Este
circo sangriento no sólo están haciendo daño a nuestra unidad, está
destruyendo también la esencia y sentir de las regiones afectadas y
esclavizadas. Como españoles no vamos a olvidarnos ni de las
generaciones pasadas, con las que nos sentimos en deuda, ni de la
generación actual, que lucha desaforadamente con valentía y
sacrificio. Los demás, seamos andaluces, valencianos o extremeños, nos
sentimos honrados con ellos porque sois parte de nuestra identidad.
El sagrado legado que recibimos de nuestros mayores no
lo puede perder esta generación, y por supuesto debe transmitirlo. ¡Torero!,
¡ganadero!, ¡aficionado!, no podemos abandonar a los que nos
necesitan. La obligación no es sólo de políticos, soldados,
servidores de la ley, escritores, etcétera, la obligación es de todos
y como el lenguaje marinero señala «que cada palo que aguante su vela».
Ahora como aficionado, me voy a dirigir a ti ¡torero!,
y a ti ¡ganadero! Tengo tres pares de banderillas en las manos. El
primero lo pongo yo, ¿voy por delante! El segundo se lo ofrezco al
ganadero, sé que también lo pondrá, y el tercero el que cierra el
tercio, el más brillante te lo doy a ti ¡torero!
A los no aficionados debemos aclararles la situación
y las causas que nos comprometen. Cuando se torea, en el tercio de
banderillas, es costumbre, que no ley, que las banderillas se adornen
con los colores nacionales o autonómicos del lugar, y así por ejemplo
en Francia, uno de los pares tiene los colores de la bandera francesa,
otro puede ser indiferente, y otro, como no, el de la nación del
diestro actuante. Me parece un acto de respeto mutuo y de cortesía
exquisita. En España y en las provincias de cada Autonomía, se suelen
poner los colores autonómicos y luego generalmente los de España;
tengo que recalcar que el rojo y gualda se repite con mucha frecuencia
en casi todas las plazas, pero desde hace demasiados años ya, estamos
asistiendo al indignante espectáculo de presenciar que los colores de
nuestra bandera están desterrados en plazas importantes del norte de
España.
¡Torero! España necesita sólo tu ejemplo. Tú no
eres el llamado a organizar un disturbio con la minoría violenta, ni
con el partido que mangonea en la actualidad y se arroga
representaciones que no tiene. No podemos inhibirnos cobardemente. En
este y otros muchos temas se ha mantenido un silencio cómodo, indigno
y, como no, culpable. Te propongo algo muy sencillo, pero que te
devolverá tu dignidad y hombría de español: no torees en aquellas
plazas en las que no quepa tu bandera, y adviértele a las empresas esta
decisión.
¡Ganadero!, tú lo mismo. Si tus toros no pueden
lucir nuestra enseña tampoco deben pisar esas plazas. No los criaste
para tan triste destino, no debes traicionarte a ti mismo y a tu casta
de bien nacido ni avergonzar a la afición con tu complicidad. Anticipa
esta decisión para que no te digan que incordias a última hora, hazlo
con bizarría, firmeza, y con el señorío de tus antepasados. Aquellos
que por inconfesables intereses quieran volvernos la espalda, que cobren
sus treinta monedas; pueden hacerlo, tienen derecho a ello, pero tienen
que saber también que tendremos derecho los demás a impedir que sus
traidoras manos mancillen el orgullo de nuestra bandera, y quieran
justificarse con nuestros colores fuera de esas plazas.
¡Torero!, ¡ganadero!, no renunciemos a nosotros
mismos. No comprometamos nuestra razón y nuestro honor, echémosle
hombría y coraje.
El código del honor no debe ser letra muerta en
nosotros. No podemos esperar más. Mañana será tarde. No les podemos
dejar a nuestros hijos un legado roto, sin futuro, sin calor y sin sal.
No podemos permitir esto, como no lo permitieron las generaciones que
nos precedieron y dieron todo lo que tenían. Qué importa lo que pase
si estamos donde debemos estar.
¿Ganadero!, acéptame estos palos. Yo ya he puesto el
primer par firmando esta carta con mí nombre y dos apellidos. Tu par,
ganadero, es muy importante porque sin ti la Fiesta no existiría. Junto
con tu toros aportas señorío, sabiduría y sensatez. Vamos,
banderillea tú también, no dudes.
¿Torero!, cierra el tercio. Estos palos con el guión
de tu pueblo son los brazos de tu patria. ¿Venga! de poder a poder.
Templa, clava en todo lo alto, y sal despacio ¡como los grandes! Verás
qué clamor en la afición, verás qué ¡olé! en tu corazón, y seguro
que oiremos desde el cielo las voces de nuestros héroes, de nuestros
vascos, de nuestras víctimas sean de la provincia que sean, de nuestros
policías y guardias civiles, de nuestros militares, y de nuestros
jueces asesinados. Todos harán retemblar el cielo con el grito de ¡Viva
España!
La Razón. 30 diciembre 2.003
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