El dramático banquete de Bentieb.

 

    Se cuenta que en cierta ocasión un visitante de Franco le dijo:

- Si V.E. lo consiente, me permitiré señalar que en el curso de su vida y de sus servicios a España hay algunos hechos especialmente necesitados de esclarecimiento, en cuanto al detalle de las circunstancias que los rodearon. Pero, entre todos ellos, yo extraería dos que están pidiendo una referencia directa de Vuestra Excelencia, porque sólo así se podrían poner en su punto las diversas y, probablemente, erróneas interpretaciones que circulan por ahí. Uno de los grandes capítulos de sus "Memorias" será siempre el de la entrevista en Hendaya con Adolfo Hitler. Otro, el memorable banquete de Bentieb, episodio, este último, de un dramatismo superior a cuanto las narraciones habituales dan a entender.

Franco observó:

-  La verdad es una y quedará muy clara gracias a la documentación que sobre esos dos hechos tendrán a su disposición los historiadores.

Es el caso que, según creen saber personas de buena información y de claro juicio, las cosas sucedieron así: Por los días de la primavera y del verano de 1924. Primo de Rivera hizo pública su convicción de que el de todo el territorio de nuestro Protectorado marroquí, salvo las costas. Desde la zona litoral, con bases en Ceuta, Larache y Melilla, más la de Tetuán, se pasaría a desarrollar una intensa acción política, sin combates, sin guerra, sin efusión de sangre.

Estas ideas de don Miguel, sin duda ingenuas en aquel instante, desencadenaron reacciones de profundo disgusto entre las tropas destinadas en Marruecos y , muy especialmente entre las de vanguardia y choque, como la Legión y los Regulares Indígenas. Todos los jefes y oficiales de las unidades aludidas se unieron en formación cerrada para oponerse a los designios que calificaban de "abandonistas". Tuyo el dictador información segura de lo que ocurría y, pese a todo, insistió en sus proyectos. El territorio del interior sería evacuado.

La protesta de regulares y legionarios arreció hasta adquirir tonos airados. En algunos de los campamentos tales sentimientos lindaron con la cólera. La situación se fue haciendo tan difícil que podía temerse un desenlace gravísimo.

El general - dictador, que a nadie cedía en punto a coraje personal, y que gustaba de crecerse ante la amenaza, decidió, un buen día, afrontar la realidad, evitando toda clase de intermediarios; y como solía decir uno de los jefes de la reunión de Bentieb, "se metió en la boca del lobo".

La "boca del lobo" era, en aquellos momentos, el campamento de la Banderas de la Legión en Bentieb (zona de Melilla). Allí se presentó el jefe del Gobierno una mañana del verano de 1924. Podía suceder lo peor. El estado de ánimo de los cuadros de mando podía calificarse de peligroso; hasta de extremadamente peligroso. Primo de Rivera tenía conciencia plena de lo que se estaba jugando. Anunción su propósito de pasar revista a las fuerzas de Regulares y a las Banderas legionarias, y aceptó una invitación para almorzar con los jefes y oficiales de las mismas.

Le recibieron el teniente coronel Franco, en nombre de la Legión; el teniente coronel Peraja, en nombre de los Regulares, y el comandante Varela, dos veces laureado, en nombre de las jarkas adscritas a nuestra acción militar.

Al término del banquete, Franco fue el encargado del brindis oficial. Dijo, según versión que, probablemente, aprobó él mismo:

-         Yo me permito rogar a Vuestra Excelencia, en representación de los jefes y oficiales aquí presentes, que nos exponga su idea sobre los planes futuros a aplicar en Marruecos; en la inteligencia de que la Legión y los Regulares no escatimaremos nuestro esfuerzo ni nuestra sangre para llevar a término las operaciones que V.E. considere convenientes. Pero no creemos posible olvidar que estas tierras de Marruecos, tan queridas por nosotros, porque están regadas con la mejor sangre española, no deben ser abandonadas por nuestra Patria antes de que ésta lleve a término la misión civilizadora que voluntariamente se comprometió a cumplir.

Contestó Primo de Rivera con palabras de gran cordialidad, muy efusivas y abiertas, como si todo lo que allí sucedía no tuviera otro alcance que el de un fraterno cambio de impresiones, sin ninguna otra implicación. Mostró viva simpatía hacia los conceptos expuestos po4r Franco y razonó su política de retirada a la costa. La explicación fue recibida con un silencio un tanto angustioso. Probablemente, la serenidad del jefe de la Legión salvó el difícil trance. Un gesto, un signo, una señal de éste habría desencadenado la tempestad. Y no se sabe hasta dónde podían haber llegado las consecuencias. Franco no alteró su compostura. Primo de Rivera, por su parte, fingió total sosiego ante la expectación reinante. Y como fijara los ojos en cierta inscripción que se ofrecía a sus ojos -tras haber leído también el menú, redactado en términos desusados-, se levantó, se hizo acompañar de Franco y se detuvo a leer la inscripción citada. Rezaba ésta: "El espíritu de la Legión es de ciega y feroz acometividad ante el enemigo". Reproducía un texto del "credo" legionario. El Dictador se volvió al teniente coronel jefe y comentó, entre severo y cordial:

- ¿No le parece, mi teniente coronel, que a esa inscripción le falta algo? Yo no la encuentro completa.

Respondió Franco:

- V.E. dirá.

Continuó Primo de Rivera:

- Debiera estar redactada de este otro modo: «El espíritu de la Legión es de ciega obediencia al mando y de feroz acometividad, etc...».

Franco guardó silencio. Según testimonios de compañeros suyos, presentes en el banquete, la observación del general le produjo muy honda impresión. Ya la gallardía del Dictador tenía muy ganados los corazones de los reunidos, y vino a unirse a ello la invocación de la obediencia militar, que en un soldado de las características de Franco no podía menos de ser concluyente.

El diálogo entre el general y el teniente coronel continuó en términos de rigurosa disciplina, de perfecta cortesía y de calma. Primo de Rivera argüía a favor de una acción desde la costa. Franco defendía el plan de conquista de Alhucemas y la penetración de las tropas españolas en el Rif, porque de las tropas españolas en el Rif, porque entendió siempre que ello traería una decisiva paz con gloria para las Armas de España. Don Miguel terminó la visita ordenando a Franco que al día siguiente estuviera en Melilla. En el despacho de la Comandancia General comprometió ante el jefe de la Legión su palabra de estudiar con detenimiento los puntos de vista de Legionarios y Regulares. En cuanto a la retirada de las guarniciones del interior, nada se haría sin las oportunas consultas a los cuadros de mando de las tropas de choque. En suma: la jornada, gravemente sombría en sus comienzos, terminó sin novedad; es decir, sin otra novedad que la de saberse que el espíritu de Bentieb dominaría, en el futuro, las decisiones relativas a la presencia española en Marruecos.


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