La «asfixia» de las regiones



Se trata de otro de los tópicos hoy en circulación: el franquismo asfixió a las regiones, marginó sus peculiaridades históricas, acogotó su posibilidades de desarrollo, maniató todas las manifestaciones características y tradicionales de su cultura. En definitiva, las anuló como individualidades con personalidad propia, peculiar y definida.

Vamos por partes. Efectivamente, en los meses inmediatamente posteriores a la finalización de la guerra civil, se desató una hostilidad clara contra el hecha regional. Una vez más habrá que insistir en las especialísimas circunstancias emocionales de la época: quedaban todavía muy cerca 32 meses de lucha cruenta y fratricida, en la cual el bando vencido había puesto en línea de combate (física e ideológica) a las regiones autónomas. Si bien merece la pena releer con calma a don Manuel Azaña y sopesar sus ácidos comentarios acerca de la actuación de los dos líderes más caracterizados de ellas, José Antonio Aguirre y Lluís Companys. Ambos quedan maltrechos (incluso destrozados) en las memorias del entonces presidente de la Segunda República. Y no menos violentos son sus ataques a la labor de los gobiernos autónomos de Vizcaya y Cataluña. (Es curioso destacar que, durante la República, la exigencia autonómica sólo se manifestó seriamente en el País Vasco y en Cataluña. Compárese con los actuales entes en preparación).

En su libro Cataluña bajo el régimen franquista,(Josep Benet, Cataluña bajo el régimen franquista, Editorial Blume, Barcelona, 1979, p. 243) el comunista Josep Benet reproduce unas declaraciones del entonces ministro del Interior, Ramón Serrano Suñer, pretendiendo extraer de ellas una inequívoca prueba de la persecución sañuda de los valores regionales por el franquismo; lo que llama el genocidio cultural. Sólo la constante demagogia que aparece en todas y cada una de las páginas de esta obra y un odio feroz y no disimulado al régimen de Franco, pueden llevar a semejante conclusión. Ya que la respuesta de Serrano Suñer a la pregunta sobre su postura frente a la lengua catalana fue ésta: Respetaremos el lenguaje catalán. ¿Por qué no? Si el catalán es un factor y un vehículo de separatismo, lo, combatiremos. [...] Si el catalán es un elemento de la grandeza de la Patria, ¿por qué no respetarlo, como respetó Francia los versos de Mistral, y España los de La Atlántida?

Sentada semejante declaración de principios el 24 de febrero de 1939 (es decir, todavía en plena guerra civil), no parece justo interpretarla hoy negativamente. Antes al contrario, se recoge en ella lo que sería la norma inspiradora de toda la política del franquismo respecto de las regiones en sus primeros años: de 1939 a 1945. Cuando la tolerancia, el respeto e incluso el fomento de las peculiaridades de cada hecho regional andaban siempre frenados por el fantasma (tan cierto) de los separatismos. Pienso que la actual postura, en tal sentido, del señor Benet abona la razón de semejantes cautelas de entonces.

 

 Para situar debidamente los idearios originales de ciertos «catalanistas». considero muy interesante recoger estas opiniones de Manuel Tarín Iglesias, en un artículo publicado el 14-VI-80: «La manipulación vigente ha corrido un silencio sepulcral sobre el aserto de que las primeras manifestaciones nazis en España sur- gen de la mano de Estat Català. Era la época en la que los totalitarismos estaban de moda en Europa, pero existía una cierta pugna, escasamente analizada, entre el totalitarismo mediterráneo, fascismo de Mussolini, y el germánico, nazi de Hitler. Pues bien, el nazismo entra por los Pirineos del brazo del separatismo catalán y así se propugna la creación del partido único, y así, en la última decena del mes de octubre de 1933, se celebra el desfile del nazismo catalán -escamots- con pardas camisas hitlerianas, por el parque de Montjuich, todo ello bajo los auspicios del Estat Catala que don Francisco Macia había proclamado dos años antes.»


Merece la pena repasar, aunque sea brevemente, la trayectoria seguida por las culturas regionales más caracterizadas durante los mal llamados cuarenta años.

 


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