Guerra Civil de España.

Franco, Jefe del Estado y Generalísimo

de los Ejércitos Nacionales.

 

        La etapa que en la carrera militar y política de Franco se abrió con su nombramiento para la Comandancia Militar de Canarias fue, sin duda, la más importante; aquella en que su nombre sobrepasaría las fronteras nacionales y se difundiría en largos ecos por todo el mundo civilizado. Las generaciones que actualmente participan o aspiran a participar de las responsabilidades políticas y sociales de nuestro país conocen lo que ha sido y lo que ha significado la personalidad del Caudillo de los españoles desde la terrible explosión de la guerra civil hasta el momento presente. En cambio, saben muy poco, o relativamente poco, de los años marroquíes de este hombre que deja en las páginas de nuestra Historia una huella que no se borrará. Por eso -reiteramos algo que ya hemos apuntado antes- este esbozo de biografía resulta extenso en cuanto a la memoria y referencia del tiempo africano, aunque haya sido inevitable la supresión de mil y mil datos y circunstancias acerca de las actividades militares más importantes que ha conocido el Ejército español durante el siglo XX. En cambio, creemos obligado reducir a puras líneas generales, a meros apuntes, cuanto concierne a Franco como Caudillo, como Jefe del Estado español y como Generalísimo de las Fuerzas Armadas.

         El 9 de marzo de 1936 embarcó en Cádiz el nuevo comandante militar de Canarias. Con él y ,con su familia viajaba su pariente y ayudante, el teniente coronel Franco Salgado. Ya no era Franco el hombre que abrigaba cierta confianza en la posibilidad de la convivencia nacional dentro del Régimen, como ocurría ello de agosto de 1931; pero tampoco estaba decidido, todavía, a alzarse en armas. Su ánimo se había inclinado, ciertamente, hacia las soluciones drásticas, si todos los demás remedios fracasaban; pero seguía siendo partidario de agotar los trámites pacíficos. Aún pondría de su parte algún intento importante para evitar el choque armado entre unos españoles y otros. «Cuando no haya más remedio», le había dicho al teniente coronel don Valentín Galarza, enlace general entre los distintos Mandos superiores, «dispuestos a poner un límite al desorden y a la subversión Casi en vísperas ,de tomar el tren asistió a una reunión en la que estuvieron presentes los generales Mola, Villegas, Fanjul, Orgaz, Ponte, Varela, Saliquet, García de la Herranz, González Carrasco y Rodríguez del Barrio. También cambió impresiones con algunos políticos civiles.

         En la estación de Sevilla, durante la parada del tren, recibió noticias de que en Cádiz estaban ardiendo algunas iglesias. El em barque en el vapor «Dómine» se llevó a cabo, por consiguiente, bajo augurios sombríos. El día 12 llegó a Tenerife, luego de haber hecho una muy breve escala en Las Palmas.

         Como en todos los demás destinos y cargos que ocupó y sirvió, Franco puso desde el primer día a contribución su amor al trabajo y empezó a estudiar los problemas militares del archipiélago. Lo primero de todo fue disponer un detenido viaje de inspección, después, preparar un plan de defensa de las islas, tan inestimables desde muchos puntos de vista, y tan interesantes si las miramos desde el ángulo de la estrategia militar.

         Ya el día del desembarco en Tenerife se produjeron en el aeropuerto algunas pequeñas manifestaciones de elementos del Frente Popular. Les había molestado el nombramiento del comandante general que llegaba en aquel momento. Al cabo de muy poco tiempo hubo en el Estado Mayor de la Comandancia la impresión acentuada de que la vida de Franco corría riesgo, y cabía temer un atentado. Se reforzaron las guardias y se estableció una especial en la parte trasera de la residencia oficial. En efecto, una noche la guardia tuvo que hacer fuego contra unos individuos que trataban de acercarse al amparo de las sombras. Los presuntos agresores huyeron. A Madrid llegaban mensajes frente populistas pidiendo el relevo del comandante militar. En los muros de Tenerife aparecieron algunos letreros que expresaban dura hostilidad contra él. El «Fuera Franco» era frecuente. Elementos de extrema izquierda procuraban mantener una fuerte presión contra el Ejército. Entretanto, recibían de la Península noticias abrumadoras. Incendios, asaltos, tiroteos en las calles, ocupaciones de edificios y de tierras, asesinatos, llamamientos a la rebelión armada... El plazo que le iba quedando a la autoridad para reaccionar adecuadamente y gobernar de verdad se acortaba por momentos. Franco obedeciendo a un designio muy meditado quiso dar una última oportunidad para suscitar esa reacción del Gobierno y con fecha 23 de junio de 1936 dirigió al ministro de la Guerra, don Santiago Casares Quiroga, la carta que pronto se hizo famosa y que conserva un valor histórico indiscutible. Carta que anunciaba los peligros inminentes y señalaba el camino para salirles al paso.


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