Consta que, a la toma de Barcelona (26-1-39), las intenciones respecto de la cultura catalana, por parte del núcleo falangista que
dirigía la política intelectual en la entonces llamada zona
nacionalista, nada tenían que ver con la estúpida realidad que
después se impuso. Dionisio Ridruejo lo ha dejado suficientemente
explicado.(Dionisio Ridruejo, Casi unas memorias, colección Espejo de
España, Editorial Planeta, Barcelona, 1976). Aquella majadería del habla la
lengua del Imperio y
demás excesos represivos quedaban muy lejos de lo que tenía
previsto el inteligente equipo cultural de Serrano Suñer. Es lo cierto,
sin embargo, que en los primeros meses de la posguerra se desató el
anticatalanismo, con tanta violencia como manifiesto error.
Aunque la trágica versión de Benet, en su ya
citado libro, sea por demás exagerada y en todo caso, se refiere a los años 1939 y
primeros meses de 1940, cuando, en efecto, la represión marcó su punto
álgido. A partir de entonces, la poderosa personalidad catalana se fue
abriendo paso de modo inexorable: Guillermo Díaz-Plaja ha podido escribir que la
función indiscutible que realizó Barcelona al terminar la guerra civil (fue) abrir las puertas a
Europa. En
su inagotable revanchismo, en cambio, Benet generaliza actitudes particulares y pasa muchas veces de la anécdota a la categoría. Incluso
con errores tan garrafales como cuando, en la obra citada, página 242,
escribe que, si se sorprendía a algún ciudadano hablando en
catalán, se le decía Haber (sic) cuando deja de ladrar. Esperemos
a ver si el señor Benet aprende a escribir bien el castellano,
caramba.
En 1.941 se vuelven a editar obras en
catalán. En 1943 se publican cuarenta y tres; entre ellas, las Obras
completas de Verdaguer. y El somni encetat, de Miquel Dolç.
Funciona el lnstitut d'estudis catalans, del que es presidente
Puig i Cadafalch. Y en la institución Amics de la poesía se dan
clases particulares de lengua catalana. En 1944 estrena Joan Brossa su
pieza teatral El cop desert; en 1946, Pío Daví y Maria Vila
realizan campañas de teatro vernáculo, estrenando L'hostal de la
gloria, de Josep Maria de Sagarra, que desarrolla en los años
inmediatos una constante labor dramática. Auspiciada por Tristán La
Rosa, aparece en 1945 la revista Leonardo; en 1948, Dau al set,
dirigida por Brossa, donde son habituales las firmas de Ponç i
Cuixart, Tapies y Tharrats. Editorial Aymá convoca en 1947 el Premio Joanot
Martorell, que seguirá impartiéndose sucesivamente. También la
revista Antología patrocina un concurso mensual de cuentos en
catalán. Escriben poesía en su lengua Salvador Espriu, Pérez Amat,
Pedroto, J. V. Foix, Maurici Serrahima, con dificultades, pero
cumpliendo una espléndida tarea, pese a ellas. En 1948, los libros
publicados en vernáculo son ya sesenta.
La
senyera de Cataluña y la bandera de Barcelona ondean libremente en los edificios públicos a partir de 1940. Se bailan otra vez
sardanas en las Fiestas Mayores y no se limita la tradición dominical
de hacerlo frente a la catedral. Un libro sobre Joan Miró, de J. E.
Cirlot (Editorial Cobalto) gana uno de los premios del INLE a las
mejores ediciones, en 1949. La Orquesta Municipal se ha presentado,
con inenarrable éxito, en 1944, en el Palau de la Música, bajo
la dirección del maestro Toldrá. Vuelve a actuar, en triunfo, el Orfeó
Catala. Tiene una gran acogida el Teatre selecte de Frederic
Soler (Serafí Pitarra). En los años 60 se doblan al catalán
varias películas (Verd madur, La filla del mar, etc.); no tienen
éxito. (Es interesante destacar que, durante la Segunda República, no
se realizó ni una sola película larga en catalán. En Valencia, en
cambio, Luis Martí produjo y dirigió El faba Ramonet, en 1933). Tampoco lo tendrá el semanario
Tele/estel, lanzado en
esta década. Ni la posterior reaparición de En Patufet. (Ni lo
tiene actualmente el diario Avui. Es un hecho verdaderamente significativo.) .
A partir de 1945, pues, se hace patente la liberalización en
materia cultural. De tal manera que, superada la primera y lamentable etapa
de persecución indiscriminada, no hay obstáculos serios para aquellas manifestaciones catalanistas no politizadas; o, para
concretar mejor, no tendentes a fomentar de
nuevo los afanes separatistas y antiespañoles. Por eso ha podido
escribir Guillermo Díaz-Plaja celebrando la restauración de la Generalitat (tras resaltar
su emoción al volver a oír gritar al presidente Tarradellas un visca
Espanya! en catalán, lo que le hace
recordar un articulo memorable de Maragall) que lo que Cataluña ha
recuperado, en verdad, nunca se había perdido.
Claro que no
es ésta la versión que ahora suele ofrecerse. Otro libro plenamente
tendencioso, Els anys del franquisme llega a presentar a El
Facerías y a Quico Sabater, tristemente famosos en su época por su
dilatado historial de delincuentes comunes, como héroes de la lucha
antifranquista. Se quiere asimismo desvirtuar la creciente pujanza
de la cultura catalana, que alcanza singular auge a finales de los años
50, para consolidarse irresistiblemente en la siguiente década. La
revista Serra d'Or (1959); Ediciones 62, fundada ese año
y dedicada tan sólo a publicar libros en vernáculo; el Omnium
Cultural (1961), que tiene por misión fomentar la cultura y la
lengua catalanas; la Escala d'art drama tic Adrià Gual; la Agrupació
dramática de Barcelona, son muestras irrebatibles de ello. Y los nombres (pese a todos los obstáculos) de
Carles Riba, Vicens
Vives, Santiago Sobraqués, Gabriel Ferraté, Xavier Benguerel, Ferran
Soldevila, Maria Aurèlia Capmany, Joan Reglá,
Pere Quart, Jordi Sarsanedas (que gana en 1953 el premio Victor
Catala, con
su libro de narraciones Mites), Folch y Camarasa, Josep Pla
(premio Joanot Martorell, en 1951, con El carrer estret). A
mediados de los 60 nace la nova cançó, en las voces. de Joan Manuel
Serrat, Lluís Llach, La Trinca: esta llena de Implicaciones políticas.
En 1966 ha aparecido la Historia de la premsa catalana. Comienza
a publicarse en 1970 la espléndida Enciclopedia catalana. Los libros en vernáculo
ya se editan entonces por centenares.
Si descendemos a la
esfera deportiva,
bueno será recordar que la Selección de Barcelona, como tal, jugó varios encuentros internacionales
de fútbol en los años 40, en el viejo campo
de Las Corts (bien es verdad que su capitán era el medio azulgrana
Franco). Y que la más esplendorosa época deportiva del Barcelona C.
de F. se sitúa en los años 50, con el famoso equipo de las cinco
copas. Por lo visto, entonces no existía la animadversión de los
órganos deportivos centralistas al club azulgrana, de la que, paradójicamente, tanto
se queja ahora, en plena democracia, don José Luis Núñez.
Parece innecesario exaltar el tremendo
desarrollo económico de Cataluña bajo el franquismo, que le llevó
a situarse en cabeza de todas las regiones españolas en renta per
cápita. Tras una primera fase, que propició las fortunas individuales (los estraperlistas de
Rigat), llegó la prosperidad colectiva. A la vista están las
realizaciones materiales logradas, los puestos de trabajo creados, la desbordante industrialización conseguida, la masiva
inmigración que se produjo. Quizá por ello, Josep Maria de Sagarra escribía, en
ocasión
del XXXV Congreso Eucarístico Internacional de 1952 (que otra vez más
en su historia colocó a Barcelona a los más altos niveles europeos): el
primer milagro ha sido la transformación material y moral de
Barcelona.
Volvió, pues, la capital del Principado a
tomar el cetro cultural de España. Ocurría, sin embargo, que ahora
Madrid se lo disputaba con mayor igualdad que antes de 1936; pero ése era otro problema.
Del cual, obviamente, sólo podían derivarse beneficios para la cultura
española. Hoy, en cambio (al decir de Jaime Guillamet, Informaciones, l-XII-79), una grave amenaza de extinción pesa sobre la
lengua catalana. Tan sorprendente afirmación la basa en el estudio
hecho por los siete lingüistas que forman el equipo de redacción de
las revistas Els marges. Para ellos (Joaquín Molas, Joan A.
Argente, Enric Sulla, Jordi Castellanos, Manuel Jorba, Josep Murgades y
Josep M. Nadal), el catalán está ahora mucho peor que en los años 40
y 50, por la castellanización que sufre, derivada de las inmigraciones. Los políticos catalanes (dicen) adoptan ante el problema de
la lengua actitudes híbridas y contemporizadoras. Bien; se trata de
una opinión respetable, interesante. Pero, posiblemente, alarmista en exceso.
Lo que no puede negarse
es que existen otra vez (como en tiempos del franquismo) autores catalanes malditos, que
son objeto de sañuda marginación; Josep Pla puede ser su más característica
muestra. También Joan Maragall, evidentemente a causa de su famosa Oda
a Espanya, que le valió la malquerencia de los separatistas. En
esta línea de politización (que incurre en el mismo vicio anterior,
tan justamente criticado) puede tomarse como prueba el rechazo de dos
catalanes eminentes, pero a la vez claramente españolistas: Eugeni
d'Ors, en literatura, y Salvador Dalí, en pintura.
Digan lo que quieran algunos, Cataluña y, más
todavía, Barcelona fueron objeto de una atención constante por parte
del franquismo. Que se debiera más a razones políticas que afectivas,
es cuestión de difícil prueba. Pero que existió, no puede negarse.
Correlativamente a ello, ¿fueron los catalanes tan mayoritariamente
franquistas como el resto de los españoles? Yo pienso que sí.
Resumiré mis razones para ello, en una anécdota personal vivida la
tarde en que regresó del exilio el honorable Tarradellas. Recuérdense
la manifestación ciudadana que su vuelta supuso, los millares de
personas que le aclamaron a lo largo de su recorrido, la masa congregada
en la plaza de San Jaime, hecha un puro vítor.
Estaba yo en el hotel Avenida
Palace, después
de haber seguido el clamoroso suceso a través de la televisión. Se me
acercó un periodista francés, de los muchos que vinieron para cubrir
la información de la noticia y me preguntó:
-¿Qué le parece esta apoteosis? Es realmente
impresionante, ¿verdad?
-Sí, en efecto -le respondí-. Yo no recordaba
nada igual, desde aquellas visitas de Franco a Barcelona, en los años
sesenta.