La Revolución socialista de 1.934

 

            El día 5 de octubre de 1934 el Partido Socialista español y la Unión General de Trabajadores desencadenaron una huelga general revolucionaria para protestar contra la presencia de la Confederación Española de Derechas Autónomas en el Gobierno. Objetivo de la huelga era derribar al Gobierno presidido por don Alejandro Lerroux y hacerse con el Poder; en suma, llevar la República hacía finalidades claramente socialistas. Buena parte de las fuerzas republicanas de izquierda apoyaron la rebelión o, por lo menos, simpatizaron con ella. La Ezquerra Catalana, por ejemplo, no vaciló en sumarse a la rebeldía. Lo mismo cabe decir de algunos núcleos de Acción Republicana y del Radical-Socialismo. El dirigente principal de la huelga en Madrid era el catedrático don Juan Negrín; en Cataluña, don Luis Companys; en Asturias, Belarmino Tomás y González Peña. En la capital de la nación el fracaso fue casi inmediato. En Barcelona tardó un poco más en llegar, pero también fueron reducidos pronto los huelguistas. En cambio, cobró la rebelión un gran vuelo en Asturias. La mayor parte de la región quedó en poder de las masas armadas. En Oviedo continuaba resistiendo la fuerza pública dentro de la catedral, del cuartel de Pelayo y del cuartel de los guardias de Asalto.

            El ministro de la Guerra, don Diego Hidalgo, ordenó que, con la máxima urgencia, se estableciera contacto con el general Franco y se le comunicara que debía presentarse en Madrid sin pérdida de tiempo. El general se hallaba en la zona de León con motivo de unas maniobras militares. Le sorprendió la llamada del ministro. Cuando éste le tuvo en su despacho hízole saber que iba a encargarle de dirigir las operaciones militares en Asturias para acabar con la situación revolucionaria. ¿No existía acaso un Estado Mayor? Sí, pero el señor Hidalgo quiso que su jefe de Estado Mayor, en aquellos momentos, fuera Franco, sin que ello significara el abandono del destino en Baleares.

            A la vista de los informes recibidos en el Ministerio, el general advirtió que los efectivos de que el Gobierno disponía en Asturias eran visiblemente insuficientes. La revolución estaba bien armada, y el espíritu de lucha de los mineros era fuerte. Franco aconsejó que determinadas Unidades del Ejército de África se trasladaran a la Península. Las mandaría un coronel en cuyas dotes de mando tenía plena confianza; Juan Yagüe. La "columna Yagüe", organizada y transportada sin pérdida de tiempo, desembarcó en Gijón. Formóse otra columna cuyo mando recayó en el general López Ochoa, conocido por su ardiente republicanismo. Esta fuerza, partiendo de Galicia, había de penetrar en Asturias por la carretera de la costa y avanzar hacia la capital por Trubia y Grado. Una tercera columna, a las órdenes del general Bosch, operaría desde la provincia de León, salvaría algunos de los altos pasos o puertos de las montañas asturianas y amenazarían las líneas de la rebelión por los caminos más directamente relacionados con la zona minera. Pero las tropas del general Bosch fueron detenidas por el fuego de los revolucionarios. Se dispuso el relevo de Bosch, y fue nombrado en su lugar un jefe a quien Franco conocía muy bien: Amado Balmes, brillante soldado en sus mandos legionarios. Finalmente, y a fin de completar el cerco de las posiciones revolucionarias, se preparó otra columna en Vizcaya, y se entregó su mando al coronel Solchaga, el cual partió inmediatamente hacia Villaviciosa y Avilés.

            La revolución comenzó a perder aliento ante la acción del Ejército. Una tras otra fueron cayendo las posiciones principales. Al cabo de unos días de lucha, Yagüe y López Ochoa entraron en Oviedo, Franco llegó el 25 de octubre y estudió sobre el terreno los efectos del movimiento subversivo, pidió información copiosa acerca de los problemas laborales que allí había planteados y procedió a organizar los servicios militares de modo que rindieran la máxima eficacia.


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