El «páramo cultura» del
franquismo
Así se ha escrito, con el mayor
desparpajo, y así se ha mantenido (e incluso se mantiene) por muchos frívolos
«historiadores» del franquismo. y por favor, que quede claro el
entrecomillado. Son los que osan decir que, a lo largo de los oprobiosos
cuarenta años, de la larga noche de la dictadura, la cultura española
desapareció radicalmente del territorio nacional y los únicos talentos vivos
(en la novela, en la medicina, en el teatro, en la música, en el derecho, en el
cine, en la poesía, en todas las actividades intelectuales, sin faltar una)
quedaron en el exilio. Aquí, ahogada toda capacidad creativa por la censura, la
iniquidad y la barbarie, sólo algunos mediocres y muchos tontos alcanzaron
efímera notoriedad.
Sí; eso se ha dicho y se ha escrito y se ha
publicado y aun, cosas peores. Recordemos que el señor Tierno
Galván (a quien cabía suponerle una mínima objetividad y un cierto
conocimiento de estos temas, que la experiencia ha desmentido) en un discurso
electoral pronunciado en 1978, llegó a afirmar que los últimos sesenta años
de la vida española fueron del todo inútiles. O sea, que no se contentó con
anatematizar el franquismo sino que, intrépidamente, arrasó hasta 1918. Con lo
que incluso se llevó por delante a la generación del 27, que ya es barrer. No
obstante lo cual, al señor Tierno Galván siguen llamándole viejo profesor y
es alcalde socialista de Madrid.
Tan sólo el despecho, el odio, los
más abyectos complejos acumulados a lo largo de los cuarenta años de la
llamada dictadura, pueden motivar la falsa acusación de esterilidad cultural a
la España franquista. Aunque solamente fuese por una razón biológica,
resultaba imposible que durante tan largo período histórico no hubiesen
despuntado en este país figuras de talla universal. ¡Que vaya si las hubo! Es
cierto que los rencores de primera hora (negar que también abundaron en las
filas de los vencedores, supondría incurrir en la misma falsedad que difunden
ahora los vencidos) causaron bajas sensibles en grandes talentos de la
intelectualidad española, forzados muchas veces al exilio. No es menos verdad
que ruboriza leer ahora algunas disposiciones legales y demasiados artículos en
los que, fresca aún la guerra y sus desvaríos, se injurian con necedad nombres
preclaros.
Pero
esto es, en definitiva, lo mismo que todavía hoy, tan lejano el 1 de abril de
1939, hacen los falsarios de distinto signo, empecina. dos en ofrecer una
visión ridícula del movimiento intelectual en la España de Franco. Hasta el
punto de que han tenido que ser desmentidos numerosas veces y no, ciertamente,
por autores afines al régimen anterior. Un profesor de la talla de don Julián
Marías, totalmente contrario al franquismo (que le marginó) y cuyo
talante liberal resulta indiscutible, sintió la necesidad de salir al paso de
la patraña, cuando comenzaba a tomar cuerpo, al dispararse (con los nuevos
rumbos políticos) los ataques de todo género contra el sombrío período. En
el diario El País de 21 de noviembre de 1976 publicó Marías un espléndido
artículo, titulado precisamente «La vegetación del páramo». En uno de los
capítulos del tomo 1 de su Historia del franquismo, Ricardo
de la Cierva aportaba también una relación de nombres y logros
culturales, verdaderamente abrumadora. Guillermo Díaz-Plaja
ha sido el último por ahora en incidir en el tema, en un libro de gran
interés,3 necesario para cuantos deseen conocer la verdad sobre el quehacer de
la cultura española desde 1939.
Muy
certeramente precisó Enrique Barco Teruel no sólo
la realidad de los muchos talentos intelectuales que permanecieron en España,
al terminar la guerra civil, sino también, el desencanto de la mayoría de los
considerados de izquierdas (exiliados) ante los excesos marxistas del gobierno
de la República. De su artículo «Hace cuarenta años: la diáspora»,
publicado en Diario de Barcelona en noviembre de 1979, merece la pena recordar
estos párrafos:
Si
nos ceñimos a la parte más vistosa, sobre todo más sonora,
del doloroso fenómeno del Destierro, que la constituyen desde
luego los intelectuales, diremos que es ciertísimo que se
expatriaron o extrañaron hombres de alta calificación; y que
en América, principalmente en México, realizaron una labor
cultural fuera de serie. Pero no es exacto que emigrase toda la
intelectualidad, dividida políticamente como lo estaba, aunque
en ella predominase claramente la izquierda. y lo que se omite
siempre, al hablar de la huida en masa de los intelectuales
españoles, no obstante ser más que notorio, es que la primera
emigración de hombres de cultura de aquí no se produce ante el
avance de las tropas de Franco, sino a la vista de ; los
excesos y orientación revolucionaria de la zona mal denominada
republicana. En 1936, no en 1939, huyen de territorio
gubernamental, ((rojo» o como quiera llamársele, las más
destacadas figuras de la intelectualidad liberal: Ortega,.
Salvador de Madariaga, Azorín,
Menéndez Pidal, Marañón...
Arquetípico, y de ahí la indignación que a don Manuel
Azaña le producía, es el caso de Sánchez-Albornoz,
liberal de izquierdas muy afecto al presidente de la República
y a su partido. Fuera de la España republicana estaban también
Pío Baraja y Pérez
de Ayala.
No me importan ahora los que regresaron -y pronto- o los que
-como Sánchez-Albornoz- no quisieron regresar. Lo que procedía
recordar era eso, que si bien ninguno de ellos era franquista ni
podía serlo, aunque Sánchez-Albornoz ha dicho bien claramente
que el franquismo ha sido un mal menor al lado de lo que hubiera
supuesto para España la victoria «(republicana», muchos de
los hombres más calificados, más significados de la «intelligentsia»
española, se desvincularon doloridamente de la República de
sus amores ante el caos frentepopulista, y lo que fue y
prometía en caso de victoria la llamada «zona democrática»:
la anarquía o la bolchevización.
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