NUESTRA FIESTA NACIONAL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Por Manuel CEIJAS LLOREDA

 

    Como español y aficionado me duelen y avergüenzan cosas que suceden y me siento en la obligación de denunciarlas. No estamos aquí por generación espontánea; somos síntesis de una cultura milenaria. Nuestra Fiesta taurina ha sido y es, como nuestra nación, ¿grande!... y grandes debemos ser los que la componemos. Es única, personal, misteriosa, vieja, entrañable y bonita. Es como España, su madre.
   El tema a tratar es muy trascendente, y por eso no quiero dejar ningún cabo suelto y voy a extenderme al intentar corregirlo y a considerarlo desde el principio.
   Los españoles portamos en nuestros genes los defectos y las virtudes de nuestra raza. España y los españoles, obligadamente por ley natural, somos el compendio de nuestra Historia, que está llena de infortunios y de desastres, pero también de éxitos, de muchos éxitos, pero incluso, en los desastres, hemos sabido mantener la dignidad: Sagunto, Numancia, sitios de Gerona, Zaragoza, héroes grandiosos como El Cid, humildes como Cascorro, invasiones como la romana, islámica y francesa, descubrimiento de mundos y océanos... Creamos naciones y fuimos paladines de la Civilización Occidental, y podemos decir sin rubor que la cultura occidental existe gracias a nuestra victoria en Lepanto. Es inmensa la aportación de nuestra nación en la Historia de la Humanidad, y como dice Bernardo Lope «no has tenido más verdugo que el peso de tu corona», es decir, el peso de la multiplicidad y grandiosidad de sus empresas, o aquellas otras palabras del mismo autor «desde la cumbre bravía hasta el sol indio que tornasola, sus hijos en torpe guerra, no hay un puñado de tierra sin una tumba española». Pero la verdad es «que la tierra que cubrió a nuestras gentes no pudo cubrir sus gestas» tal como seña J. L. de Santiago.
   Todo este acontecer es expresión y reflejo del espíritu de nuestra raza, pero también lo son nuestros singulares gustos. Nuestra Fiesta, la Fiesta Nacional, que es parte de nuestra entraña, evolucionó en el tiempo con nosotros. En la Reconquista fue Fiesta de Caballeros, guerrera y viril; recia en los tiempos medievales y renacentistas, donde el arraigo era tal, que incluso la Iglesia con sus excomuniones papales no pudo con ella. Fue romántica en los siglos XVIII y XIX; artística en el XX; fue española siempre. Ella es parte de nuestro legado, como nuestra religión, como las cenizas y recuerdo de nuestros antepasados, como nuestras diversas lenguas, como nuestra historia, como nuestro suelo, es decir, todo absolutamente todo esto y mucho más es España.
   Hemos recibido esta herencia, construida por muchos y en muchas generaciones, y a ellos también debemos escuchar. Quiero añadir aquí, expresándome con ideas democráticas, que la Historia y sus personajes tienen derecho a votar. Recordemos que los que lucharon y contribuyeron a este legado fueron vascos, castellanos, andaluces, catalanes, gallegos, canarios, etcétera, todos sin excepción y al unísono formaron esta Nación, que en la península limita al norte con el mar y los Pirineos. Vencieron invasiones territoriales, la última la francesa, en la que sin excepción, desde Gerona a Cádiz, dieron su sangre todos, repito todos, por expulsar al intruso.
   Ahora no nos ha invadido nadie. Nos han invadido con ideas enfermizas, trasnochadas y localistas que unos pocos han inventado, deseando egoístamente una parcela de poder. Por intereses personales inconfesables en el fondo lo que quieren es dinero, sólo dinero, o un «puesto de Trabajo o colocación» que redima su frustración (porque fuera de este rollo nunca fueron nadie). Pueblos que en su Historia lucharon y dieron lo mejor de ellos y de sus mejores hombres por España son ahora víctimas de esta estafa. Y ahora, precisamente ahora, cuando las naciones han salvado y vencido sus diferencias y vamos hacia la soñada unidad europea, ahora, quieren unos energúmenos y terroristas con sus criminales métodos romper nuestra unidad de siglos, romper el Estado más antiguo de toda Europa.

   Este circo sangriento no sólo están haciendo daño a nuestra unidad, está destruyendo también la esencia y sentir de las regiones afectadas y esclavizadas. Como españoles no vamos a olvidarnos ni de las generaciones pasadas, con las que nos sentimos en deuda, ni de la generación actual, que lucha desaforadamente con valentía y sacrificio. Los demás, seamos andaluces, valencianos o extremeños, nos sentimos honrados con ellos porque sois parte de nuestra identidad.
   El sagrado legado que recibimos de nuestros mayores no lo puede perder esta generación, y por supuesto debe transmitirlo. ¡Torero!, ¡ganadero!, ¡aficionado!, no podemos abandonar a los que nos necesitan. La obligación no es sólo de políticos, soldados, servidores de la ley, escritores, etcétera, la obligación es de todos y como el lenguaje marinero señala «que cada palo que aguante su vela».
   Ahora como aficionado, me voy a dirigir a ti ¡torero!, y a ti ¡ganadero! Tengo tres pares de banderillas en las manos. El primero lo pongo yo, ¿voy por delante! El segundo se lo ofrezco al ganadero, sé que también lo pondrá, y el tercero el que cierra el tercio, el más brillante te lo doy a ti ¡torero!
   A los no aficionados debemos aclararles la situación y las causas que nos comprometen. Cuando se torea, en el tercio de banderillas, es costumbre, que no ley, que las banderillas se adornen con los colores nacionales o autonómicos del lugar, y así por ejemplo en Francia, uno de los pares tiene los colores de la bandera francesa, otro puede ser indiferente, y otro, como no, el de la nación del diestro actuante. Me parece un acto de respeto mutuo y de cortesía exquisita. En España y en las provincias de cada Autonomía, se suelen poner los colores autonómicos y luego generalmente los de España; tengo que recalcar que el rojo y gualda se repite con mucha frecuencia en casi todas las plazas, pero desde hace demasiados años ya, estamos asistiendo al indignante espectáculo de presenciar que los colores de nuestra bandera están desterrados en plazas importantes del norte de España.
   ¡Torero! España necesita sólo tu ejemplo. Tú no eres el llamado a organizar un disturbio con la minoría violenta, ni con el partido que mangonea en la actualidad y se arroga representaciones que no tiene. No podemos inhibirnos cobardemente. En este y otros muchos temas se ha mantenido un silencio cómodo, indigno y, como no, culpable. Te propongo algo muy sencillo, pero que te devolverá tu dignidad y hombría de español: no torees en aquellas plazas en las que no quepa tu bandera, y adviértele a las empresas esta decisión.
   ¡Ganadero!, tú lo mismo. Si tus toros no pueden lucir nuestra enseña tampoco deben pisar esas plazas. No los criaste para tan triste destino, no debes traicionarte a ti mismo y a tu casta de bien nacido ni avergonzar a la afición con tu complicidad. Anticipa esta decisión para que no te digan que incordias a última hora, hazlo con bizarría, firmeza, y con el señorío de tus antepasados. Aquellos que por inconfesables intereses quieran volvernos la espalda, que cobren sus treinta monedas; pueden hacerlo, tienen derecho a ello, pero tienen que saber también que tendremos derecho los demás a impedir que sus traidoras manos mancillen el orgullo de nuestra bandera, y quieran justificarse con nuestros colores fuera de esas plazas.
   ¡Torero!, ¡ganadero!, no renunciemos a nosotros mismos. No comprometamos nuestra razón y nuestro honor, echémosle hombría y coraje.
   El código del honor no debe ser letra muerta en nosotros. No podemos esperar más. Mañana será tarde. No les podemos dejar a nuestros hijos un legado roto, sin futuro, sin calor y sin sal. No podemos permitir esto, como no lo permitieron las generaciones que nos precedieron y dieron todo lo que tenían. Qué importa lo que pase si estamos donde debemos estar.
   ¿Ganadero!, acéptame estos palos. Yo ya he puesto el primer par firmando esta carta con mí nombre y dos apellidos. Tu par, ganadero, es muy importante porque sin ti la Fiesta no existiría. Junto con tu toros aportas señorío, sabiduría y sensatez. Vamos, banderillea tú también, no dudes.
   ¿Torero!, cierra el tercio. Estos palos con el guión de tu pueblo son los brazos de tu patria. ¿Venga! de poder a poder. Templa, clava en todo lo alto, y sal despacio ¡como los grandes! Verás qué clamor en la afición, verás qué ¡olé! en tu corazón, y seguro que oiremos desde el cielo las voces de nuestros héroes, de nuestros vascos, de nuestras víctimas sean de la provincia que sean, de nuestros policías y guardias civiles, de nuestros militares, y de nuestros jueces asesinados. Todos harán retemblar el cielo con el grito de ¡Viva España!

La Razón. 30 diciembre 2.003

 

 

 

 

 

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