Otras víctimas.

    De esos 169.000 cadáveres, una parte importante, que podemos cifrar del orden del 10 por 100, fueron civiles que cayeron víctimas de la acción militar. Este 10 por 100 no es una estimación caprichosa. El estudio pormenorizado de lo sucedido en diferentes localidades y provincias me permite asegurar que las pérdidas de civiles oscilaron siempre alrededor de ese porcentaje, que se comprueba, además, al estudiar la mortalidad femenina ocasionada por la guerra civil, y que afectó a 8.304 mujeres, que fueron las que cayeron víctimas de accidentes y traumatismos o heridas de guerra. Si aceptáramos que este tipo de bajas se distribuyen equitativamente entre ambos sexos, el cómputo final nos llevaría a la cifra de 16.608 muertos, pero los hechos demuestran que la proporción se vence siempre, de modo acusado, del lado masculino, tal vez porque es mayor la proporción de hombres que obligadamente deben mantenerse a descubierto durante la acción enemiga, y esto nos llevaría a un número superior a las 20.000 víctimas; pero, aun así, no parece que pasaran de las 16.000 que hemos estimado.
Las víctimas de la acción aérea fueron del orden de las 7.000, pasando de 8.000 las que cayeron por acción de la artillería e incluso de las propias armas de la infantería. La zona gubernamental, con casi 5.800 muertes femeninas del total de 8.304, se llevó la peor parte, con casi el 70 por 100 del total de muertes, lo que su- pone que tuvo del orden de las 11.000, frente a 5.000 de los nacionales.

    En la distribución provincial se confirman, una vez más, los sufrimientos que padecieron las poblaciones inmediatas a la línea de fuego. Asturias se sitúa en cabeza de esta tabla, con nada menos que 1.668 mujeres muertas en la acción militar, de las que 685 fueron inscritas en 1936 y 678 en 1937. Como este tipo de inscripciones muy rara vez se demoran, las pérdidas se repartirían muy equitativamente entre ambas zonas, pues si las del primer año corresponderán casi íntegramente a la población ovetense, sometida a un duro asedio y a cotidianos bombardeos artilleros y aéreos, durante el segundo serían Gijón y las demás localidades en poder del Consejo de Asturias las que sufrirían en su carne los duros ataques aéreos que preludiaron el derrumbamiento definitivo del frente norte. En Asturias debieron de acercarse a 4.000 los muertos civiles a causa de las operaciones.

    A continuación de la provincia ovetense se encuentra Madrid, que, con 1.442 defunciones femeninas, debió sobrepasar las 3.000 totales, mayoritariamente ocasionadas por el cañoneo al que la ciudad estuvo casi constantemente sometida, y al que la población llegó a perder el respeto. El tercer lugar lo ocupa Barcelona, con 1.160 mujeres muertas, la mayoría de las cuales fueron víctimas de los bombardeos de la primavera de 1938, lo que parece indicar que estas acciones originaron del orden de las 2.500 muertes.

    Vizcaya ocupa el cuarto lugar, pero ya a respetable distancia. Allí las muertes femeninas fueron 401, lo que debe corresponder al millar de muertes, en las que estarían incluidas no solo las ocasionadas por los bombardeos aéreos de Bilbao, Durango y Guernica, sino las causadas por la acción artillera, que afectó a multitud de aldeas y villas próximas a los frentes. Según mis cálculos, los bombardeos debieron causar entre la población del orden de los 470 a 500 muertos. Ya más rezagadas aparecen Badajoz y Valencia, con más de 300 mujeres muertas, y Tarragona, Lérida, Jaén y Toledo, que pasan de las 200. De ellas, en Valencia y Jaén predominaron las víctimas de bombardeo aéreo, y en las restantes fue la acción terrestre la causante de la mayoría de las víctimas. Incluso en Jaén, que sufrió un tremendo bombardeo como represalia al que los gubernamentales lanzaron sobre Cabra, sólo en el santuario de la Cabeza murieron más de 40 mujeres del lado de los defensores, y no serían escasas las víctimas de las acciones a lo largo del frente de Lopera, Porcuna y Alcalá la Real.

    Pasaron del centenar de muertes Gerona, Zaragoza, Sevilla, Murcia y Alicante. En todos estos casos fue la acción aérea la causante de la casi totalidad de las pérdidas, salvo, tal vez, en Zaragoza, donde la responsabilidad se la reparten el cerco de Belchite y los ataques aéreos a la capital.

    Todas las restantes provincias sufren pérdidas inferiores a las 100 muertes femeninas; pasan de 75 Cuenca y Ciudad Real, de 50 Cáceres, Granada, Guadalajara y Castellón, y de 40 Almena, Burgos y Navarra, y así sucesivamente hasta ese total de 8.304 mujeres muertas que nos ha llevado a una estimación de las pérdidas civiles, situándolas entre un mínimo de 16.000 y un máximo de 20.000.

    El balance final estimado se sitúa en 165.367 muertes en campaña, que, redondeadas a 169.000, se reparten en 125.000 combatientes españoles, 26.000 extranjeros y 18.000 civiles.

    Estas cifras no tienen la pretensión de ser exactas, pero sí la de estar dentro de órdenes de magnitud correctos, y siempre pecando por exceso, con un error máximo del 5 por 100.

    Al cómputo sólo le falta para ser completo añadir los que dejaron la piel en los campos de batalla de la segunda guerra mundial o en los campos de concentración de la Alemania nazi. Carezco de información directamente recogida sobre estos extremos, y por ello me fío en los autores que en estos puntos ofrecen mayor garantía. Las bajas de la División Azul las cifra el general Esteban Infantes, que las mandó, en 3.934 muertos, 326 desaparecidos y 484 prisioneros, de los que 118 fallecieron en el cautiverio. En esta contabilidad, altamente fiable, es casi seguro que no figuran las pérdidas de la legión española que sucedió a la División Azul en noviembre de ]943, y que tenía unos efectivos de 2.133 hombres, ni las de las dos compañías clandestinas que, reclutadas directamente por los alemanes, combatieron hasta el final en Berlín, donde perecieron casi la totalidad de los 200 hombres que las componían. Los datos de Proctor y Vadillo coinciden casi exactamente con los del general, y José María Gárate, en La guerra de las dos Españas, eleva las pérdidas, redondeando la cifra, a 4.500.

    Javier Rubio, autor de la máxima garantía, dice en La emigración de la guerra civil de 1936-39 que fueron 5.015 los españoles muertos en los campos de exterminio de Alemania, y es seguro que no llegaron a 1.500 los que murieron luchando en las filas de los ejércitos aliados o en el maquis francés. En conjunto fueron unos 11.000 los españoles que murieron en suelo europeo fuera de su patria, lo que, sumado a los 169.000 que hemos aceptado como cifra máxima para el conjunto de españoles y extranjeros que murieron víctimas de la acción militar en España, sitúa el balance final entre 175.000 y 180.000.


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