estilo de .los que se originaron al otro lado de las barricadas, a los que, en esta región, ganaron en magnitud- y en aquellas regiones donde su presencia fue mayor en el tiempo y en el espacio. Esto es algo que chocará a quienes han bebido en las fuentes de Jackson, Tamames, Vidarte, Cabanellas, etcétera, los cuales afirman que lo que en zona nacional supuso la ejecución de un plan perfectamente programado, en la otra fue explosión espontánea e incontrolada de furor popular. Los cuadros y mapas no permiten en modo alguno esa interpretación de los hechos. La extensión y homogeneidad del furor revolucionario fue algo absolutamente incompatible con la espontaneidad. La geografía del terror frentepopulista no puede ser más racional. Todas las provincias presentan índices muy homogéneos, acusándose, eso sí, .la diferente tensión a que estuvieron sometidas. El lejano sudeste presenta las tasas más bajas por ser la región más alejada de la presión enemiga. Estas suben a medida que aumenta el acoso enemigo, y llegan a cimas  insospechadas en el Madrid semisitiado, donde el miedo impide cualquier limitación a las prácticas represivas y el paroxismo alcanza cotas muy altas; en tono menor, sucede lo mismo en la amplia zona catalano-aragonesa que por el Maestrazgo se extiende hacia Levante.

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     En zona nacional, las cosas sucedieron de forma similar, pero menos uniforme, aunque el mando militar controlaba absolutamente la situación y no se toleraban actividades por libre. En esta zona, donde la autoridad militar fue cruel, la extensión de la represión resulta mayor; donde tendió a la benignidad, disminuyó notablemente. La geografía de la represión es mucho menos homogénea, lo que delata un menor dirigismo. Contra lo que podía preverse, en el anárquico y cantonal régimen republicano las consignas de comités, partidos y sindicatos eran obedecidas a rajatabla a todos los niveles, y en el centralizado y disciplinado sistema impuesto por los militares sublevados, las atribuciones de las autoridades locales eran mucho más amplias. Estas actuaban con gran autonomía, y ello explica que en Zamora se matara seis veces más que en el vecino  Orense, y en Segovia cinco menos que en el inmediato Valladolid.

     La sistemática destrucción de los enemigos potenciales aparece mucho más clara en el territorio gubernamental que en el nacional, y no sólo porque allí se matara más, lo que no aportaría prueba suficiente, sino porque se mató más metódicamente, de modo más ordenado.

     En una y otra zona, a la gente le repugnaba lo que veía u oía, y en ambas se castigó, en ocasiones con el beneplácito general, a los que se pasaron de una raya, que ya era muy permisiva. En mi Historia del ejército popular escribí: «El gobierno se creía justificado lamentando los hechos. Sus contrarios con negarlos. Sin lugar a dudas, la responsabilidad de lo que sucedía en uno y otro campo era colectiva, recaía y recae sobre todos los españoles, y se compendia en los dirigentes de ambos bandos, bien por acción o bien por omisión, pues la omisión era consentimiento, cuando no complacencia. La vida humana había dejado de ser respetable y respetada.» Comparativamente, la represión nacionalista fue muy cruenta en Andalucía, donde los nacionales mataron a 15.710 personas, superando a los republicanos, que dieron muerte a 11.789. También en Aragón los nacionales aventajaron a sus enemigos, con 4.720 ejecuciones frente a las 3.372 de sus contrarios, aunque es digno de señalar que tanto en una como en otra región los republicanos sólo ejercieron su autoridad en una fracción del territorio.

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    La represión nacionalista fue igualmente despiadada en las provincias de Logroño, Zamora y Valladolid, y no tan dura en el resto de las tierras del Duero. En s esta vasta área fueron 7.474 las víctimas que ocasionaron, reduciéndose a 766 las de sus adversarios, que apenas hollaron su suelo en algunos pequeños rincones.

    En Extremadura, región en la que los republicanos sólo retuvieron la provincia de Badajoz, y en gran parte por pocos días, los nacionales superaron, una vez más, a los republicanos, con un balance de 3.782 frente a 1.515. En el país vasco-navarro, por contra, los frentepopulistas aliados de los seguidores de Sabino Arana dieron muerte a 1.913 de sus paisanos, frente a las 1.780 víctimas causadas por los nacionales, yeso a pesar de que sólo quedó bajo su órbita de acción poco más de la mitad de su población.

    En Baleares fueron 745 los ejecutados por los nacionales, y 367 las víctimas de los gubernamentales, que sólo ejercieron autoridad en Menorca y, esporádicamente, en Ibiza.

    En Galicia y Canarias, con 3.254 y 400 ejecuciones, respectivamente, se señalan cifras bastante más bajas que en el resto del país, salvo en algunas provincias castellanas. Los frentepopulistas, en las escasas localidades que retuvieron durante los primeros días, eliminaron a 122 de sus contrarios.
En la Mancha-Albacete, los republicanos, que habían dado muerte a 8.567 personas, lo pagaron con 5.708 ejecuciones, y en Cataluña, las 14.486 víctimas del terror revolucionario fueron respondidas con 3.946 ejecuciones. La Montaña pagó con 710 vidas las 530 que previamente hicieron los republicanos, y Asturias también saldó con pérdidas su deuda con los vencedores, que se cobraron con 2.037 muertes las de 1.766 de sus amigos.

    En la región valenciana, las ejecuciones fueron 3.973, frente a los 8.928 homicidios cometidos por los frentepopulistas, y en Murcia, 855 sentencias cumplidas saldaron la muerte de los 1.,812 asesinados en la provincia. Por último, en Madrid fueron fusiladas 2.488 personas, frente a las 16.449 víctimas que produjo el plan de exterminio de la quinta columna.

    El balance general se establece en 57.883 homicidios o ejecuciones en zona nacional, que llegó a identificarse con la totalidad del territorio español, y 72.337 en zona republicana, sin contar los 958 civiles asesinados por los guerrilleros.

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