Guerra Civil desde el 18 de Julio de

1936 hasta el 1 de Abril de 1939

        Otra vez hemos de recordar a los lectores que no tratamos de ofrecer un estudio biográfico exhaustivo de la personalidad de Francisco Franco Bahamonde. Necesitaríamos para ello varios volúmenes. Ni tendría sentido el empeño de encerrar en las presentes notas la historia militar y política de la guerra de España. Nos limitaremos a recordar las etapas principales.

       La acción de Franco como jefe del Ejército de África se inició con la publicación de arengas y órdenes encaminadas a infundir sentimientos de disciplina, fe y confianza. Esas tres palabras tuvieron la virtud de encender los ánimos. Pero... la tarea que había que llevar a cabo era enorme. Las dificultades, inquietantes. Casi toda la Flota de Guerra estaba en poder del Gobierno de la República, y varias unidades habían fondeado en el puerto de Tánger. Franco envió una nota al Comité Internacional de la mencionada ciudad exigiendo que los navíos españoles fueran obligados a hacerse a la mar, porque así lo mandaba el derecho marítimo vigente, y así lo pedía un obligado criterio de neutralidad. Pero, apoyadas en Tánger o en algún otro puerto de la costa mediterránea, la verdad era que las aguas del Estrecho se hallaban dominadas por la República. Resultaba punto menos que imposible trasladar a la Península las tropas de África. ¿Qué cabía hacer?

- Todo menos rendirse -fue la respuesta de Franco a un subordinado que le planteó el problema-.

        Aún no era jefe del Alzamiento; todavía coexistían diversas jurisdicciones, bien que provisionales; la del Norte, con Mola; la del Sur, con Queipo de Llano; una Junta Militar insinuándose en el horizonte de Burgos; un Ejército (el africano) anunciándose como elemento concluyente; dudosa la suerte de las guarniciones de Cataluña y del País Vasco; triunfante la República en Barcelona y en Madrid... De todos modos, hay un documento que hace años publicó Fernando de Valdesoto en su libro biográfico de Franco, que ilustra muy por lo claro toda una misión iniciada el 17 de julio de 1936. Se trata de un telegrama cursado el mismo día 17 desde Santa Cruz de Tenerife, a las 5,10 de la tarde.

Dice:

«El General Comandante Militar de las Islas Canarias a general jefe de la primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima y octava División orgánicas de Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona. Zaragoza, Burgos, Valladolid y Coruña; al Comandante Militar de Baleares; al General Jefe de la División de Caballería de Madrid; al Jefe de la ,Circunscripción Ceuta-Larache; al Jefe de las Fuerzas Militares de Marruecos y a los Almirantes jefes de las Bases Navales de El Ferrol, Cádiz y Cartagena.

En radiograma de esta fecha digo al Jefe Circunscripción oriental de África lo siguiente: 

"Gloria al heroico Ejército de África. España sobre todo. Recibid el saludo entusiasta de estas guarniciones, que se unen a vosotros y demás compañeros Península en estos momentos históricos. Fe en el triunfo. Viva España con honor.-General Franco"

Ese mismo día, Radio Club Tenerife difundió el primer Manifiesto de Franco:

«A cuantos sentís el santo amor a España; a los que en las filas del Ejército y la Armada habéis hecho profesión de fe al ser vicio de la República; a los que jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida».

        En sucesivos llamamientos que la Radio lanzaba al público, el comandante militar de Canarias, ahora jefe de todo el Ejército español de Marruecos, repetía, una y otra vez, las palabras «fe» y «confianza», «triunfo», «energía», «sacrificio». A buen seguro, no dejaban de ser necesarias, porque el Alzamiento, como plan de movilización de las guarniciones contra el Gobierno del Frente Popular y contra una temida y anunciada subversión de carácter comunista, no había sido, precisamente, un éxito rotundo. El Gobierno de Madrid conservaba el dominio de la capital de la nación, de las cuatro provincias catalanas, de todo Levante, del Sudeste y parte del sur de Andalucía, de toda Castilla la Nueva, de casi toda la frontera con Francia; de una faja importante de la frontera con Portugal; de Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa; y todavía era incierta la situación en otras zonas. La realidad distaba mucho de ser halagüeña para la causa nacional que defendían los alzados. Estos contaban con Zaragoza, Córdoba, Sevilla, Jaén, Navarra, Burgos, Galicia, prácticamente con la totalidad de Castilla la Vieja y, ¡baza principalísima!, disponían del Ejército español de Marruecos. Pero, ¿de qué servirían estas tropas si no podían atravesar el Estrecho? En cuanto a las fuerzas del Norte, que mandaba el general Mola, y debían marchar sobre Madrid desde Pamplona, Zaragoza y Valladolid para provocar la caída inmediata de la capital, tropezaron desde la primera hora con obstáculos muy importantes. Zaragoza no estaba en condiciones de ayudar a las demás guarniciones porque a duras penas conseguía bastarse a sí misma. Navarra tenía que hacer frente al hecho, sin duda importante, de que San Sebastián y Guipúzcoa casi entera quedaban bajo el dominio gubernamental. Por consiguiente, sólo podía enviar hacia Madrid una pequeña parte de sus efectivos; de aquel voluntariado navarro que fue cifra y clave de muchas horas críticas de la guerra. Los Tercios navarros, igual que las Banderas procedentes de Valladolid y Burgos, se habían encaramado, casi increíblemente, hasta las cumbres de Somosierra y de Guadarrama, pero allí estaban clavados. Su permanencia en aquellos montes no era absolutamente segura, ni mucho menos, porque la movilización de milicias y la acumulación de materia1 en Madrid eran más que considerables. Por consiguiente, sin la participación  inmediata y activa, activísima, de las tropas de África, el horizonte se cubriría pronto de presagios alarmantes. El paso de las unidades africanas a la Península se había convertido en cuestión de vida o muerte. El general Mola, llevado de su entusiasmo, acaba de prometer desde Radio Burgos la entrada en Madrid para una fecha determinada  y muy próxima. No era posible cumplir la promesa! Otra vez, como tantas otras, millones de ojos se volvían hacía el general Franco.


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