VOSOTROS SOIS ETERNOS

Por JOSÉ JOAQUÍN MILANS DEL BOSCH, teniente coronel destinado en Al Hillah (Irak)

    Gracias, Alberto. Es la única palabra que fluye tenazmente de mi pensamiento en estas horas después de tu muerte, que aún me resisto a creer, en una mañana fría y gris. Me dirijo a ti porque te conocía personalmente y, cuando iba a An Najaf, me gustaba hablar contigo, gran conocedor de la situación de este país que se llama Irak. Pero esta palabra de agradecimiento también va dirigida a tus compañeros, que se han unido irremediablemente a tan desolada tragedia.

    Gracias por tu esfuerzo personal en tus contactos y acuerdos para asegurar la presencia de las tropas españolas sin ataques terroristas. Por proteger nuestras vidas has dado la tuya. Cuánta razón tenías cuando me explicabas con argumentos basados en tu experiencia lo que podía ocurrir en Irak y que se estaba cumpliendo. Tu ausencia va a ser muy difícil entre nosotros e imposible de llenar para tu familia y amigos, que en los próximos días te esperaban con los brazos abiertos al finalizar tu difícil y arriesgada misión aquí. La Navidad se avecina triste, muy triste para ellos y para los que tenemos el privilegio de haberte conocido.

    Reconozco que al escribir sobre alguien después de su muerte se tiende a ensalzar sus virtudes y capacidades personales y profesionales, pero intento aparcar mis sentimientos cuando escribo estas líneas. Esta mañana, cuando he hablado con tu amigo José Luis, que continúa en An Najaf en tareas de apoyo al gobierno local, me decía, desolado, que eras como un padre para la promoción de Caballería a la que pertenecíais, que siempre estabas pendiente de los demás compañeros con tus consejos y actitudes de protección y ayuda desinteresada, y que cuando al comenzar su misión supo que tú estabas en An Najaf, se sintió muy tranquilo al volverte a tener como ese hermano mayor que necesitamos en situaciones arriesgadas e inciertas.

    Sé con qué facilidad te movías entre la población local, entre sus calles y mercados, hablando su mismo idioma, pero también comprendía cuán arriesgada, comprometida y peligrosa era tu misión. Y por todo ello te doy las gracias, porque has pagado con tu vida un servicio a los demás, y eso te honra, Alberto. Uno a uno, todos somos mortales, pero vosotros siete juntos sois eternos.

    Gracias, Alberto, por todo lo que nos ofreciste y que permanecerá entre nosotros. No es más grande quien más ocupa, sino quien más vacío deja cuando se va. Gracias por tu generosa, abnegada y ya concluida vida entre nosotros. Ahora, desde la Eternidad, echarnos una mano los siete para llevar a buen término nuestra tarea aquí e implora, Alberto, al apóstol Santiago, nuestro patrón, para que cabalgando sobre el viento del desierto con su blanco corcel proteja a sus tropas en su misión encomendada. Desde Al Hillah y envuelto en una mañana húmeda y gris, del mismo color de la tristeza, te recuerdo emocionado y agradecido. Cuando nos invade la pena, un día dura tanto como tres otoños. ¡Gracias, Alberto!

ABC. 1 de diciembre de 2.003

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