Oviedo. -Noviazgo. -Legión.

       
      La curación de la herida exigió mucho tiempo. La convalecencia fue inevitablemente larga y así, Francisco Franco Bahamonde no pudo, durante varios meses, aplicarse a sus actividades militares de campaña. En tal situación de forzosa quietud le halló -marzo de 1917- el traslado a la Península para hacerse cargo de su nuevo destino como comandante en el Regimiento del Príncipe, de guarnición en Oviedo.

     En la vida de Franco, Oviedo vino a ser la ocasión de acometer un verdadero curso práctico de diversas disciplinas. Allí tuvo tiempo para dedicarlo a completar su formación intelectual. Los deberes del Regimiento le permitían frecuentar lecturas. Prefirió las que trataban de problemas políticos y económicos. Se entregó con metódico ardor al estudio. La mixtura afortunada de estos dos elementos, ardor y método, habría de ser una de las características de su personalidad en los más altos servicios de España.

     La capital asturiana le fue igualmente propicia en el orden de sus sentimientos personales más íntimos. A poco de haberse incorporado al Regimiento del Príncipe conoció a la señorita Carmen Polo y Martínez-Valdés, muy joven, bella, perteneciente a una distinguida familia de la sociedad ovetense. Se inició entonces una relación que pronto sería noviazgo oficial y así, entre el cumplimiento de las tareas profesionales, las horas de estudio y las emociones de un «romance» encaminado al matrimonio transcurrían los días del nuevo comandante a quien se le conocía en la capital asturiana por el cariñoso diminutivo de «el comandantín», en razón de lo menudo de su traza física.

     El año 1917 le brindó al «comandantín» ocasión de ejercitarse en trabajos que habían de dejar señalada huella porque condicionarían algunas de sus actitudes futuras en relación con la vida pública. Según es sabido, se produjo entonces una huelga general de carácter revolucionario, suscitada por el Partido Socialista y organizada por la Unión General de Trabajadores. El Comité encargado de dirigir aquel movimiento obrero estaba formado por cuatro líderes: Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero, Andrés Saborit y Daniel Anguiano. Como cabía esperar, la región asturiana participó ampliamente, casi decisivamente. Don Eduardo Dato presidía el Gobierno. La zona minera de Asturias, poderosamente organizada y bien mandada por hombres como Manuel Llaneza, González Peña, Belarmino Tomás y Teodomiro Menéndez, se alzó violentamente y creó desde el primer momento una grave situación de orden público. El Gobierno tuvo que declarar el estado de guerra y decretar la intervención del Ejército. Llegaron a Asturias fuerzas militares procedentes de otras regiones. A Francisco Franco se le confió el mando de una Compañía del Regimiento del Rey, con una Sección de Ametralladoras, y otra Compañía de la Guardia Civil. Al frente de estos efectivos se instaló sin pérdida de tiempo en la zona más subversiva de las minas, y tomó contacto con algunos de los sectores más activos de la rebelión.

     Quienes se hallaron muy cerca de Franco en aquellos momentos han recordado más de una vez los criterios y los modos que prevalecieron en sus operaciones represivas. Nada de «sangre y fuego», nada de arrasamientos, nada de violencias inútiles; sólo la energía necesaria para restablecer el orden público; sólo el rigor indispensable para obligar a la obediencia de la ley. Pero, al propio tiempo, el joven comandante, lejos de limitar su actividad a las operaciones de policía militar y de dominio del territorio en que movía sus tropas, puso especial empeño en estudiar de cerca los motivos sociales y económicos de la huelga, las condiciones de trabajo y de vida de los mineros, los fundamentos de algunas de sus reclamaciones; y así llevó a cabo, en sí mismo, el primer ensayo de interpretación de ciertos problemas públicos españoles.

      De esta etapa ovetense podría recordarse la acción de Franco adoctrinando a los soldados y a los oficiales a través de una serie de conferencias que dio para suscitar en sus compañeros y en sus subordinados inquietudes relacionadas con el futuro de España y con la colaboración que podía y debía prestar el Ejército.

     También corresponde a los años de Oviedo la fuerte amistad que nació entre Franco y Millán Astray, dedicado este último, por aquel tiempo, de un modo casi obsesivo, a defender la utilidad de un proyecto que llenaba su vida entera: la organización de una Fuerza Especial Voluntaria, inspirada en las experiencias de la Legión Extranjera de Francia, pero aún más en la memoria de los famosos Tercios españoles que tan alto llegaron durante las campañas de Flandes y de Italia, en los días del Imperio.

     Franco había mostrado desde el primer momento un gran interés por la iniciativa de Millán Astray. Así, cuando en el mes de marzo de 1920 comunicó Millán al «comandantín» que el Ministerio de la Guerra autorizaba la soñada fundación, que la Legión organizaría en Banderas, y que le ofrecía el mando de la primera, con el cargo de lugar teniente, Franco no vaciló; su respuesta fue una aceptación entusiasta y lo dispuso todo para comenzar cuanto antes su vida y sus tareas de legionario.

      El 10 de octubre se presentó en Ceuta, cuna de la Legión. Millán Astray ha escrito:
    -Cuando hube de organizar la Legión, pensé cómo habrían de ser mis legionarios... Después pensé quienes serían los jefes que me ayudarían en esta empresa y designé a Franco el primero. Le telegrafié ofreciéndole el puesto de Lugarteniente. Aceptó en seguida, y henos aquí trabajando para crear la Legión. El comandante Franco es conocido en España por sus propios méritos. Franco tiene las características que ha de reunir todo buen militar; valor, inteligencia, espíritu militar, entusiasmo, amor al trabajo, sentido del sacrificio y vida virtuosa.


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