LA GUERRA QUE SIGUE

Por JAIME CAMPMANY

    QUERAMOS o no, lo reconozcamos o no, en Iraq se está riñendo una guerra. En Iraq hay entablada una guerra, aunque no sepamos entre quiénes. Allí está muriendo gente que no sabe, que no quiere saber que está en guerra. Naturalmente, podemos intuir que la guerra de Iraq se plantea entre gente que está allí y gente que llega allí. Nosotros los españoles nos encontramos entre la gente que allí ha llegado.

    La razón de que en Iraq haya una guerra encendida es que los ejércitos aliados, americanos e ingleses, no terminaron de vencer en la guerra que allí empezaron quizá de mala manera, es decir, sin que nadie de dentro les hubiera llamado. Ahora, los partidarios de aquella guerra inicial tienen que dedicarse a pacificar a los no vencidos, o sea, a los que siguen en guerra. Por eso, no vale decir que España está allí en misiones de paz. Hay allí gente que mata a los que dicen llegar en misión de paz. La misión de paz en Iraq es una manera de aceptar y sufrir los riesgos de la guerra que sigue, la terrible guerra que continúa.

    Es evidente que no se trata de una guerra entre ejércitos, a cara descubierta y a tropas desplegadas. Hace años que los países menos ricos, peor armados y menos poderosos ya no luchan así. Hacen la guerra de guerrillas, inventada precisamente por España, que hoy se ha perfeccionado en esa guerra de soldados invisibles, de armas impalpables y de minúsculos ejércitos dañinos y suicidas que se llama terrorismo. Aquí mismo, una pequeña tropa de quinientos, ochocientos o mil asesinos que matan a distancia y disparan por la espalda tiene en jaque a las fuerzas infinitamente superiores de todo un Estado. En Iraq, la facción (mayor o menor, pero fanática) de los partidarios que le quedan a Sadam Hussein pelea con ventaja contra los ejércitos de los países más poderosos de la tierra.

    Se puede discutir hasta el cansancio si la guerra de Iraq fue legítima o ilegítima, necesaria o innecesaria, oportuna o inoportuna, pero parece claro que fue un fracaso. Sadam y sus ministros ya no están instalados en el poder ni habitan los palacios de Bagdad. Pero en Iraq impera una dictadura sin palacios que mueve la acción de los terroristas. Y los terroristas asesinan a los soldados de las fuerzas extranjeras de «ocupación» o de «liberación». En esta ocasión, le ha tocado a España pagar con la vida de unos servidores del Estado su preocupación por colaborar en la terminación de aquella guerra que no acaba, en la pacificación de un territorio todavía encendido.

    Iraq es un problema, claro está, pero un problema reflejo de otro mucho más grave y mucho más extenso. El Occidente civilizado, predicador de la democracia y apóstol de las libertades, formidablemente armado, poseedor de las más destructivas armas que haya inventado jamás el hombre, dueño de las riquezas más copiosas, se encuentra desamparado e incapaz de vencer a un grupo de guerreros invisibles y que mueren, si es necesario, con tal de matar en proporción espantable de mil por uno. Algo habrá que inventar para vencer al terrorismo. Los mísiles y la bomba atómica no sirven.

ABC. 1 de diciembre de 2.003

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