Jefe del Estado Mayor Centra.

Comandante militar de las Islas

 Canarias.

 

            El 6 de mayo de 1935 fue reorganizado el Gobierno Lerroux-Ceda. Entró a formar parte don José María Gil Robles, jefe de las Derechas Autónomas. Se le confió la cartera de Guerra o del Ejército. Y una de las primeras disposiciones que adoptó fue la de nombrar jefe del Estado Mayor Central al general don Francisco Franco Bahamonde, aunque muy poco antes se había decidido que fuera a mandar las Fuerzas del Ejército de África. No era un diplomado de Estado Mayor. El ministro dejó a un lado esa consideración y puso en manos de Franco el cargo que le permitiría estudiar y aplicar un plan de reorganización, de reordenación y de modernización del Ejército de Tierra. De aquellos días es la creación de dos nuevas grandes Unidades; una iba destinada a guarnecer el Campo de Gibraltar; la otra tendría a su cuidado la frontera hispano-portuguesa. Se volvió a abrir la Academia General. Se aprobó un programa de fabricación y adquisición de armamento... Apenas hubo tiempo para más, porque en diciembre del año citado, Gil Robles se vio obligado a abandonar la Cartera de Guerra, y los acontecimientos políticos se precipitaron hacia situaciones sumamente críticas, aunque en aquellos momentos eran muy pocos los que creían en posibles catástrofes y muchos los que confiaban en que de algún lado vendrían las medidas de salvación.

            El presidente de la República entregó la Jefatura del Gobierno a don Manuel Portela Valladares, pensando en que éste ganaría unas elecciones generales, y con ello prevalecerían determinadas fuerzas republicanas de carácter moderado o centrista. Franco continuó al frente del Estado Mayor Central. En el mes de enero de 1936 se le envió a Londres en misión especial como representante del Gobierno en el entierro y funeral del rey Jorge V. El general fue recibido en el Palacio de Buckingham por el nuevo Soberano británico, Eduardo VIII, a quien el mundo conocería durante el resto de su vida como duque de Windsor.

            Al retorno de Franco a Madrid, encontróse con que la campaña electoral daba lugar a intensas demostraciones de masas, lo mismo en la izquierda que en la derecha. La tensión popular iba siendo inquietante. El principal de los jefes políticos de las fuerzas que llamaremos conservadoras era don José María Gil robles. Las izquierdas crearon un Frente Popular, al modo francés. Lo integraban los comunistas, los socialistas y todos los partidos republicanos de signos izquierdista. Por primera vez se logró que los Sindicatos de la C.N.T., de doctrina anarquista, abandonaran su actitud de abstención y ayudaran al Frente Popular.

            El 16 de enero de 1936 se hicieron públicos los resultados de las elecciones. Había triunfado la coalición de las izquierdas. En el acto comenzaron a producirse manifestaciones temibles en diversos puntos de España. Franco presintió el desastre posible. Y el 17 de enero se entrevistó con el jefe del Gobierno, a quien aconsejó que declarase el estado de guerra en todo el territorio nacional. Portela Valladares no se decidió a ello. Prefirió, como jefe de un Gobierno derrotado, devolver los poderes al Jefe del Estado y retirarse a su casa.

            Fue encargado de formar nuevo Gobierno el político más caracterizado y más prestigioso del Frente Popular, don Manuel Azaña. El día 19 se anunció la lista ministerial, y el 21 se reunió el Consejo de Ministros. Uno de los acuerdos adoptados en aquella reunión fue el del cese del general Franco como jefe del Estado Mayor Central. Al mismo tiempo, se le nombró comandante militar de las islas Canarias. El 9 de marzo tomó el tren Madrid-Cádiz, para embarcar en este puerto rumbo al nuevo destino. Viajaban con el general su esposa y su hija Carmencita, de ocho años de edad.

            Durante el tiempo de vida madrileña, Francisco Franco había continuado interesándose por la lectura de libros de política o de economía. Frecuentó ciertos círculos en los que las circunstancias le relacionaron con personas a las que quedó vinculado por lazos de muy buena amistad. Acudía con alguna regularidad a una tertulia del Café Aquarium, de la calle de Alcalá, y muy frecuentemente a otra que solía reunirse en el domicilio del político granadino don Natalio Rivas. Celebró entrevistas que entonces pudieron parecer desprovistas de interés político, pero que dejaron en el ánimo del general huellas imborrables. Uno de los nuevos amigos a quien se sintió más unido fue el diputado tradicionista don Víctor Pradera, asesinado más tarde por los comunistas, apenas iniciada la guerra civil, en el fuerte de Guadalupe, del Monte Jaizquíbel (Fuenterrabía). Con Pradera sostuvo largas conversaciones sobre temas políticos y sobre la importancia del tradicionalismo como fuerza integrante de cualquier solución nacional.

-Venga ustedes a Canarias con nosotros. Donde yo esté no habrá comunismo -fue la despedida del general a don Víctor-.

Esta frase -«donde yo esté no habrá comunismo»- la repitió en el curso de la audiencia con el presidente de la República, a quien visitó por razones de protocolo.

Tuvo por aquellos días clavada una espina en su sensibilidad: la de las actividades revolucionarias de su hermano Ramón, el famoso y glorioso aviador del avión «Plus Ultra», que cumplió la primera travesía aérea del Atlántico meridional volando desde las aguas de la Rábida hasta el puerto de la ciudad de Buenos Aires. Su compañero de hazaña, el aviador Julio Ruiz de Alda, era camarada de José Antonio Primo de Rivera en la fundación de la Falange Española. El general Franco, que a lo largo de su vida se sintió siempre muy unido a sus hermanos, sentía afecto especial hacia el más joven de todos, Ramón, en quien no podía menos de admirar el generoso ímpetu, el valor sin tasa, la simpatía y la entrega a sus ideales. Las conversaciones entre Francisco y Ramón fueron frecuentes y muchas veces emocionantes. Al comienzo de la guerra civil, el general tendría la inmensa satisfacción de ver cómo el hermano aviador se unía al Movimiento Nacional y luchaba con su habitual denuedo. Un día del mes de octubre de 1938, el teléfono de Palma de Mallorca le comunicaría la muerte en acto de servicio de aquel joven que tan espléndidamente enalteció el nombre de España y el suyo propio a los ojos del mundo entero.


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